Luis Leon, z»l

Recibimos la triste noticia del fallecimiento del querido Luis León.

Luis fue un apasionado de la cultura sefaradí, en especial de las historias, anécdotas, vivencias y tradiciones que se dedicó a volcar en su publicación «Sefaraires» y en sus libros de refranes y costumbres.

Arquitecto de profesión, profesor en esa universidad y amante del buen gusto, Luis Leon había nacido en Buenos Aires el 18 de mayo de 1943.

El barrio de Villa Crespo le dio acogida a sus encuentros con los amigos donde pasaba horas hablando de varios temas en los que nunca faltaban las tradiciones y la lengua sefaradí.

De esas amistades hizo crecer «SefarAIRES» uniendo a su amigo José Mantel, Maria Cherro de Azar, Alberto Benchuam y otros colaboradores. Equipo al que en primera persona pude aportar en lo que fue el acercamiento de la revista Sefaraires a través de internet.

SefarAIRES se publicó entre los años 2002 y 2008.

A partir de la revista recreó el «Bar Izmir» en un recordado evento donde no faltó la poesía, las historias y la música sefaradí.

Ha participado en la traducción de tangos y música folklórica argentinos al ladino.

Hace unos cuantos meses tuve contacto con él con la idea de reflotar Sefaraires cosa que nunca llegamos a hacer dándonos con alegría el permiso para incluir esa publicación en las páginas de eSefarad como pueden ver aqui.

Les dejamos más abajo uno de sus artículos: «El djuezmo» publicado en el SefarAIRES nº50 del año 2006 y el video del tema «Bar Izmir», una recreación de la Zamba argentina «Balderrama» escrita por Luis describiendo el tradicional y ya desaparecido reducto de encuentro de los sefaradíes de Villa Crespo y alrededores en la que Luis León toca el bombo. El tema está interpretado por Liliana Benveniste acompañada en guitarra por Lucio Mantel grabado el 19 de septiembre de 2005 en ocasión de la presentación del Martín Fierro en ladino, traducción del también recientemente desaparecido Carlos Levy.

Lo recordaremos con mucho cariño.

Marcelo Benveniste



El djudezmo

Por Luis León

El castellano, denominación que recibió en su origen la lengua española, se hablaba en el centro de la Península Ibérica, y en los territorios que durante la Reconquista ocuparon los árabes, donde también la literatura desarrolló su espacio. Menéndez Pidal afirma: “este término induce erróneamente a creer, dando su valor geográfico restringido, que, fuera de Castilla, no se hablaba la lengua literaria sino como una importación. El término castellano tenía un valor preciso para designar la lengua del poema del Mío  Cid, cuando la unidad nacional no se había consumado y cuando el leonés y el aragonés eran lenguas literarias. Pero desde fines del siglo XV, la lengua que comprendió en si los productos literarios de toda España…, no puede sino ser llamada española”.

Los judíos aquí, hablaron árabe durante el dominio musulmán,  y luego el castellano cuando logró su predominio, precisamente esta lengua llevaron consigo al destierro en 1492.

Existen escasas versiones que sostienen que los judíos tenían ya su propia lengua, durante los siglos que permanecieron en la península. Son versiones no demostradas; sólo se sabe de unos pocos términos empleados que usaban  para diferenciarse de los cristianos como: Dió, para evitar el término “Dios”, que daría lugar a interpretarlo como un plural (más de un Dios), aljad (del árabe:el primero) renunciando a emplear “domingo” por su sentido romano-cristiano o meldar, por “leer” referido a las Sagradas Escrituras.

Solamente el ladino, fue empleado con anterioridad a 1492,  una lengua exclusivamente escrita para aquellos que desconocían el hebreo y  pudieran leer los textos sagrados. Era trascripción literal del hebreo a vocablos españoles, constituyendo, lo que el profesor Haim Vidal Sephiha denomina lengua calco, usada sólo para la liturgia, no para el lenguaje cotidiano.

El  verbo enladinar, significa “traducir al español” (de textos hebreos y árabes). En el Cantar del Mío Cid se habla de un moro latinado, es evidente que en aquel tiempo, ladino quería decir “español” en oposición al árabe y a otras lenguas extranjeras. Quedan todavía huellas en América Central y meridional, del término ladino, según Kany en Semántica hispanoamericana (Madrid, 1962, p.22:”Ladino ) deriva de latinus, aplicado en la Edad Media a los moros que hablaban en español y en el nuevo Mundo se lo adjudicó al “indio de habla española” (Río de la Plata, Perú, Ecuador, Colombia, Centro América), o (hoy desusado) un “negro de habla española (Cuba),  su significado se ha extendido a mestizo (Centro América).

Es fácil imaginar cómo en pocas generaciones la lengua castellana que los judíos expulsados hablaban en distintas ciudades europeas, se fue transformando a medida que incorporaban términos de idiomas y dialectos de los lugares donde residían. Recibidos por el Sultán en el Imperio Otomano, en el momento de mayor esplendor, los expulsados de la Península Ibérica, pudieron profesar libremente su fe y trabajar con relativa libertad, no estaban autorizados a vivir entre musulmanes, ocuparon determinados barrios  que compartieron con cristianos (griegos y armenios) a quienes alcanzaba la misma norma. Los judíos expulsados, ya habían comenzado a autodenominarse sefardíes, adoptando el término con que la Biblia denominaba a la región (de un pasaje del capítulo I, 20 del libro del profeta Abdías).

El “babelismo” de las principales ciudades, donde confluían turco, árabe, griego, francés, persa, etc., fue causa para que los sefardíes mantuvieran activa su propia lengua. Los nuevos términos incorporados al español, en un principio, diferían según las zonas, pero viajeros, mercaderes y rabinos, actuaron como vasos comunicantes entre comunidades, unificando de alguna manera la lengua. No obstante, dentro de una misma ciudad existían “djudezmos diferentes”, según la actividad y clase social de sus miembros. Los más humildes, en continuo contacto con la población local, usaban más términos del turco, que los sectores medios con acceso a niveles de escolaridad no empleaban. Así, había diferencias en la lengua de acuerdo al medio social. Los sectores socialmente más elevados que vivían a la franca (modo de Europa occidental), conocían el francés, italiano e inglés además del turco y reservaban el djudezmo sólo para hablarlo en familia.

El oficio y las funciones de los miembros de la Comunidad, fueron también determinantes en  la incorporación de nuevos términos y expresiones. Los editores de principios del siglo XX, comenzaron a traducir al judeoespañol obras de la literatura universal y cuando desconocían

alguna palabra, la copiaban de su lengua original. También los rabinos, en sus charlas comunitarias, recurrían al uso de términos hebreos, desconocidos en djudezmo, que luego se volcaban al lenguaje cotidiano.

El judeoespañol también llamado djudezmo, ladino o españolit, se escribió por largo tiempo con caracteres hebraicos (rashí); recién con la nueva República de Turquía y el cambio efectuado en el idioma turco, que pasó de la grafía árabe a la occidental, impulsó a los judíos de esa región a hacer lo mismo, escribieron  el djudezmo con letras romanas.

A comienzos del siglo XX, la emigración masiva de las comunidades del Imperio Otomano a Hispanoamérica, provocó una rápida caída del uso del djudezmo en las familias sefardíes, al producirse la homoglosía, ya que su habla difería poco respecto al idioma local. En apenas una generación, la casi totalidad de los inmigrantes empleaban el castellano en su vida cotidiana. No sucedió igual con familias que llegaron a países europeos o al Estado de  Israel,  donde la gran diferencia entre su lengua de origen  y la local les permitió conservarla. Existen  aún, pequeños grupos que mantienen el  djudezmo. Si bien otros fenómenos incidieron en la disminución de los hablantes del judeoespañol, fue sin duda, la Shoá, que bajo el nefasto régimen nazi, aniquiló comunidades enteras en Grecia  provocando la desaparición de un pueblo, su cultura y su lengua.

Pero a pesar de la desaparición progresiva de la que fue durante casi medio milenio la lengua de los judíos sefardíes, pequeños núcleos de investigadores en diferentes países y  unas pocas publicaciones entre ellas Sefaraires, intentan rescatar de esa indeclinable tendencia, la historia y los testimonios de quienes conformaron comunidades fuertes, alentando a la creación en djudezmo, convocando a congresos, etc., aunque se advierte que dichos esfuerzos no son apoyados con la suficiente fuerza por las instancias políticas comunitarias que parecieran transitar a un costado de esta cruda realidad.

Desde que el judeoespañol emplea letras romanas, no se han logrado fijar convenciones que regulen internacionalmente su escritura. Hay diferentes tendencias para hacerlo, se emplean signos de la escritura turca, o haciéndolo como suena su  fonética en castellano, o la más difundida, la que propone la  revista Aki Yerushalayim, que emplea determinadas letras, que para el español suenan raras, pero que permite, por un lado, ser leídas en otros idiomas con la misma pronunciación, preservando así la forma hablada y por el otro evita signos que dificulten la escritura en teclados y su envío por Internet. Ejemplifico en el recuadro siguiente, la manera de escribir en djudezmo, difundida por Internet por la prestigiosa red sefardí LadinoKomunitá.

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