Memoria de la Málaga judía

Ben Gabirol, con su estatua recuperada y su nombre en la torre de la Judería, propicia el recuerdo de la huella sefardita en la ciudad.

Gabirol
Calle Alcazabilla. Estatua de Gabirol. :: SUR

La estatua de Ben Gabirol en los jardines de calle Alcazabilla ha recuperado su nombre pero no su pedestal. El nombre del poeta y filósofo, primer malagueño universal, sabio entre los sabios, sirve ahora también para que la torre mudéjar de calle Granada tenga una nueva denominación como Centro de Recepción de Visitantes. El agravio mantenido durante tanto tiempo e indolencia al despojar de identidad al desigual bronce realizado en 1970 por el norteamericano Hamilton Reed Armstrong ha quedado resuelto. Como primer paso para que la vieja y casi desaparecida judería recupere la memoria de la Málaga hebrea. Con la lentitud habitual, la torre se verá rodeada por una plaza que se llamará de Sefarad y un centro comunitario judío con sinagoga y un pequeño museo sefardí. La iniciativa y el proyecto son justos y necesarios, pero la importancia de Málaga como ciudad judía es algo que sigue en una nebulosa.
 
Contra el olvido
En su apasionado libro, de 1994, ‘Adiós España. Historia de los Sefardíes’ el norteamericano Howard Morley Sachar hace una afortunada reflexión basada en una errónea búsqueda de la estatua de Gabirol: «Andalucía resplandecía con aquellos poetas judíos. En su ‘Tesoro de la poesía medieval hebrea’, Israel Davidson registra más de tres mil poetas mayores y menores que escribieron entre los siglos X y XIII. Actualmente, haría falta un salto de la imaginación para reavivar el mundo que inspiró su musa. En la Costa del Sol, Málaga brilla seductora en los folletos de las agencias españolas de viajes. Torremolinos hace alarde de hoteles lujosos, chalés encantadores y playas sedosas. Sin embargo, Málaga en sí es una población más bien humilde. Los museos y edificios históricos del puerto están desconchados y dilapidados, y sufren de falta de personal.

Un examen más atento revelaría su parque municipal, de una vegetación aparentemente exuberante, como abandonado y descolorido. Y al visitante le decepciona aún más la búsqueda de la estatua de Salomon ibn Gabirol. Realizada por el ayuntamiento en 1959, la obra ha sido declarada pieza central del parque. Pero incluso la exploración más diligente entre sus tristes cactus y palmeras no logra desentrañar a la estatua. Es inútil preguntar a policías y transeúntes.

Pocos son los que han oído siquiera hablar de este hombre». Aunque Sachar equivoque la fecha del bronce y lo haya buscado en un lugar equivocado, y su visión de la ciudad sea adversa tal vez por estar basada en un desengaño, atina en el desconocimiento que tenemos de Gabirol. La religión y la cultura hebreas, tras más de cinco siglos de la expulsión decretada por los Reyes Católicos, siguen siendo territorio desconocido para el malagueño (y el español) medio. Intentemos remediar ese olvido.

Si bien las primeras pruebas documentales de la presencia judía en la península ibérica datan de los siglos II y II d. C., la primera constatación en nuestra provincia data del año 612, un siglo antes de la invasión musulmana. Sin embargo, que el historiador hispanorromano Pomponio Mela describiera en el siglo I de nuestra era que Málaga era lugar de escasa importancia que vivía de la industria del gárum, es un indicio de que seguramente habría judíos entre nosotros, ya que los comerciantes de estos enclaves mediterráneos eran predominantemente hebreos, sirios y egipcios. Algo nada descartable, pues el profeta Abdías en el que es el libro más breve de la Biblia (sólo 21 versículos) habla de «los de Jerusalén que están cautivos en Sefarad», con lo que nada menos que en el siglo IX a. C. se atestigua la presencia judía en lo que ni siquiera era Hispania en un pasaje en el que comparece por vez primera el término Sefarad, que no es sino el modo en que en hebreo se llama España (la otra gran rama de los judíos europeos, la asquenazí, recibe el nombre del que recibe Alemania en la vieja lengua: ‘Askenaz’). Sea cual sea la antigüedad de la presencia judía, nunca se sabrá a ciencia cierta la fecha. El rabino sevillano Salomón Ibn Verga, que intervino en el rescate de los judíos malagueños en la conquista cristiana de la ciudad en 1487, remontó la llegada judía al 587 a. C. cuando a la conquista de Jerusalén por los asirios Pirro, aliado de Nabucodonosor, «embarcó en navíos todos los cautivos y llevólos a España la antigua, que es Andalucía». Sea cierto o no el dato, el comercio con Tartesos (con apogeo en el siglo VIII a. C.), atestiguado en la Biblia, tuvo que llevar judíos a nuestras costas. Autores actuales sugieren que el asentamiento de los primeros judíos tuvo lugar en los últimos siglos antes de Cristo (con una posibilidad importante en el siglo VI), y los lugares de arraigo serían Ampurias, Mataró, Tarragona y Málaga.
 
El esplendor
Con la importancia comercial de Málaga desde la colonización romana, convertida en Municipio Flavio Malacitano, se reafirma el peso de la comunidad judía local, que sería favorecida, ya en el subsiguiente periodo visigodo, durante el periodo de 150 años, a partir de 415, en los que el arrianismo se erigió en la heterodoxa religión oficial. Con la conversión de Recaredo al catolicismo (589) comenzaron las restricciones (prohibición de las fiestas y rituales, las bodas según su propio rito, la circuncisión de los hijos y las normas dietéticas religiosas). Fruto de esta persecución es el primer documento malagueño sobre la comunidad judía: un decreto de expulsión que afectaba a los judíos de lo que es hoy El Castillón, cerca de Antequera. Tras la invasión musulmana de 711, los residentes judíos se amoldaron a las nuevas normas, más tolerantes que las anteriores. De este periodo data la Judería de la capital, hoy muy alterada. No obstante, José Luis Lacave, en su concisa pero seria ‘Guía de la España judía. Caminos de Sefarad’ hace una descripción de la misma considerablemente optimista: «Lugar de nacimiento del gran poeta y filósofo Salomón ibn Gabirol, cuenta con un bien mantenido barrio judío, al pie de la Alcazaba. Ocupaba en realidad el espacio comprendido entre la actual calle Alcazabilla y la que era calle Real, ahora denominada Granada, e incluía las de Santiago, que en tiempos de los Reyes Católicos se llamó Barrionuevo, Zegrí y Postigo de San Agustín. Estas dos últimas, y en general todo el conjunto, conservan todavía un carácter medieval. En los jardines llamados de la Alcazabilla, justo delante de la estrechísima calle Postigo de San Agustín, donde suele situarse la sinagoga, se erigió hace veinticinco años un monumento a Salomón ibn Gabirol, como homenaje de la ciudad. Justo enfrente, en el declive del cerro en que se asienta la Alcazaba, estaba el cementerio judío». De la ciudad de entonces tenemos una descripción del árabe al-Idrisi escrita hacia 1150: «Málaga es cuna ciudad hermosa, muy poblada y muy vasta; en fin, una población magnífica, cabal: una ciudad en toda la extensión de la palabra: sus mercados son florecientes, su comercio extenso y sus recursos numerosos. El terreno de sus inmediaciones está plantado de higueras, que producen fruto conocido con el nombre de ‘higos de Rayya’, que se envían a Egipto, Siria, Irak y aun hasta la India; son de excelente calidad». En la judería de esta pujante Málaga nacería, en 1021, Salomón Ben Gabirol (según la rotulación municipal, que en una cuestionable inmersión en el mito de las Tres Culturas/Alianza de Civilizaciones, usa la triple versión del nombre de Gabirol a la usanza hebrea, árabe y cristiana, diluyendo sin quererlo el carácter verdadero y único de Gabirol: judío). Una aproximación a su figura rebasa el espacio y la ambición de este artículo. Basten unas pinceladas. En su monografía ‘Los Judíos de Sefarad. Del paraíso a la añoranza’, Francisco Bueno dice de él: «Se sentía malagueño y eso lo pregonaba a los cuatro vientos en sus escritos. Tan dentro llevaba a Málaga que en sus acrósticos y poemas firma repetidamente como Salomón el malagueño, otras veces como Salomón, hijo de Judá, el malsagueño». Por otra parte, José Manuel Cabra de Luna añade en otro lugar: «Quizá lo que dijera el poeta romántico alemán, Heinrich Heine ayude a comprender eso, al definirlo como «poeta entre los filósofos y filósofo entre los poetas». Ibn Gabirol anduvo siempre en tierra de nadie, por andar en la suya propia y si ese fue el sustento de su libertad, que tantas veces se traslucía en independiente altivez, también fue el origen de las muchas dificultades que en sus cortos días tuvo con los demás y consigo mismo». Menéndez Pelayo lo sitúa en la cúspide de los poetas líricos de Europa y lo sitúa al nivel de Dante. En el pedestal que a su estatua malagueña le ha sido hurtado, no sería inoportuno que figuraran, eternos, unos versos suyos: «No he de callar en tanto que no esculpa mis poesías encima de las tablas del corazón del mundo para que no se borren».
 
Expulsión y fuego
La sustitución violenta de los almorávides por los integristas almohades fue vista por los judíos andaluces como un preludio de la expulsión de 1492. Abraham ibn Ezra cuenta de esta persecución inicial: «Ningún judío, ni uno solo, ha quedado en Jaén ni en Almería, / ni en Mallorca, ni en Málaga quedó refrigerio alguno: / Los judíos que sobrevivieron, cruelmente fueron heridos». La sustitución de los almohades por los nazaríes trajo de nuevo la tolerancia y un último esplendor judío malacitano: son los tiempos del médico Mosé ibn Samuel ibn Yehuda, los teólogos Abraham ibn Meir Abi Simra y Simon ibn Zemah Durán y los poetas Mosé Alascar ibn Isaac y Yusuf ibn Mosé Alascar. La conquista cristiana de la ciudad, en agosto de 1487, llevó a los judíos malagueños prisioneros a Sevilla, siendo rescatados por Salomón Ibn Verga. Al regresar a su ciudad, encontraron incautadas sus propiedades; en 1490 se les asigna un nuevo espacio para cincuenta casas y una sinagoga que deberá hacerse extramuros y con un único acceso exterior. La ubicación de esta última judería, de vida fugacísima, es entre las calles Santa Ana y Muro de Santa Ana.
Puestos en la disyuntiva de abrazar la fe los conquistadores o partir al exilio, mayoritariamente eligieron la segunda opción. Ante sí tuvieron cuatro meses para abandonar España. A bordo de una carraca genovesa, los malagueños judíos abandonaron la ciudad con destino en la ciudad magrebí de Badis, a 110 kilómetros de Tetuán. Gran parte de los expulsados del reino de Granada también tuvieron en Málaga su puerto de salida. Los judíos que volvieron subrepticiamente a Málaga o que practicaron en secreto su fe tuvieron que enfrentarse a la Inquisición, que a partir de 1550 castigó con especial dureza a los judaizantes malagueños, con abundancia de hogueras. El terrible Auto de Fe de mayo de 1672 incluyó (citamos un documento inquisitorial) a «Rafael Gómez Salceda, originario de Portugal, natural de Antequera y vecino de Málaga, de edad de diez y nueve años. Por observante de la ley de Moisés y pertinaz en su creencia. Fue relaxado a la justicia y brazo seglar, y quemado vivo». Este joven, auténtico mártir, murió quemado vivo sin abjurar de su fe, rechazando todo ofrecimiento de abreviar su agonía mediante la abjuración. Hasta tal punto se llegó en la persecución, que Fray Alonso de Santo Tomás y el Ayuntamiento de Málaga tuvieron que pedir que se atenuara el rigor, a riesgo de la ruina económica de la ciudad.
 
Shalom
A lo largo del siglo XVIII se fueron apagando las hogueras inquisitoriales. Desaparecido el cruento Tribunal, a finales del siglo XIX (en 1869 se garantizó la libertad de culto) se señalaba la existencia de una comunidad judía de diecisiete personas. Será en el siglo XX cuando llegará la normalidad. Hacia 1940 comenzó a organizarse la comunidad judía de Málaga con familias procedentes en su mayor parte de Marruecos. En 1975 se constituiría oficialmente, mientras que en Marbella se constituyó en 1968, levantándose en 1973 la que sería la primera sinagoga erigida en España, en Sefarad, desde 1492. Sobre la puerta del templo, una inscripción da fe del espíritu de universalidad de esta comunidad: «Mi casa es casa de oración para todos los pueblos del mundo». El mismo mensaje que han anhelado los judíos desde hace cuatro mil años y que no debe olvidarse y que con otra fórmula se expresa en el primer libro de los Macabeos: «Demos, pues, la mano a estos hombres, hagamos la paz con ellos y con toda su nación y permitámosles vivir según sus costumbres tradicionales, pues irritados por habérselas abolido nosotros, se han portado de esta manera».

Fuente: Sur.es

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