Fue un genial converso nacido en Tuy (España) y bautizado en Braga (Portugal), adversario del aristotelismo y del argumento de autoridad. Propugnó un examen directo de las cosas que sometiera los datos de la experiencia al análisis y crítica del juicio.
Por José Biedma
![220px-francisco_sanches Estatua de Francisco Sánchez del escultor Salvador Barata Feyo.](https://esefarad.com/wp-content/uploads/2011/04/220px-francisco_sanches.jpg)
Francisco Sánchez «el Escéptico» nació en 1551 en la localidad gallega de Tuy y murió en 1623 tras una larga vida dedicada al estudio, el ejercicio de la medicina y su enseñanza, pues desde 1585 fue profesor de la Facultad de Medicina de Toulouse, donde había estudiado derecho y medicina Miguel Servet entre 1528 y 1530 y había sentado cátedra Giordano Bruno desde 1579 a 1581. Fue un genial converso hispano-lusitano (fue bautizado en Braga y seguramente su madre era portuguesa), adversario del aristotelismo y del argumento de autoridad. Propugnó un examen directo de las cosas que sometiera los datos de la experiencia al análisis y crítica del juicio. Pero el conocimiento, de todos modos, para Sánchez, sólo alcanza los accidentes, no las pretendidas esencias de las cosas. La única realidad cognoscible es el mundo externo.
La filosofía de Sánchez se detiene, como luego hará la de Hume, cuya crítica anticipa, en el probabilismo fenomenológico. Nuestro conocimiento, meramente probable, sólo lo es de apariencias, de fenómenos. Su exigencia de método también es precursora del cartesianismo. Especialmente clara parece la influencia en Descartes de su obra principal: Quod nihil scitur (Lyon, 1581), «Que nada se sabe».
Sánchez escribió el prólogo de esta obra en 1576. El francés Pierre Daniel Huet acusó al mismísimo Descartes de haber plagiado a Sánchez en lo concerniente a la «duda metódica», por cuanto las primeras páginas del Discurso del método recuerdan bastante el prólogo del Que nada se sabe. Las primeras palabras de saludo de don Francisco al lector arrancan del optimismo de Aristóteles, pero siguen lacónicas y corrosivas, muy sombrías… «Es innato al hombre querer saber; a pocos les fue concedido saber querer; a menos, saber. Y a mí no me cupo suerte distinta a la de los demás».
Cuenta en seguida Sánchez cómo su curiosidad se indigestó, no hallando nada que colmara su deseo, y cómo en los dichos de los antiguos no encontró más que «sombras de verdad». Así que retornó a sí mismo, como si nada se hubiera dicho jamás, empezando a examinar las cosas mismas. Acaba confesando la dramática situación en que se puso de esta forma y en la que es fácil ver un trasunto particular de una condición más general, propiamente humana: «Desespero «de encontrar la verdad», pero persisto». Es un lema que podrían haber adoptado otros muchos filósofos al percatarse de la infinitud de la obra de la inteligencia, una «búsqueda sin término».
Francisco Sánchez se dirige a quienes no están obligados a jurar por la palabra de ningún maestro y examinan las cosas con su propio criterio, «guiados por los sentidos y la razón». No promete la Verdad, pues la ignora. Anima al lector: «Tú mismo la perseguirás, una vez que sea de alguna manera descubierta y sacada de su escondrijo, mas no esperes atraparla nunca ni poseerla a sabiendas; bástete lo mismo que a mí: acosarla».
Estos «Adanes» de la Filosofía, Sánchez y Descartes, que dicen empezar de cero, tienen su mérito. Nadie se lo discute. Pero también una cierta ingenuidad pretenciosa. Lo de empezar de cero y solo, sin las andaderas de la tradición y la autoridad, que manda creer pero no demuestra, es una añagaza metodológica útil, aunque un imposible lógico e histórico. Todos somos enanos subidos a las espaldas de los gigantes, tal vez descubramos a veces tierras incógnitas, pero sólo porque los viejos nos soportan a pimpirinetes. Son incontables quienes nos enseñaron a hablar y a decir el ser de las cosas, y han fallecido; pero los citamos sin querer cada vez que articulamos palabras. La misma obra de Sánchez depende muy directamente de una tradición muy concreta: la pirrónica. En efecto, en 1562 aparecían en latín los Esbozos Pirrónicos de Sexto Empírico, traducidos del griego por el francés Henri Estienne y, en 1569, la traducción al latín del Adversus Mathematicos («Contra profesores dogmáticos») del mismo autor.
A pesar de la consideración en que le tuvo Leibniz, Ludwig Gerkrath, o W. Wildeband (que le pone al mismo nivel que a Kant), y a pesar del discurso de ingreso en la Academia de Menéndez Pelayo, titulado «De los orígenes del criticismo y especialmente de los antecedentes españoles de Kant» (1891), en el cual rehabilita la figura de Sánchez como relativista y agnóstico… Sánchez parece del todo olvidado por los españoles, que no dejamos de cantar loas a los logógrafos y profetas extranjeros de moda.
Tiene su explicación que nos olvidemos tan fácilmente de un gran escéptico. Aquí todos nos creemos favoritos de la Verdad. A todos nos gusta gritar que la poseemos. Tanta modestia y precaución como la de Sánchez, no podía echar raíces en tierra hispana…
Y es que, con independencia del nombre, cada cual es como Dios le hizo, y aun peor muchas veces, según decía entonces Cervantes.
***
TEXTOS
He aquí dos textos de Francisco Sánchez el Escéptico que aluden a sendos tópicos racionalistas: la unidad de la ciencia y la superior certeza de la existencia subjetiva. La obra de Sánchez a la que pertenecen, Quod nihil scitur, se publicó en 1581, es decir, cincuenta y seis años antes que el Discurso del método de Descartes. ¿Conoció Descartes la obra del hispano? Es muy probable.
Texto 1
«Hay tal concatenación entre todas las cosas que ninguna está ociosa, sino que, más bien, se opone o favorece a otra; más aún, la misma cosa está destinada no sólo a perjudicar a muchas, sino también a ayudar a muchas otras. De aquí se sigue que, para el perfecto conocimiento de una sola, hay que conocerlas todas. Mas… ¿quién es capaz de eso? Nunca he visto a nadie que lo sea. Por esta misma razón, unas ciencias ayudan a otras, y una contribuye al conocimiento de la otra. Incluso, y esto es más importante, una sola no puede ser conocida perfectamente sin las otras, y por eso unas se ven obligadas a sufrir cambios por influencia de otras, pues sus objetos están de tal manera relacionados entre sí que dependen mutuamente y son mutuamente causa el uno del otro. De donde se sigue de nuevo que nada se sabe, porque ¿quién conoce todas las ciencias?», op. cit., (3.), pg. 87.
Texto 2
«El conocimiento que se tiene de lo externo mediante los sentidos es superado en certeza por el que se obtiene con lo que está en nosotros o por nosotros es producido. Pues estoy más cierto de que tengo apetito y voluntad, de que ahora estoy pensando esto, de que hace poco evitaba aquello o lo detestaba, que de estar viendo un templo o a Sócrates», (4.), pg. 120.
Fuente: Blog Espanaisrael publicado por Juan Julio Alfaya