Dos judíos zamoranos


Zamora, como otras muchas viejas ciudades españolas, como Toledo, Segovia, Ávila, Palencia, Orense, Sevilla, Zaragoza, Valencia o Salamanca, tuvo también su judería, sus judíos conversos y sus falsos conversos judaizantes. Entre ellos podemos señalar hoy al doctor Don Francisco López de Villalobos y al historiador y genealogista Florián de Ocampo.

Francisco López Villalobos nació en Zamora en 1467, en el seno de una familia judía de médicos, protegida por los marqueses de Astorga y la Casa de Alba. Muy frecuentemente los médicos, hasta la Edad Moderna, solían ser extranjeros, potenciándose así esa ambivalencia misteriosa que han tenido siempre los médicos, entre brujos y sabios de sabiduría esotérica, siempre un tanto inasibles e indefinidos. Los persas y los romanos tenían médicos griegos, los países musulmanes médicos cristianos y judíos, y los reinos cristianos médicos judíos. Entre la muerte y la vida, el médico nunca es del todo de este mundo. La fama del médico judío ya está presente en el infante don Juan Manuel, y en su Libro de los castigos o consejos, escrito para su hijo don Fernando, pondera a los médicos judíos como a los mejores médicos del mundo, cuya maravillosa ciencia se transmite con el linaje. El médico judío es un personaje novelesco al que se le dota de saberes ignotos y actividades misteriosas que pueden sacarnos de las garras de la muerte. Además el médico judío solía tener también conocimientos de astrología, como Aben Zarsal, el médico de Pedro I, o Abraham Zacuto, médico del Gran Maestre de la Orden de Alcántara, don Juan de Zúñiga Pimentel. Se consideraba entonces la Astrología una “ciencia” necesaria en la práctica médica por la importancia que en ésta tenía la teoría de los cuatro humores de Hipócrates, relacionada con la búsqueda de los temperamentos y las pasiones de las personas, condicionadas por las conjunciones de los astros. Nunca pudo la Iglesia arrancar al pueblo cristiano el prestigio médico de la raza judía, a la que a pesar de odiarla acudía cuando la enfermedad apretaba. Fernando el Católico, el emperador Carlos, Francisco I de Francia o Felipe II tuvieron como médicos de cabecera a médicos judíos. Sin ir más lejos el judío zamorano Francisco López de Villalobos atendió a Fernando el Católico en 1509, a Carlos I en 1519 y varias veces a Felipe II al final de la vida del galeno.

Villalobos se burlaba a veces de su propio linaje con la idea posterior de poder burlarse legítimamente del de los demás. Se le han atribuido muchos chascarrillos, frases ingeniosas y divertidas anécdotas, que aparecen por ejemplo en el Liber facetiarum et similitudinum, de Luis de Pinedo, colección de cuentos y anécdotas simpáticas publicada a comienzos del reinado de Felipe II, en que aparece el doctor zamorano en varias ocasiones como judío converso. Así se nos cuenta cómo una vez en la salida de misa, en Toledo, le increpó una mujer llamándolo “judío” por haber matado a su marido al no haberle salvado de una enfermedad mortal, y, a la vez, un mozo, tirándole de la manga le instaba a seguirle para que salvara a su padre que “estaba muy malo”. A lo que don Francisco contestó: “Hermano, vos no veis, cómo me increpa aquella mujer llamándome judío porque maté a su marido con mis remedios, ¿y queréis que vaya ahora con vos a matar a vuestro padre?” Menéndez Pelayo comenta la anécdota en sus Orígenes de la novela.

Quienes denunciaron ante la Inquisición a nuestro médico zamorano no lo hicieron por judaizar, sino por ser nigromántico, hechicero, encantador y cosas por el estilo. Una vez más se patentiza la figura misteriosa del médico, de una raza o nación distinta, y poseedor de una sabiduría esotérica y casi maligna. Esa maledicencia de sus enemigos fanáticos le acarreó la gracia de pasar ochenta días en las sombrías mazmorras de la Inquisición. Y menos mal que gracias a su prestigio salió inocente sin ningún cargo.

Se había licenciado en la Universidad de Salamanca, y posteriormente adquirió el grado de medicina y artes. Algunas de sus obras fueron muy apreciadas, y como médico se distinguió también notablemente, como ya hemos apuntado, y el propio Felipe II le nombró su médico de cámara ya jubilado. En latín escribió Congressiones vel duo decim principio rumliber ( Salamanca, 1514 ). Sus cartas de carácter jocoso, incluidas en esa obra, dan muestra de su ingenio desenfadado y amor a las letras. En algunas de ellas se burla del afán genealógico que tenían algunas gentes para abrillantar su linaje, especialmente los santanderinos, los más tocados por la manía de títulos de nobleza, y que por tales trabajos genealógicos derrochaban todo su dinero. La verdad es que no derrochaban el dinero, sino que era una inversión social para probar su limpieza de sangre. Esta auténtica necesidad familiar, tanto para ejercer un cargo administrativo, eclesial, entrar en una orden militar o en un colegio mayor, enriqueció a muchos genealogistas, entre ellos a Florián de Ocampo, otro judío zamorano, hijo natural de un clérigo mujeriego y nieto de una portuguesa, Sancha de Ocampo, de raza judía. El doctor también escribió un erudito comentario a los dos primeros libros de la obra Naturalis Historia del gran Gayo Plinio Secundo, que tituló Glossaliteralis in primum et secundum naturalis historiae libros ( Alcalá de Henares, 1524 ). Esta obra fue vista antes de su impresión por varios importantes personajes, entre ellos el papa Adriano, y aconsejaron todos que se diese a la imprenta, y está dedicada al arzobispo de Toledo, Alonso de Fonseca, a cuya iniciativa se debió el que López de Villalobos la escribiera. No hay que olvidar tampoco que los Fonseca estuvieron acusados también de estar maculados, con importantes depósitos de sangre hebrea, y que también tuvieron que recurrir a los genealogistas. En castellano compuso El sumario de la medicina, con un tratado sobre las pestíferas bubas ( Salamanca, 1498 ), que pasa por ser uno de los primeros tratamientos contra la sífilis. Además de escribir otros grandes y curiosos tratados ( sobre cuerpos naturales y morales, dos diálogos de Medicina, sobre la gran parlería, la gran porfía y la gran risa, etc. ), tradujo al castellano la comedia Anphitruo, de Plauto, lo que revela su indeclinable humor clásico. Todavía hoy, cuando paso por la calle Carniceros, siento la fantasma presencia de la judería zamorana.

Por MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor en Filología Clásica
Fuente: EL IMparcial 24.12.2021

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