Un libro revela la desconocida historia de la primera comunidad judía moderna que se instaló en nuestro país cuatro siglos después del Edicto de Granada.
Un grupo de judíos saliendo del Bar Griego, cercano al Paralelo, donde solía congregarse parte de la colonia de Barcelona – ABC
El 31 de marzo de 1492, los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, promulgaron en la Alhambra el Edicto de Granada, por el que se expulsaba a los judíos de las Coronas de Castilla y Aragón. Comenzó, entonces, una diáspora que marcaría, para siempre, el destino de aquella comunidad religiosa, una de las más perseguidas de la Historia. Tuvo que pasar mucho tiempo, tanto como cuatro siglos, para que los judíos regresaran a España y volvieran a establecerse en nuestro país como conjunto, aunque lo hicieron, de nuevo, debido a la persecución. Sabíamos que muchos de ellos llegaron, en su mayoría cruzando la frontera que delimitan los Pirineos, huyendo del nazismo.
Pero la historia que, hasta ahora, se le había escapado a la historiografía tiene su origen varias décadas antes, en 1881. En ese año ubica el historiador Manu Valentín la primera llegada a España, en concreto a Barcelona, de sefardíes tras la expulsión del siglo XV. Lo hace a través del libro «Voces caídas. Historia del exilio judío en Barcelona (1881-1954)» (Comanegra), en el que testimonia, mediante una ingente documentación y apoyándose en fuentes directas, el devenir, en ocasiones dramático y otras veces de lo más próspero, de esa comunidad.
Todo comenzó, para Valentín, de forma causal hace «cinco o seis años». Según cuenta en conversación con ABC, estaba inmerso en una investigación centrada en el «Homenaje a Cataluña» de George Orwell, y fue «descubriendo a varios refugiados judíos que habían llegado a Barcelona durante los años 33 y 34, una colonia muy heterogénea, desde militantes antifascistas a cineastas». Entre ellos, un caso le llamó particularmente la atención: el de Charlotte Margolin, que había estudiado Medicina en la prestigiosa Charité de Berlín y, al llegar los nazis al poder, se trasladó, gracias a los contactos que tenía en el Hospital Clínico, a Barcelona, donde coincidió con Orwell cuando a éste le hirieron. Valentín se dio cuenta de que la historiografía «no había tratado en profundidad ese tema» y decidió hacerlo él mismo. Así fue como le invitaron a la sede de la comunidad israelita de la Ciudad Condal, y allí, en el hall de entrada, vio el acta fundacional, con fecha de 31 de diciembre de 1918, y en el que figuraba un listado de quince pioneros. «Ese es el detonante de este proyecto: cuando me enfrento a ese listado, me pregunto quiénes son, cuándo llegaron, de dónde venían. De ahí parte mi trabajo, de tirar del hilo de estas familias».
Los pioneros
Un hilo que, sin que se lo esperara, le llevó hasta 1881. Valentín descubrió que ese año llegaron a Barcelona, vía Marsella, cincuenta familias sefardíes gracias a la diplomacia española y, sobre todo, a las gestiones del cónsul honorario de España en Estambul, Juan Antonio Rascón y Navarro, conde de Rascón, quien «había bebido de las fuentes del filosefardismo». En esa época, «el imperio otomano recibe un montón de judíos víctimas de las masacres de los progromos y muchos cónsules fletan barcos para que salgan estos refugiados y puedan establecerse en Europa occidental». Al año siguiente arribó un segundo barco y, después, la llegada se frenó.
Durante la Primera Guerra Mundial, la migración volvió a activarse y es así como terminaron en Barcelona los pioneros que fundaron, en 1918, la comunidad, que se legalizó al año siguiente. «Son judíos otomanos que llegan en su mayoría desde Francia», país que les había acogido tras la primera guerra balcánica, pero que, como consecuencia de la Gran Guerra, terminó viéndoles con recelo, por lo que se vieron obligados, de nuevo, a emigrar. «Llegan sin recursos y se convierte en un problema de emergencia social, porque el cónsul turco les da la espalda y muchos se convierten en apátridas». En ese contexto, en 1919, el Gobierno de Álvaro Figueroa y Torres, conde de Romanones, fletó un barco para expulsar a doscientos «extranjeros indeseables», entre ellos cuarenta judíos otomanos residentes en Barcelona.
Entrada al burdel Madame Petit, en la calle del Arc del Teatre, en el Raval – JOSEP BRANGULÍ
La segunda gran migración, de mayoría asquenazí, está fechada en la década de los 30, en la que llega a haber dos sinagogas en Barcelona, una de ellas en Sant Antoni. En ese barrio, y en el del Poble Sec, se establecieron pequeños artesanos, sobre todo de la industria textil y peleteros, y comerciantes que se dedicaban a la compraventa. Pero no todo fueron negocios limpios. Un grupo de judíos aprovechó aquel ambiente lumpen para organizar una red de trata de blancas con chicas judías procedentes de Europa oriental. Su centro de operaciones era el burdel Madame Petit, en la calle del Arc del Teatre, en el Raval, donde se hablaba más yidis que español. Un mundo que empezó a tambalearse, hasta su desaparición, con la Guerra Civil.
Historias dramáticas
A principios de 1939, las tropas franquistas llegaron a Barcelona, asaltaron las dos sinagogas y, en palabras de Valentín, «se llevaron todo lo que allí había como botín de guerra a Salamanca». El culto hebrero fue prohibido y los judíos pasaron a la clandestinidad. «Del 39 al 46 podían existir, pero sin ser vistos», resume el historiador. En esos años se localizan las historias más dramáticas. Como la de Jenni Kerr, una joven que se colgó en la celda de la prisión de Les Corts la noche antes de ser entregada al régimen nazi (un periódico estadounidense de la época publicó una noticia sobre una ola de suicidios en la comunidad de refugiados judíos de Barcelona); o la de José Palomo, que se dedicaba a hacer sombreros y una noche de 1940 fue detenido y trasladado al campo de concentración de Miranda de Ebro, de donde finalmente pudo salir, a cambio de que emigrara, y cuyo hijo, de nombre Mauricio, se convertiría en periodista, años después, y llegaría a ser corresponsal en Haifa del diario «La Vanguardia».
El horror se fue diluyendo a partir de 1946, cuando, «en un contexto de Guerra Fría, el franquismo necesitaba tener una buena relación con Estados Unidos», según el historiador. Ese mismo año, se permitió la reapertura de la sinagoga, y en 1954 se inauguró la nueva sede de la comunidad (en ella sigue estando ubicada), momento en el que Valentín pone punto final a su investigación.
Un exilio del que surgieron Pronovias, Danone y Mango
Tres grandes imperios empresariales surgieron de la diáspora que reunió en Barcelona a toda una comunidad judía en el comienzo del siglo XX. Llegados muchos de ellos en la absoluta pobreza, algunos apátridas, debieron empezar de cero en la Ciudad Condal, y lo hicieron alrededor de las dos sinagogas que allí convivieron (hoy sólo se conserva una) en los años 20 y 30, hasta que estalló la Guerra Civil. La sinagoga ubicada en el barrio de Sant Antoni, en el Ensanche, vio florecer, en sus calles anejas, cantidad de negocios de familias sefardíes otomanas dedicadas a la venta de tejidos, entre ellas los Palatchi, fundadores de Pronovias. También sefardíes de origen otomano son los Carasso, que comenzaron a fabricar yogures en el Raval y terminaron montando Danone. Sin olvidar a Isak Andik, un judío nacido en Estambul al que en 1968 se le ocurrió vender ropa en Barcelona traída de su país natal sin poder imaginar que aquello era el origen de Mango.
Fuente: abc.es