Me llamo Samuel y soy el último sefardita

Sami Modiano en la entrada del Templo Shalom de Rodas. Fotografía: Artemis Alcalay

El hombre, alto, de cabello canoso y porte elegante, se remangó la camisa y me mostró un número tatuado en su brazo. «Mi identificación en Auschwitz», dijo y me miró de una forma que me dejó sin palabras. «Me llamo Samuel Modiano, soy sefardita y mi mujer y yo somos los últimos judíos de Rodas. Éramos 4.000».

Esto sucedió hace ocho años en la sinagoga Kahal Shalom de la isla de Rodas, capital del Dodecaneso griego. Conocí a Samuel un verano en el que descubrí la sinagoga por casualidad. Desde entonces he vuelto a Rodas varias veces, pero la sinagoga estaba siempre cerrada. Pensé que quizá Samuel había fallecido.

Pero hoy lo he vuelto a ver. En el mismo lugar. Mostrando a los pocos turistas el hermoso templo del s. XVI con su misterio oriental.

No se acuerda de mí, pero me habla en ladino, ese idioma con palabras en castellano antiguo y sonoridad solemne: «Qué hermoso hablar mi lengua», me dice y me cuenta la historia de los judíos de Rodas, los rodheslis, que llegaron tras la expulsión de España.

Rodas, con sus 174.000 habitantes, es un compendio de culturas.

Fue griega, romana, base de paso hacia las Cruzadas y sede de los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, quienes en el s. XIV dotaron a su capital de palacios, iglesias, varios anillos de fortificaciones y ese aire de decorado medieval que la impregna por entero.

Después llegaron los otomanos y levantaron mezquitas con cúpulas color terracota; y en el s. XX, desde 1912 hasta 1944, perteneció a Italia. «Cuando estas islas se encontraban bajo el gobierno italiano empezaron nuestras penalidades y la mitad de la comunidad emigró a EE UU. En 1944 llegaron los alemanes y al resto nos enviaron a los campos de concentración.

Un viaje espantoso, hacinados en barcos hasta Atenas y luego en tren al norte, siempre al norte», me explica Samuel. Sobrevivieron 150.

Él fue rescatado por tropas británicas y trasladado a Roma.

Allí se abrió camino de alguna forma que me intriga, pero que no me quiere desvelar como si no fuera una parte importante de su vida. Ahora vive la mitad del año en Italia y la otra aquí.

Y tiene una misión: contar a las nuevas generaciones lo que sucedió.

«Hace tiempo descubrí que esa era la única manera de mitigar mi sentimiento de culpa por haber sobrevivido. Sesenta miembros de mi familia murieron allí y yo debería haber muerto también». Todos los años viaja a Auschwitz con grupos de jóvenes.

Todos los años rememora el horror.

«Hay dos palabras importantes: nunca más. No debe nunca acontecer esto –dice y se golpea con fuerza la cifra tatuada en el brazo–. Lo que aconteció fue una cosa terrible».


Por Marta del Riego Anta

Fuente: La Nueva Crónica 10.8.2018

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4 comments

  1. Sara Alicea Rivera.

    He llorado junto a mi esposo cuando leí este escrito. Conocimos a Shmuel en 2006 en ese mismo lugar. Hablamos con él… nosotros en castellano y él en su ladino natal. Hemos contado esta historia a muchas personas. El año pasado un amigo nuestro israelí fue a Rodas y lo buscó y no lo encontró, me dijo que también lo había conocido anteriormente y al no encontrarlo allí pensó que posiblemente había muerto. Bendito D_os que aún vive.

  2. Impresionante testimónio, que estreméce leer o escuchar, de boca de quien tanto a sufrido …
    Recuperar la memória de lo que fue ese enclave, y de la importancia que tuvo entonces para la comunidad sefaradi , sigue siendo prioritário, para la preservacion de un património linguistico y cultural colectivo, que es preciso difundir …

  3. Me ha conmovido leer el reportaje sobre este hombre que, si bien encarna tanto sufrimiento, al mismo tiempo es parte de la gran esperanza de hacer recordar con su testimonio de vida a las actuales generaciones que atienden sus relatos, lo que nunca debiera suceder en la historia inmediata y futura, y sembrar la verdad de pasados acontecimientos. Considero un deber divulgar el valor y testimonio de quienes –como Modiano- sobrevivieron; en mi caso lo siento así, debido a que mis antepasados por la línea materna fueron sefarditas, asentados desde tiempos coloniales en Celendín (Cajamarca, Perú).

  4. mi familia materna y paterna son de Rodas y no pudieron regresar nunca mas-
    yo pude viajar en el 2010- como legado-y caminar por sus cayes y entrar emocionada en la sinagoga Chalom -sentarme adonde rezaba mi papa-mis abuelos–y conocer y charlar con Samuel-muy conmovedor y ejemplar su tarea-tienen esta mision para no olvidar el holocausto-gracias!

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