A manera de introducción
Con Cristóbal Colón llegaron a Cuba los primeros judíos. Luis de Torres, intérprete de Colón en su primer viaje a América, es considerado la primera persona de este origen en establecerse en el Nuevo Mundo. El Edicto de Expulsión decretado en los reinos de Castilla y Aragón en 1492 y la aventura de la búsqueda de la ruta de las Indias fueron algunas de las razones que dieron lugar a este fenómeno migratorio hacia América. Venían huyendo de la España dominada por la Inquisición y esperaban vivir en paz en tierras lejanas, o al menos enriquecerse rápidamente. En su mayoría serían conversos a la fuerza, aunque practicaban su religión en secreto
El cultivo de la caña de azúcar y el desarrollo de las relaciones comerciales entre las islas vecinas contó en el territorio caribeño con la participación de una población de ascendencia judía y sus descendientes, contribuyendo a su florecimiento económico. La extensión de una red de exportaciones, que abarcó como elemento fundamental su relación con Hamburgo, Londres y Ámsterdam, corrobora la afirmación de que este comercio se hallaba principalmente en manos de judíos y criptojudíos. Sin embargo, la Inquisición no dejó de perseguirlos y de formular campañas tendenciosas sobre ellos. Es imposible establecer con exactitud el número de familias que sobrevivieron a esta época de barbarie y, prácticamente, las huellas de su origen fueron borradas con el tiempo.
Puede afirmarse que no existe continuidad histórica entre los judíos que residían en Cuba en la época colonial y los que emigraron en las postrimerías del siglo XIX y los inicios del XX. Esta última inmigración está formada por tres grupos fundamentales:
- Un primer grupo proveniente de Estados Unidos (de origen rumano en su mayoría) asociados a la Guerra Hispano Cubano Norteamericana y procedente de altas clases sociales. Acentuaron su identidad norteamericana, tendiendo a separarse;
- Un segundo grupo, compuesto por los llamados hebreos sefardíes, fundamentalmente de Turquía y Siria. Un buen número llegó en 1907, marcando un hito significativo en este proceso de inmigración. No fue hasta 1914, y en especial a partir de 1921, cuando se formaron realmente las bases de esta comunidad. Este período histórico se corresponde con las Guerras de los Balcanes y la Primera Guerra Mundial;
- El tercer grupo, los askenazíes, era cualitativamente mayor y procedía de Europa oriental -fundamentalmente de Rusia y Polonia- después de los hechos ocurridos con los “pogromos1” europeos y los eventos motivados por la Segunda Guerra Mundial. Emigraron a Cuba al no poder ingresar a los Estados Unidos —su objetivo primordial—dadas las leyes que fijaban cuotas limitadas a la inmigración a ese país.
El carácter de transitoriedad marcó indeleblemente a estas primeras oleadas de inmigrantes judíos a Cuba, sobre todo a la última de ellas. A diferencia de los judíos de Europa oriental, que veían a Cuba como una estación de paso en el camino hacia los Estados Unidos, los primeros sefardíes no viajaron al país por falta de alternativas, sino que lo eligieron voluntariamente en un tiempo en que las puertas del paraíso norteamericano aún permanecían abiertas para ellos.
Hubo judíos sefardíes que emigraron a New York antes de la Primera Guerra Mundial pero, al conocer sobre las condiciones de Cuba y la posibilidad de desarrollar negocios altamente ventajosos, abandonaron esa ciudad y se trasladaron a Las Antillas. Su rápida identificación con la idiosincrasia del cubano a partir de un denominador común, idioma y cultura, provocó un cuadro homogéneo y sin incisiones. Las calles de La Habana, en particular las de la ciudad vieja, se llenaron de sus voces y tradiciones; recorrieron casa por casa ofreciendo sus mercancías a plazos, y disímiles comercios abrieron sus puertas a lo largo de toda la Isla.
Los askenazíes no tuvieron igual proceso de adaptación y difusión cultural. Las mujeres no trabajaban fuera del hogar y la vida giraba en torno a la casa, la familia y la sinagoga.
Indiscutiblemente, la inserción en el contexto cubano de estos años no les fue nada fácil a los unos ni a los otros, “pero la astucia de sus prácticas comerciales, su modo colectivo de hacer, su interrelación en los negocios y la ausencia de tradición consumista que manifestaban como grupo les hizo progresar vertiginosamente en la escala comercial” (Corrales, 1999)2. En la segunda mitad de la década del 20, la comunidad judía empieza a sentar las bases de lo que sería su futuro desarrollo. La imagen del vendedor ambulante va desapareciendo gradualmente y ya a fines de los años 30, quedaría circunscrito a los pequeños poblados. Esta etapa del comercio judío termina para dar paso al negocio in situ, a una categoría mercantil y social de rango superior.
Las calles Muralla, Compostela, Sol, Habana y Bernaza fueron los focos fundamentales de asentamiento en la capital cubana. A medida que fueron mejorando económicamente, trasladaron su residencia a barrios como los de Santos Suárez, Lawton, Luyanó y tras los años 50, a barrios exclusivos como El Vedado y Miramar. Pero no solo La Habana constituyó el asentamiento de los judíos que llegaban al país. A continuación, se relacionan los principales lugares donde se establecieron a todo lo largo de la Isla: La Habana (1906), Holguín (1921), Camagüey (1923), Manzanillo y Santiago de Cuba (1924), Banes (1925), Sancti Spíritus (1926), Santa Clara y Guantánamo (1929), y Remedios y Caibarién (1931) (Eli, 2019)4.
Sin lugar dudas, no se apreciaba en Cuba un espíritu antisemita; a pesar de los episodios trágicos del barco Saint Louis, que en 1939 fue obligado a regresar a Alemania con casi un millar de refugiados judíos que no recibieron permiso de las autoridades cubanas para desembarcar. Para muchos otros, con mejor suerte, “el trato fue mejor que en otros lugares donde la historia de sus familias se extendió” (Rigol, 2001)4.
En los años 40, la situación económica para los judíos en Cuba fue más favorable. Los negocios que comenzaron a desarrollarse en las calles Acosta, Cuba, Merced, Luz, San Ignacio y Muralla, del barrio de Belén, así lo demuestran. La cercanía al puerto y al ferrocarril contribuyó a ese despegue económico. Esta parte de la ciudad recibió el nombre de Barrio Judío o de los “polacos”, nombre con que los cubanos llamaban a los judíos, fueran polacos o no. Es importante destacar que toda esta integración fue mucho más fácil para los sefarditas; por tener, como ha sido señalado anteriormente, similitudes de idiosincrasia y lenguaje con la población local.
En la década de los 50 prósperos comerciantes e industriales desarrollaron negocios de pieles, tejidos y confecciones, calzado, joyería, e incluso aparece una incipiente industria del diamante, entre otros. En menos de treinta años, la descendencia de esta población inmigrante se desempeñaría no solo en el campo comercial e industrial, sino también en el ámbito profesional y técnico. Sin lugar a dudas, la etapa de maduración y consolidación económica era un hecho.
La comunidad hebrea tuvo, y aún mantiene, una gran influencia en la vida política y cultural de la nación cubana. Puede hacerse una extensa relación de personalidades judías que han ennoblecido el arte, las ciencias, la historia y las letras cubanas.
Después de 1959 comenzó un nuevo éxodo. Se dirigieron fundamentalmente hacia los Estados Unidos. Algunos emigraron a otros países de América Latina y a Israel. Este exilio fue inducido principalmente por las afectaciones económicas producidas por las medidas revolucionarias aplicadas. Por otra parte, ante ciertos temores a una posible intolerancia respecto a sus principios religiosos. Dice la investigadora judía-cubano-norteamericana, Ruth Behar5, que muchos años después recordarían a Cuba “con nostalgia como su paraíso perdido”.
Si bien no puede hablarse de antisemitismo en Cuba, es justo señalar que el período comprendido entre los años transcurridos a partir del triunfo revolucionario y la década de los 90 se traduce en un lapso oscuro en las relaciones religioso-gubernamentales, que unido al nuevo proceso migratorio mencionado influyó notablemente en la supervivencia de la comunidad judía, casi al extremo de su desaparición. La afluencia a las sinagogas, a las actividades y festividades tradicionales se vio afectada seriamente.
Con el acercamiento suscitado a inicios de los años 90 entre el Estado y todas las nominaciones religiosas del país, se produciría el resurgimiento de la comunidad hebrea, teniendo como base fundamental a los descendientes de segunda y tercera generación. Bajo el liderazgo del Dr. José Miller6, Abraham Berezniak7 y el Dr. Alberto Mechulam8, entre otros, se lograron retomar los servicios religiosos con el minián —quórum mínimo de diez judíos adultos— necesario y las festividades tradicionales como el Shabbat, Rosh Hashana, Janucá y Pésaj, entre otras. A su vez, aunque en el país la educación es laica, la aprobación de una pequeña escuela dominical para los niños contribuye al conocimiento de la historia, las tradiciones y la lengua hebrea, lo que también alcanza a los padres.
La comunidad hebrea de la actualidad ha sabido rescatar esa herencia cultural que la precedió. Su impronta se evidencia en sus edificios, en la fuerza de su patrimonio intangible, en sus manifestaciones culturales y en su integración al país que, en definitiva, se convirtiera en su nueva patria. Sin olvidar que su identidad propia y la conservación de esa memoria histórica también son profundamente cubanos. (Eli, 2019)9.
¿Arquitectura de símbolos y significados?
Los años cincuenta constituyeron la etapa de maduración definitiva de la comunidad judía cubana y la única que podía haberla dotado de edificios propiamente construidos para conjugar su actividad social y religiosa. Si inicialmente el desarrollo de estas actividades se producía en edificaciones de carácter doméstico, en esta década se construirán tres edificios sinagogales, diseñados para este fin. Ejemplo de ello es la construcción del templo Adath Israel (Acosta y Picota, La Habana Vieja), diseñado por el Arq. Oscar Waissman; la Casa de la Comunidad Hebrea de Cuba (13 e I, El Vedado), proyectado por el Arq. Aquiles Capablanca10 con la colaboración del Arq. Henry Griffin y el Centro Hebreo Sefaradí (17 y E, El Vedado), con la autoría del Arq. Jaime Benavent11.
¿Pudiera decirse que estos edificios son la expresión de la espiritualidad judía? Arquitectónicamente, la imagen exterior proyectada no da una muestra clara de ello. Se corresponden con las corrientes estilísticas del momento y son exponentes del Movimiento Moderno en Cuba; no obstante, se hace necesario profundizar en el análisis de los significados, pues el desarrollo del interior y algunos rasgos particulares de las fachadas son elementos muy representativos.
Se corresponden con el intento ーen el continente americanoー de transformar la sinagoga en centro social, además de lugar de culto y enseñanza. El esquema general propuesto es el de un edificio sinagogal que asume diversas funciones y puede transformarse en oratorio o salón para festividades; así como la inclusión de otros locales para escuela, sitios de reunión para las organizaciones sociales, biblioteca y restaurante, entre otros.
La imposibilidad de mantenimiento de sus edificios sinagogales llevó a la necesidad de vender parte del edificio de la Comunidad Hebrea de Cuba al Ministerio de Cultura, así como proceder al arrendamiento también de una parte del edificio del Centro Hebreo Sefardí a igual organismo (Eli, 2002)12. En la actualidad, ha sido recuperado en su totalidad este último edificio, que ha retomado sus funciones originales y una de sus áreas principales ha sido dedicada al Museo del Holocausto.
Centro Hebreo Sefaradí
Se desarrolla en cuatro parcelas de los que fueron los repartos de El Vedado y Medina. Tiene un total de 1227,50 m2 y, originariamente, se hallaba una casa quinta de inicios de siglo XX, ejemplo del eclecticismo habanero. El valor del terreno ascendió a 75.000 pesos, cifra importante para la época.
La nueva edificación está conformada por dos bloques bien delimitados y un parqueo. Su estructura es de hormigón armado (vigas, columnas, losas de entrepiso y cubierta). Fueron utilizados materiales de alta calidad en sus terminaciones. En este primer bloque se encuentra la entrada principal al templo y la entrada al vestíbulo lateral, que da paso a dos rampas de acceso, una ascendente a la planta principal y otra al nivel de basamento. Este último contiene todo lo referente al conjunto de locales y áreas que sirven de soporte a la actividad social. El valor total de la construcción ascendió a 250.000 pesos.
La sobriedad de las líneas es un rasgo común, donde la interpretación conceptual es la que se impone. Se denota cierta influencia cubista en su expresión formal. El arte monumental empleado se corresponde con la certidumbre de la supervivencia de muchas generaciones, sentimiento acorde con la valoración existencial de la comunidad sefardí en este momento. La disposición de las columnas de la entrada principal del templo permite establecer un símil con la referencia bíblica que se hace del Templo de Salomón.
No es casual la ausencia total de decoración que se aprecia en la fachada. Es también una característica de la época: dar mayor importancia a la estructura y obviar lo ornamental. Este es un leit motiv de la cultura hebrea, dada su oposición a la pluralidad de culto e imágenes.
Casa de la Comunidad Hebrea de Cuba
El terreno que ocupa la Casa de la Comunidad Hebrea de Cuba posee una extensión de más de 2.500 m2. En este sitio se hallaba la casa del que fuera Presidente de la República, el Dr. Alfredo Zayas y Alfonso13, quien al concluir su mandato en 1925 vivió allí hasta su muerte.
El edificio cuenta también con dos bloques: la sinagoga con sus dependencias anexas y la casa social, todo lo cual se desarrolla en tres plantas y un sótano. Sin embargo, muestra un mayor grado de elaboración en su concepción arquitectónica. El Arq. Capablanca viajó a los Estados Unidos en búsqueda de la información que necesitaba para su diseño. El estudio minucioso de la Biblia y de todo aquello que le permitiese llegar a una interpretación de los códigos, hizo que la expresión final de su proyecto se correspondiese con la identidad cultural judía.
La concepción arquitectónica del conjunto está integrada por un edificio que refleja inequívocas influencias de la arquitectura norteamericana con evidentes acentuaciones de las horizontales, proliferación de terrazas, amplias crujías y puntales, el uso de los brisse soleil14 de la inconfundible arquitectura brasileña y una rampa grandilocuente para el acceso, todo lo que muestra un alto grado de elaboración formal. Junto a este se alza otro edificio que rompe esta estructuración pero a la vez proporciona una imagen armónica y equilibrada que, en su tratamiento exterior y su prolongación al interior, trata de sintetizar el simbolismo y la idiosincrasia judías, donde los significados tienen carácter protagónico.
La entrada al templo está acentuada por una escalinata que se identifica con lo referido en el Talmud, en cuanto a que la sinagoga debe ocupar el lugar más alto de la ciudad, y sobre ella no debe existir nada que interfiera en la comunicación con Dios. La fachada —y específicamente la puerta— posee el signo heráldico del León de Judea, la representación de las doce tribus de Israel y —como símbolo más significativo de la eternidad, la perpetuación e indestructibilidad del pueblo judío— dos hermosas menorá15. Todo subrayado por la monumentalidad del arco de hormigón que representa el arcoíris —con más de 15.0 m de altura— y el fin del Diluvio Universal.
Por Matilde Eli Rodriguez
Sobre la autora
Matilde Eli Rodríguez es Máster en Restauración y Rehabilitación del Patrimonio Construido. Es Profesora Auxiliar de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Tecnológica de La Habana, José Antonio Echeverría (CUJAE). Ha participado en diversos Congresos Internacionales como ponente en estos temas y ha publicado algunos artículos sobre el particular.
Es de ascendencia sefardí y miembro de la Comunidad Hebrea de Cuba. Durante años ha estudiado sobre la inserción de esta comunidad en el país y en la actualidad se encuentra preparando un libro sobre la presencia cultural de los judíos en la cultura cubana.
Fuente: Revista Milta |