El inquieto judío errante que hizo del yogur, elixir de vida, un imperio

La de los Carasso, judíos sefardíes, es una historia de huida y miedo, también de poder y éxito, una historia estrechamente unida a ese elixir de la vida que es el yogur, «la sangre redentora de Orfeo que hace brotar la vida donde solo hay muerte», según los antiguos tracios.

Un alimento milagroso «que cura enfermedades y alarga la vida», y que en los comienzos del siglo XX permitió a los Carasso, tras su huida de una Salónica en guerra, crear el imperio Danone, una marca hoy francesa pero que tuvo sus orígenes en la Barcelona convulsa anterior a la Guerra Civil española, en el popular barrio del Raval.

Daniel Carasso
Daniel Carasso

Allí, en 1916, en una casona del carrer dels Angels, después de atravesar media Europa y de vivir una temporada en Lausana, en la neutral Suiza, se instaló Isaac Carasso junto a su esposa, Esterina, y sus tres hijos: el primogénito Daniel -Danón, apelativo familiar que inspiró años más tarde el nombre de la marca-, Flor y Juana, la benjamina.

La apasionante historia de los Carasso, apenas conocida fuera del ámbito familiar, llegó de forma fortuita a oídos del escritor y periodista alicantino Manuel Mira, quien, tras trabajar en ella durante casi dos años, le dio forma de «novela histórica con elementos de ficción», y tituló «El olivo que no ardió en Salónica» (La Esfera de los Libros).

Fue el hijo de Mira, investigador de profesión, quien en la sobremesa de una cena de trabajo con directivos de Danone escuchó algunos detalles sobre los orígenes de la marca y las peripecias de la familia que fue su creadora, los Carasso. «Me lo contó consciente de que era una historia muy periodística», recuerda ahora el autor en una conversación con Efe.

Y efectivamente, no le faltaba razón, «había una historia impresionante». Así que se puso a investigar, a seguir las escasas pistas documentales existentes sobre los Carasso y a escuchar los testimonios y recuerdos de algunos de los descendientes de quienes son los grandes protagonistas de esta epopeya: Isaac y su primogénito Danón.

Manuel Mira habla del padre como de un ser humano «impresionante. Visionario, soñador, curioso, diletante en el sentido más positivo del término, aventurero, trabajador…».

Un judío que añora Sefarad, la vieja patria, la tierra que sus antepasados, como muchísimos otros judíos españoles, tuvieron que abandonar precipitadamente en 1492, tras la expulsión ordenada por los Reyes Católicos.

Es Isaac quien, movido por la curiosidad que le provoca la leche agria que campesinos búlgaros venden por las calles de una Salónica todavía otomana, y a la que se le atribuyen efectos terapéuticos, decide viajar a Bulgaria, a la remota región de Tran, en la que viven los ancianos más longevos del mundo. Allí se elabora con leche de oveja esa especie de «sangre de color blanco» que llaman «jaurt».

A su regreso a Salónica, este «hombre venerable que sueña con la eternidad», un superviviente a seis guerras, dotado especialmente para el comercio exterior y que se dedica a exportar aceite de oliva y frutos secos, vivirá obsesionado por fabricar y comercializar ese elixir de uso tan común, desde muy antiguo, en el campo búlgaro.

Un deseo que no verá cumplido hasta que llegue a Suiza, después de que la familia huya «con las maletas llenas de miedo» al poco de producirse la ocupación de Salónica por griegos y búlgaros.

La ayuda de Antonio Suqué, cónsul español en Salónica, que les proporcionará un salvoconducto que luego les permitirá, ya en Sefarad, adquirir la nacionalidad española, es fundamental para lograr el propósito de rehacer su vida en la tierra de sus ancestros.

«He pretendido, de alguna manera, -destaca Manuel Mira- contar también la historia de una Europa convulsa y que podría parecerse, lejanamente, a la actual, por aquello de los nacionalismos».

Ya instalados en Barcelona, los Carasso conocerán que la ciudad que es conocida como la «Jerusalén sefardí», en la que más de la mitad de sus más de 180.000 habitantes son judíos, es pasto de las llamas.

El incendio destruye la vieja casa familiar de la calle Ancha, pero de su voracidad logra salvarse el viejo olivo, traído de España, que un antepasado plantó en el jardín.

Después de Barcelona, la producción de «danones», que son consumidos por Alfonso XIII y su familia, llegará también a Madrid, y a París, donde decide instalarse Daniel, tras una ruptura que hará más tristes los últimos años del patriarca de los Carasso.

Isaac morirá en 1939 en el sur de Francia, en donde fija su residencia huyendo de la Guerra Civil española. «La guerra persigue a la familia», escribe Mira, quien encontró su tumba, después de mucho buscar, en el cementerio judío de Bayona.

En su huida de los nazis, Daniel logrará llegar a los Estados Unidos, después de una estancia en Cuba. No tendrá la misma suerte su hermana Flor, que murió en Auschwitz.

La llegada a las librerías del libro de Mira ha coincidido «felizmente» con la aprobación por el Congreso de los Diputados de un proyecto de ley que permitirá a los judíos sefardíes que acrediten esa condición y su especial vinculación con España adquirir la nacionalidad. «ÑYa era hora!», recalca el escritor y periodista.

Carlos Mínguez., Madrid, EFE

Fuente: eldia.es

Check Also

Isak Andic, fundador de Mango, fallece en un trágico accidente de montaña

El empresario judío sefardi, de origen turco y nacionalidad española, pierde la vida a los …

One comment

  1. El diario El País de España se refirió a Daniel Carasso como judío errante, y su apreciación además de errada es una falta de respeto a su memoria. Daniel Carasso rra JUDIO, por sobre todas las cosas! Merece ser honrado como lo que fue: un gran judío sefardí, selanikli, ladino hablante, francés, catalán, pero no judío errante. El término «errante» tiene connotaciones muy feas. Y Carasso no merece que su memoria sea manchada.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.