Daniel Correa Canetti , hijo de Dora. con este dibujo de Tel Aviv aspira a ganar
un concurso de pintura para niños
El mundo que nos muestra Damaris Betancourt es la imagen de unas existencias en vías de desaparición. Un dejar de existir, lenta e inexorablemente, sin molestar a nadie, sin que a muchos les importe.
Salomón Mitrani Barlía, hijo de judíos turcos
Los hay incluso que se convierten al judaísmo con ese único objetivo, a sabiendas de que existen acuerdos, otrora ultrasecretos, entre las autoridades de La Habana y de Jerusalén, que permiten tomar el camino de la emigración, pasando por París, sobre todo hacia Eilat, al borde del Mar Rojo, con unas aguas límpidas que pueden recordar las del Caribe. Es una forma de huir de la Isla, como tantas otras que tienen los cubanos.
Se ha forjado una comunidad de destinos entre los judíos y los cubanos en esa huida permanente. Y también en la necesidad de forjar una memoria colectiva de la diáspora, del exilio, del destierro —hay tantas expresiones para designar una misma desgracia…
Raquel Marichal Maya y su hija Hilda
No para todos. Desde la Revolución, cualquier referencia que no esté incluida en los propósitos gubernamentales se reduce a mero folclor o, a veces, a declaraciones de ciertos responsables de la comunidad en favor de las buenas disposiciones hacia ella de los hermanos Castro. Estos, sin embargo, no han cesado de condenar el “sionismo” en todos los foros internacionales, calificándolo como “punta de lanza” del “imperialismo” o asimilándolo al racismo en la conferencia de las Naciones Unidas en Durban en 2001. Antes de eso, las tropas cubanas habían intervenido al lado de los sirios de Háfez al-Ásad contra Israel en 1973-1974 o, más tarde, al lado de los terroristas palestinos de Yasser Arafat y otros grupos en los campos del Líbano, o adiestrándolos en el manejo de las armas en Cuba misma. ¿Cómo, entonces, no sentirse denigrados por el poder y sus partidarios?
Damaris Betancourt ha querido fotografiar a los que, a pesar de todo, se quedaron, tal vez contra su propia voluntad. La mayoría ya se había ido muy pronto, a partir de 1959, sabiendo, por las experiencias pasadas en otro continente, que las revoluciones y las guerras no permiten el desarrollo tranquilo de las tradiciones y del modo de vida del judaísmo, incluso para los más laicos, los más alejados de cualquier religión.
Judíos los hubo en Cuba desde el descubrimiento de América, en 1492. Más tarde, a principios del siglo XX, llegaron numerosos sefardíes provenientes de España y del imperio otomano. La mayor migración, menos conocida, se produjo a partir de 1940, bajo el primer gobierno, elegido democráticamente, de Fulgencio Batista, que recibió cerca de 14 000 refugiados —entre los cuales se encontraba mi padre—, quienes en su mayor parte esperaban una visa para instalarse en Estados Unidos.
Incluso a pesar de los reflejos nacionalistas, que incluían cierto antisemitismo, como lo demostró el trágico episodio del barco alemán Saint-Louis en mayo de 1939, cuyos pasajeros fueron reenviados al continente europeo por la negativa del presidente Federico Laredo Bru —y de los gobiernos estadounidense y canadiense— a recibirlos. Una mancha indeleble en la historia contemporánea de Cuba.
Pero toda indignidad tiene su contrapunteo. Este fue dado en un maravilloso texto del “sabio” Fernando Ortiz, quien escribió en 1940 una “Defensa cubana contra el racismo antisemita”, un manifiesto a la altura de “Nuestra América” de José Martí, en su esencia antirracista.
Hubo, sin embargo, otro acto vergonzoso: la negativa del presidente Ramón Grau San Martín, en 1947, en aprobar la creación del Estado de Israel en las Naciones Unidas, siendo Cuba el único país de América en actuar de tal manera. Pero también él tuvo a su contradictor en la persona de Eduardo Chibás, quien encabezó varios actos a favor del sionismo. Honor a los que se opusieron siempre a los prejuicios y a la discriminación.
¿Cuántos de los judíos cubanos, hombres, mujeres y niños fotografiados por Damaris Betancourt seguirán hoy día en la Isla? Muy pocos, supongo. Yo ya no tengo noticias de algunos de los que, otrora disidentes en Cuba, a los que conocí durante una escala bastante movimentada en los aeropuertos parisinos, se fueron para Israel. Serán como los innumerables refugiados en la Tierra prometida: unos más en ese mosaico de nacionalidades. Los que están en Estados Unidos son ahora considerados como jubans (jews and cubans), una de esas categorías puestas al orden del día en el principal territorio del exilio cubano.
En Miami existen algunas sinagogas cubanas; una de ellas ahora regida por un argentino, ya que los miembros de la comunidad cubana, fuera de los ortodoxos, reagrupados en su mayoría en el distrito de Bal Harbour, han ido abandonando las prácticas religiosas que nunca pudieron realmente implementar en el país por falta de ganas o por miedo a ser mal vistos por el Partido Comunista y sus organizaciones de masas.
En Miami Beach, precisamente, hay una calle que ha adoptado el nombre del premio Nobel de Literatura Isaac Bashevis Singer, uno de los pocos que lograron resucitar en literatura el yiddish; el idioma de los que él consideraba como “fantasmas”, los desaparecidos, entre ellos buena parte de mi familia, en los campos de concentración nazis. Son ellos los testigos perennes de civilizaciones, o de fragmentos de ellas, reducidas al silencio.
Pero no para siempre. Hay creadores que se han empleado en recoger —y lo siguen haciendo— los testimonios, orales, escritos o gráficos de los que, estén en vida o no, quisieron dejar una huella de su presencia en las distintas tierras adonde emigraron, incluyendo los cementerios que Damaris Betancourt fotografió también. La transmisión de la memoria es tarea de todos nosotros.
Damaris Betancourt, desde su residencia en Suiza, da a conocer estas bellas fotografías, conmovedoras en su sencillez, que son como una premonición de su propio destino de exiliada. La diáspora judía fue la más emblemática desde los tiempos bíblicos. No es la única. Los que son a la vez judíos y cubanos saben que nunca encontrarán una tierra totalmente acogedora, lugares de paso, como aves migratorias. No son gente diferente de los demás: solo unos perseguidos más, unos errantes para la eternidad.
Fuente: hypermediamagazine.com
Conocí a algunas de estas personas admirables en la Habana, crisol de razas y cultura donde la impronta judía a definido la vocación de justicia del carácter cubano y, ha marcado su espiritualidad.