Tiempo de Vivencias: LA MESA DE MIS ABUELOS por Carlos Szwarcer

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Vivíamos en el corazón de Villa Crespo, un barrio del centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires. Allí comenzaba mi infancia y los primeros pasos de mi largo camino en el intento de abordar misterios insondables que aún no sé si alcancé a comprender.

Crecí con un fuerte concepto de familia, que se afirmó en las reuniones de la calle Vera 954, la casa de mis abuelos maternos Alboger-Benghiat, sefaradíes[1] nacidos en Izmir a principios del siglo pasado y llegados a la Argentina en los años 20. En la gran mesa de su comedor, los platos siempre desbordantes, las risas contagiosas hasta el llanto de alegría, los ruidos de las copas de cristal que en cada brindis sonaban como agudas y finas campanadas. Y el primer lejaim[2] de mi abuelo Alejandro, que repetíamos en un eco interminable como entrando en un trance colectivo. Allí estábamos todos. El vigor de la prosapia y la efervescencia de la prole discurrían como en un sueño diáfano. Hubo un tiempo en que esto fue más o menos así aunque parezca un cuento.

Sin embargo, esos dorados encuentros, esas magníficas veladas con mis abuelos, padres, tíos, hermanas y primos, me generaban un doble sentimiento, el de felicidad indescriptible y el de aflicción casi masoquista. La alegría inmensa de compartir, pero también la percepción de que mis mayores, con absoluta seguridad, algún día no estarían, y entonces… la tristeza. Pero el instinto de conservación, que no es tonto, hizo pesar más en la balanza el regocijo de ver la parentela bulliciosa, presente y rozagante.

Y de todas las fiestas celebradas en ese espacioso comedor espejado, fue Pesaj[3] la que dejó en mí la huella más profunda. Desde chico, algo simple y contundente me marcó en cada conmemoración: el significado de libertad que emanaba de su historia. Trascendió más allá de lo religioso, de la tradición o de lo simbólico, y cada año fue adquiriendo mayor dimensión.

Me aferro frecuentemente a la imagen de una familia que se encuentra en algún lugar de la memoria que hoy me parece paradisíaco; eran grandes momentos iluminados por la felicidad.

Pasaron entremezclados en un carrusel interminable los Rosh Hashaná[4], las Navidades, el Bar Mitzvá[5] los Años Nuevos, los cumpleaños o las Siete Candelas[6], pero además, irremediablemente, los Midrash[7] los Kadish[8] y los entierros, mientras deshojábamos los fugaces calendarios, dagas del destino.

En la casa de mis abuelos, donde transcurrió mi infancia y parte de mi adolescencia, había un comedor de mosaicos jaspeados y amplios ventanales, en el centro la enorme mesa de madera labrada y lustrosa, en torno a la cual, en Pesaj, inauguré mi reflexión sobre los vastos dominios de la libertad. Los tiempos pasaron y mis tempranos presagios sobre las inevitables ausencias de mis seres más queridos se fueron cumpliendo inexorablemente. Sin embargo, tras el dolor por los que se iban, se agigantaba en mí, como por mandato divino, el recuerdo de los jubilosos tiempos idos y la certeza de que luchando por un presente digno y en libertad ayudaría a que el mundo fuera mejor para las generaciones venideras, para nuestros hijos.

Tal vez una de las más bellas consecuencias de Pesaj sea que a través de sus festejos comencé a entender algo sobre el sentido de la vida. Después me dedicaría a la solitaria indagación sobre mis orígenes y a consolidar una profunda vocación por la Historia. Pesaj, al fin, me dejó la libertad como principio y la responsabilidad como modo de vida. Sirva este recuerdo en honor a las familias y sus encuentros, y a ciertas festividades que ayudan a vislumbrar las complejidades de nuestra existencia.

Carlos Szwarcer*
Publicado en «Los Muestros» Nº 58. Marzo de 2005. Bruselas. Bélgica.

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[1] Judíos que descienden de aquellos que habitaban en la Península Ibérica hasta su expulsión a fines del siglo XV,  y que se ubicaron en el Mediterráneo occidental. Su habla es el judeo-español. Por  extensión también se denominan sefaradíes a las comunidades judías orientales herederas de similares contenidos culturales  aunque con frecuencia su lengua es el árabe.

[2] Del hebreo: brindis por la vida. Salud

[3] Festividad judía que recuerda la liberación del pueblo hebreo tras su larga esclavitud  en Egipto. Es característica su evocación con el encuentro familiar en una importante cena.

[4] Festividad del año nuevo judío.

[5] Ceremonia religiosa en la que el joven a los trece años asume los derechos y obligaciones, la madurez religiosa y legal (del hebreo). Fiesta familiar.

[6] La ceremonia conocida entre los sefardíes como “Siete Candelas” se celebra unos días después del nacimiento de una niña, o cuando ella cumple un año. Como parte del ritual se prenden siete velas.

[7] Ceremonia realizada en el aniversario del fallecimiento de un pariente.

[8] Rezo a Dios. En la tradición judeo-española, cuando acontece la muerte de un familiar, es una oración a modo de plegaria que también es leída durante el Midrash.

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*Sobre el autor

Carlos Szwarcer es historiador, periodista y escritor argentino. Autor de los libros “Teatro Maipo. 100 años de historias entre bambalinas”, “Buenos Aires Sefaradi” (compilador), “El Tortoni y el Izmir, un nexo para la historia” (cuaderno del Tortoni N° 9) y numerosos artículos, ensayos y narrativa publicados en prestigiosos medios nacionales y del exterior. Parte de este material fue traducido al djudezmo, inglés y francés. Participó como coordinador en diversos emprendimientos organizados por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires: “Patrimonio de los Barrios, «Los Barrios Porteños… Abren sus Puertas»,  Jornadas dedicadas a las colectividades porteñas, entre otras actividades.

Más información en:
Cronos Cultural / Estampas de Buenos Aires
cstempo2001@yahoo.com.ar

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