
La celebración del 350 aniversario de la Esnoga, la famosa sinagoga portuguesa situada en la plaza Visserplein de Ámsterdam, el pasado domingo 7 de septiembre, fue más que una simple ceremonia: fue un poderoso acto simbólico de reconocimiento y protección de una comunidad centenaria que hoy vuelve a enfrentarse al antisemitismo.
El hecho de que la familia real, representada por el rey Guillermo Alejandro, estuviera presente en las ceremonias refuerza este mensaje: la cultura judía es parte del patrimonio nacional y merece el apoyo del Estado en tiempos de amenaza.
Refugio
Históricamente, la propia Esnoga sirve de modelo de lo que los Países Bajos representaban para los judíos perseguidos en el siglo XVII: un refugio. La comunidad que construyó la sinagoga estaba formada por judíos sefardíes, descendientes de quienes huyeron de las inquisiciones española y portuguesa y posteriormente abandonaron Amberes cuando la ciudad volvió al dominio español. Se asentaron en Ámsterdam a partir de 1600 y se convirtieron en una de las comunidades judías más influyentes de Europa. La Esnoga se construyó entre 1671 y 1675 y se inauguró oficialmente el 2 de agosto de 1675; su diseño es deliberadamente monumental e inspirado en modelos clásicos, centrándose en la grandeza que la comunidad quería proyectar.
Un museo viviente
La arquitectura y los detalles interiores narran la historia de una comunidad que anhelaba expresar abiertamente su identidad. La sinagoga se asienta sobre postes de madera sobre el suelo de Ámsterdam. Los amplios ventanales y el techo con vigas crean un espacio luminoso y sobrio donde el Arca Sagrada de madera (el «hechal» o «aron hakodesh»), los bancos y las dos enormes lámparas de araña, diseñadas para albergar hasta mil velas, cobran protagonismo.
Cerca también se encuentran la centenaria y mundialmente famosa biblioteca Ets Haim y otras instituciones, como una casa de estudios y aulas para jóvenes, que, tanto entonces como ahora, salvaguardan la continuidad religiosa e intelectual de la tradición sefardí en Ámsterdam. Estos testimonios tangibles hacen de la Esnoga un museo vivo y un servicio religioso en activo.
Celebración pública
En el contexto actual, donde los incidentes y amenazas antisemitas se intensifican por doquier, una celebración nacional con figuras públicas cumple varias funciones. Ante todo, es una solidaridad visible: la presencia del rey y otros dignatarios transmite que no se debe permitir que el odio se agrave en los espacios públicos y que el Estado está dispuesto a proteger y honrar la vida judía.
En segundo lugar, está la educación: las actividades públicas en torno a la conmemoración (conferencias, visitas guiadas, exposiciones sobre la huida y el asentamiento y programas escolares) ofrecen a los ciudadanos contexto e historias humanas para debates abstractos sobre la seguridad y la integración.
En tercer lugar, hay un recuerdo renovado de la resiliencia: la historia de la huida, el asentamiento y el florecimiento cultural demuestra que las comunidades judías fueron históricamente capaces de sobrevivir y contribuir a sus nuevos entornos, siempre que recibieran una protección justificable.
El contenido de la celebración en sí fue cuidadosamente compuesto: un servicio religioso con salmos y canciones de sinagoga interpretadas por rabinos y cantores, discursos de líderes de la comunidad, interludios musicales con repertorio tradicional sefardí y la oración oficial por la familia real.
Se hizo hincapié en la larga historia del judaísmo neerlandés y la vulnerabilidad actual del Ámsterdam judío. Sin embargo, el enfoque se centró en la esperanza de futuro que reside en la juventud de la comunidad judía. Se prestó especial atención a la educación en las antiguas tradiciones de la comunidad sefardí y a la importancia de transmitir todos los aspectos del judaísmo de forma moderna a las generaciones futuras.
Reconocimiento
Una celebración nacional de esta magnitud no es una ceremonia informal; también tiene una dimensión política y cultural. Demuestra el apoyo público, conmemora los sacrificios históricos de los refugiados que construyeron la Esnoga y transforma el patrimonio en un escudo contemporáneo contra la intolerancia.
En un momento en que la seguridad judía vuelve a ser cuestionada, el reconocimiento nacional visible —con la presencia del jefe de Estado y un amplio programa religioso y cultural— ofrece no solo consuelo, sino también implicaciones políticas concretas: la atención a la seguridad, la educación y la lucha contra el antisemitismo siguen siendo prioridades. Por lo tanto, la Esnoga se erige no solo como un monumento histórico, sino como un símbolo vivo de la solidaridad entre los Países Bajos y sus ciudadanos judíos.