El escritor leonés relata la vida de Dan Kofler en su novela ‘Memorias de un judío sefardí’ hilando el presente y el pasado de la España judía.

Santiago Trancón ha recorrido los nombres de calles, refranes, apellidos e incluso danzas en busca de los vestigios de Sefarad, que desvela a través de su novela ‘Memorias de un judío sefardí’. Seguir los pasos de Dan Kofler, su protagonista, ha sido conocerse a sí mismo en una novela en la que conjuga biografía, misterio e historia.
-¿Quién es Dan Kofler?
-El protagonista es un judío músico y pintor nacido en Rumanía que a los dos años se trasladó a Israel y a partir de entonces tiene una vida de experiencias insólitas por toda Europa, como buen judío errante, hasta que, al final, acaba en Sefarad, España, por la añoranza enorme que tienen los sefardíes (su padre) por esta tierra. Es uno de esos judíos que retorna desde el exilio.
-Una historia real convertida en novela.
-Él tuvo la intuición de que yo podía contar la historia de su vida, no nos conocíamos de nada. Me dijo que su vida es digna de ser contada porque tenía cierta conciencia de que encarnaba unas contradicciones y permitía reflexionar sobre el sentido de la vida a partir de su experiencia. Había algo interesante en esta persona y al final me desbordó por completo la riqueza de sus experiencias. Yo tuve que hacer un estudio del mundo judío en España en esa época, la herencia que teníamos y mis propias raíces, mis antepasados. Ahí se inicia otro viaje, un poco iniciático de lo que había sido esa presencia judía en nuestro país.
-¿Cuál es su vinculación con Sefarad?
-En nuestro país se ha ocultado e ignorado ese pasado, los judíos están antes que los romanos. Las huellas no están presentes, porque se destruyeron, pero descubrí, por ejemplo, que había habido una sinagoga en mi pueblo hasta 1927, cuando se convirtió en la ermita de la Vera Cruz. Quiere decir que había habido como mínimo 10 familias judías poderosas como para construir una sinagoga. Eso dejó una impronta muy grande en las costumbres, hasta el modo de matar los animales y sangrarlos hasta la última gota.
-¿Y en su caso?
-Queda también una impronta psicológica extraña que uno puede revivir. Mi madre me repetía: «A la Justicia y a la Inquisición, chitón», que es un refrán muy de judíos conversos forzados que tenían muy claro que había que ser prudentes.
-Un viaje entre la Edad Media española y la actualidad. ¿Cómo crea ese lazo entre ambos tiempos?
-Hay misterios en la creación, hay fuerzas que a uno se le imponen. A mí se me impuso la estructura global y eso fue determinando las partes. El todo era una estructura de cinco partes, muy de la Torá, el Pentateuco, y 63 capítulos que eran los años del personaje que me estaba contando. A medida que se iba construyendo el libro, va contando la propia elaboración del libro, una influencia muy cervantina. He descubierto también cómo Cervantes está muy vinculado a la cultura judía. Todos los grandes escritores del Siglo de Oro tienen orígenes judíos. Los únicos dedicados a las letras en aquella sociedad muy analfabeta en esa época.
La verdad y lo real
-¿Cuánto hay de construcción y cuánto de realidad en su novela?
-Todo lo que se cuenta es real. Pero la verdad, para que adquiera verosimilitud ante el lector, a veces hay que transformarla en lenguaje literario, y ahí empieza mi trabajo, para que lo real y la verdad no dejaran de serlo tenía que hacer una novela.
-¿Cómo aterriza la parte histórica en su novela?
-Me sorprendí y ahora he de confesarlo, desconocía la historia judía de nuestro país, lo cual es muy sintomático. En Sevilla en una noche se llegaron a destruir 23 sinagogas. No puede ese legado desaparecer, y el decreto de expulsión fue una tragedia. Estamos llenos de dichos y refranes que lo recuerdan. Aquello de ‘al pan, pan, y al vino, vino’ proviene de algunos judíos que no podían creer que la eucaristía y el vino se convirtieran en la sangre y cuerpo de Cristo. Era una especie de resistencia a la imposición de ese dogma que les podía conducir a la hoguera. Esto indica hasta qué punto la imposición forzosa prohibía a los judíos barrer incluso el viernes. Tenían que barrer la casa para dentro, porque si lo hacían hacia afuera se creía que estaban judeizando. De ahí viene eso de ‘barrer para casa’ o ‘barrer para dentro’.
-¿Cómo afrontó el reto de unir la historia de Kofler y la de la España judía?
-Me quité de prejuicios y me lancé a la aventura de vivir su vida y mi propia indagación y mi acercamiento como un viaje iniciático a ese mundo judío del pasado y del presente, porque mucho de ello todavía persiste hoy en día.
Fuente: El Correo
eSefarad agradece profundamente a Santiago Trancón sus colaboraciones.
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