ELFIDIO ALONSO
Señala Menéndez Pidal que la primera noticia sobre el romance de Doña Alda nos la ofrece el poeta neo-hebreo Israel Nagara (1555-1628), en su colección «Semirot Israel», publicada en 1587 por primera vez. Su título es «En (un) sueño soñí, mis dueñas» (El sueño de Doña Alda). Y, por lo que respecta a Portugal, ya Gil Vicente en la Comedia Rubena (1521) nos dice cómo una criada canta diversos romances, enumerando entre ellos uno que comienza «En París estaba Doña Alba». Un arranque que se ha conservado en la mayoría de las versiones peninsulares y sefardíes.
Así ocurre con la variante recogida por Manuel Alvar en Tetuán, con el título El sueño de Doña Alda («Romancero sefardí de Marruecos», número 35, Universidad de Alcalá, 2003), que comienza con los siguientes versos: «En París está Doña Alda, / la esposita de Roldane, / doscientas damas con ella, / todas de alto linaje; / las cien le hacían fiesta, / y las cien torneos hacen».
No sucede lo mismo en la variante que recoge la doctora Weich-Shahak en su obra ya citada (número 4 de los Romances Carolingios), donde el tema de Doña Alda aparece contaminado en su comienzo con versos pertenecientes a El cautiverio de Guarinos («Que mal pensatis el moro»). Sin embargo, una vez pasada la introducción, reaparece el asunto del segundo romance, con la referencia a la protagonista y su estancia en la capital francesa: «Y en París tengo a doña Alda, / mi esposa naturale, / las cien damas son con ella, / todas de alto y buen linaje».
Si a pesar del transcurso del tiempo los divulgadores de este romance permanecieron fieles a los versos del inicio, no ocurrió lo mismo con la parte central del argumento. El sueño de la protagonista y su funesto presagio (la muerte de Roldán en Roncesvalles), han conocido diversas deformaciones con respecto al original. Veamos la fórmula más antigua, que transcribe Menéndez Pidal: «Un sueño soñé, doncellas, / que me ha dado gran pesar…/ que so los montes muy altos / un azor vide volar; / tras del viento una aguililla / que lo ahinca muy mal; / el azor con grande cuita / metióse so mi brial»…
En la versión de Alvar, el azor es sustituido por una garza: «Por aquel saral de arriba, / garza negra vi volare; / de sus alas caen plumas, / de su pico corre sangre». Lo mismo ocurre en la variante sefardí de la doctora Weich-Shahak («Por aquí´ cijal de arriba / negra garza vide entrare, / en su pico trae plumas, / en su cuerpo trae sangre»).
Señala esta autora que ambos romances fueron muy conocidos en los siglos XVI y XVII, pese a lo cual sólo han pervivido en la tradición sefardí. En efecto: resulta sorprendente que un romance, considerado como una verdadera joya de la lírica tradicional española, haya casi desaparecido de las colecciones y cancioneros actuales, con nula presencia en Canarias y América. También cuesta comprender la escasísima atención que ha merecido por parte de grupos e intérpretes que se han especializado en la divulgación del Romancero, cuando existen partituras musicales editadas con el tema de Doña Alda, como se puede comprobar en la obra de la doctora Weich-Shahak (página 41).
Dice Menéndez Pidal que los sueños que versan sobre aves son imitados de la época francesa. En Los infantes de Lara (siglo XIV) vemos un sueño semejante, donde el azor representa al vengador Mudarra; pero los romances de tema nacional no contienen sueños proféticos, por tratar de eludir los elementos maravillosos. Una de las rarísimas excepciones se llama Doña Alda, donde vemos un presagio funesto versificado.
Quizás por tratarse de una idea foránea (Roncesvalles, la refundición rimada de Roldán), el tema de Doña Alda acabó por ser arrinconado de la memoria de los sucesivos transmisores peninsulares, con la excepción de los judíos expulsados de España y Portugal, que han seguido fieles a la herencia recibida hace más de cinco siglos. Valiosísimo patrimonio y todo un laboratorio que sigue ofreciendo insospechadas posibilidades para analizar y comparar nuestro maravilloso Romancero, piedra angular de la cultura tradicional hispana.
Romance de doña Alda
En París está doña Alda,
la esposa de don Roldán.
trescientas damas con ella
para la acompañar:
todas visten un vestido,
todas calzan un calzar,
todas comen a una mesa,
todas comían de un pan,
si no era sola doña Alda
que era la mayoral;
las ciento hilaban oro,
las ciento tejen cendal,
las ciento instrumentos tañen
para doña Alda holgar.
Al son de los instrumentos
doña Alda adormido se ha,
ensoñado había un sueño,
un sueño de gran pesar.
Recordó despavorida
y con un pavor muy grande,
los gritos daba tan grandes
que se oían en la ciudad.
Allí hablaron sus doncellas,
bien oiréis lo que dirán:
-¿Qué es aquesto, mi señora?
¿quién es el que os hizo mal?
-Un sueño soñé, doncellas,
que me ha dado gran pesar:
que me veía en un monte
en un desierto lugar;
bajo los montes muy altos
un azor vide volar;
tras dél viene una aguililla
que lo afincaba muy mal.
El azor, con grande cuita,
metióse so mi brial,
el aguililla, con grande ira,
de allí lo iba a sacar;
con las uñas lo despluma,
con el pico lo deshace.
Allí habló su camarera,
bien oiréis lo que dirá:
-Aquese sueño, señora,
bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo
que viene de allende el mar,
el águila sedes vos,
con la cual ha de casar,
y aquel monte es la iglesia
donde os han de velar.
-Si así es, mi camarera,
bien te lo entiendo pagar.
Otro día de mañana
cartas de fuera le traen;
tintas venían de dentro,
de fuera escritas con sangre,
que su Roldán era muerto
en la caza de Roncesvalles.
Fuente: Artículo – La Opinion.es / Romance: Romancero arriba, romacero abajo / Imagen: Mar Sáez ilustraciones