Un retrato excepcional, pero también inquietante, de tres siglos de bárbara Inquisición en Granada con la firma de Gabriel Pozo Felguera, con pasajes poco conocidos y curiosidades de un tiempo infame por el maestro del Periodismo.
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El obispo Pedro de Castro (1590-1610) mantuvo un largo pleito para que fuesen retirados los cartelones de los condenados en autos de fe
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Las mantetas de los herejes y pecadores quemados o reconciliados fueron repartidas por las iglesias del Salvador y Santiago entre 1611 y 1821
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La Inquisición quemó en la plaza de Bibarrambla a 53 personas durante la segunda mitad del siglo XVI; otros 129 fueron quemados en estatua tras huir o haber fallecido
Sambenito (RAE): “Descrédito que queda de una acción”. O también “Capotillo o escapulario que se ponía a los penitentes reconciliados por el tribunal eclesiástico de la Inquisición”. Eso era precisamente lo que se pretendió durante los tres siglos largos que permaneció activa esta institución religioso-política-policial. El fin último del “saco bendito” iba mucho más allá de señalar y burlarse con escarnio de un presunto hereje o pecador contra las leyes de Dios y la Iglesia; la realidad hizo que la representación de los sambenitos en mantetas o cartelones en las iglesias prolongase la infamia de una persona a sus descendientes. Y el honor de un español en los siglos XVI a XIX era el capital más importante a cuidar.
El sambenito físico consistió en una especie guardapolvo, con un aspa de San Andrés delante y otra detrás, que marcaba el deambular de quienes habían sido condenados por la Inquisición. Un verdadero estigma social a quien todos daban la vuelta en la calle y señalaban por su deshonra. La manteta fue la elevación a cartel, colgado en catedrales e iglesias, del nombre, oficio, lugar de procedencia, tipo de condena y año en que se produjo.
El condenado a llevar un sambenito había iniciado su proceso judicial mucho tiempo atrás, inmerso en un complejo entramado de denuncias, espionaje, delaciones y auto de fe. Juicios en los que no siempre se tenían todas las garantías; no se sabía de qué se era acusado, ni quién acusaba, sin defensa independiente; al menos se les ofrecía un abogado de oficio para su defensa. Había que tener mucho cuidado con lo que se hablaba y delante de quién se hablaba. Hablar de amor libre, blasfemar, hacerse pasar por sacerdotes, tener tratos con judíos, musulmanes o luteranos era comprar billetes seguros para verse incurso en un auto de fe de la Inquisición. Y eso si es que los débiles de mente no caían en la idea de autoinculparse de alguno de los anteriores pensamientos, como si se tratase de una confesión secreta a su sacerdote.
Un ejército de espías y delatores: los familiares
El proceso judicial de la Inquisición comenzaba con la denuncia o comunicación al abundante funcionariado de la Inquisición. Se revelaba el nombre de cualquier incauto al que se le soltara la lengua o se sospechara su cercanía con una religión que no fuese la católica. Había ojos y oídos por todas partes, deseosos de correr a presentar denuncia. Se llamaban “familiares” del Santo Oficio y suponían un cuerpo de espías y chivatos; gozaban de cierto prestigio y prebendas fiscales y sociales, de ahí que hubiese disputas por formar parte de ese cuerpo de vigilantes de las costumbres y de la vida de los españoles. Eran servidores laicos del Santo Oficio que, aparte de delatar, su misión consistía más en provocar la delación. Los títulos de familiaturas incluso se heredaban o se vendían por varios miles de reales.
Llegó un momento a comienzos del siglo XVII en que había peleas por obtener el título de familiar de la Inquisición; el Concejo municipal de Granada tuvo que exigir un examen y fianza para aquellos que optaban al cuerpo de familiares. Les expedía el título y los registraba en un libro municipal (Se conservan dos ejemplares de los años 1602-12 y 1725-85). En teoría, a Granada le correspondía tener 50 familiares de la Inquisición, por su población de ciudad grande, pero la realidad es que había muchos más e incluso un cuerpo paralelo de familiares no declarados oficialmente, sino “orejas” o “confidentes” de cada uno de los inquisidores o fiscales del tribunal. Incluso en el Postigo de la Penitencia, una calleja trasera de sus edificios y cárcel secreta, había un buzón en el que se echaban los billetes o notas escritas con denuncias anónimas. Todas las ciudades estaban llenas de espías. Fue un sistema que copió en el siglo XX la brigada político-social de la policía franquista.
El cargo de familiar empezó a ser mal visto con la llegada de la dinastía borbónica, de manera que para el año 1727 quedaban cuatro puestos vacantes en Granada. Cuando llegaron los invasores franceses a Granada, todas las familiaturas corrieron a ocultar sus estrechas relaciones pasadas con la Inquisición.
Protocolo de los autos de fe
El denunciado era encarcelado directamente. Se comenzaba por incautarle bienes para pagar las costas del juicio o hacer frente a las multas. No sabía quién ni por qué había sido denunciado. Empezaban por dejarle hablar o con torturas; lo habitual es que el reo confesara secretos que nadie sabía ni se le habían preguntado, o por autoinculparse en busca de una condena leve. Después esperaba en la cárcel hasta que tenía lugar el auto de fe, una gran representación teatral pública de cara a la ciudad.
La Inquisición montó un verdadero espectáculo que pretendía mantener el miedo entre la población, además de ejemplificar y, en muchas ocasiones, obtener beneficios económicos de los condenados. Los enviados a la hoguera o pena capital fueron un porcentaje no demasiado grande. Pero la leyenda negra exportada por los afectados (moriscos exiliados y protestantes enemigos de la Corona contrarreformista española) caló en el extranjero y en la historia española.
Al sometido a un auto de fe podían ocurrirle varias cosas: Primera. La absolución, quedaba libre de cargos y en libertad. Segunda. Suspensión, no se había conseguido demostrar la acusación, pero quedaba vigilado en el futuro. Tercera. Reconciliación, el reo confesaba su falta de herejía o pecado y volvía al seno de la Iglesia; pero solían llevar aparejadas diversas graduaciones de penas; de este apartado surgían la mayoría de condenados con sambenitos. Y cuarto. Relajación, el reo era entregado a la justicia ordinaria para ser ejecutado. Si se arrepentía en el último momento, era ahorcado o estrangulado antes de quemarlo; si no se arrepentía, era quemado vivo.
Durante los autos de fe era habitual que aflorasen delaciones y denuncias falsas de otros vecinos por miedo a las torturas. Con lo cual, se alimentaban las cárceles inquisitoriales. Además de las múltiples huidas de quienes veían venir a la Inquisición, los que pudieron propiciaron la falsificación de sus apellidos y el traslado a lugares donde no se les conociera.
Los reconciliados que eran condenados a portar vestuario de sambenito en la calle (cubrepolvo con las aspas, capirote o coroza) y los relajados llevaban aparejada la condena de la manteta en la catedral o la iglesia de su pueblo. Para que él, sus descendientes y el vecindario no olvidaran su pecado. Tener un sambenito con tu apellido colgado en la iglesia era el peor baldón que le podía caer a un granadino de siglos pasados.
Las mantetas eran cartelones del tamaño equivalente a un pliego de cartulina actual, que sustituyeron muy pronto a los cubrepolvos de salir a la calle. Cada zona de España las fabricaba con variaciones, pero era habitual pintar el aspa con tinta roja y en negro las letras con el DNI del condenado: se insertaba el nombre y el delito por el que había sido condenado, junto con el lugar, oficio y el año del auto de fe; incluso el nombre de su cónyuge. Algunas mantetas incluían dibujos de llamas, caras de los condenados o caricaturas de los reos en pleno sufrimiento. Recorrerlas con la mirada, leerlas –los pocos que sabían hacerlo–, debió ser un verdadero entretenimiento de la obligada visita dominical a iglesias y catedrales.
Sambenitos en la Mezquita, pasados a la Catedral
El inquisidor general Fernando de Valdés y Valdés promulgó en 1561 las Instrucciones del Santo Oficio que iban a regir la institución hasta su desaparición en el siglo XIX. En ellas se ordenaba que los sambenitos debían colocarse en sitio preferente… “en las iglesias donde fueron vecinos parroquianos… el inquisidor deberá reponerlos para que en el tiempo haya memoria de la infamia y de sus descendientes” (artículo 81). Esta normativa venía a regular la divulgación de la infamia de los condenados en los lugares más visitados por los cristianos.
El obispo de Granada Pedro Guerrero obedeció su colocación en la Mezquita musulmana, que hacía las veces de catedral mientras estaba en obras el templo nuevo. Justo tomó la decisión unos días antes de bendecir la capilla mayor de la nueva Catedral y trasladar allí los cultos. En suma, los sambenitos estuvieron relegados a la primitiva catedral y a la sacristía en los primeros años de presencia en Granada (1530-1574). La inauguración de la girola de la Catedral renacentista ocurrió pomposamente el 17 de agosto de 1561. Al día siguiente, el arzobispo Pedro Guerrero partió para Italia a participar en la tercera ronda de sesiones del Concilio de Trento.
Nada más inaugurarse la capilla mayor que hacía de Catedral, la Inquisición quiso imponer que uno de sus fiscales obtuviese una canonjía entre los canónigos del cabildo. Querían también mandar y recaudar desde dentro de la Catedral. El deán y el cabildo se opusieron y estuvieron pleiteando en la Real Chancillería hasta el año 1572. Ganaron finalmente y los inquisidores no consiguieron meter más mano en la Catedral. Sí consiguieron la canonjía en la catedral de Málaga y la colegiata de Antequera.
El inquisidor del Reino de Granada y los visitadores –que venían periódicamente enviados por la Junta Suprema desde Toledo– velaban con celo para que los sambenitos y mantetas estuviesen puestos en sus lugares preferentes. Se ven en sus informes reiteradas órdenes para que se redibujen o reescriban los que estaban deteriorados; cotejaban los libros de registros con los colocados en las paredes, pues solía ser habitual que desaparecieran por deterioro, robos o incluso quitados por algún cura o familiar del Santo Oficio, previo pago de la familia interesada en borrar el rastro del sambenito que les había sido colgado en su reputación.
El visitador que llegó de Toledo en 1574 adoptó dos decisiones importantes relacionadas con iglesias de Granada: en las parroquias mayores de Guadix, Baza y Huéscar detectó muchas faltas y ordenó reponer los cartelones desaparecidos. En el caso de la Mezquita de Granada (sacristía de la Catedral), el inquisidor Jiménez de Reinosa pidió que los sambenitos deteriorados y secuestrados fuesen restaurados y trasladados a la nueva catedral en construcción, a la capilla mayor que ya hacía las veces de catedral provisional. Así se hizo con la autorización del arzobispo Pedro Guerrero. Curiosamente, fue la última decisión que tomó este prelado, murió pocos días más tarde.
Sacerdotes y canónigos nunca ocultaron que les molestaba tener colgados tantos sambenitos en las paredes de sus iglesias. Intentaron por todos los medios esconderlos en sacristías, pasillos poco transitados o sacarlos a los patios, donde los hubiere. Argumentaban que distraían a los fieles durante los oficios religiosos. La capilla mayor de Granada era la única de España que, por no tener otro espacio, permitió su colocación en tan señalado lugar, donde el oficiante los tenía a la vista cuando decía misa.
Catedral a medio hacer, llena de sambenitos
Por tanto, a partir de 1574, la girola de la Catedral de Granada se llenó de cientos de sambenitos colgados por todos los lugares. Procedían de los autos de fe iniciados en 1530. No sabemos exactamente cuántos eran ni su disposición exacta. Pero debieron de ser muchos. En 1590 llegó como nuevo arzobispo Don Pedro de Castro y Cabeza de Vaca. No era un hombre ajeno a Granada, pues había estado ya varios años como presidente de la Real Chancillería. Lo primero que hizo el nuevo arzobispo fue amenazar al rey Felipe II con no entrar a su Catedral mientras no fuesen retirados los sambenitos que colmataban todas las paredes. La catedral estaba reducida a los deambulatorios de la girola y las diez capillas de la cabecera; espacio demasiado pequeño para concentrar tanta manteta.
El 21 de mayo de 1594, por fin, Pedro de Castro consiguió arrancar un real decreto para quitar los sambenitos de penitenciados que la Inquisición iba colocando en las paredes de la Catedral. Pero el asunto no resultó tan fácil. La Inquisición se opuso con uñas y dientes e inició un proceso ante el consejo real oponiéndose a la retirada. El juicio se comenzó en tiempos de Felipe II –a quien el obispo untó con 7.000 ducados de su peculio personal para conseguir el favor– y se prolongó hasta mediado el reinado de Felipe III. Pedro de Casto fue trasladado de arzobispo a Sevilla en 1610, sin que hubiese conseguido ver su catedral limpia de sambenitos. Cada año aumentaban por los correspondientes autos de fe y sus condenas.
Había argumentado que, además de distraer a los fieles, la abundancia de cartelones deslucía la brillantez de la que se erigía como la catedral renacentista más imponente de España. Pidió al arquitecto de la Alhambra Juan de la Vega que elaborase un proyecto, con planos incluidos, indicando dónde estaban colocados los cartelones, cómo afeaban arcos de capillas, pilares y capiteles, y una propuesta para reubicarlos. Los planos y el informe del arquitecto dan a entender que ya por 1594 estaba toda la parte baja de la girola empapelada de aquellos bastidores de tinta roja. Estaban colocados en sitios accesibles a los ojos, encima de los arcos más bajos de las capillas, en todas las pilastras, en el pasillo de entrada por la Puerta de Siloé (que actuaba de puerta provisional). Sólo se libraban los interiores de las capillas y la parte interna de la sillería del coro. Incluso en el tabique trasero del coro (de poca altura) se colocaron mantetas. Juan de la Vega rechazó en su informe la colocación ordenada de aquellas mantetas sobre los arcos y los capiteles de la fábrica catedralicia.
Durante todo el tiempo que estuvo el pleito en espera de fallo (1594-1611) los sambenitos continuaron inamovibles, incluso añadiéndose anualmente. Muy vigilados por los familiares de la Inquisición. Para 1611 ya no se podían devolver a la sacristía de la Mezquita, porque estaba con perspectiva de derribo para ser claustro catedralicio o iglesia del Sagrario. La solución adoptada por el fallo del cardenal Sandoval, inquisidor general, fue repartir los sambenitos de la Catedral por dos iglesias: los relativos a condenados por judaizantes irían a parar a la parroquia de Santiago, que era la de la Inquisición; los de moriscos irían a parar al patio de la Colegiata del Salvador, en el barrio del Albayzín.
Los canónigos albaycineros se habían venido oponiendo durante todo el proceso judicial a que se los endosaran allí; en un escrito de 4 de noviembre de 1610 argumentaban que su presencia molestaría a una feligresía que todavía tenía mucha sangre descendiente de moriscos; era mejor destruirlos ya que se entendía que no quedaba, oficialmente, ningún morisco en Granada.
Era un sinsentido dejar carteles recordando la ignominia de familias o apellidos que habían sido expulsados de este Reino. O incluso muertos o extranjeros que no dejaron descendencia en Granada a quienes infamar. Recordemos que en 1610 se produjo el extrañamiento forzoso de los moriscos que no se habían convertido. Pero la Inquisición no aceptó aquel argumento; obligó a que todos los sambenitos fuesen repartidos entre las parroquias de Santiago y el Salvador en diciembre de 1611. Aquí irían a parar también los de futuros condenados. El tema quedó zanjado e inamovible para los dos siglos siguientes. Si bien, con el enorme disgusto de los inquisidores locales, que vieron mermado su poder frente a la Iglesia y el clero.
En estos dos lugares permanecieron colocados los retirados de la Catedral y los que se fueron incrementando durante los siglos XVII y XVIII. A partir de mediados del siglo XVII empezaron a decrecer los autos de fe y cada vez eran menos los nuevos sambenitos que llegaban a engrosar las exposiciones.
Granada, último reino donde entró la Inquisición
Vamos a retroceder unos años para conocer cómo Granada no tuvo presencia directa de la Inquisición durante su primer medio siglo de existencia. Ya desde septiembre de 1499, el flamante inquisidor general de Córdoba quiso extender su ámbito de poder a todo el Reino de Granada. Era Diego Rodríguez Lucero, el Tenebrero, de infausto recuerdo para los cordobeses. En Granada era arzobispo fray Hernando de Talavera, el santo Alfaquí de los moriscos, y jamás permitió que la Inquisición entrase en su demarcación. De hecho, fray Hernando se opuso a la creación de la Inquisición en sus orígenes; en 1481 ya había viajado a Sevilla a oponerse a su instauración y celebración de primeros autos de fe. El fraile jerónimo defendía la tesis de la lenta conversión de musulmanes, contrariamente a la rapidez y por la fuerza que preconizaban los radicales cristianos, con Tomás de Torquemada a la cabeza.
Lucero arreció sus intenciones de aplicar los métodos inquisitoriales a los granadinos tras la revuelta de 1500, su obligado bautismo y la pérdida del estatus de mudéjares y su paso a moriscos. Hernando de Talavera consiguió que los métodos de Lucero no se extendieran a Granada durante el tiempo de su mandato. El inquisidor de Córdoba ganó fama muy pronto por lo sanguinario que era; el 22 de diciembre de 1504 organizó el mayor y más terrible auto de fe de toda la historia de España: quemó a 107 personas en la explanada cordobesa de las Correderas. Aquello supuso una serie de protestas y levantamientos de los cordobeses, hasta que consiguieron hacerlo huir de su ciudad.
La inquina de Lucero contra Hernando de Talavera le llevó a abrirle un proceso en 1505, acusándolo de judaizante. Se sabía que el arzobispo de Granada tenía sangre de judíos, quizás su madre. Las averiguaciones de la Inquisición acerca de la limpieza de sangre del arzobispo, así como de sus familiares, estuvo abierta hasta que en 1507 fueron liberados por el papa Julio II y por el nuevo inquisidor general, el cardenal Cisneros. No obstante, todavía en 1564 continuaban abiertas las pesquisas sobre un arzobispo que había fallecido hacía más de medio siglo.
Al menos, fray Hernando de Talavera consiguió que la Inquisición no se estableciera en Granada hasta el año 1526, justo con la estancia en la ciudad del emperador Carlos V. Tres años más tarde, en 1529, y bajo el mandato del obispo Gaspar de Ávalos (1529-1542) iba a instaurarse la Inquisición con mano dura progresiva, aunque quizás más blanda que lo llevaba haciendo el medio siglo anterior en el resto de ciudades de Andalucía. Comenzaban los autos de fe en Granada, las condenas de presuntos herejes, quemas en la hoguera, procesiones de los sambenitos y las mantetas en las iglesias.
Un siglo y medio de duras persecuciones
Las actuaciones más duras de la Inquisición en el Reino de Granada se prolongaron durante un siglo y medio, aproximadamente. El primer gran auto de fe fue organizado en el año 1530; estos aparatosos juicios y las ejecuciones de sentencias solían convocarse cada año, o a lo sumo cada dos años. La intensidad de la aplicación de las leyes inquisitoriales fueron in crescendo a medida que se fue enquistando la cuestión morisca, es decir, desde 1566 en que empezaron las protestas por el fin de la moratoria en el uso de sus tradiciones y costumbres (por la que habían pagado 80.000 ducados al Emperador), durante el consiguiente levantamiento de la Guerra de las Alpujarras (1568-71) y hasta pasada la definitiva expulsión de 1610. La posterior amenaza berberisca mantuvo muy activa a la Inquisición granadina hasta el último tercio del seiscientos.
Si la Inquisición a nivel de Castilla tuvo a judaizantes y protestantes como principales reos, en el caso del Reino de Granada fueron los moriscos sus principales encausados. O lo que es lo mismo, unos cristianos nuevos, obligados a convertirse, que no habían asimilado los principios del cristianismo, no lo entendían, eran incapaces de desprenderse de sus tradiciones musulmanes o comportamientos morales. Casi el 40% de los procesados eran de grey morisca, seguidos de judaizantes criptoconversos tras la expulsión de 1492; sólo un 4% por ser luteranos (casi todos, emigrantes europeos).
No siempre se perseguía a la gente por acusaciones de herejía (musulmana, judía o protestante), poco a poco fueron ganando terreno “otros delitos” de tipo moral o sexual; aquello ocurrió porque la Inquisición asumió o se metió en terrenos y competencias que otros tipos de justicia le dejaron libre. O temieron asumir ante el poder tan enorme que alcanzó la estructura represiva inquisitorial. No pasemos por encima que la larga mano de la Inquisición se llevó por delante a jueces, regidores, clérigos, médicos, nobles y ricos banqueros.
Del análisis documental que ha quedado de los procesos se ve claramente que los delitos de opinión fueron muy perseguidos. Cuestionar cualquier dogma del Evangelio, blasfemar con el nombre de algún santo en la boca, leer un libro prohibido o maldecir a un religioso eran motivos suficientes para ser encausado. Eran duramente castigados los bígamos, quienes fornicasen fuera del matrimonio o de las mancebías reguladas, los amancebados o quienes expresaran públicamente sus deseos sexuales no reglados. También los curas que hacían proposiciones sexuales en sus confesionarios. En cambio, en Granada no se dio un número considerable de condenas por hechicería y brujería, como solía ser habitual en tierras del Norte y Galicia.
La Inquisición siempre buscó que sus juicios y castigos tuviesen una gran repercusión social. Por eso montó un sistema publicitario, que comenzaba por pregonar cualquier paso que daba en su proceso: se iba contando con detalle el montaje de tribunas públicas para el teatro judicial; el proceso de construcción del cadalso; el encarcelamiento y transporte de reos, etc. Hasta que el día señalado era montado en Plaza Nueva el tribunal sentenciador. (A partir de 1593, la tribuna se trasladó a la plaza de Bibarrambla). Algunos de los autos de fe, o juicios públicos masivos, fueron celebrados dentro de la iglesia de Santiago, que era la propia del tribunal de la Inquisición; bajo techo se celebraron los que tenían menos reos o se les suponía menor interés como espectáculo.
182 relajados en el siglo XVI, sólo 53 ajusticiados
Del casi medio centenar de autos de fe celebrados en Granada entre 1530 y 1595 se guardan bastantes documentos, algunos de ellos completos. Fueron estudiados y clasificados por el profesor José María García Fuentes en 1981. En total pasaron por la Inquisición algo más de 1.700 reos; de los cuales, un elevado número (1.043) acabaron como reconciliados; los penitenciados ascendieron a 491; y los relajados (entregados para su ejecución) fueron 182. Ahora bien, los 182 no murieron quemados o ahorcados en Bibarrambla; solamente 53 acabaron con sus vidas entre las llamas o con la soga al cuello. La explicación es sencilla: porque la mayoría (102) fueron condenados en ausencia; y a 27 los condenaron cuando ya eran difuntos. Lo habitual era que la mayoría de personas acusadas ante la Inquisición solían evadirse en cuanto empezaban a investigarlos; en el caso del Reino de Granada, y tratándose de moriscos, lo usual es que se pasaran a Berbería. Es decir, que huyesen a África. Esto explica que, aunque la Inquisición perseguía con saña, durante todo el siglo XVI apenas se superase el medio centenar de ejecuciones reales en Granada.
Lo más habitual es que a la mayoría de relajados se les condenase “en estatua” (una especie de muñeco simbólico). La mayor parte de reconciliados y penitenciados recibían condenas leves, medianas o severas. El abanico de sanciones iba subiendo en intensidad: vela en procesión callejera, portar soga al cuello, hábito penitencial por la calle (saco bendito y coroza), azotes en público, confiscación de bienes, pago de multa, cárcel, galeras y destierro. Por supuesto, la pena más grave era la quema en la hoguera o la horca. También existieron lo que se llamaron penas espirituales: adjurar públicamente de Leví, de Mahoma o de Lutero; oír determinado número de misas; reclusión en conventos; reeducación en la doctrina de Cristo, etc.
Chantaje, extorsión y robo institucionalizado
Desde el inicio efectivo de la Inquisición, en 1480 en Sevilla, siempre existió la certeza de que los Reyes Católicos y su corte habían puesto en marcha el tribunal, además de como policía de control social, como elemento recaudador. En Sevilla, Córdoba y Extremadura quedó claro durante la década 1482-92 que se persiguió a los judíos más que por motivos religiosos para incautarse de sus bienes con que financiar la guerra contra Granada. Era curioso ver cómo apenas hubo condenas a muerte o galeras en épocas tranquilas, la mayoría eran multas pecuniarias o requisa de pertenencias familiares. Con el devenir de los tiempos, también las penas de la Inquisición tuvieron una finalidad política; cuando la armada real precisaba remeros (durante la Guerra de las Alpujarras, por ejemplo) abundaron las condenas a galeras; esos mismos delitos, en tiempos de paz, solían liquidarse con una simple multa o azotes.
Y, por supuesto, hubo infinidad de casos de abusos por parte de inquisidores provinciales y locales, que se enriquecieron a base de apropiarse de bienes de los condenados. Incluso se registraban chantajes o abusos de tipo servil o sexual, como el detectado por una inspección de la Suprema en el año 1647. El visitador enviado desde Madrid a inspeccionar Granada pilló al inquisidor provincial Diego Ozores de Sotomayor exigiendo relaciones sexuales a varias mujeres casadas o jóvenes prometidas; parece que el gallego abusaba de su privilegiada posición para conseguir favores de entrepierna; si las damas no se prestaban, podían incluir sus nombres en el temido libro verde de las investigadas y depararles un negro destino. Algo similar debió ocurrir a un hacendado de la alquería de El Fargue, a quien le fue incautada una huerta y casa de recreo a orillas de la Acequia Aynadamar para disfrute de personal al servicio de la Casa Inquisitorial.
Los autos de fe celebrados en Plaza Nueva, Bibarrambla o la iglesia de Santiago de Granada concentraban a reos procedentes de los territorios que por entonces formaban parte del Reino de Granada (Granada, Málaga y Almería). Una vez juzgados, cada uno de ellos era repartido entre sus lugares de destino a cumplir sus respectivas penas. Excepto los relajados (ajusticiados) en la hoguera o en la horca, que se verificaban en Bibarrambla. Los sambenitos, mantetas o escarnios públicos sí debían llevarse a calles o iglesias de los lugares donde residieran, para que sirvieran de escarmiento y conocimiento de sus vecinos. Al fin y al cabo, ése era el principal objetivo de los autos de fe: servir de amedrentamiento y aviso a navegantes en pueblos y ciudades.
En la relación de encausados de autos de fe de Granada abundan los reos procedentes de tierras de la Axarquía; muchos de la Alpujarra y de la comarca de Loja. Coinciden con lugares que concentraban mucha población morisca. En la segunda mitad del siglo XVII aumentaron las condenas a judaizantes huidos de Portugal y establecidos en Granada. El 61% de las personas encausadas eran hombres; en cambio, a la hora de contar los relajados ausentes hay inmensa mayoría de hombres (93%), lo que indica que les era más fácil escabullirse o huir. Las mujeres quemadas, en cambio, superaron el 50% de los condenados totales en el siglo XVI, señal de que les fue más difícil quitarse de en medio.
Final de sambenitos y de la Inquisición
A partir de 1785 ya no fue colgado ningún sambenito más en las iglesias de Santiago y el Salvador; así lo ordenó la Suprema inquisitorial. Ni tampoco que fuesen repintados o restaurados los existentes de décadas y/o siglos anteriores. De hecho, un recuento de la Suprema de aquella fecha detectó que no quedaban ni la mitad de las mantetas que había un siglo atrás (En el recuento de 1657 figuran colgados 527 sambenitos entre las dos iglesias de Granada capital, algunos menos que en la visita anterior).
La ola de anticlericalismo que se inició en Francia y se extendió por España, unida a las tesis de los ilustrados, hizo que los sambenitos se considerasen una reliquia casi medieval. Dejó de perseguirse la desaparición de sambenitos de las iglesias; los curas procuraban relegarlos a lugares lo menos visibles. Los sambenitos eran una curiosidad más; a finales del siglo XVIII prácticamente no cumplían su función de servir de advertencia para herejías ni como castigo infamante para reos y sus descendientes. Ahora el peligro eran los liberales. Ya nadie conocía a quienes figuraban en los cartelones. Incluso la propia Inquisición se cuestionaba su utilidad cuando comenzó el reinado de Carlos IV.
No obstante, tuvo que ser Napoleón Bonaparte quien en 1808 dictase leyes que, indirectamente, conllevaban la eliminación de la Inquisición y los sambenitos de las iglesias granadinas. Empezaron a desaparecer los que se referían a algunos apellidos que permanecían viviendo en Granada, o se podían confundir por su coincidencia. Pero todavía les quedaban unos cuantos años de existencia. La ocupación francesa de Granada (1810-12) se llevó por delante buena parte de los bienes y archivos de la Inquisición, conservados en sus casas alrededor de la iglesia de Santiago. Fue el comienzo de la destrucción de documentos acumulados durante más de dos siglos y medio de actuación inquisitorial en Granada.
La Inquisición fue abolida por las Cortes de Cádiz en sesión de 22 de enero de 1813; la votación arrojó un resultado de 90 votos a favor de eliminarla, 60 en contra. Como se ve, todavía hubo dos quintas partes de diputados que se mostraron favorables a mantener viva aquella sanguinaria y anacrónica institución represiva de tiempos de los Reyes Católicos. Fernando VII, un año después, volvió a reponer la vigencia de la Inquisición, si bien con el nombre de Juntas de la Fe. Así se mantuvo, con poca actividad, hasta el trienio liberal. En el caso de Granada, sus sambenitos fueron convertidos en objeto de furia popular en el periodo 1821-22; el vecindario decidió saquear archivos inquisitoriales y parroquiales, y eliminar todo vestigio de los sambenitos.
Así fue como desapareció la mayor parte de la abundantísima documentación que se guardaba sobre la Inquisición en el Reino de Granada. Quedaron dispersos bastantes procesos y libros de registro que han estado dando tumbos hasta acabar en 1916 en el Archivo Histórico Nacional. En lo referido a sambenitos, no tengo conocimiento de que exista ningún original de los que estuvieron en la Mezquita (de 1530 a 1574), la capilla mayor de la Catedral (de 1574 a 1611) ni en las parroquias del Salvador y Santiago (de 1611 a 1821). Puede ser que perviva alguno en colecciones particulares, tanto españolas como extranjeras. En España sólo quedó una mínima parte en la catedral de Tuy (Pontevedra) y copias en las catedrales de Córdoba y Cuenca. Hay algunos sambenitos y mantetas repartidos por varias iglesias y archivos parroquiales.
El Santo Oficio, por fin, fue borrado de la vida española por un decreto de la regente María Cristina, el 15 de julio de 1834, con el granadino Martínez de la Rosa como presidente del gobierno liberal.
CURIOSIDADES:
- El primer inquisidor del Reino de Granada, nombrado por Carlos V antes de partir de la Alhambra, fue Juan Yáñez, que desempeñaba el mismo cargo en Jaén. Decreto del 7 de diciembre de 1526.
- El “ensayo” de primer auto de fe del que se tiene referencia fue el de 1529, con 78 procesados y parece que ninguno a muerte.
- El primer quemado vivo por la Inquisición en la plaza de Bibarrambla, tras el auto de fe de 1530, fue el morisco Juan López Calayn. Junto a él, pasearon como penitenciado a Diego López de Husillos.
- El auto de fe que mayor número de condenados a muerte registró fue el de 1550, con un total de nueve quemados vivos o ahorcados en Bibarrambla. Se trató de 5 malagueños, 3 granadinos y 1 de Loja.
- La ceremonia del auto del año 1552 tuvo lugar en la Mezquita-catedral (actual solar de la iglesia del Sagrario). No se volvió a celebrar más allí.
- Felipe II, como regente en 1553, dictó un decreto fijando el número de “familiares” que debían tener pueblos y ciudades en función de su población, ya que se habían disparado. A Granada le correspondían 50. A los “familiares” se les permitía portar armas y ciertos privilegios fiscales y de representación.
- En el auto de fe de 1563 fueron enjuiciados 115 acusados, el más numeroso; acabó con nueve condenados a muerte, pero sólo 2 ardieron en la hoguera, ya que los demás habían huido o estaban fallecidos.
- Los primeros sambenitos “ex novo” que se pusieron en la Catedral de Granada fueron los derivados del auto de fe celebrado en Plaza Nueva el 24 de mayo de 1575. Resultaron penitenciados 38 reos (1 por judaizante, 1 por luterano, el resto por criptomusulmanes y delitos morales). Fueron condenados (relajados) a morir 9 de ellos; ocho eran moriscos de Órgiva que habían huido a Berbería y fueron quemados en estatua (El único quemado en cuerpo en Bibarrambla fue un esclavo llamado Francisco. Había asistido a una boda morisca). Tres de aquellos primeros sambenitos de mayo de 1575 llevaron los nombres de Juan de Alvarado (se había hecho pasar por sacerdote y decía misa), Pedro Navarro (pastor que dijo no ser pecado yacer con hembra ajena, condenado a galeras) y Martín Pascual (dijo que las bulas papales eran un sacacuartos).
- Pertenecer al entorno funcionarial o colaborador del Santo Oficio era un enorme privilegio social, casi un título nobiliario. En los archivos municipales y eclesiásticos abundan los escritos en que los cristianos viejos recalcaban esa característica personal: se ufanaban de ser familiar del Santo Oficio, receptor, médico, notario del secreto, notario del secuestro, abogado, consultor, presbítero, comisario, portero, macero, etc.
- El auto de fe con mayor número de víctimas fue el de 1672, con 92 condenados a muerte, aunque no todos ejecutados en persona. En su mayoría eran judíos portugueses que habían huido de la Inquisición del país vecino.
- El siglo XVIII fue menos duro para la Inquisición granadina. Fueron encausadas 763 personas (604 por delitos mayores o de herejía, más de la mitad por judaísmo, ya que los moriscos habían sido prácticamente asimilados). En todo el siglo sólo se cuentan 3 personas ajusticiadas en Bibarrambla, dos quemadas y una ahorcada. La mayor parte de condenas en los autos de fe se centraron en confiscación de bienes y destierros por un tiempo determinado.
- En todo el siglo XVIII sólo se sumaron 4 sambenitos a la iglesia de Santiago, por judaizantes.
- La última persona quemada viva en la hoguera por la Inquisición granadina fue la judía Leonor María Rodríguez, natural de Antequera y vecina de Granada. Diciembre de 1721. En autos de fe posteriores hubo varios casos de relajados en estatua.
Por Gabriel Pozo Felguera
Fuente: El Independiente de Granada | Domingo, 19 de Diciembre de 2021