El 60 por ciento de los judíos de este país tiene más de 60 años. Se enfrentan a la tarea de conservar 86 sinagogas y 821 cementerios para lo que necesitarían más de 20 millones de euros anuales.
Sin mecenas privados y con pocos jóvenes que las impulsen, las actividades

de asistencia social, educación y divulgación que suelen llevar a cabo las kehilot (comunidades judías) en este país tienen dificultades para mantenerse.
La conservación de 86 sinagogas y 821 cementerios repartidos por toda Rumanía es una tarea heroica y casi imposible en este país, uno de los más pobres de la Unión Europea (UE). «El uno por ciento de los 800.000 judíos que hubo en 1938 debe mantener buena parte de los bienes que aquellos dejaron», explica el presidente de la FCER, el economista Aurel Vainer, de 78 años, quien como representante de la minoría judía ocupa un escaño en el Parlamento nacional.
Las ayudas públicas y de organizaciones benéficas, principalmente el estadounidense American Jewish Joint Distribution Committee, son cruciales para financiar la comunidad, pero no son suficientes. Sólo para preservar los cementerios se necesitarían unos 20 millones de euros anuales, un cifra fuera de cualquier alcance.
Pese a todo, la comunidad tiene 45 sinagogas en funcionamiento, aunque sólo cuenta con cuatro rabinos y no tiene escuela propia. Más fuerte es el grupo mesiánico ortodoxo Jabad Lubavich, que ha montado desde 1999 en Rumanía toda una infraestructura religiosa, paralela a la comunidad judía oficial. Con la ayuda de la fundación Lauder, del actual presidente del Congreso Mundial Judío, Ronald Lauder, este grupo gestiona la única escuela judía de Rumanía. Mientras, la FCER tiene que alquilar y vender propiedades como antiguas escuelas u hospitales confiscados durante el comunismo y restituidos tras su caída para hacer frente a sus cuantiosos gastos.
Cualquier ingreso es bienvenido, y los 150 ancianos que viven en las dos residencias que la comunidad tiene en Bucarest y Arad (noroeste) ponen sus propiedades a disposición de la FCER. Esos viejos son los últimos testigos del horror del Holocausto que golpeó a Rumanía al igual que al resto de Europa. Más de la mitad de los 800.000 judíos rumanos de entonces, en su mayoría de ascendencia ashkenazí (germana) y también miles de sefardíes (de origen español) fueron asesinados.
El fin de la guerra trajo la ilusión de una supuesta liberación pero con el comienzo del comunismo volvieron los fantasmas del antisemitismo y de la discriminación. Por eso, se produjo una gradual y masiva emigración, sobre todo a Israel, en función de la autorización de los comunistas, explicó Vasile Ghetau, demógrafo de la Universidad de Bucarest.