El terremoto se ceba con el barrio judío de Marrakech

Sin duda, esta ciudad es la mayor de las afectadas por el seísmo que sacudió una extensa zona del sureste de Marruecos el pasado viernes

Vista de una calle próxima al Palacio Badia de Marrakech, todavía con escombros. María Traspaderne EFE
Vista de una calle próxima al Palacio Badia de Marrakech, todavía con escombros. María Traspaderne EFE

 

Sin duda, Marrakech es la mayor de las ciudades afectadas por el terremoto que sacudió una extensa zona del sureste de Marruecos el pasado viernes. Los daños en la ciudad, con todo sensiblemente inferiores a los sufridos por las poblaciones de montaña del Alto Atlas, se concentran en su antigua medina, un milenario laberinto de callejuelas que se desparraman en torno a la plaza de Yamma El Fna. En sus seiscientas hectáreas, corazón de la ciudad y atractivo turístico principal de la misma, viven más de 150.000 personas.

Y entre los distritos que componen la medina antigua de Marrakech, el barrio judío o mellah -un vocablo que significa sal en árabe y en hebreo por mor de la vinculación histórica de los judíos al negocio de este producto- ha sido el que se ha llevado la peor parte del terremoto.

La mellah -una denominación además, genérica de las juderías marroquíes, todas ellas ubicadas en uno de los extremos de la medina con objeto de segregar a la comunidad- de Marrakech presenta en estos momentos graves daños arquitectónicos, algunos irreparables. El barrio fue construido en el siglo XVI, con el objetivo de separar a la población israelita de la musulmana.

Casas destruidas, andamios precarios, cornisas y celosías desprendidas, vigas hundidas, calles cerradas y cascotes repartidos por el suelo. A la entrada de muchas casas aguardan colchones atados con cuerdas, frigoríficos y enseres domésticos a la espera de un nuevo destino. No es seguro vivir en esas viviendas, aunque la posibilidad de abandonar la medina es un lujo que no todas las familias pueden permitirse.

Sin embargo, a medianoche y en la plaza situada en el corazón de la judería, grupos de vecinos se concentran ajenos al drama y a la gravedad de los daños de las construcciones circundantes para conversar en torno a un café o un té a la menta sobre mesas apoyadas en edificios resquebrajados.

En la calle de Talmud Torah, la sinagoga Slat el-Azama, que empezó a construirse en 1492, año de la expulsión de los judíos de España, resiste, por ahora, en un entorno de casas semidestruidas. Ocupada por una familia musulmana, un grupo de vecinos custodia la entrada del lugar de culto toda la noche.

Lo más habitual en el resto de sinagogas del país, sin embargo, es que agentes de las fuerzas de seguridad vigilen veinticuatro horas el entorno para garantizar la seguridad de los edificios. No en vano, dos de los terroristas que participaron en los atentados de mayo de 2004 hicieron detonar una bomba en el centro cultural de la Alianza Israelita de Casablanca, un ataque que por fortuna no dejó víctimas mortales por encontrarse vacías las instalaciones.

La de Marrakech fue una de las poblaciones judías más numerosas de un país que a mediados de la década de los cuarenta del siglo pasado llegó a contar con entre 250.000 y 300.000 judíos, la mayor minoría israelita de todo el mundo árabe. El nacionalismo marroquí y el ambiente antisemita, que convirtió a los judíos nativos de Marruecos en cómplices del naciente Estado de Israel, comenzó a expulsar a la población judía de las diferentes mellah del país. Es el caso de la mellah de Marrakech, donde apenas quedan una decena escasa de familias judías. Israel, sobre todo, pero también Francia Canadá Estados Unidos o España fueron el destino final de estas poblaciones.

Para la década de los ochenta del siglo XX apenas quedaban en Marruecos unos 8.000 judíos y, a día de hoy, no viven en el país magrebí más de dos millares de ellos, casi todos concentrados en la ciudad de Casablanca.

Desde hace casi una década, y a instancia del rey Mohamed VI, las autoridades marroquíes se han propuesto recuperar el patrimonio material de la distintas mellah, incluida la de Marrakech, y precisamente en 2017 el barrio recuperó su denominación histórica. El actual monarca, como su predecesor Hassan II, se ha destacado por su defensa del patrimonio judío de Marruecos, una voluntad materializada en la restauración de cementerios, escuelas talmúdicas y sinagogas en los últimos años. Además, algunos de los más destacados consejeros o asesores reales son miembros de esta comunidad, como André Azoulay o Serge Berdugo.

Como nota distintiva del barrio judío de Marrakech, la cartelería de muchas de sus calles está escrita en tres idiomas: árabe, francés y hebreo, en un gesto inequívoco de reconocimiento colectivo por parte del Estado hacia la memoria de la comunidad que durante siglos moró en la mellah.

Un guiño también a los numerosos turistas israelíes que visitan hoy la judería en busca de las trazas de sus ancestros en calles, sinagogas y hasta casas. Algo que puede verse también en la judería de Esauira, ciudad que puede presumir de haber sido la única en todo Marruecos cuya población fue una vez mayoritariamente judía.

Poco a poco, la normalidad regresa a la medina de Marrakech casi una semana después del terremoto. El espacio fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco el año 1985 y, a instancias del escritor español Juan Goytisolo, la mítica plaza de Yamaa el Fna fue, a su vez, designada Patrimonio Inmaterial por parte del mismo organismo de Naciones Unidas en 2001.

Figuras destadasas de la literatura como Elías Canetti o el propio Juan Goytisolo dedicaron páginas célebres a la medina de Marrakech. El escritor barcelonés, fallecido en 2017 en la ciudad, vivió en su medina antigua más de tres décadas y dedicó al espacio su novela Makbara.

En pugna con la de Fez, la medina ocre y agreste de Marrakech presume de ser la más extensa de todas las del país con sus 600 hectáreas y 19 kilómetros de muralla.

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