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HECHIZO SEFARADÍ
José tiene más de 80 años. Nació en Villa Crespo, Buenos Aires. Su niñez estuvo estrechamente ligada a la calle Gurruchaga al 400 y sus cercanías; creció en “el medio de la Yudría”, sector del barrio en el que se concentraban los sefaradíes de habla judeo-española. El lugar tenía características muy especiales que sobresalían aún dentro del universo multicolor de Villa Crespo, donde los ashkenazíes[1] eran inmensa mayoría entre los judíos. Todos ellos coexistían con españoles, italianos, musulmanes, griegos, armenios, etc., pero desde las primeras décadas del siglo xx, Gurruchaga, ubicada entre Corrientes —por entonces llamada Triunvirato— y Camargo, parecía una típica callejuela de Izmir (Esmirna, ciudad de Turquía).
En verdad, José, apodado “Pepe”, no era sefaradí, pero lo parecía: era descendiente de una de las tantas familias de origen español de los inquilinatos donde convivían entremezcladas parentelas de distintas etnias, humildes y trabajadoras. La mayoría de los amigos de Pepe eran “turcos sefaradíes” y conocía a la perfección sus costumbres, a tal punto que, se podría decir, era uno de ellos. Si hasta iba con aquella “barrita sefaradí”, a la tardecita, al templo de Camargo al 800 para ganarse unas monedas de propina ayudando a distribuir las kipás[2] a los varones que ingresaban a orar.
Los años 30 del siglo pasado fueron difíciles, aunque dentro de una coyuntura de crisis, generalmente las familias se conformaban con poco. Los testimonios tienden a recordar lo cotidiano desde aspectos muchas veces presentados bajo un barniz de felicidad, producto de un tiempo que parece haber sido disfrutado con pequeñas cosas y aun las dificultades, derivadas de una incómoda situación económica, hoy son expresadas desde el humor o rememorando picardías o travesuras.
Pepe cuenta que su hermano trabajaba en la pollería de la calle Gurruchaga y allí pelaba pollos. “Mi mamá me mandaba a comprar allá —agrega—. Los huevos rotos los vendían más baratos y yo iba con una ´lechera´ y le decía a Gallizy —el dueño del local—: ‘Hola, don Juan, dice mi mamá si me puede dar una docena de huevos rotos’. Y él me contestaba: ‘Sí, claro, andá, decile al Cholo’. Y yo le decía a mi hermano, que se iba al fondo, agarraba los huevos sanos, los golpeaba y los tiraba a la lechera, pero en vez de doce tiraba como cincuenta huevos y cuando salía yo le decía: ‘Dice mi hermano que ya está, don Juan’. Y él comentaba: ‘A ver… ¿qué te voy a cobrar si están todos rotos?’ y no me cobraba nada”. Con el rostro encendido y nostálgico por el recuerdo de esa artimaña, don Pepe continúa: “Y mi mamá pisaba todo, con cáscara y los colaba y hacía una masita que le enseñaron los turcos (sefaradíes), que le llamaban pan esponyado, pan de España. Después con lo que le quedaba le agregaba un poco de harina y estiraba la masa con una cuchara y se hacía como un huevo frito y hacía unas masitas: ‘mulupitas’, y llevaba la fuente a la panadería para que se la hornearan. Aprendimos de los turcos… comíamos a cuturadas[3]”. Ríe a carcajadas.
Asegura conocer muchos temas que cantaban los turcos y hurgando en su memoria, en tanto se humedecen sus ojos claros, alcanza a revivir con cierta dificultad, pero mucha alegría, algunos fragmentos: “¡Ay! Yo me la llevé / abajo del puente / cuántos cuentos le conté / ni me lavo ni me peino / ni te pongas la mantilla / hasta que venga mi novio de la guerra de Sevilla”. Y Pepe sigue entonando: “¡Ay! Sí, ven Pupula ven / Pupula ven no te desbragues / que aquí nos pueden ver / toma por aquí toma por allí…”.
Claro que fue tanto el contacto con el mundo sefaradí que se vio “embelekado”; las comidas, el cancionero, los refranes: “Mucho i bueno ke te dé el Dió”, “Kamino de leche i miel ke se te aga” y, sobre todo, la grazia de sus muyeres hicieron que se enamorara de la hija de un operario del templo sefaradí de la vuelta. La familia de la novia solamente le pidió que no se casaran por iglesia y les deseó parida de iyos.
Sorprende escuchar en este criollo de apellido vasco, la perfecta cadencia y entonación de sus palabras en djudezmo[4] tan cuidadosa y gratamente elegidas del baúl donde se guardan las vivencias más queridas, mientras se ilumina una vez más su rostro, como quién de pronto encontró un lugar y un tiempo en el que comenzó su felicidad.
* Este testimonio, que es parte de la historia de una familia común de Villa Crespo, es reflejo de la convivencia e integración en un ámbito de diversidad cultural, donde el mundo sefaradí, como observamos, fue y sigue siendo una fuente de hechizo y seducción, muchas veces irresistible.
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[1] Judíos originarios de Europa Central y del Este y cuya habla era el idish. La palabra “Ashkenaz” se encuentra en la Biblia y alude a Alemania. [2] Pequeños sombreros. Se utilizan para cubrir la cabeza de los hombre durante las ceremonias en el templo. [3] En mucha cantidad.[4]Habla de los sefaradíes, denominada indistintamente ladino, judeoespañol, castellano antiguo, espanyol, españolit. Idioma de los judeo-españoles del siglo XV y que sus descendientes mantuvieron, con ligeras variantes, según la región, en cada aldea o ciudad en la que se afincaron luego de la expulsión.
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Publicado en «Los Muestros» Nº 54. Marzo de 2004. Bruselas. Bélgica.
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*Sobre el autor
Carlos Szwarcer es historiador, periodista y escritor argentino. Autor de los libros “Teatro Maipo. 100 años de historias entre bambalinas”, “Buenos Aires Sefaradi” (compilador), “El Tortoni y el Izmir, un nexo para la historia” (cuaderno del Tortoni N° 9) y numerosos artículos, ensayos y narrativa publicados en prestigiosos medios nacionales y del exterior. Parte de este material fue traducido al djudezmo, inglés y francés. Participó como coordinador en diversos emprendimientos organizados por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires: “Patrimonio de los Barrios, «Los Barrios Porteños… Abren sus Puertas», Jornadas dedicadas a las colectividades porteñas, entre otras actividades.
Más información en:
Cronos Cultural / Estampas de Buenos Aires
cstempo2001@yahoo.com.ar