Después de dos intensas jornadas de diálogo, la Real Academia Española dio ayer su beneplácito para la creación de una institución dedicada al judeoespañol en Israel
Después de dos intensas jornadas de diálogo, la Real Academia Española dio ayer su beneplácito para la creación de una Academia del Judeoespañol, esa lengua –conocida popularmente como ladino– que los judíos se llevaron consigo tras su expulsión de España en 1492 y que ha servido como elemento identificador de la cultura sefardí. De llegar a buen puerto, esta iniciativa supondría la creación de la Academia número 24, que completaría el objetivo de «cubrir todo el espectro de la hispanidad», tal y como afirmó Darío Villanueva, director de la RAE.
A pesar de que se trata de un compromiso que todavía necesita tiempo para materializarse, que todavía solo existe sobre el papel, los implicados hablan de una decisión trascendente para la cultura. «A veces no nos damos cuenta de la historia que se va componiendo en el presente. Hoy es uno de esos días. Hoy se materializa un sueño para muchos. El judeoespañol no es solo patrimonio de los judíos, sino de toda la hispanidad», sentenció David Hatchwell, presidente de la Fundación Hispanojudía, antes de apuntar que esta iniciativa enmienda «un error histórico».
Una lengua comunitaria
De aquella comunidad de judíos expulsados nació una lengua propia, heredera del español pero con rasgos singulares. «Lo único que conservaban era el español antiguo que entonces se hablaba en la península ibérica. ¿Cómo se convirtió en judeoespañol? Es un proceso largo, que duró generaciones. Adoptaron el español antiguo y lo escribieron –y este es el fenómeno más curioso– en caracteres hebreos», explica Shmuel Refael Vivante, correspondiente de la RAE y miembro de la Autoridad Nasionala del Ladino y su Kultura.
De hecho, el término popular por el que se nombra a esa lengua hoy en día –ladino– proviene de aquel fenómeno. «El proceso de adoptar el español y hacerlo judeoespañol viene del verbo ladinar. Ladinar quiere decir tomar los textos escritos en hebreo antiguo y reescribirlos de nuevo con letras hebreas, pero en español», continúa Vivante.
Así, el judeoespañol siempre fue una lengua con mucho peso en la cultura, sobre todo como elemento identificador. La comunidad sefardí encontró en él un nexo de unión a un pasado traumático común, pero también a unas raíces propias y queridas. «El fenómeno del judeoespañol no es el del uso de una lengua para comunicarse unos con otros, sino un elemento identificador. Si tú y yo estamos hablando en aquel idioma especial de los expulsados, quiere decir que nosotros venimos del mismo lugar, que tenemos la misma herencia, que estamos conectados a un grupo étnico bastante exclusivo en la sociedad judía», subraya el experto.
Además, se trata de un grupo tan exclusivo como ilustre. Raíces sefardíes tenía el filósofo Baruch Spinoza o el economista David Ricardo, uno de los principales fundadores de la teoría cuantitativa del dinero. También dos titanes de la pintura moderna, Amedeo Modigliani y Camille Pissarro, pertenecían a esa etnia. Y en la literatura sería injusto no mencionar a Primo Levi, que nos legó un testimonio imprescindible del Holocausto.
«Hoy en día el judeoespañol sigue sirviendo como elemento identificador de los sefardíes dentro de la sociedad israelí, que está compuesta de muchísimos inmigrantes de diferentes países de todo el mundo», sostiene Vivante. Además, parte de la potencia sociocultural del judeoespañol en la actualidad se debe a su influencia en la música, donde ha adquirido, incluso, trascendencia internacional gracias a artistas como Yasmin Levy. «A la gente les gusta oír las cantigas en judeoespañol y através de esa música conocer la cultura sefardí», concluye.