La ruta judía que quiere emular al Camino de Santiago

Las ciudades con pasado hebreo acuden a Fitur. Quieren emular al Camino de Santiago. «Las aljamas son grandes desconocidas»


Una de las rutas que propone la Red de Juderías de España. / FERNANDO BARCALA

Sefarad es el nombre con que los judíos denominaban España, esa «madrastra» que los expulsó en 1492 de una tierra en la que llevaban asentados 1.500 años. Gracias al conocimiento del árabe y de las nociones científicas que atesoraban, entre los siglos X y XII los judíos se tornaron imprescindibles para la administración de los flamantes reinos cristianos. Ese importante papel en la sociedad medieval permitió un desarrollo humanístico y científico que representa la etapa más esplendorosa del judaísmo en Europa. Como escribió Julio Caro Baroja, «fueron los judíos catalanes, valencianos y mallorquines de los más cultos de España, floreciendo entre ellos hombres de ciencia famosos; sobre todo en el campo de la cosmografía». Su huella se aprecia en la cultura escrita, pero también en sinagogas, vestigios arqueológicos, tradiciones, refranes, música e infinidad de expresiones culturales. Hoy apenas quedan 40.000 judíos en España.

Quien quiera empaparse del legado sefardí puede visitar esta semana la feria Fitur, donde estará presente la Red de Juderías de España-Caminos de Sefarad, una asociación pública que congrega a 18 ciudades que trabajan para difundir su herencia hebrea. Se trata de una entidad que se dedica a rescatar el rico patrimonio judío promoviendo museos, encuentros, exposiciones, fiestas, conciertos y otros eventos. La organización pretende repetir los éxitos del Camino de Santiago.

Español antiguo

A Marta Puig, directora-gerente de la Red de Juderías, aún le sorprende escuchar en sus viajes por todo el mundo, desde Grecia a Bulgaria pasando por Bosnia o Serbia, cómo alguien se expresa en un español arcaico pero perfectamente comprensible. El ladino o judeoespañol ilustra hasta qué punto los sefardíes son fieles a España, la patria que les forzó al exilio, y de cómo se ha transmitido un idioma de generación en generación. Pese a la importante herencia, lo judaico sigue siendo muy desconocido para los ciudadanos. «Las mejores vistas de Segovia se observan desde el cementerio judío de la ciudad. Recomiendo a quien quiera iniciarse en este campo que visite las sinagogas del Tránsito (Toledo) y de Córdoba, que este año ha sido reabierta a las visitas. El Barrio Gótico de Barcelona se entiende mucho mejor conociendo la cultura judía», dice Puig.

Sin la presencia de los judíos en España no hubiera existido la escuela de traductores de Toledo ni se hubiera recuperado ni enriquecido toda la sabiduría del mundo clásico que se había perdido en Occidente. Judíos eran los colaboradores de Alfonso X El Sabio, judíos eran los recaudadores de impuestos y judíos eran los médicos, contables y matemáticos.

«Su huella se nota en un patrimonio inmaterial que incluye canciones de cuna, recetas culinarias, adivinanzas y romances, por no hablar de su cultura, su medicina y su literatura». Pocos saben por ejemplo que el cocido madrileño, la escudella catalana y cualquier potaje de garbanzos son platos de origen judío.

Con el edicto de Granada, que ordenaba la expulsión de los judíos, muchas sinagogas desaparecieron porque sobre sus cimientos se levantaron templos cristianos. Es el caso de la ermita de San Antonio, en Cáceres, cuya judería de calles angostas y recoletas discurre por fuertes pendientes. También para llegar a la sinagoga de Santa María la Blanca de Toledo, ciudad que llegó a albergar hasta diez lugares de culto judíos, hay que aventurarse por un intrincado laberinto de calles. Y en la plaza de Trascorrales (Oviedo), se halla la antigua carnicería, donde la comunidad hebrea conseguía la carne ‘kósher’, la que puede ser consumida de acuerdo con la ley judía. Son pruebas de una impronta hebraica que, mal que les pese a los antisemitas, forma parte indisociable de la cultura española. Una presencia que permanece incrustada en el casco viejo de ciudades como Ávila, Barcelona, Cáceres, Calahorra (La Rioja), Córdoba, Estella y Tudela (Navarra), Hervás y Plasencia (Cáceres), Jaén, León, Lucena (Córdoba), Monforte de Lemos (Lugo), Ribadavia (Orense), Segovia, Tarazona (Zaragoza) y Toledo. Ciudades todas ellas integrantes de la red.

Los descendientes de aquellos que se evaporaron de Sefarad están ahora repartidos por todo el mundo y la mayoría de ellos conservan un castellano del siglo XVI como un tesoro familiar. Las principales comunidades están en EE UU, particularmente alrededor de Seattle, pero también en México, Argentina, Brasil y los Balcanes.

Los sefardíes todavía conservan una lengua, el ladino o judeoespañol -‘españolico’, como dicen coloquialmente quienes se expresan en ella- que se estima hablan 500.000 personas en todo el mundo. Es un idioma que según la Unesco está en serio peligro de extinción. Un lector de ‘El Quijote’ leería: «En un lugar de la Mancha, del kual no kero akordarme el nombre, biviya, no muncho tiempo antes, un senyor (…)». Hay una Academia Nacional del Ladino que tiene su sede en Israel.

Mucho se ha hablado del crisol de las tres culturas de la Península, pero a decir verdad nunca hubo convivencia pacífica entre cristianos y judíos. Si en la Edad Media se les toleró era porque el sistema económico los necesitaba. Cuando en 1492 los Reyes Católicos les expulsaron, su relevancia en las finanzas ya no era tan importante.

Cuando España quiso reparar hace poco la deuda con los judíos concediendo la nacionalidad a los sefardíes que lo solicitaran, apenas unos 4.000 lo hicieron. Los trámites para obtener el pasaporte español eran tan engorrosos que muchos desistieron.

Con la diáspora, los judíos que se fueron liquidaron sus haciendas a precios de ganga. Un cristiano podía quedarse con una casa a cambio de un asno y una viña por un poco de paño. Quienes tomaron el camino del éxodo tenían prohibido sacar dinero, aunque no fueron pocos los que se tragaban los ducados para eludir la confiscación.

Víctimas de calumnias

La situación se había vuelto insostenible. Siglos antes de aquel exilio a los judíos se les había acusado de todo, desde envenenar las aguas hasta de propagar la peste negra y perpetrar asesinatos de niños. Estas calumnias eran a veces una forma de manifestar una protesta contra el rey de turno, por cuanto los sefardíes eran patrimonio real. No pudiendo atacar al monarca, las invectivas se dirigían a sus vasallos.

Aún hoy persiste cierto antisemitismo latente en el imaginario colectivo. Así, el diccionario de la RAE, que se limita a actuar como notario del español, incluye la palabra ‘judiada’ («mala pasada o acción que perjudica a alguien»), mientras la quinta acepción de ‘judío’ es definida como persona «avariciosa o usurera».

El historiador Joseph Pérez niega algunos estereotipos arraigados. No es cierta la visión de los judíos como un bloque homogéneo compuesto de hombres acaudalados y sabios que monopolizaban la banca. En Sefarad había ricos y pobres, nobles y plebeyos, sabios y aldeanos, prestamistas y artesanos. En el siglo X, en Cataluña, los documentos demuestran que los judíos también cultivaban sus campos y viñedos. Con todo, la Iglesia católica procuró que a los hebreos se les prohibiese el trabajo de la tierra, para que no poseyeran heredades, lo que les indujo a centrarse en otras actividades.

Cada aljama (comunidad judía en la Edad Media) tenía que contar con su lugar para enterrar a los muertos. Por razones de salubridad se situaban extramuros. Ahí están los de Montjuic (Barcelona), Gerona, Segovia y León (sito en el arrabal de Puente Castro), entre otros. Los cadáveres debían estar con la cabeza orientada al oeste para que en el momento de la resurrección sus rostros estuvieran vueltos hacia Jerusalén.

ANTONIO PANIAGUA 

Fuente Ideal – 

 

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