LOS BOIOS DE MAMÁ por Regina Soriano

Cuando llegamos de Egipto, después de vivir uno o dos meses en la casa de mis tíos, mi padre alquiló un departamento en la calle Maure 3292, vivíamos en PB 1, era un departamento chico en el cual mi hermano y yo compartíamos una habitación.

Todos los viernes, o casi todos, mi madre recibía a sus amigas para jugar a la canasta y a la noche venía la familia a cenar.

Entonces ella se levantaba muy temprano para hacer boios. Tomaba la masa la noche anterior y «a la fresca», como solía decir, hacía los boios, los horneaba y cuando yo me iba al colegio ya los primeros salían  crujientes y recién horneados, ¡no puedo olvidar ese placer de comerme uno calentito!.

Como la cocina era muy chiquita, abría la puerta que daba al pasillo exterior para que saliera el olor para afuera y a medida que los otros vecinos bajaban para ir a sus trabajos, sentían el olor y preguntaban: “¿Señora Soriano, qué está haciendo?” Entonces mi mamá tomaba una servilletita y les ponía un boio y así todos probaban, lo mismo sucedía con las burrequitas. ¡Son cosas difíciles de olvidar!

Ya cuando se hizo mayor y yo tomé la posta y los hacía, muchas veces venía a mi casa para ayudarme porque sostenía que entre dos «se hace mucho más rápido».

Aprendí casi todo de ella, el masapan, los mostachudos, los bizcochitos salados con comino y muchas otras cosas y lo más importante que aprendí es que ella pasaba el amor por la comida y yo ahora hago lo mismo, aunque cuando vivía, la criticaba porque pensaba que le daba demasiada importancia a la comida… pero es así y no puedo evitarlo

A veces me pegunto si es una característica de las madres sefaradíes. No lo sé

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