DE ESTAMBUL A CHILE, una entrañable saga judía

PEDRO PABLO GUERRERO
Revista de Libros
El Mercurio

Ediciones El Mercurio publica Prefiero Chile, libro ganador del Premio Revista de Libros 2016, dedicado a Biografía y memorias. Su autor, Hernán Rodríguez Fisse, se impuso a todos los concursantes con una historia familiar que transcurre entre Turquía, Francia y Chile.

«Soy jubilado, abuelo y escritor», así se presenta hoy Hernán Rodríguez Fisse (Santiago, 1950), aunque concursó en el Premio Revista de Libros con un seudónimo bastante más entrador: «Arco de Triunfo». Por su afinidad y la de sus antepasados con Francia, y «porque quería ganar», explica este periodista y administrador público, magíster en Ciencia Política, que tras jubilar como profesor de la Universidad de Chile y de la Usach se propuso escribir la biografía de su familia, de origen turco sefardí, centrándose en la figura de su tío, Jacques Rodríguez, quien llegó a Chile en 1931 con apenas 17 años de edad.

Educado en una de las escuelas de la Alliance Israélite Universelle, repartidas en las principales ciudades de Turquía, Jacques soñó desde los 11 años con viajar a París, la ciudad donde se habían casado sus dos hermanas mayores: Ida y Becky. Llegó, por fin, en 1930, sin terminar sus estudios, y al año siguiente tuvo un encuentro decisivo en su vida, que lo convenció de que Europa era el pasado y América el futuro. En la Exposición Colonial de París conoció a un escritor y diplomático proveniente de Chile. Se llamaba Benjamín Subercaseaux y había concluido en La Sorbona su doctorado en Psicología. Alcanzó a contarle algo de su país de origen, pero quedaron de encontrarse nuevamente tres días más tarde en un café. Subercaseaux llegó vestido como «un verdadero lord» y le regaló sus tres primeros libros, publicados en francés entre 1929 y 1930; durante la conversación, se explayó acerca de Chile y su loca geografía -estaba escribiendo un libro al respecto-, y contestó todas las preguntas del curioso Jacques, cada vez más convencido de irse a esa nación donde temblaba tanto como en Turquía. Para hacer el viaje, debía tomar un barco a Valparaíso, última escala en el Pacífico.

Una vez en su destino, Jacques consiguió trabajo como vendedor en la sombrerería Woronoff, que aún existe en avenida Pedro Montt. La crisis económica lo empujó a Santiago, donde el único empleo que pudo encontrar fue como funcionario judicial a cargo de notificar órdenes de lanzamiento. Saltó más tarde a Osorno, que le pareció un verdadero paraíso… hasta que un grupo de simpatizantes del nazismo atacó la tienda de modas adonde se lo había llevado a trabajar su paisano, Mois Benveniste.

Decidió, entonces, hacerse vendedor viajero, ocupación más acorde con su personalidad inquieta, sociable y laboriosa. «Conocía el valor del trabajo y el respeto a quien lo había contratado. Lealtades que hoy día se han perdido», lamenta su sobrino, que recuerda largas conversaciones con él.

La importancia de saber ladino

Muy pequeño descubrió Hernán Rodríguez Fisse el grueso sobre que su madre guardaba en un baúl con 50 fotos enviadas a Turquía por el tío Jacques. En una aparecía esquiando en el volcán Osorno. Las demás mostraban encantadores paisajes del sur de Chile y Viña del Mar. «Así empecé a conocer la historia de mi tío», recuerda. Jacques se casó en Santiago con Amelia Echavarría, que era católica, pero acordaron educar a sus hijos en la religión judía.»Ambos fueron mis padrinos de Brit Milá (circuncisión). Jacques influyó para que me llamaran Hernán. Fueron muy cercanos. Incluso viví con ellos por un tiempo», recuerda el autor de Prefiero Chile,que era el lema de su tío, enamorado de un país donde hizo grandes amistades y al que se integró sin perder nunca su identidad sefardí.

-A pesar del título de su libro, usted cuenta que de camino a Chile, Jacques pensó en quedarse en Cataluña.

-Sí, estuvo a punto de claudicar cuando el barco se echó a perder en Barcelona. Le gustó mucho, porque ahí estaban las raíces de nuestra familia. En el documento turco de mi papá decía que nuestros antepasados provenían de la ciudad de Girona. Por eso mi tío Jacques la fue a visitar. Pero cuando le comentó al dueño del hotel sus ganas de quedarse, este le dijo que ni se le ocurriera, porque España estaba arriba de un polvorín a punto de estallar.

-Toda la familia Rodríguez dejó Turquía en el siglo XX, pero usted dice que nunca perdió su amor al país. ¿Por qué el apego?

-Porque Turquía permaneció neutral en la Segunda Guerra. Si hubiera llegado a entrar, yo no estaría aquí contándote esta historia.

Habría sido otro holocausto. Aliarse con los alemanes era la mayor probabilidad, pues en la Primera Guerra ya lo había hecho. Pero también había otro antecedente histórico importante: cuando los Reyes Católicos expulsaron a los judíos de España, en 1492, el sultán del imperio otomano, Bayaceto, los acogió. Se calcula que más de 150 mil sefardíes llegaron a Monastir, Salónica, Estambul, Edirne… Había talabarteros, joyeros y otros artesanos especializados. Mis antepasados se dedicaban a la fabricación de seda. Amaban a Turquía, pero conservaron el castellano y muchas costumbres de España.

-¿Cree que la facilidad con que Jacques y su familia se adaptaron a la sociedad chilena haya sido favorecida por un apellido tan común como Rodríguez?

-Yo creo que el factor fundamental de adaptación fue el idioma. A un judío askenazi, polaco o alemán, por ejemplo, les tiene que haber costado más. El idioma te abre todas las puertas. ¿Cómo logra subirse Jacques al barco que lo abandonó en El Callao cuando venía a Chile? Gracias al ladino o castellano antiguo que se habla hasta hoy en las comunidades sefardíes. Es muy parecido al castellano moderno: «Apagar la luz» se dice «Amatar la luz». Yo mismo colaboro en «El Amanecer», un diario de Estambul que se publica en ladino.

-¿Por qué toda la familia que llegó a Chile trabajaba en el comercio de ropa?

-La fabricación de seda, a la que se dedicaba mi bisabuelo, pudo influir en eso. Hay un raciocinio lógico: a mi familia le tocaron muchas épocas de crisis y en esos períodos la gente tiene que seguir comiendo y vistiéndose. Todo lo demás es superfluo. La industria de la comida tiene una enorme complejidad, no es llegar y fabricarla. Cuando mi papá llegó en 1949 se ganaba la vida tiñendo cierres éclair, que luego vendía. Yo mismo, en la crisis de los 80, monté una fábrica de corbatas y me fue súper bien, pero cerré el negocio cuando me di cuenta, en un viaje a Nueva York, de que estaban vendiendo corbatas coeanas y chinas en la cuneta.

-En ese sentido, su padre y su tío Jacques tuvieron suerte de llegar a Chile en un momento en que la industria de la confección de ropa estaba en auge, como dice en el libro.

-Exacto. A ningún inmigrante que llegara hoy se le ocurriría fabricar ropa. Era una época muy interesante. La base de la industrialización del país se produjo en los años 40. La creación de la Corfo fue el impulso de LAN, Enap, la CAP. Hasta hoteles construyó la Corfo, como el Pedro de Valdivia, al lado del Calle Calle. Jacques se alojaba en esa cadena cuando se hizo vendedor viajero, llevando muestras de ropa que se producía en Chile, y moviéndose en tren, que era un medio de transporte fundamental. Jacinto Cademartori, su jefe en la sombrerería Woronoff, fue un adelantado cuando le dijo, el año 32, que en Chile no se producía nada y los gobiernos seguían creyendo solo en la idea de exportar materias primas.

-Las grandes fábricas textiles eran de familias árabes, como Yarur, Hirmas y Sumar. ¿Cómo eran las relaciones con la comunidad judía?

-Existía una gran amistad entre árabes y judíos. Los principales clientes y amigos de mi tío eran una señora Zaror, de Concepción, y José Kauak, de Puerto Varas. En Curacautín, mi padre se entendía muy bien con los Hales. Había respeto, se aceptaban las ideas. En los últimos años, lamentablemente, se ha importado el conflicto del Medio Oriente a Chile. El atentado de la AMIA, en Buenos Aires, marca su llegada a Latinoamérica. A partir de entonces, los centros judíos tuvieron que La inmigración era bastante selectiva»

-Chile está recibiendo mucha inmigración hoy en día.

¿Qué diferencias ve con la de sus antepasados?

-Hay diferencias importantes. La inmigración era bastante selectiva en aquella época, se pedían contratos de trabajo y eran de carácter técnico, no para vendedores. Eran más rigurosos, querían especialistas y obreros calificados. La inmigración ahora es masiva, incentivada fundamentalmente por la construcción y la agricultura. Claro, se necesita mano de obra para exportar cerezas a China. En la construcción están felices con el inmigrante, porque es más tranquilo y pasivo que el chileno, que está muy empoderado.

-La escritora Marta Blanco, jurado del Premio, dijo que su libro es una «historia masculina». ¿Está de acuerdo?

-Dijo una gran verdad. Efectivamente, hay una mirada masculina, porque soy un hombre que está escribiendo de un personaje central que es hombre. Es natural. No vemos las cosas de la manera que son, sino de la manera en que nosotros somos. Además, siempre pones rasgos propios en tu personaje. Pero en las próximas historias sobre mi familia voy a destacar más los rasgos femeninos.

-¿Escribirá sobre las mujeres de la familia?

-Sí. La mujer en Chile es mucho más administradora del hogar que en Turquía. Amelia logra manejar el dinero que gana Jacques, algo inconcebible en un sefardí y en un turco. En Turquía, las mujeres no salían de la casa. Cuando se vino a Chile, mi abuelo Isaac era el que iba al almacén de la esquina.

Las mujeres no hacían las compras. Mi papá iba a la feria hasta que se convirtió en vendedor viajero. Luego tuvo que empezar a ir mi madre.

-¿Hasta cuándo siguió la costumbre de arreglar matrimonios?

-Yo creo que no ha desaparecido. No ya al nivel de mandar a las novias de un continente a otro, claro. Pero en el judaísmo es una mitzvá, es decir, una acción positiva, un acto bondadoso, presentar a dos personas que se puedan constituir el día de mañana en pareja. Una compañera de universidad nos presentó con la que ahora es mi esposa, Miriam Erlij, que es judía askenazi. Cumplimos 41 años de matrimonio. Yo me casé a los 25 años. Mi tío lo hizo a los 29, igual que mi papá. El abuelo se casó a los 30. Pero la mujer tenía que casarse a los 18 o 19. Se estilaba que el hombre fuera 10 años mayor.

-«Prefiero Chile» termina en 1955, con la muerte de su abuelo. ¿Va a continuar la saga?

-Sí, quiero continuarla. Llevo 15 páginas. Mi idea es hacer un corte en el 2000, con la muerte de Jacques y de mi papá, que nacieron y murieron con un año de diferencia.

Fuente: economiaynegocios.cl

Luego pretendo escribir un tercer libro con la historia de los Fisse, por el lado de mi madre. Ojalá que Prefiero Chile pueda servir de inspiración para que más gente se entusiasme en contar sus vidas. Es una biografía familiar de gente común y corriente, como la mayoría de nosotros.

«Mis antepasados se dedicaban a la fabricación de seda. Amaban a Turquía, pero conservaron el castellano antiguo»

Fuente: economiaynegocios.cl

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