Madrid no contaba con una población judía significativa hasta ahora, cuando, gracias al esfuerzo de personas como el historiador Itzaj Benabraham.
Según el Centro de Estudios Moisés de León, la presencia de una pequeña comunidad judía en Madrid se remonta al siglo XII, asentada en la zona que hoy abarca desde la Plaza de Pedro Zerolo y la Gran Vía hasta la Puerta del Sol, por un lado, y la zona que hoy ocupan la Cuesta de Santo Domingo, la Plaza de San Martín, la calle Mayor y la calle de Bailén, por otro.
Lo que hoy es la calle de Tetuán, donde se fundó el Partido Socialista en el siglo XIX en la taberna Labra, era antiguamente la calle de la Zarza, que terminaba en un acantilado sobre lo que hoy es la calle del Arenal, que, como su nombre indica, era la zona donde se extraían los áridos para la construcción de las pequeñas edificaciones de la época.
Al pasar por este lugar, Itzaj Benabraham recuerda cómo dos judíos, falsamente acusados de robar en la iglesia de San Ginés, fueron ejecutados arrojándolos desde un acantilado. En aquellos siglos posteriores al Edicto de Granada, que ordenaba a los judíos convertirse o abandonar la Península, se creía que los cristianos no eran ladrones por principio y, por lo tanto, solo los musulmanes o los judíos podían serlo.
Apenas quedan rastros visibles, pero a la altura de la vista hay una inscripción en lo que claramente era la puerta de una casa. Aunque se refiere a María, Jesús y José, y al año 1699, Benabraham explica que esta era una de las formas más obvias en que los judíos conversos demostraban su renuncia al judaísmo. La inscripción se encuentra en la Puerta de San Martín, frente al Monasterio de las Descalzas Reales, que obviamente no necesitaba proclamar su afiliación a ninguna fe religiosa en particular.
Incluso antes del decreto de expulsión, los Reyes Católicos promulgaron el decreto de separación, que ordenaba a los judíos vivir separados del resto de la población. Por lo tanto, tuvieron que abandonar sus antiguos hogares y establecerse extramuros, concretamente en la zona que hoy sería la explanada entre la Plaza de la Armería del Palacio Real y la Catedral de la Almudena.
Durante las excavaciones para construir el impresionante Museo de las Colecciones Reales, se encontraron varios símbolos que probarían la existencia de estas casas, a las que fueron desterrados los judíos de Madrid. Los hallazgos permanecen enterrados, aunque quienes apoyan a Benabraham exigen al menos algún tipo de señal o placa que marque el lugar de este destierro.
Es casi seguro que muy pocos madrileños, y desde luego muchos menos turistas, saben que el primer gran atentado antisemita en la Europa moderna tuvo lugar en Madrid en 1932. En concreto, ocurrió en los entonces gigantescos grandes almacenes SEPU, propiedad de dos judíos suizos. Pero a diferencia de lo ocurrido en la Alemania nazi, el ataque a los grandes almacenes ahora ocupados por PRIMARK fue perpetrado por matones de sindicatos de izquierdas, que destruyeron la mercancía expuesta, provocaron un incendio y agredieron a los empleados que intentaron defender el local con el pretexto de que «sus dueños judíos explotaban a los trabajadores».
No muy lejos de allí, en la Plaza de Santo Domingo, se alzaba el Convento de Santo Domingo el Real, donde se celebraron numerosos autos de fe privados desde el siglo XIII. A pocos metros, en la esquina de las calles Isabel la Católica y Leganitos, se encontraban las casas de la Inquisición y las llamadas «cárceles secretas».
La Inquisición, que fue de hecho la primera fuerza policial política organizada para la defensa del Estado, ha pasado a la historia, gracias a la imagen que proyectaba como perseguidora de la herejía religiosa, como la fuente más despiadada de torturas y ejecuciones, cuando en realidad fue ampliamente superada en estas actividades por sus homólogos europeos. Cabe destacar que la última sede del Consejo Supremo de la Inquisición en el siglo XVIII se ubicaba en el número 12 de la actual calle Torija. Sus registros y documentos, lejos de alimentar la «Leyenda Negra» que los anglosajones y los holandeses inventaron sobre España, pondrían muchas cosas en su lugar, aunque hay poco interés en hacerlo.
Y, por último, este paseo para descubrir o redescubrir el Madrid sefardí puede tener un final original: la degustación de un auténtico cocido kosher. Se trata de una brillante idea de uno de los grandes templos del plato estrella de Madrid, La Bola, que acerca uno de los tesoros más preciados de la gastronomía madrileña a los comensales no cristianos. La sustitución del cerdo por venado, cordero y ternera, con certificación kosher, es un esfuerzo encomiable de Mara y su equipo en La Bola, que sin duda reforzará aún más su merecida reputación.
Fuente: atalayar.com