La diáspora sefardí en Italia a raíz de la expulsión de España en 1492 de los judíos

A la hora de definir el problema de la diáspora sefardí en Italia, lo ideal sería poder establecer con precisión y claridad el itinerario seguido por la mayoría de los sefardíes expulsados de España en 1492, las diferentes vías que estos exiliados utilizaron para llegar a Italia, bien para asentarse en este país definitivamente o bien como etapa hacia Oriente, hacia las tierras del Imperio Otomano.

La situación, sin embargo, se presenta muy compleja y por consiguiente no resulta posible un acercamiento exhaustivo. Por el contrario, la documentación existente sí permite ofrecer la información obtenida de estudios históricos realizados sobre ciudades en las que se encuentran huellas de la presencia de judíos sefarditas.  Ciudades como Roma, Ferrara, Venecia o Liorna ofrecen testimonios de sinagogas, obras impresas y leyes creadas para esta comunidad específica; leyes que nacen en ocasiones para resolver los conflictos creados entre la población judía autóctona y los recién llegados sefardíes. Otras ciudades no poseyeron comunidades sefarditas fuertes y por tanto las familias o individuos que llegaron allí, e incluso que se hubieran podido asentar, han dejado escasos recuerdos, algún nombre, documentación sobre alguna transacción económica, llegándose en ocasiones a perder sus rastros.

Una cuestión interesante con la que nos encontramos al abordar este argumento es la relativa a los términos utilizados para designar a los judíos españoles o procedentes de la Península Ibérica. Por un lado, los documentos escritos de la época utilizan varios términos que se diferencian entre sí en función de la zona donde se afincaron. Por otro, los historiados modernos asignan denominaciones diversas a la hora de hablar de los judíos españoles en Italia. En primer lugar hay que recordar que Sefarad se opone a Provenz. Sefarad es el nombre que se le daba a la zona occidental, concretamente a la península ibérica. De ahí que sefardí o sefardita sea el apelativo destinado a los judíos españoles, y también portugueses (muchos de ellos de origen español llegados a Portugal tras la expulsión de 1492).

Pero los términos sefardí o sefardita hacen alusión también al tipo de rito y de oraciones practicadas por los judíos hispanos. Tras la expulsión de 1492, cuando se utiliza sefardí o sefardita, por tanto, se hace referencia tanto al lugar de origen de los antepasados como al rito empleado (cabe recordar la huella indeleble que dejó Maimónides en la cultura judía hispana). El vocablo Asquenazí se refiere a los judíos del centro de Europa que siguen un rito diferente al sefardita. Por otro lado, en Italia se utiliza el término levantinos, que eran, en origen, los que vivían en la zona oriental del Mediterráneo, es decir, en las tierras del Imperio otomano. En un principio levantino se oponía a ponentino, que fue el término que en Venecia se utilizó para designar a los ibéricos que se asentaron en esa ciudad y que se caracterizaban por haber establecido ya vínculos comerciales con esta república desde bases situadas en tierras del Levante (Imperio otomano). Así se quería distinguir entre levantinos, judíos habitantes de las costas orientales mediterráneas con anterioridad a la llegada de españoles y portugueses, y ponentinos, que eran estos últimos, es decir, los recién llegados, que además hablaban español o portugués y tenían costumbres y ritos peculiares. De cualquier manera, al final, se acabó usando el término levantinos par todos: los primeros eran levantinos «viejos», los segundos, «nuevos».

«Nell’Europa occidentale gli ebrei avevano parlato, in precedenza, l’italiano, lo spagnolo, il francese o il tedesco a seconda del luogo di residenza. Lo stesso era stato per gli ebrei della Grecia, dei paesi arabi e  di quelli slavi. Alla fine del sedicesimo secolo, in vece, lo spagnolo e il portoghese si erano affermate non solo come lingue comuni, ma come le principali lingue parlate dagli ebrei dei Balcani, a sud di Belgrado, e del Levante, nonostante che in quelle regioni nessun altro le parlasse.» [Israel 1991;43]

De todas formas, el término ponentino no llegó a cuajar, y en general, y no sólo en Venecia, se les llamó levantinos a todos y especialmente a los judíos españoles y portugueses que se afincaron en Italia dejando sus bases mediterráneas del Levante pero manteniendo con ellas un comercio floreciente. Incluso en Pisa los judíos portugueses se identificaron bajo el nombre de «Nazione Ebrea Levantina» [cfr. Filippini 1993b;302]. No obstante, una estudiosa como Renata Segre identifica ponentino con portugués y sefardita con español:

«En 1574, el nuncio del Papa se refirió a «los numerosos marranos bautizados que han vuelto al judaísmo y se califican de levantinos, cuando, en realidad, la mayoría son occidentales». Años más tarde, un testigo declaraba ante la Inquisición que era corriente que los refugiados portugueses llegaran a Ferrara, donde los circuncidaban, antes de trasladarse al Levante, vía Venecia; tres o cuatro años después, regresaban a Venecia luciendo un turbante.» [Ravid,  en Méchoulan 1993;280]

Además, personajes de gran relieve como Samuel Usque o Rodriga eran portugueses de origen español, con lo cual los rasgos diferenciales resultan todavía más borrosos. Cabe recordar el hecho importante de que en 1492 se calcula que unos 70.000 judíos españoles pasaron a tierras de Portugal. Hay quien hace una estima de 93.000, de 120.000 o incluso de 200.000, aunque Caro Baroja las considera excesivas.

Los sefarditas que llegaron y se instalaron en Italia directamente provenientes de la expulsión de 1492, o durante las décadas inmediatamente posteriores, nunca fueron designados con el término levantino; por este motivo podemos afirmar que cuando se utiliza este apelativo se está hablando de los sefarditas que se asentaron, a partir de la década de los 70, en Venecia y, de los 90, en Toscana. Este grupo, como ya se ha indicado, se denominó levantino porque eran sefarditas procedentes de las costas del Mediterráneo oriental. Así pues el término en sí permite mantener una distinción entre dos oleadas con características muy distintas y correspondientes a dos momentos históricos también muy diferentes.

Otro término en liza es el de marranos (en italiano marrani es el término usado para designar a los judíos procedentes de la península ibérica). Especialmente documentos históricos de la época utilizan marranos refiriéndose a españoles y portugueses sin saber muy bien si las personas aludidas eran o no conversos. Es curioso notar que en muchas ocasiones se produce una identificación entre marrano e ibérico. La verdad es que el primer éxodo de judíos de España está compuesto de judíos no convertidos, por lo tanto, nada más lejos de la condición de marranos. La conversión obligatoria que los judíos sufrieron en Portugal, en cambio, justifica desgraciadamente el uso del término. El hecho es que de Portugal muchos salieron obligatoriamente convertidos, así pues, marranos, y de ahí, probablemente la identificación. Por otra parte, en la misma España, habiéndose endurecido las condiciones hacia los conversos que habían permanecido allí, se produjeron diversas salidas que contribuyeron seguramente a consolidar la identificación de marrano con judío español o ibérico.

«Nel giugno dell’anno successivo [1550] si torna nuovamente a valutare l’opportunità di stringere la condotta con gli ebrei di Spagna, detti marrani (…) Essi sono in realtà ebrei spagnoli rifugiatisi in alcune città d’Italia: Ancona, Pesaro, Ferrara, Venezia, Livorno ed anche Cesena o disposti quanto meno ad abbandonare una delle città-rifugio per stabilirsi a Cesena». [Muzzarelli 1984;224]

El caso de Portugal

Es necesario dedicar un apartado al caso de Portugal no sólo porque presenta características peculiares, sino porque representa en muchos casos una etapa, tras abandonar España, en el itinerario de la diáspora de muchos sefarditas que después pasaron a Amberes, a Italia o a territorios del Imperio Turco. Además, tal y como se ha indicado con anterioridad, ya en Italia las comunidades de judíos portugueses y españoles recibían un mismo tratamiento por parte de las autoridades, aunque en algunas ciudades se mantuviesen netamente separadas ambas naciones; sin embargo, en otras por afinidad de rito, costumbres y origen, en definitiva, se asimilaron y confundieron. Otro dato que hay que destacar es que el uso en Italia del término converso o marrano fue justificado precisamente porque, a diferencia de los judíos que partieron de España en 1492, que se habían negado a convertirse, en Portugal, en cambio, la conversión, como veremos a continuación, fue efectiva, aunque obligatoria. La diáspora desde Portugal se hizo a lo largo de los años en función del empeoramiento de las condiciones de vida y de las leyes emanadas en ese país que culminó con la integración de la Inquisición en 1536.

La historiadora Anna Foa [1992; 137-138] dedica todo un apartado al estudio de los hebreos en Portugal en los siglos XV y XVI. Una gran parte de judíos exiliados de España en 1492 encontraron refugio en Portugal, animados por la protección del rey Manuel, que consideraba este flujo de prófugos una ocasión para sacar provecho de las riquezas y de las capacidades económicas de los judíos. En el momento de la expulsión española, el rey Manuel concedió a todos el derecho de establecerse en territorio portugués, durante un período limitado a ocho meses, tras el pago de un impuesto pro capite. Pero en 1496, celebrado ya su matrimonio con la infanta Isabel y cediendo a las presiones españolas, el soberano decidió en sustancia que todos los hebreos asentados en Portugal debían convertirse obligatoriamente o abandonar el reino. A esta medida le siguió, poco después, en marzo de 1497, un decreto que imponía la conversión de todos los niños que contasen entre cuatro y catorce años. Después de bautizarlos a la fuerza, estos niños fueron entregados a familias cristianas para que los educasen conforme a la religión cristiana. A la vez, durante los meses siguientes, encarcelados o sometidos a violencias de todo tipo, también los adultos fueron convertidos. La motivación, en realidad, era de índole financiera y económica y no de carácter religioso. [Foa 1992;135]

En 1506, mientras una epidemia de peste devastaba la ciudad, en Lisboa se desencadenó un pogromo de vastas proporciones contra los conversos, llegando a causar más de mil víctimas. Tras el restablecimiento del orden, los conversos pidieron al soberano que abriese las fronteras y les permitiese abandonar el país. En 1507 se emanó el decreto que liberalizaba la emigración  y muchos salieron hacia las tierras del Imperio turco, pero, en realidad, la mayor parte permaneció en Portugal tranquilizada por la promesa escrita en el mismo decreto que abolía cualquier tipo de discriminación entre viejos y nuevos cristianos. Esta política les permitió sobrevivir bajo la protección de la Corona hasta 1515, fecha en la que el rey cambió repentinamente su línea y pidió al Papa que introdujese en Portugal la Inquisición. La tentativa, fallida en un primer momento, se retomará en 1522, bajo Juan III, el sucesor del rey Manuel. Se llega así a 1536 cuando Portugal consigue su objetivo y la Inquisición hace su aparición entre los conversos portugueses. En 1522, en los inicios de la negociación con la Curia, se habían cerrado de nuevo las fronteras y se había reanudado clandestinamente y en condiciones bastante arriesgadas la diáspora de judíos de Portugal. A partir de 1536, dejar las tierras de la Inquisición se convertirá en una cuestión de supervivencia para los conversos que vivían en Portugal. [Foa 1992;137-138].

Un dato que ha dado origen a cifras divergentes entre sí es el que se refiere al número de judíos españoles que pasaron a Portugal. Sobre esta cuestión, Caro Baroja realiza las siguientes puntualizaciones: «Entraron, así, en las arcas reales gran cantidad de dineros, pues se calculaba que fueron 20.000 casas de judíos las asentadas provisionalmente en Portugal, algunas con diez y doce personas e incluso más. [La fuente es Damião de Góis, Crónica do felicissimo rei D. Manuel, I, p. 23] Esta cifra, dada por Góis, ha sido elaborada y repetida de formas un poco divergentes en tiempos posteriores.” [Caro 1986;207-208 ]. Autores de los siglos XVI y XVII, como Acosta en su Discurso contra los iudios, p. 188, dicen que fueron más de 20.000 familias. Por su parte, Samuel Usque, en Consolaçam as tribulações de Israel, fol XXXV r. del diálogo III da esta cifra para los expulsados de España. El cura de los Palacios calcula que fueron 93.000 personas y Abraham Zacuto dice que más de 120.000, cifra que admiten como digna de fe algunos historiadores modernos, pero Caro Baroja la considera excesiva. Por su parte, el historiador Israel considera excesivo el número de 150.000 y calcula una cifra en torno a los 70.000 y aun así la valora como superior a la verdad. [Israel 1991 ;17 y nota 1 ].

Llegada y asentamiento en Italia

Los Reyes Católicos no fueron lo únicos gobernantes que decretaron la expulsión de los judíos, aunque sí fue la más significativa por número y consecuencias históricas y lingüísticas. Ya había habido expulsiones en Francia y en Inglaterra y las habrá también a lo largo de todo el siglo XVI en las tierras del Sacro Imperio. Además, está el caso atroz de Portugal. Por su parte, en Italia hay movimientos de aceptación y expulsión desiguales que cambian en función del lugar y del momento histórico, de tal manera que la misma península itálica sufrió migraciones internas durante todo el siglo XVI. Sólo ya en el siglo XVII se consigue estabilidad para los judíos y un gran auge económico para las ciudades que los acogen, como Venecia o Liorna.

Centrándonos en la diáspora sefardí, se puede afirmar que la expulsión dictada por los reyes católicos dio origen, al menos, a tres vías si consideramos España como punto de origen:

1) La del norte: Amberes, que, sin embargo, bajo la corona española, tendrán que ser conversos (en general, practican el cripto-judaísmo hasta el momento de la pérdida de control de la corona española sobre los territorios de Flandes). Amberes fue también destino y etapa de muchos portugueses.

2) La del oeste: Portugal. A Portugal llegaron una gran cantidad de judíos españoles, puesto que en el momento de la expulsión el rey portugués, Manuel I, los acogió de buen grado y les ofreció muchas facilidades. El problema es que al cabo de poquísimos años cambió la situación y allí los judíos fueron obligados a bautizarse. Como consecuencia, muchos de ellos emprendieron un segundo éxodo.

3) La del este: Provenza, Italia y, como meta fundamental, el Imperio Otomano.

Es necesario señalar que con el decreto de expulsión español, los judíos asentados en Sicilia y Cerdeña, tierras pertenecientes a la corona española, emprendieron un éxodo hacia otras zonas, primero al reino de Nápoles y luego, a partir de 1510, emprendieron de nuevo viaje hacia el centro y norte de Italia. También llegarían a suelo italiano, a partir de 1498, judíos que se habían refugiado en Navarra y en Provenza.

Por lo que respecta a los itinerarios seguidos en Italia, se tiene conocimiento de que hubo un desembarco en el puerto de Génova. Los judíos españoles desembarcados tuvieron que acampar y esperar días hasta decidirse a alcanzar otro destino geográfico. Basándose en las palabras del cronista sefardí Selomoh Ibn Verga, Caro Baroja describe así la situación en el puerto de Génova:

«En el primer momento de su llegada a puertos italianos – como por ejemplo el de Génova – dicen autores que nos merecen crédito en esto, que pasaron grandes miserias y hambres viéndose obligados no pocas veces a aceptar el bautismo para sobrevivir; llegándose en algunos casos a ponerles en la disyuntiva de morirse de hambre o de bautizarse aunque no de modo tan violento como el usado en Portugal, pero de crueldad suficiente – de todas maneras – como para hacernos estremecer» [ Caro 1986;255 ]

Una parte de los sefarditas fue a Roma. Una veintena de familias fueron a Ferrara. Los demás se distribuyeron en diferentes puntos de la península para quedarse definitivamente o para alcanzar las tierras bajo el Imperio Otomano. Y cabe señalar que para pasar a Levante utilizaban frecuentemente el puerto de Venecia.

Prácticamente, para la mayor parte de los judíos sefarditas, casi todo el siglo XVI (a excepción de la última década) Italia representó un lugar de paso hacia el imperio otomano; sólo para algunos representó una casa. De Génova, unas veinte familias fueron invitadas a Ferrara gracias a la intercesión ante Hércules I de la Duquesa Eleonora, habiendo sido informada ésta por su corresponsal en Génova que entre los judíos en cuarentena a la altura del puerto de Génova, había personajes que habían pertenecido a ilustres y poderosas familias. El Duque de Este, Hércules I, abrió sus puertas a estas veinte familias en noviembre de 1492. Parte de los exiliados de 1492 fueron al reino de Nápoles, cuyo rey era favorable a los judíos. Allí se asentó una familia judía española que se contará entre las más potentes de esa época en Italia: la familia de Isaac Abarbanel. Su familia, su hija Bienvenida y descendientes, abrieron actividades de préstamo en Ferrara y en Pisa. El escritor y filósofo León Hebreo fue hijo de Isaac Abarbanel. Estas y otras familias tuvieron que dejar Nápoles en 1510 cuando este reino pasó a depender de la corona española.

Aparte, pues, de Roma y de Ferrara, en la primera mitad del siglo XVI llegaron a otras ciudades familias e individuos aisladamente. De ellos se encuentran pocas referencias, pero las hay. Aparte de la consulta de los actos notariales, los historiadores han recogidos noticias de las tensiones y conflictos que se crearon entre los judíos italianos ya asentados en esas ciudades y los recién llegados. El cronista sefardí Shelomoh Ibn Verga cuenta que los judíos romanos se opusieron de tal modo a la entrada de los judíos españoles que hicieron una petición al Papa Clemente VI y que éste rechazó. De todas formas tuvieron que estar acampados en la Via Apia, extramuros, una buena temporada hasta poder instalarse en la barriada ocupada por los judíos. En Ferrara, las presiones de los judíos de la ciudad hicieron que en las cartas de privilegios del Duque de Este se impidiera a los sefarditas desempeñar el préstamo con usura, actividad, por tanto, exclusiva de los judíos «italianos».

El período histórico objeto de análisis es el que abarca la última década del siglo XV y la totalidad de los siglos XVI y XVII. En este arco temporal los judíos son expulsados de distintos estados europeos, siendo la expulsión de España de 1492 la más significativa. A raíz de dichas expulsiones se producen desplazamientos hacia nuevos destinos entre los que se cuenta Italia. Si se observa el proceder de los recién llegados y de los gobernantes de las zonas de acogida, la llegada de los sefardíes a Italia presenta características distintas que se corresponden con dos etapas bien diferenciadas. Con respecto a los judíos españoles específicamente, es importante distinguir dos períodos. El primero abarcaría desde la expulsión de 1492 hasta el último tercio del siglo XVI o si se quiere hasta 1570 (La victoria de Lepanto se produjo en 1571). El segundo, desde esta fecha hasta finales del siglo XVII.

Durante el primer período (1492-1570), Italia ve llegar a los sefarditas expulsados de España, a la vez que a los judíos de Cerdeña y Sicilia, ya que, al ser estos territorios de dominio español, tienen que dejar sus islas y pasar a la península italiana. Luego, llegan los que se habían refugiado en Navarra (1498) y en la Provenza (1501). En este período, buena parte se instala en Nápoles, reino que tendrán que abandonar a partir de 1510, tras su conquista por Fernando el Católico, y sobre todo a partir de 1541, debido a la expulsión definitiva dictada por Carlos V. Entre los que se refugiaron en Nápoles destaca don Isaac Abarbanel, uno de los personajes más ilustres de la época y cuya familia, como hemos indicado, llegará a alcanzar gran relevancia en Italia. Por otra parte, en Roma, se instala una comunidad muy importante, la más numerosa y significativa de este primer período, en la que destacan las escuelas catalano-aragonesas y castellanas. En Ferrara son acogidas unas veinte familias por voluntad del Duque de Este. En las demás ciudades del centro y norte de Italia se reparten familias e individuos y encontramos testimonios de profesionales, pero sólo a título individual. La mayoría de los sefardíes no se asentaron en tierras italianas, sino que esta península les sirvió de paso para alcanzar las costas de los Balcanes, Grecia y Turquía, entonces zonas pertenecientes al Imperio Otomano: Constantinopla y Salónica son dos ciudades que conocieron comunidades importantes de judíos sefarditas. Paralelamente, a partir sobre todo de 1536 (la inquisición en Portugal es operativa a partir de este año) llegaron oleadas de portugueses, que eran conversos, aunque por obligación. Al igual que los españoles, muchos siguieron hasta Turquía, pero otros se afincaron definitivamente en Italia. Así, por ejemplo, la ciudad de Ancona, perteneciente al Estado Pontificio y puerto fundamental en el comercio con el Mediterráneo Oriental, acogió a una fuerte comunidad de conversos portugueses, aunque sólo durante unos pocos años.

El segundo período (1570-1700) se caracteriza por la llegada de muchas y potentes comunidades – llamadas también naciones – de sefarditas, españoles y portugueses, que venían de las costas del Mediterráneo Oriental, donde se habían afincado previamente. En este período, la comunidad de Roma perderá importancia, para ganarla Venecia y Liorna. La Serenísima, por una parte, y la Señoría, por otra, realizaron una invitación a los judíos de cualquier nación, sin importar si eran o no conversos, para vivir en sus estados gozando de ciertos privilegios. Todo ello con el fin de dar empuje al comercio con el Mediterráneo, mercado que los sefardíes conocían a la perfección y al que ellos habían contribuido a darle el cariz internacional que tenía. El interés de atraer a los judíos a una ciudad se debía a su habilidad para el comercio y por tanto al conocimiento de una red mercantil, lo que traería riqueza al estado, bien como actividad o bien en tributos. Durante este período las comunidades sefarditas tendrán un peso político, económico y cultural de primer orden en las ciudades en las que viven; y será en este período en el que las lenguas castellanas y portuguesas se utilizarán entre los sefarditas en ciudades italianas y para la redacción de libros que verán la luz precisamente en este período.

El siglo XVI es un siglo de muchos cambios de gobernantes en reinos y estados. Este hecho reviste importancia por las consecuencias que se derivan hacia el tratamiento de los judíos en esos territorios. Un ejemplo es el de Nápoles, que una vez conquistado por los Reyes Católicos determinará la expulsión de la mayor parte de los judíos en 1510; expulsión que se hará definitiva  en 1541. Otro ejemplo es el de Provenza, puesto que su anexión a Francia significó la expulsión de los judíos. Podríamos dividir el siglo XVI en primera mitad y segunda mitad si tomamos como hito la bula emanada por Paulo IV en 1555, Cum nimis absurdum que significó un endurecimiento en el tratamiento de los judíos no sólo en el Estado Pontificio, sino también en otras ciudades. Inmediata consecuencia fue la detención de un elevado número de marranos en Ancona y la muerte en la hoguera de unos 25 de ellos en 1556. Otra de sus consecuencias fue, por ejemplo, la creación del gueto en 1570 en Toscana, concretamente en Florencia y en Siena.

Es importante esta distinción porque se observa además una diferencia fundamental en las disposiciones de los gobernantes que acogen a los judíos en la primera o en la segunda mitad. En la primera mitad del siglo XVI, por ejemplo, la señoría de Toscana, a pesar de fluctuaciones en su política, en general da acogida a los judíos conversos y les pide que se comporten como cristianos, de esta manera, el Papado tendría menos argumentos a la hora de criticar la entrada de los sefarditas. En cambio, en la segunda mitad del siglo XVI, tanto Venecia como Toscana, en sus constituciones dan plena libertad de practicar la religión hebrea incluso para los judíos que ya habían sido convertidos. Es más, prefieren que así sea porque de esta manera evitan atraer a sus territorios las indagaciones de la Inquisición, que nada podía investigar sobre los judíos practicantes del Talmud y sí, en cambio, lo habría podido hacer acerca de los marranos, cristianos nuevos. Digamos, pues, que en la primera mitad hubo quien jugó a su favor con su doble identidad de judío y cristiano converso, mientras que en la segunda mitad, la elección ya estaba hecha; la práctica pública de la religión hebrea.

Otra diferencia evidente entre las dos mitades del siglo XVI la representa precisamente el florecimiento de la comunidad judía de Roma que da sus primeros pasos precisamente en esta primera mitad. Roma es la comunidad que recibe realmente un elevado número de judíos procedentes de España llegados directamente a raíz de la expulsión de 1492. De hecho, aquí estaría fuera de lugar hablar de «levantinos». Además en Roma se distinguían perfectamente las Escuelas catalanas de las castellanas en un intento de mantener la propia identidad. Por último, hay que señalar que tras las fluctuaciones y la inestabilidad que representa el siglo XVI para los sefarditas en Italia, en cambio el XVII va a representar el siglo de oro de los sefarditas especialmente en Venecia y en Liorna.

Felisa Bermejo

Fuente: Artifara ISSN: 1594-378X y

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2 comments

  1. SOY UN NUEVO SUSCRIPTO Y ES LA PRIMERA QUE RECIBO . LA VERDAD QUE ES FASCINANTE LEER ,PERO ES IMPOSIBLE TODO PERO LO IRE PONIENDO EN CARPETA,ME GUSTARIA SI ES QUE YA NO LO HICIERON LA DIASPORA A GRECIA ESMINA HOY PERTENECE A TURQUIA. MUCHAS GRACIAS

  2. Cuando utilizamos el término «hipanidad» para referirnos unicamente a los pueblos de lengua hispana que pueblan el Continente americano, cometemos a mi juicio el error de obviar (tal vez por desconocimiento) aquel otro «espanyol» hablado durante siglos en amplias arias del mediterraneo oriental, los Balcanes y el norte de Africa por los descendientes de aquellos judios injustamente expulsados de la España de finales del siglo XV, la desde entonces añorada Sefarad, hasta el punto de que «judio» y «español» estuvieran asociados y constituyeran para los pueblos de aquellas áreas geograficas , poco menos que sinonimos …

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