Imagen principal: detalle de la Haggadá de Barcelona o de Catalunya (siglo XIV) / Fuente: British Library
Barcelona, el martes 8 de agosto de 1391. Culmina el saqueo y destrucción de la judería, que se saldaría con más de 300 muertes y más de 3.000 agresiones múltiples y bautizos forzados. El centenario barrio judío de la capital catalana, con un origen que remontaba a la Barcelona musulmana y carolingia (siglos VIII a XI), y que había sido uno de los principales polos económicos del país (siglos XI a XIV), nunca se repondría. Sus cinco mil habitantes se dispersaron, y los que soportando todo tipo de presiones y amenazas se mantuvieron en la fe mosaica acabarían forzados a emigrar hacia varios puertos del Mediterráneo y del Atlántico. La diáspora judeocatalana creó importantes comunidades catalanohablantes, claramente diferenciadas de las comunidades sefardíes, y perfectamente conocidas por su identidad de origen: los katalanim.
Mapa de las diásporas judeo-peninsulares de los siglos XV, XVI y XVII / Fuente: Enciclopedia Judaica
Los katalanim de Liorna y de Roma
Según las fuentes, la principal destino de la primera ola emigratoria judeocatalana fue el Mediterráneo occidental. Aquella diáspora es la más antigua; y es, también, la primera que revela la identidad diferenciada de aquellos judíos catalanohablantes. Miles de judíos catalanes, valencianos y mallorquines se establecieron, por ejemplo, en Liorna -entonces el gran puerto del principado independiente de la Toscana-, y fueron tan bien acogidos que popularizarían la ilustrativa cita «Qui va a Liorna, no torna«. O en Roma, capital de los Estados Pontificios, donde se convirtieron en la comunidad judía más prestigiosa de la ciudad, con una sinagoga y una escuela propias –la Sinagoga dei Catalani– que los identificaba y los diferenciaba con respecto a los judíos castellanos o sefardíes, a los judíos originarios del resto de la península italiana o, incluso, a los judíos sicilianos.
La segunda diáspora
La segunda diáspora judeocatalana se produjo a partir del decreto de expulsión de la Alhambra, promovido por el inquisidor castellano Torquemada, y promulgado por los Reyes Católicos. Aquel exilio tuvo una naturaleza más trágica que la primera: en tan sólo cuatro meses (31/03/1492 en 31/07/1492), los judíos de los dominios peninsulares de la flamante y católica monarquía hispánica fueron obligados a malvender su patrimonio, y a abandonar sus casas, sus obradores, sus sinagogas, sus cementerios, sus ciudades y su país. Aquella diáspora es la mejor documentada, y las fuentes nos cuantifican la verdadera magnitud de aquel trágico exilio: 8.000 judíos catalanes, y más de 100.000 en el conjunto de los dominios de la monarquía hispánicas, que se dirigieron hacia las juderías del Mediterráneo central y orientales y hacia los del Atlántico europeo.
Grabado de Amberes (1572) / Fuente: Wikimedia Commons
La judería catalana de Tesalónica
El año 1492 Tesalónica era uno de los grandes puertos del Imperio otomano. Situada en un estratégico abrigaño del mar Egeo, fue uno de los principales destinos de la segunda diáspora judeocatalana. A partir de 1492, Tesalónica fue la única ciudad del mundo de mayoría judía. Pero las diferentes comunidades judías de la ciudad -a diferencia de las de Roma- vivían en barrios diferenciados en función de su origen. Las fuentes detallan la existencia de cinco juderías, una de las cuales era la catalana, claramente diferenciada de la castellana o sefardí. Pero lo más relevante es que aquella judería catalana acogía el exilio procedente, no tan sólo de los países de habla catalana, sino también de Aragón. El año 1545 el rabino katalaní de Tesalónica era un comerciante llamado Baruj Almosnino, descendiente de una familia judía originaria de Jaca (Aragón),
Los katalanim de Tesalónica
La existencia de la judería catalana de Tesalónica y su composición sociológica confirma lo que durante toda la Edad Media había sido la forma genérica de identificar a los súbditos de la Corona catalano-aragonesa: con independencia de su origen (catalanes, valencianos, mallorquines o aragoneses) o de su lengua (catalán o aragonés), eran conocidos por todas partes como catalanes. Genérica y exclusivamente catalanes. En el caso de Tesalónica, como tantos otros destinos de la diáspora judeocatalana, el exilio procedente de Catalunya, del País Valencià, de Mallorca y de Aragón se concentró en un mismo lugar. Aquel barrio fue denominado judería catalana, y su comunidad fue denominada katalaní. Las fuentes documentales revelan que los apellidos más habituales de aquella comunidad eran: Albó, Almosnino, Català, Estruch, Girona, Miró o Vidal.
Grabado de Roma (1550) / Fuente: Cartoteca de Catalunya
¿Qué lengua hablaban los katalanim?
En los barrios judeocatalanes de Roma, de Liorna o de Tesalónica -por poner tres ejemplos- se hablaba la misma lengua que en el barrio del Born de Barcelona, o que en el barrio del Carme de Valencia; es decir, el catalán medieval. Y si bien es cierto que, a partir de de 1492, aquellas comunidades lingüísticas quedaron desconectadas de su matriz lingüística, también lo es que el judeocatalán de las juderías de los katalanim se transmitió y conservó hasta las postrimerías del siglo XVI. El año 1555, el pontífice Pablo IV decretaba la concentración de todas las juderías de Roma delante de la isla Tiberina. Una medida que inspiraría a otros dirigentes de los dominios que habían acogido la diáspora judeopeninsular, y que marcaría el principio del fin de la lengua judeocatalana. No obstante, el año 1581 todavía quedaban una cincuentena de familias catalanohablantes en la judería de Roma.
Los katalanim de los Países Bajos
Una parte importante de la diáspora judeocatalana -sobre todo de la segunda- se dirigió a los Países Bajos. Su relación y mestizaje con la diáspora sefardí (castellanos, leoneses, gallegos, y vascos) ejemplariza el proceso de desaparición del judeocatalán. Según los expertos, durante la segunda mitad del siglo XVI; estas comunidades, establecidas principalmente en Brujas, Gante, Amberes y Amsterdam, «fabricaron» un koiné sobre la base del judeoespañol (el grupo demográficamente dominante); con importantes aportaciones del catalán, del gallego y del portugués. Esta no fue la lengua de Joan Lluís Vives, el humanista judío converso valenciano que, perseguido por la Inquisición, se exilió en Brujas (1514), ni la de las familias que lo acogieron. Pero sí que lo sería la del filósofo judío de origen portugués Baruch Spinoza, que vivió durante el posterior siglo XVII.
Detalle de la Haggadaá de Barcelona o de Catalunya (siglo XIV) / Fuente: Bristish Library
Los katalanim de América
La manifiesta y estrecha relación entre los katalanim de los Países Bajos y la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales es la que explica su presencia en América. Las fuentes confirman que los katalanim -y no los sefardíes- fueron pioneros en la fundación de Nuevo Amsterdam (1625) que, posteriormente, sería conquistada por los ingleses y renombrada como a Nueva York (1664). Aquellos katalanim ya no hablaban judeocatalán, pero no habían perdido su identidad de origen. Algunas de las familias fundacionales de la que actualmente se la «gran manzana», se apellidaban Abendana, Aguillaró, Arbec, Barnet (o Barret), Bennal, Bindona, Bromato, Campanall, Capella, Coriell, Farreres, Ferro, García, Goteras, Grades o Pardo; estirpes inequívocamente de katalanim que clavaban sus raíces en las desaparecidas juderías catalanas, valencianas, mallorquinas y aragonesas.
Por Marc Pons
Foto: British Library
Barcelona. Domingo, 20 de junio de 2021.
Fuente: El Nacional de Catalunya