«Fue un error histórico expulsar a los judíos en 1492»

El arqueólogo y escritor Javier Bona, en el barrio de la judería de Calatayud.Jesús Macipe
El arqueólogo y escritor Javier Bona, en el barrio de la judería de Calatayud.Jesús Macipe

 

En Tarazona he pasado algunos de los mejores años de mi vida, pero también los peores. Ahora en Cala-tayud estoy muy bien y soy feliz. Las dos son parte de mi vida.

Fue pionero en ver las posi-bilidades culturales y turís-ticas de la cultura judía. ¿Es rentable?

Más importante que la rentabilidad es para mí humanizar la historia de los judíos en Aragón e intentar que ese pasado, esa memoria, no se olvide. Lo importante es la memo-ria, los apellidos, las historias per-didas, las llaves de las casas… Y todo por un hecho de justicia histórica, porque soy de los que piensan que nunca debimos expulsar a los judíos en 1492. Fue un error histó-rico.

Y a usted, ¿de dónde le viene la pasión por esa cultura?

Un día visitó Tarazona una profe-sora universitaria en Nueva York y nos hizo descubrir un barrio com-pletamente olvidado. La cultura judía estaba presente en todas sus calles, en la memoria de sus perso-najes. Cuando lloró delante de una puerta de la judería de Tarazona, comprendí que realmente teníamos
un pasado que debíamos recuperar.

Llevaba mucho tiempo sin publicar y ahora, de repente, tres libros casi simultáneos. Dos dedicados a los judíos de Calatayud y Tarazona. Usted ha dicho que son plegarias escritas con tinta, con piedra y con silencio.

El libro de Calatayud busca que se conozca la verdad y que la ciudad entre en la Red de Juderías de España. Tarazona es la otra cara de una misma moneda. Voy a publicar otros libros sobre la inteligencia artificial o el Cipotegato. Ya es hora de hacer una historia de lo que supuso, lo que supone y lo que supondrá el Cipotegato para Tara-zona.

Son dos libros de personajes, de nombres propios. Pero quizá la historia más sobre-cogedora es la de un niño sin nombre…

Son relatos que mezclan la ficción con la documentación y con histo-rias reales, y realmente algunos de ellos encogen el corazón. Pero tam-bién doy luz a personas que muchos bilbilitanos y turiasonen-ses ignoran. Del niño que lloró ante la Inquisición solo conocemos unas líneas de texto. Tenía 11 años y lloró porque alguien le había delatado por usar palabras extrañas.

En la portada de ‘La judería de Calatayud’ aparece una llave.

Calatayud tiene la suerte de contar al menos con dos llaves, una que representa el pasado de los del exilio interior, y que ha llegado a una familia de nuestro siglo XXI. Afortunadamente, está localizada y se guarda celosamente. La otra llave vino de lejos, desde Tel Aviv, de la mano de un profesor universitario que a finales de los 60 apareció por Calatayud, por la plaza de la Jolea, y quiso encontrar su casa familiar a través de la sombra que arrojaba la torre de Santa María. Lo logró. Él sacó su llave del bolsillo y se puso la kipá y empezó a rezar ante ella. El episodio es real pero, por desgracia, no sabemos su apellido.

Va a publicar también un libro sobre ‘Inteligencia arti-ficial en el patrimonio’. ¿Qué puede aportar la IA en este campo?

Muchísimo. Cuando se sepa usar bien, y crear con la información adecuada, se lograrán cosas impresionantes.

¿Acabará la inteligencia artificial con la inteligencia natural?

No, al revés, será un complemento que abrirá nuevos caminos y desarrollará nuevas ideas y posibilidades. Lo importante va a ser comple-mentar el trabajo de la inteligencia artificial, que no crea derechos de autor, con la dirección humana del proyecto, la información, la defini-ción de lo que se quiere conseguir.

Falta menos de un mes para el Cipotegato. ¿Usted lo ha sido?

No, pero me hubiera gustado muchísimo. En mi época era más difícil, pero ahora es por sorteo. Admiro y envidio a quienes lo han sido. Hace falta mucho valor para salir de Cipotegato y enfrentarse a toda la multitud.

Qué tradición más curiosa, ¿no? ¿Cómo la explica?

El Cipotegato es un personaje viconversos, yo, con más de 300 años de historia, acompañaba la procesión del Corpus en el siglo XVIII para que los niños no estorbasen los oficios religiosos. Después pasó a formar parte del dance, y en los años 30 del siglo pasado los niños y la gente empezaron a tirarle verduras. Entonces aparecía ya con la vara y la vejiga. Y en la actualidad, si corre y es valiente, puede subir a la estatua con orgullo y entrar en volandas como un héroe.

¿Qué relación tiene con la tomatina de Buñol?

Afortunadamente, ninguna. El Cipotegato tiene una historia, una tradición centenaria, una razón de ser. Estas últimas décadas la fiesta se ha democratizado y se ha con-vertido en algo realmente atractivo y curioso, que el espectador no olvidará jamás. Sobre Buñol… no opino.

Por Mariano García
Fuente: Heraldo | 1/8/2025

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