El último judío sefardí de Rodas por Javier García

En septiembre del año 2012, tuve la ocasión de visitar la preciosa isla de Rodas hoy en día perteneciente a Grecia, pero que no hace mucho formó parte del Imperio Turco, y esto se hace patente en sus murallas y fortificaciones que rodean la ciudad antigua.

Paseando entre sus calles pude atisbar un letrero que anunciaba una sinagoga adentrada en una pequeña callejuela, y sin dudarlo como amante de todo lo relacionado con el judaísmo fui a su encuentro.
Nada más entrar no sin antes cubrirme la cabeza con la “kipá” en señal de respeto, me di cuenta de que se trataba de una sinagoga sefardita al tener la mesa de lectura en medio del templo, cosa que no me sorprendió, pues fueron miles los sefardíes que se instalaron en el antiguo Imperio Turco cuando su país, Sefarad (España), los expulsó en 1492 sólo por la sin razón de profesar la religión judía.

Mientras me dedicaba a fotografiar las distintas partes del templo para un posible reportaje videográfico, se me acercó un señor de avanzada edad que me preguntó casi en un perfecto castellano mi procedencia…., y digo casi perfecto porque se trataba del castellano que se hablaba en España en el siglo XV. De tonos melódicos y dulces, el judeo español es la lengua que los sefardíes han conservado casi por quinientos años y transmitido dentro del seno familiar de generación en generación.

Se presentó como Samuel Modiano, último judío sefardí originario que quedaba en la isla de Rodas. Rápidamente me di cuenta de que me encontraba ante una persona especial y que tendría mucha historia guardada, seguro que con algunos episodios tristes.

Ante mi mostrado interés, el Sr. Modiano comenzó a relatar su historia sin imaginarme su parte más trágica:

Era descendiente de españoles, de una familia judía originaria de la ciudad de Toledo, que se vio obligada a abandonar su casa cuando en 1492, los Reyes Católicos los expulsaron de España: unos treinta años más tarde -nos explicaba- varios miles de judíos sefarditas que se habían instalado en la Turquía continental, solicitaron al gobernador turco poder instalarse en la isla de Rodas. Viendo la diversidad de oficios artesanales de los judíos y la preparación intelectual que podría contribuir al bienestar y desarrollo de la isla, les autorizó a quedarse y crear una judería en el interior de la ciudad amurallada. De esta forma según las palabras de Samuel, se inició una etapa de más de 400 años de convivencia pacífica con los turcos que conllevaron un desarrollo próspero de la comunidad sefardí y el mantenimiento de su cultura propia: idioma, costumbres y canciones.

Todo empezó a cambiar tras el dominio italiano de la isla de Rodas y sobre todo con la implantación de la política fascista de Mussolini en la década de los años treinta del siglo pasado:

El importante colegio hebreo fue cerrado, se vieron obligados a estudiar en la escuela italiana y también fueron obligados a trabajar los sábados. Algunos miembros de la comunidad viendo el incierto futuro, decidieron emigrar hacia América o hacia otros países de la vieja Europa liberal y democrática. Pero lo peor no había llegado aún…., con las leyes segregacionistas de Mussolini, a imitación de las establecidas por Hitler en Alemania, la comunidad judía de Rodas vio más restringida su capacidad de vida: Samuel tuvo que dejar la escuela, y su padre como la mayoría de judíos de Rodas, se vio obligado a abandonar su actividad profesional, empeorando día tras día las condiciones de vida de su familia, y en general de todas las de la judería.

Mudo espectador de una narración histórica que había leído y oído en otras circunstancias y en diferentes ocasiones, mi respetuoso silencio facilitó la exposición de Samuel, que como imaginaba iba a desembocar en un testimonio emocionado del acontecimiento más execrable de la historia europea contemporánea: el Holocausto judío.

La judería rodense que había llegado a albergar unos 5.000 miembros, en 1944 se había reducido prácticamente a la mitad. En las décadas anteriores muchas familias habían optado por emigrar por razones económicas y otras muchas consiguieron salir huyendo como hemos señalado, ante la implantación de políticas antisemitas. La isla, tras el derrocamiento de Mussolini en 1943, había pasado a control alemán y durante la segunda quincena del mes de julio de 1944, miembros de la Gestapo recién llegados a la isla, organizaron el proceso de detención y aislamiento de la comunidad. El día 19 fueron detenidos los varones, y el día siguiente, asustados y sin saber qué iba a ser de ellos, todas las personas de la judería abandonaron sus casas y fueron concentradas en una plaza cercana (hoy conocida con el nombre de Plaza de los Mártires) y de allí los llevaron a la deportación. Alrededor de 1.700 personas entre hombres, mujeres y niños, permanecieron encerrados en un antiguo cuartel italiano, y el día 23 fueron conducidos hasta el puerto, donde zarparon en viejos barcos de transporte de carbón. Tras recoger a un centenar de judíos de la cercana isla de Cos, siguieron el viaje hasta el Pireo (Atenas), donde llegaron el último día de julio. De allí fueron trasladados al campo de Haidari (situado en las cercanías de la ciudad), y unos días más tarde según el relato de Samuel, el tres de agosto los subieron a unos trenes de ganado y en un eterno viaje que duró varios días, sin espacio, sin comida y soportando el calor de agosto, fueron deportados a Auschwitz-Birkenau.

El trayecto de los 1.600 kilómetros que separan Atenas de Auschwitz (Polonia) duró dos interminables semanas:

Bajo el tórrido calor del mes de agosto, encerrados -a razón de unas 80 o 90 personas por cada vagón- las familias viajaban casi sin agua y sin suficiente aire para respirar, lo cual produjo la muerte de unas 30 personas que eran bajadas en alguna de las paradas efectuadas a lo largo del camino. Este convoy fue uno de los últimos con destino a Auschwitz con judíos procedentes de Grecia.

Lo peor aún estaba por llegar, en la selección efectuada el 17 de agosto en las puertas del campo, se produjo la separación definitiva de los miembros de las familias:

Al bajar del tren unos fueron obligados a agruparse a la izquierda y otros a la derecha, madres con sus hijos en brazos eran apartadas de sus maridos, los jóvenes separados de los ancianos, Tras la selección se produjo el asesinato masivo de un millar de judíos rodenses, aproximadamente otros 500 sucumbieron como consecuencia del trabajo esclavo y de las extremas condiciones de vida. Sólo lograron sobrevivir 151 personas:

“Seguir vivo dependía del lugar donde te situaban y a mí me eligieron para trabajar –continuaba explicando Samuel- y una vez en el campo, quisieron anular mi personalidad, (muestra los números tatuados en su brazo izquierdo) me convirtieron en un simple número… La mayoría fueron asesinados directamente en la cámara de gas nada más llegar, nosotros nos enteramos a las pocas horas del destino que habían sufrido nuestros seres queridos”.

Samuel Modiano continuó explicándome cómo perdió a unos 60 miembros de su familia, entre ellos a su padre y a su hermana, a varios tíos, primos, amigos y vecinos…. un relato que no por más conocido dejaba de transmitir emotividad, sinceridad y dolor.

Siguió contándome que con tan sólo 13 años, había aceptado como algo natural la presencia cotidiana de la muerte que producía estragos diarios entre sus compañeros, ya fuese por el hambre, el frío de aquel interminable invierno polaco de 1944, las enfermedades, el miedo, la fragilidad y la abrumadora soledad que le acompañaba. Una muerte ajena pero que tenía asumida como propia. Nadie tenía asegurada la vida y la supervivencia era contemplada como un objetivo a muy corto plazo: “intentar llegar vivo a la mañana siguiente”.

Ante la presión del ejército soviético, las autoridades alemanas llevaron a cabo una evacuación masiva de los campos del Este hacia los situados en el interior de la Alemania nazi. Samuel –junto a otros miles de internos- fue trasladado al campo de Bergen-Belsen (Baja Sajonia), y cuando las tropas británicas liberaron el campo en abril de 1945, la muerte campaba a sus anchas: el tifus, entre otras causas, había hecho estragos entre la población interna, y miles de cadáveres se amontonaban esparcidos por todo el recinto del campo.

La imagen dantesca de aquellos días permanece imborrable para Samuel, quien no encuentra explicación al horror vivido ni justificación a su supervivencia en aquellas condiciones extremas. Con expresión emocionada me reconocía que durante muchos años había tenido un gran sentimiento de culpabilidad, preguntándose el por que había tenido que ser el único de sus seres queridos en salir del infierno. “Mi lugar estaba allí, con ellos, muerto en la cámara de gas” .

Tras salir de Auschwitz rehízo su vida con dificultades y lejos de su Rodas natal: estuvo en el Congo realizando actividades comerciales, y como judío italiano decidió instalarse posteriormente en Roma. Me reconocía que hace muy pocos años encontró la respuesta que le ha ayudado a superar su angustia y aquel sentimiento de culpabilidad: “entendí que sobreviví al Holocausto para transmitir el testimonio de lo sucedido y mantener el recuerdo de las víctimas”.

Consecuente con sus palabras, me explicó que desde hace unos años se dedica a visitar colegios de Roma, donde reside buena parte del año, para explicar su experiencia en los campos de exterminio y también acompaña a estudiantes en viajes a Auschwitz para participar en los actos de homenaje y memoria que se celebran cada 27 de enero. Todo ello con un objetivo claro y que de forma emotiva me reiteraba al final de su testimonio: “para que nunca nadie vuelva a padecer una experiencia similar a la nuestra, para que los jóvenes sepan lo que sucedió, y no permitan que algo igual o parecido vuelva suceder nunca más”.

La comunidad judía quedó diezmada, y recientemente a iniciativa de un grupo de descendientes, se está recuperando la historia de la judería: se ha restaurado la sinagoga Kahal Shalom -donde nos encontramos con Samuel- en cuyos sótanos se ha habilitado un espacio museístico que recoge la memoria de la comunidad y también se ha restaurado el cementerio donde se encuentran lápidas de judíos españoles de unos 400 años de antigüedad.

Una placa conmemorativa colocada en 1969 junto a la puerta principal que da acceso a la sinagoga, recoge los apellidos de las familias rodenses víctimas del Holocausto, entre los que se adivinan varios de clara procedencia española: Alcaná, Ángel, Franco, Galante, León, Maio, Modiano, Pérez, Rozio, Soriano…

Tras terminar su narración el tiempo apremiaba, ya que mi barco zarpaba en apenas una hora y Samuel dando muestras de cansancio optó por retirarse, ya que aprovechaba sus meses de estancia en Rodas para contar a los visitantes de la sinagoga su trágica experiencia, pero no sin antes pedirme que divulgara su historia. Con un fundido y emotivo abrazo me despedí de Samuel, prometiéndole que su narración por mi parte no caería en el olvido.

El escuchar un testimonio de primera mano, que tantas veces había oído o visto en libros de historia o en televisión, me removió lo más íntimo de mi ser, y fui consciente de que me había encontrado con uno de los últimos sobrevivientes de la Shoá (Holocausto) que quedaban con vida.
Ya en la cubierta de mi barco que se alejaba de la isla, las murallas se perdían entre la bruma que se formaba sobre el mar Egeo, y un fuerte sentimiento se apoderó de mí. Recordaba a Samuel y a su duro testimonio, pero también a los seis millones de historias que perecieron en los campos del horror, víctimas de la máxima crueldad a la que pudo llegar el ser humano.

Javier Garcia
Ceuta (Norte de Africa)
España.

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2 comments

  1. el antiseminismo vuelve a levantatr la «:cabeza» en la vieja europa||
    hay que cortarla antes que sea tarde ||| como ???
    tiene que haber soluciones….
    saludos

    luisa – tel aviv

  2. Tuve la suerte hace unos años de coincidir con Samuel en Rodas, era 2007 cuando paseando por la calle una mujer se dirigió a nosotras en ladino, estuvimos un rato charlando y nos comentó que ella no era sefardí pero sí su marido y nos indicó que fuésemos a la sinagoga para conocer a Samuel Allí delante de las fotografías que muestran la historia de la judería nos contó su vida, también nos dijo que conservaba la llave de la casa de Toledo y que su ilusión era ir con su mujer algún día a España. Fue un momento emotivo del que guardo un grato recuerdo.

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