En el año 1492 un edicto de los Reyes Católicos expulsaba de España a los judíos, más conocidos como los sefaradíes, e iniciaba, con ello, una sucesión de expulsiones y persecuciones en toda Europa contra este pueblo. Los judíos sefaradíes eran obligados a marcharse o a convertirse al cristianismo, lo que hicieron varios miles de ellos según nos cuentan las crónicas de la época. La larga marcha hacia el exilio o la renuncia de su identidad había comenzado.
Los que se marcharon, que en un primer momento arribaron a Portugal, Francia y el actual territorio de Marruecos, acabaron fundando poderosas y ricas comunidades sefaradíes en las ciudades de Larache, Tetuán, Tánger, Argel y Orán, en un primer momento; para más tarde extenderse por los confines del Imperio Otomano y los Balcanes, donde llegarían a ser míticas las comunidades de Constantinopla, Sofía, Sarajevo, Belgrado, Jerusalén, Alejandría y el mismísimo El Cairo.
Científicos, escritores, comerciantes, artistas, creadores, artesanos, junto con todo un sinfín de profesiones y gremios, tuvieron que emigrar de España para ir a fundar a otras latitudes nuevas comunidades y, sobre todo, una nueva vida que emergía de las cenizas, aunque siempre sobre el recuerdo de lo perdido para siempre, su querida Sefarard. Sin embargo, y lamentablemente, el nazismo fue el principal responsable, con su política oficial de persecución de los judíos, del final de esta vida sefaradí. El Holocausto, o la Shoa para los judíos, acabó con la rica presencia de este pueblo milenario en las tierras y ciudades de los Balcanes que cayeron en sus manos. Tan solo las comunidades de Turquía y Marruecos y el resto del mundo árabe sobrevivirían a una catástrofe de tales dimensiones.
Las principales comunidades sefaradíes de Europa se encontraban, antes de la Segunda Guerra Mundial, en los Balcanes, fundamentalmente en las capitales de Bulgaria, Grecia, Rumanía y la antigua Yugoslavia. El segundo foco importante de los sefaradíes se situaba en Turquía, con sus importantes comunidades de Izmir y Estambul. También había otras comunidades, aunque más pequeñas, en América Latina, los Estados Unidos y Palestina, incipiente núcleo de lo que luego serían las primigenias poblaciones judías de Israel. Por suerte para todas las comunidades sefaradíes situadas en Turquía y fuera de Europa, Hitler nunca llegó tan lejos y consiguieron pasar la guerra alejados del drama y el horror que se abatió sobre todos los judíos del continente.
La historiadora Paloma Díaz-Mas se refería a la división de la comunidad sefaradí en tres áreas geográficas claramente diferenciadas, a los que me refiero a continuación: «Cuando hablamos de cultura sefaradí solemos distinguir tres grandes bloques geográficos: los sefaradíes del Norte de África, los orientales, asentados en tierras del Mediterráneo oriental que pertenecieron al Imperio Otomano; y los sefaradíes occidentales, es decir, los que se asentaron en países de Europa occidental. La evolución cultural de cada uno de los tres grupos fue muy distinta. Mientras que hasta el mismo siglo xx los sefaradíes del Norte de África (singularmente los de Marruecos) y de Oriente conservaron el uso de la lengua y algunos rasgos culturales hispánicos, los de los países europeos (Francia, los Países Bajos, Italia, Inglaterra) se integraron en sus sociedades de acogida y ya en el siglo xviii no hablaban español».
Entre 1870 y 1930, según destacaba el experto en temas sefaradíes Salvador Santa Puche, los sefaradíes eran una población que rondaba entre los doscientos sesenta mil a los cuatrocientos mil; establecidos principalmente en el Este de Europa. En este período, y tal como revela la misma fuente, había unas trescientas publicaciones en lengua sefaradí y esta cultura se hallaba en plena expansión cultural, habiendo pasado de la transmisión oral a la escrita en un breve periodo de tiempo. Tanto el teatro como la poesía en esta lengua estaban en pleno auge y se habían abierto decenas de instituciones culturales para la difusión de una cultura que tenía como vehículo de transmisión la vieja lengua que hablaban los judeo-españoles expulsados por los Reyes Católicos hacía ya unos siglos.
Las comunidades más importantes de los Balcanes
Las principales comunidades sefaradíes de los Balcanes se establecieron en Grecia, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria y Serbia. En lo que respecta al resto de los Estados de los Balcanes, en Albania apenas hubo judíos y en Rumanía, con una de las comunidades judías más grandes de la región, predominaba el elemento askenazí, es decir judíos de origen centroeuropeo y los sefaradíes constituían una minoría. En Transilvania, por ejemplo, nos encontramos con que en las principales fuentes sobre las comunidades judías no hay referencias sobre la vida sefaradí en las crónicas de la región y sí las hay sobre notable influencia que ejercía la cultura magiar sobre esta numerosa población, más tarde aniquilada durante el Holocausto. Recientemente, y como muestra de la escasa presencia de los sefaradíes en este país, una muestra sobre el Holocausto celebrada en Bucarest apenas reseñaba en las listas de víctimas publicada apellidos de origen sefaradí. La mayoría de las víctimas eran askenazíes.
Los sefaradíes de Grecia
Grecia pertenecía al Imperio Otomano en el siglo xv y, por lo general, los judíos fueron tolerados por las autoridades turcas, que incluso tenían numerosos sirvientes y profesionales hebreos trabajando a su servicio, en casi todas las regiones bajo su control. Si bien en el siglo xv predominaba el elemento askenazí en las comunidades judías de los núcleos urbanos griegos, a partir del siglo xvi una importante migración de los marranos de Portugal determinaría un cambio en estas poblaciones y a partir de este siglo el dominio sefaradí y la influencia de esta cultura sobre el resto de los hebreos sería casi total hasta el año 1831, en que se produce la independencia de Grecia. Liturgia religiosa, música y poesía se escribe en judeoespañol.
Salónica fue el principal centro de la cultura sefaradí no ya de Grecia, sino de todos los Balcanes y casi se podría decir del Imperio Otomano, según nos muestran los censos de la época y relatan las crónicas históricas. La presencia judía está demostrada desde épocas muy antiguas, y su importancia ya está tratada en el lugar oportuno.
El gran escritor Josep Pla, autor del excelente libro Israel, 1957, donde refiere sus vivencias de un viaje que realizó al Estado judío en el año que da título el libro, da cuenta del drama padecido por la ciudad de Salónica. «Está claro que Salónica era una especie de capital de lo sefaradí: el grupo era rico; el Gobierno turco, tolerante; los rabinistas, inteligentes y tradicionalistas. En los presentes días, sin embargo, Salónica, como núcleo importante de la diáspora, ya no existe; cincuenta y cinco mil judíos de Salónica, que hablaban ladino, fueron ignominiosamente asesinados por la Gestapo durante la ocupación de Grecia por los ejércitos alemanes. El hecho ha sido un golpe mortal a la vieja lengua que los judíos se llevaron de nuestro país a consecuencia del decreto de expulsión del siglo xv», señalaba Pla en este libro que es un alegato en favor del Estado de Israel y de la tradicional amistad hispano-judía.
Concluyo estas notas sobre los sefaradíes de Grecia con unos datos sobre la magnitud del Holocausto. Si al comienzo de la Segunda Guerra Mundial la población judía de Grecia ascendía a ochenta mil personas; al final de la contienda, aproximadamente quedaban 10 000 con vida y, como consecuencia de la emigración subsiguiente hacia Estados Unidos, Israel o Francia, parece que a finales de los años cincuenta solo quedaron unos 5000 sefaradíes. En los años siguientes continúa la disminución de sefaradíes y, según estimaciones del profesor Jacob Barnaï, en 1992 había en Salónica mil trecientos sefaradíes y unos centenares más en el resto del país.
Sefaradíes en Bosnia y Herzegovina: la comunidad hebrea en Sarajevo
Sarajevo es considerada una de las ciudades a donde llegaron los primeros judíos expulsados de España. La ciudad fue conocida durante muchos siglos como el pequeño Jerusalén, Yerusalayim chico, debido a la numerosa presencia de ciudadanos judíos, cuyos antepasados se habían desplazado desde España. Los sefaradíes, como ocurrió en otras partes de los Balcanes, no fueron, sin embargo, los primeros judíos de la región ni del Imperio Otomano. Su presencia en esta zona del mundo es muy antigua y se remonta a la época romana. Las primeras migraciones sefaradíes llegaron entre los siglos xv y xvi.
A partir de su instalación en Bosnia y Herzegovina, pero sobre todo en Sarajevo y Travnik, los judíos sefaradíes pasaron a ser el elemento dominante en lo cultural y se integraron fácilmente en la vida de esta estratégica provincia otomana a medio camino entre el Oriente y el Occidente. Lo que sí se constata, a finales del siglo xix, es que muchos de los sefaradíes de la región ya han perdido su lengua y que, en 1878, cuando Bosnia pasó a ser administrada por los austrohúngaros, su poder e influencia se han debilitado notablemente.
Unos años más tarde de ser anexionada por los austrohúngaros, en 1892, se funda en Bosnia una sociedad cultural, educativa y humanitaria con el nombre de la Benevolnecija (Benevolencia), donde llegaría a funcionar una biblioteca con los libros judeoespañoles y que serviría de nexo y vínculo para una comunidad que había sido tolerada durante los años de dominación otomana. Esta sociedad sobreviviría hasta nuestros días y tuvo un papel activo en la guerra yugoslava, ayudando a los judíos que se quedaron en el país y apoyando la emigración en los peores días del sitio de Sarajevo. En 1921, el primer censo de población de Sarajevo pone de manifiesto que el judeoespañol es la lengua materna de unos diez mil habitantes de Sarajevo, mayoritariamente sefaradíes, sobre una población total de setenta mil censados, lo que revela todavía su peso social, económico y cultural. La vida en la región transcurre con normalidad hasta el año 1939, en que comienza la Segunda Guerra Mundial, y la Yugoslavia nacida tras la Gran Guerra es fragmentada por los nazis.
Se crea un Estado croata independiente y aliado de Berlín, mientras que Serbia es ocupada y sometida a numerosas humillaciones. Muy pronto, tanto en Serbia como en Croacia los judíos comienzan a ser perseguidos y se intensifican las deportaciones hacia los campos de concentración, donde morirían asesinados setenta mil de los ochenta mil judíos yugoslavos, muchos de ellos sefaradíes. La vida sefaradí de Sarajevo también sufrió los estragos de la persecución y la ira de los nazis y sus aliados croatas; ya nunca más se recuperaría y pasaría a ser meramente testimonial. Entre 1945 y 1981, los «años del silencio» para casi todos los judíos de la Europa del Este, la mayor parte de estas comunidades judías emigraron hacia Israel y otros países occidentales.
Luego, una nueva oleada migratoria, cuando estalla la guerra de Bosnia y Herzegovina, en 1992, significaría el golpe definitivo para una comunidad envejecida, decreciente y con un escaso peso social, cultural y económico. En la actualidad, hay algo menos de cuatrocientos judíos viviendo en Bosnia y Herzegovina, de los cuales el 85% son sefaradíes y un 70% tiene más de cincuenta años. Dadas las escasas expectativas de Bosnia y Herzegovina, es de suponer que en los próximos años se asista incluso a un decrecimiento de esta población.
Noticia de los sefaradíes de Serbia
Las primeras migraciones de judíos sefaradíes datan del siglo xv, cuando los judíos expulsados primero de España y después de Portugal llegan hasta los Balcanes, instalándose en las grandes ciudades bajo la protección de los sultanes turcos, como Bayezid II, uno de sus principales valedores. A partir del siglo xvi, la comunidad sefaradí ya era mayoritaria en algunas ciudades de los Balcanes y la liturgia religiosa, así como su vida cultural, se expresa ya plenamente en judeoespañol.
Los turcos, por lo general, eran muy tolerantes con respecto a los cultos religiosos, y la vida cultural sefaradí se desarrolló sin problemas, así como su vida social, religiosa y económica. Las primeras medidas antisemitas en los Balcanes llegarían en el siglo xix, cuando una serie de príncipes serbios, entre los que destacan Milos Obrenovic y Miahilo III, decretan una serie de medidas antijudías y limitan las actividades sociales y económicas de las comunidades hebreas. Resulta paradójico que las primeras autoridades serbias pongan tanto empeño en perseguir a los judíos cuando los censos de la época señalan que en toda Serbia no vivirían más de dos mil hebreos, una de las comunidades más exiguas de los Balcanes. Pese a todo, los judíos participarían, con anterioridad a estos hechos, en las batallas y luchas por la liberación nacional de Serbia, entre 1804 y 1830, cuando acontece la guerra de la independencia contra los turcos. Las medidas antijudías son abolidas por el parlamento serbio en 1899.
Sin embargo, el peso demográfico de estas comunidades judías, a diferencia de Grecia o Rumania, siempre fue muy bajo: en 1912 se calcula que en toda Serbia viven apenas unos 5000 judíos, de los cuales la mayor parte son sefaradíes. Existe una sinagoga sefaradí en Belgrado y se detectan unas cuarenta pequeñas comunidades en Voivodina, mientras que la vida judía es muy escasa en Kosovo y Montenegro. Los judíos de Voivodina, a diferencia de los de Belgrado, son mayoritariamente askenazíes.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, había viviendo en Serbia unos diez mil judíos, de los cuales más del 80% son sefaradíes. Otros veintiún mil quedarían atrapados en la Voivodina ocupada por las fuerzas húngaras, donde muchos también serían deportados a los campos de la muerte y morirían asesinados. A partir de 1941, y una vez que Serbia ha sido ocupada por los nazis, comienzan las primeras medidas antijudías en Belgrado y otras ciudades serbias. También se inician las deportaciones: dos mil quinientos judíos de Belgrado son enviados a los campos de la muerte en el año 1941 y se diezma la población masculina. Numerosas sinagogas y edificios de la comunidad judía fueron destruidos, muchos por los bombardeos, pero también por los alemanes en su huida de Serbia.
El Holocausto significó el final de las ricas comunidades judías de la antigua Yugoslavia, que nunca se repondrían del daño causado. Aparte de la destrucción física y material de edificios y sinagogas propiedad de las comunidades, apenas quedaron judíos en la antigua Yugoslavia y los catorce mil que aparecen en los censos con posterioridad a la guerra emigraron en su gran mayoría hacia Occidente e Israel, de tal forma que en la actualidad vivirían en Serbia algo menos de un millar de judíos, es decir, que la vida de los hebreos de este país habría casi desaparecido. Tampoco las autoridades comunistas, como ocurrió en otras partes de la Europa del Este, mostraron un gran interés en apoyar y revitalizar estas comunidades, que eran vistas con recelo y desconfianza. Recientemente, el Instituto Cervantes de Belgrado ha organizado algunas jornadas culturales de estudio y difusión de la vida artística de los sefaradíes de Serbia, una comunidad ya envejecida y sin el peso social, cultural y económico que tuvo en el pasado.
La importante comunidad sefaradí búlgara
Aunque hay noticias de que los judíos estaban en la Tracia ocupada por los romanos desde tiempos ignotos, a partir del siglo xvi comenzaron a llegar numerosos judíos expulsados de Italia, Portugal y España, la mayor parte que hablaban judeoespañol, y también askenazíes, procedentes de Alemania, Austria y Valaquia. Así, a finales del siglo xvii, la influencia de la cultura y lengua de los sefaradíes era muy notable en la vida judía búlgara, ya que participaban activamente en la vida social, económica y cultural de este país que estaba subyugado a la Sublime Puerta.
Más tarde, en el siglo xix, numerosos judíos de origen sefaradí participaron en la lucha por la liberación nacional de Bulgaria para sacudirse del yugo turco. Incluso un rabino sefaradí de aquella época, el rabino Gabriel Almozino, salvaría la ciudad de ser incendiada por los turcos al mediar ante la Sublime Puerta para evitar tan dramático final y evitar el suplicio de la población.
De la rica vida cultural sefaradí de Bulgaria, hay dos nombres que brillan con luz propia: el escritor Elías Canetti, el único premio Nobel de Literatura que ha nacido en Bulgaria, y el pintor Jules Pascin (Julios Pinkas), que nació en Vdin, a orillas del Danubio. «De la misma ciudad es la familia también de otro judío conocido mundialmente, Stefan Zweig, que según el relato de la cantante Pétar Ráichez le confesado que sus raíces le llevaban a la familia romaniota del rey Iván Shishmán, a quien el gran novelista tenía la intención de dedicar su novela de turno. La Segunda Guerra Mundial y el suicidio en Brasil de Stefan Zweig truncaron sus planes», asegura el periodista y escritor sefaradí Samuel Francés.
A finales del siglo xix se impulsa la creación de las escuelas de la Alliance Israélite Universelle en las ciudades de Schcumen, en 1869, Ruse, en 1872, y Samokov, en 1874. También en aquellas fechas un diputado judío trabajaría en el parlamento búlgaro en la elaboración de la primera Constitución de Bulgaria, muy al estilo de la de Bélgica. A finales de esta centuria, hay en Bulgaria unos veinte mil judíos, la mayor parte de ellos sefaradíes, cultura que era la dominante en las comunidades hebreas, sobre todo en lo que atañe en la liturgia y en la cultura escrita. También hay que reseñar que la Bulgaria de la época es uno de los países menos antisemitas de la región y que, a diferencia de sus vecinos, nunca promulgó medidas antijudías.
El 9 de septiembre de 1909 es inaugurada, en un acto brillante y repleto de glamour, la nueva sinagoga de Sofía por el rey Fernando, hombre abierto y tolerante hacia la cuestión judía. Sin embargo, a partir de los años veinte y treinta del siglo pasado se comienza a resentir una cierta decadencia en la cultura sefaradí búlgara, pues apenas quedan medios escritos y una literatura propia, ya que el búlgaro se convierte en la principal lengua de la comunidad. Pese a todo, hay un cierto interés por lo que ocurre en la «madre patria», España, y 16 judíos búlgaros viajarían hasta nuestro país para luchar junto con las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil. En esas fechas, tan sólo existe ya un períodico en judeoespañol: el Boletín del Consistorio Central.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la repentina muerte del rey Borís III en 1943 evitó el envío de miles de judíos búlgaros a los campos de la muerte. Eso nos les privó de sufrir los rigores y excesos de la legislación antijudía decretada en el país a partir de 1939, sobre todo a raíz de la decisión de la monarquía búlgara de colaborar con los nazis. Los hombres entre los 16 y 65 años fueron enviados a campos de trabajo forzado. Además, las tropas búlgaras colaboraron en el traslado de once mil judíos de la Tracia y Macedonia ocupadas hasta los campos de la muerte, donde serían asesinados en su gran mayoría. El régimen, pese al lavado de cara de los últimos años, nunca ocultó sus simpatías por los nazis. No obstante, hay que señalan que gracias a la movilización social de miles búlgaros y de la Iglesia ortodoxa búlgara el régimen monárquico nunca se atrevió a deportar a los judíos a los campos de exterminio.
Tras la liberación del país por los soviéticos, en 1944, los judíos búlgaros respiraron tranquilos, pero comenzaron a emigrar lentamente hacia Israel, sobre todo, y otros países. Se calcula que casi la mitad de los cincuenta mil judíos que había en el país emigraron hacia el naciente Estado hebreo. La comunidad, en la época comunista, mantuvo un perfil muy bajo, como el resto de las confesiones religiosas, y la mayoría de los judíos búlgaros no ocultaban su deseo de huir del país, tendencia que se acrecentó con la llegada de los cambios democráticos, allá por el año 1989. La crisis económica, junto con la falta de expectativas, aceleró esta tendencia migratoria.
En la actualidad, hay que reseñar que la pequeña comunidad judía, de algo menos de 4000 miembros, la mayoría sefaradíes, ha ido perdiendo peso social, económico y cultural, sobre todo porque ya no es significativa en términos demográficos, y está muy envejecida. También se han producido algunos actos antisemitas, aunque menos que en otras partes de Europa, y continúa abierto el viejo cementerio sefaradí, un centro cultural y la sinagoga de Sofía. En definitiva, la vieja y rica vida de los sefaradíes búlgaros agoniza irremediablemente.
Ricardo Angoso
Fuente: /cvc.cervantes.es