Judíos y conversos, de la ceguera a la Inquisición, en el MNAC

Aspecto de la exposición 'El espejo perdido', en el MNAC, con una obra en primer plano sobre la ceguera atribuida al judaísmo. / PERE FRANCESCH / ACN
Aspecto de la exposición ‘El espejo perdido’, en el MNAC, con una obra en primer plano sobre la ceguera atribuida al judaísmo. / PERE FRANCESCH / ACN

 

Un pergamino de 1340 con la flagelación de Cristo dibujada; en él, dos verdugos descoyuntados señalados en una inscripción como «judíos malvados» (escrito en catalán por estar dirigido a un público laico). En la misma sala, una caricatura de la misma época en un ‘liber iudeorum’, libro donde se anotaban los préstamos concedidos, en este caso por un poderoso judío, Salomón Vidal de Vic: tiene un rostro monstruoso, nariz enorme, boca abierta y ojos estrábicos.

Un siglo después, un judío de Tortosa es acusado de pisar un grabado de la Piedad en plena calle: la estampa rasgada, cosida, se incluyó como prueba de cargo en un proceso inquisitorial contra él. Son tres casos donde el judío se ha convertido en el Otro y que ilustran que «la diferencia existe, pero la alteridad se construye». De esta tesis parte la exposición ‘El espejo perdido. Judíos y conversos en la Edad Media’, que aterriza en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) hasta el 26 de mayo con obras de, entre otros, maestros del gótico como Pedro Berruguete y Bartolomé Bermejo. La defiende Joan Molina, su comisario y conservador del Museo del Prado, donde este otoño la muestra atrajo a 100.000 visitantes.

Entre los siglos XIII y XV en los reinos de Castilla y Aragón, explica, «la mirada cristiana fue construyendo esa alteridad que desembocó en la estigmatización social y visual que sufrieron los nuevos cristianos de ascendencia judía» y que culminó en su persecución por parte de la Inquisición, creada en 1478, que «utilizó el poder de las imágenes contra ellos».

Aspecto de la exposición 'El espejo perdido', en el MNAC, con obras que revelan el antijudaísmo. / PERE FRANCESCH / ACN
Aspecto de la exposición ‘El espejo perdido’, en el MNAC, con obras que revelan el antijudaísmo. / PERE FRANCESCH / ACN

 

«Tras los violentos pogromos de 1391, que se extendieron desde Sevilla como una mancha de aceite, con muchos muertos y exiliados, hubo una conversión masiva de judíos al cristianismo -relata Molina-. Y las imágenes de culto se convirtieron en protagonistas hasta el punto de que podían ser usadas como prueba de la sinceridad de esos nuevos cristianos o, por el contrario, para acusarlos de judaizar y condenarlos».

Aspecto de la exposición 'El espejo perdido', en el MNAC. / PERE FRANCESCH / ACN
Aspecto de la exposición ‘El espejo perdido’, en el MNAC. / PERE FRANCESCH / ACN

 

Entre las primeras, las hubo ortodoxas, como la pintura del crucificado encargada en Italia por el converso Alonso de Burgos y enviada al temido inquisidor Tomás de Torquemada como prueba de su identidad cristiana, pero también muy «bizarras», como el ‘Cristo de la Cepa’, de 1400. Este sorprende desde una pequeña vitrina, pues es una humilde y pequeña raíz de vid en forma de Jesús en la cruz que un judío encontró mientras podaba su viñedo y le provocó su inmediata conversión al cristianismo. Lo donó al monasterio de San Benito de Valladolid, fue venerado y, en el siglo XVIII, sacado en procesión para rogar por el fin de las sequías…

Intolerancia, hoy

«Aquella violencia e intolerancia podría seguirse hasta el XIX en la iconografía de Goya y sigue muy presente hoy día», constata el comisario ante Miguel Falomir, director del Prado y su homólogo del MNAC, Pepe Serra, antes de recordar que esta exposición pionera en su temática, «no es sobre judíos, sino que muestra cómo los cristianos definieron su propia identidad a partir de cómo definieron a judíos y conversos». De hecho solo hay tres obras de artistas judíos, entre ellas la Hagadá Dorada (1320), que fueron encargadas por la élite judía de Barcelona e incluyen elementos cristianos.

Aspecto de la exposición 'El espejo perdido', en el MNAC. / PERE FRANCESCH / ACN
Aspecto de la exposición ‘El espejo perdido’, en el MNAC. / PERE FRANCESCH / ACN

 

Una cuestión de sangre

La Inquisición convirtió el antijudaísmo en «razismo, en una persecución por cuestión de sangre, ‘la sangre sucia’ de los conversos por ser descendientes de judíos». Pero antes había habido espacios de convivencia y se sucedían los ritos judíos, como la circuncisión, en escenas cristianas. Sin embargo, en seguida proliferaron «imágenes mediáticas y propagandísticas» que mostraban la ceguera judía por negar la naturaleza divina de Jesús con vendas en los ojos, las escenas de judíos profanando iconos cristianos como crucifijos o, como en el retablo del Corpus Christi de Vallbona de les Monges, hostias consagradas que milagrosamente empezaban a sangrar como prueba de que eran el cuerpo de Cristo, reafirmando así la identidad cristiana.

La culminación de la alteridad sobre el converso llegó con Torquemada. El inquisidor general de Castilla convirtió el convento dominico de Santo Tomás de Ávila en una de sus sedes principales y encargó al pintor Pedro Berruguete diversos retablos de lectura inquisitorial. Para reforzarlos, en los muros, colgaban centenares de sambenitos, las prendas de los condenados, con su nombre, profesión y sentencia: como el Maestre Juan, cirujano de A Coruña, «quemado por hereje» en 1490.   

Por Anna Abella
Fuente: El Periódico | 

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