El judeoespañol se resiste a morir

La academia del ladino creada en Israel pretende preservar la lengua forjada por los descendientes de los judíos expulsados en el siglo XV, escasamente hablada


Marcel Israel, judío hablante de ladino. MANUEL MORALES / PAULA CASADO | FOTO: CARLOS ROSILLO

«Kuando el escritor Miguel de Unamuno oyo avlar por primera vez de la existencia del djudeo-espanyol, el se maraviyo al deskuvrir ke esta lengua pudo mantenerse biva. El yego a la konkluzion ke una lengua ke proviene del rekuerdo devia poseder una ermozura especiala». Este fragmento de un artículo de la periodista Berta Ares, traducido al ladino por el erudito Moshé Shaul, impulsor de iniciativas de esta lengua, refleja su bella musicalidad. Un idioma que, sin cifras enteramente fiables, se estima que habla medio millón de personas en el mundo. El ladino es la fotografía antigua del castellano que se llevaron los judíos expulsados en el siglo XV de la península ibérica, diseminados por países de cuyas lenguas incorporaron durante siglos las palabras que necesitaban: turco, hebreo, búlgaro… Una amalgama que se quiere regular con la decisión, el pasado 20 de febrero, auspiciada por la Real Academia Española, de crear una sede hermana del ladino en Israel. Un hito que vuelve el foco a los escasos ladinohablantes que hay en España:


Benno Aladjem sostiene unas fotocopias de un periódico en ladino, en su casa de Barcelona. CONSUELO BAUTISTA

El sabor del españolico. Benno Aladjem aprendió ladino escuchando a sus abuelas, porque sus padres hablaban en búlgaro. Nacido en Sofía, en 1939, Aladjem y su familia abandonaron su país en la II Guerra Mundial y recalaron en Barcelona en 1947. De una de sus abuelas recuerda la anécdota, en la ciudad catalana, del día que «bajó con una botella a comprar aceite al colmado y le dijo al vendedor: ‘Íncheme esta redoma de aseite». A lo que el sorprendido tendero respondió: «Señora, yo no sé catalán». Informático jubilado, Aladjem usa expresiones en ladino en familia porque sale de sus «entrañas», aunque tanto él como su mujer prefieren llamar a este idioma «españolico». El vocablo «sefardí» se emplea en la sinagoga, «para separar la zona de nuestros ritos de la de los askenazíes» [judíos del centro y Este de Europa].

De su españolico le gusta «el sabor popular, por haber tenido que coger palabras de otros idiomas». También «su gracia» en las expresiones. «Cuando se culpa a alguien por algo que no ha hecho, este se defiende diciendo: ‘Ajarba [pega al] culo, que no pedó». O el refrán castellano «gato escaldado del agua fría huye» se convierte en judeoespañol en «el que se quema en la chorbá [sopa], asopla en el yogur». Hombre de rica conversación, saluda el nacimiento de la academia («servirá para crear el fósil»), pero cree que a su idioma «le quedan dos generaciones, y luego pasará a ser un tema académico».

Un estudioso del humor. Marcel Israel también nació en Bulgaria, en 1945. El judeoespañol fue su lengua materna porque creció «en una familia sefardí que lo hablaba en paralelo con el búlgaro», dice. Llegó a España en 1990, para trabajar en telecomunicaciones. “Aprendí poco a poco el español”, añade, pero preservó su ladino. Israel cree que sus antepasados eran de Béjar (Salamanca) porque así se apellidaban. «Los judíos, muchas veces, tomaban los apellidos de lugares. Un bisabuelo lo cambió por el de Israel». «Emocionado» por la futura academia, asegura que «es importante para el español mantener esta rama», de la que pone ejemplos como en un juego: «No decimos pobre, sino probe; ni verde, sino vedre…».

Estudioso del humor en el judeoespañol, «porque no hay libros que lo recojan, ni sus chistes están categorizados», ha impartido conferencias sobre esta lengua en muchos países, la última en la Universidad de California, Los Ángeles. A Israel le gusta recitar proverbios llenos de agudeza: «Asno callado, por sabio contado» o «El gamello ve solo la corcova de otros y no la suya»; también los hay referidos a lugares habitados por sefardíes, como «fuimos a Estambol por una cuchara de arroz» (una empresa baldía), y otros que mencionan las relaciones con los vecinos: «Ni tudesco [por los askenazíes] bueno, ni ajo dulze».

Una herencia de su abuela. Alber Sabanoglu Segura vive en Madrid desde hace 25 años, pero llama a sus hijos «pesgados» (en vez de pesados) o «shakayé de la mishpahá», expresión sefardí mezcla de turco y hebreo que equivaldría a «graciosillo de la familia». Tampoco usa «¡Ojalá no nos pase!», sino «¡Qué mal mos quieren!». «Me sale en ladino», explica en su casa, donde dos objetos definen sus orígenes: un ibrik, jarra del café turco, y una menorá, el candelabro judío.


Alber Sabanoglu, ladinohablante, en su casa de Madrid. SAMUEL SÁNCHEZ

Nacido en Esmirna (Turquía), creció en Estambul, se mudó a EE UU y viajó por América Latina, donde descubrió que “el español era muy parecido a lo que oía en casa». Se estableció en Madrid sin un motivo especial. «Un poco por raíces, estudiar, la nacionalidad… también sentía la pérdida del ladino y quería que siguiera viviendo en mí y que lo hablaran mis hijos». Heredó el judeoespañol de su abuela, que lo tenía como lengua materna. «En el Imperio Otomano una mujer podía hacer casi toda su vida en ladino. A nosotros nos hablaba así pero respondíamos en turco». Sabanoglu no se rasga las vestiduras por la mala salud de esta lengua. «No es solo un idioma, es también mi niñez. Hay personas de mi edad que están como amargadas porque desaparece. Yo ya pasé esa época. No me hace muy triste: es parte de un pasado que, a veces, recuerdo».

Uña y carne. Matilda Barnatán y su hija, Viviana Rajel, llegaron a España hace 32 años desde Argentina. El establecimiento de las relaciones hispano-israelíes y, sobre todo, la invitación para realizar un programa de radio en judeoespañol impulsaron a Matilda (Buenos Aires, 1935) a regresar a su pasado. El espacio Emisión Sefarad pervive en Radio Exterior de lunes a viernes. Son de seis a diez minutos de difusión de la cultura y lengua que Matilda aprendió de su abuela, originaria de la isla de Rodas.


Viviana Barnatán (izquierda) y su madre, Matilde, en Madrid, el pasado domingo. SANTI BURGOS

«Yo me fijaba en cómo hablaba ella, con arcaísmos y refranes», recuerda Matilda, que lo enseñó a su hija Viviana Rajel (Buenos Aires, 1965). En su programa entrevistan «a personas que tienen relación con el mundo sefardí y judío, de España y de fuera”, explica esta. «Hablamos de lengua, literatura, historia…».

La academia «es un acto de justicia», apunta Matilda, partidaria junto a su hija de que el término más correcto es «judeoespañol» para nombrar a un idioma del que niegan, con rotundidad, «que esté muerto». «Cuando vamos a pueblos con raíces judías y hablamos esta lengua, la gente se emociona. Muchas personas nos escriben para decirnos que con él están recuperando la cultura de sus antepasados y aprendiendo la lengua. Es el pasado de España», explica Viviana. También quieren que sea presente, como demuestra su libro-CD de poesías en judeoespañol, cuyo título refranero les va como anillo al dedo: La ija i la madre komo la unya i la karne.


UNA LITERATURA SOBRE TODO RELIGIOSA

La literatura judeoespañola fue principalmente religiosa hasta mediados del siglo XIX. Tras la expulsión de la península Ibérica se tradujeron del hebreo al ladino biblias judías y un centenar de libros de oraciones, poemas litúrgicos, la ley judía y tratados de moral.

En el siglo XVII, numerosos sefardíes orientales siguieron a un correligionario que se había proclamado el Mesías. La crisis originó paradójicamente el cénit literario del judeoespañol un siglo después, cuando los rabinos sefardíes produjeron una rica literatura en lengua vernácula para su pueblo, que no dominaba el hebreo. Así nació el comentario bíblico Me’am Lo’ez (“el libro que más ha contribuido a formar el alma de los sefardíes”, en palabras del escritor e investigador Henry V. Besso) y los siglos de oro de la literatura en judeoespañol, el XVIII y XIX.

La occidentalización trajo a mediados del siglo XIX novelas, poemas, ensayos, periódicos y obras de teatro de contenido profano. El quinto presidente de Israel, Isaac Navón, estrenó en 1969 un exitoso musical, Bustán sefardí, que retrata —en parte en ladino— un vecindario de Jerusalén. El catedrático de literatura española en la Universidad Hebrea de JerusalénCarlos Ramos Gilcalcula en 5.000 las obras publicadas en ladino.

 

 

Manuel Morales – Antonio Pita
Madrid / Barcelona 
Fuente: El Pais

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