ALFREDO MERINO
Madrid
Una muestra recoge la vida y la cultura de esta importante comunidad que habitó Alandalús.
Tenemos pocos conocimientos de la comunidad judía que vivió en la Hispania medieval. Apenas algo más que sus miembros fueron expulsados de España por los Reyes Católicos, al finalizar la Reconquista en 1492. O que no pocos de ellos terminaron sus días quemados en las hogueras que atizó la temible Inquisición.
Desconocimiento poco justificable si se tiene en cuenta la prosperidad económica, el esplendor cultural y la importancia histórica que tuvo aquella comunidad, cuya influencia en las otras dos grandes culturas, la árabe y la cristiana, que convivieron con ella fue notable.
La exposición La Edad de Oro de los judíos Alandalús, que puede verse estos días en Madrid, pone en solfa los diferentes aspectos de una comunidad de la que ya existen tempranas referencias desde tiempos de la dominación romana. Organizada por el Centro Sefarad-Israel de Madrid, en colaboración con la Red de Juderías de España, recorre variados aspectos de la vida de los judíos que habitaron Alandalús.
Interesa al principio acotar unas breves nociones de terminología. Señala un panel en la entrada la conveniencia de utilizar la grafía Alandalús, «en un intento de normalizar esta palabra y equipararla a otros topónimos españoles». Como es el caso de Albacete, Alcalá, Almería y tantos otros. Se elimina el guión y es su pronunciación aguda, como señala el acento de la última sílaba, la propia que empleaban los andalusíes para referirse a su patria. Según subrayan los responsables de la muestra, Alandalús es «tan parte de nuestra historia y nuestra lengua como Iberia, Hispania o España».
De igual modo, es aconsejable explicar el significado de Sefarad. Topónimo de ascendencia bíblica, desde el siglo II de nuestra época lo emplea la lengua hebrea para nombrar a la península Ibérica. Con la expulsión promulgada por los Reyes Católicos, la denominación cobró fuerza y ha pervivido hasta nuestros días. Es el nombre que hoy da la lengua hebrea a España, siendo los sefarditas descendientes de los judíos expulsados de Hispania en 1492.
El punto de partida de la exposición es el hallazgo que realizaron en 1896 las hermanas inglesas Agnes Lewis y Margaret Gibson. Fue durante una expedición por Egipto y Palestina, cuando descubrieron en El Cairo diversos manuscritos hebreos de incalculable valor.
Aquel hallazgo permitió que Solomon Schechter, profesor de Rabinismo en la Universidad de Cambridge, viajase a la capital egipcia, donde logró acceder a la guenizá (depósito de documentos que no pueden ser destruidos) de la sinagoga de Ben Ezra.
MILES DE MANUSCRITOS
Descubrió montañas de legados, papeles, cartas, documentos, transacciones, testamentos, contratos matrimoniales, cartillas infantiles, informes judiciales, donaciones y otros testimonios, almacenados sin orden ni concierto.
Schechter obtuvo permiso para coger lo que quisiera. Y arrampló con 200.000 manuscritos de entre los siglos X y XII. Bajo el polvo de los nueve siglos que permanecieron amontonados, aquellos documentos narraban variados aspectos de la vida cotidiana y la cultura sefardíes. También referían el éxodo que sufrieron aquellos judíos con la llegada y persecución de los almohades en el siglo XII.
Con el legado de parte de estos manuscritos se fundamenta la exposición. Son especialmente abundantes en la segunda sala, en la que se muestra la llegada y estancia de los judíos a la península Ibérica. Junto con instructivos paneles explican la organización familiar, la importancia de la magia y la superstición, la formación de los núcleos urbanos, los viajes y las peregrinaciones.
La invasión de los fanáticos almohades en el siglo XII provocó el primer éxodo de los judíos de Sefarad. Se dispersaron por Italia, Francia e Inglaterra, así como el norte de África. Mucho después, en el referido 1492, se vieron forzados a un segundo gran éxodo. Cinco siglos más tarde, la llama sefardí no se ha extinguido en la cuenca del Mediterráneo.
En lugares tan alejados de Sefarad como Khan El Halili, el mercado más importante de El Cairo, y en el Gran Bazar de Estambul, por citar un par de ejemplos bien conocidos por los españoles viajeros, es posible entablar diálogo en un primitivo español con ciertos mercaderes. Son los descendientes de aquellos migrantes sefardíes, que conservan la lengua medieval alandalusí de sus antepasados. Con ellos tuvo que emprender hace muchos siglos la huida de su patria hasta la otra punta del Mediterráneo. Y allí sigue con vida.
Fuente: elmundo.es