Auschwitz: el frío, el hambre y la muerte, en primera persona

Nativo de Rodas, una soleada isla del Egeo, miembro de la comunidad judía del país, Galante fue deportado al infierno helado de Auschwitz. Tenía 18 años. En su narración hizo foco en las pequeñas luchas cotidianas para sobrevivir día a día, y habló de su llegada a la Argentina, de polizón en un barco de carga.

Galante estuvo 50 años sin hablar de su experiencia en Auschwitz.
Galante estuvo 50 años sin hablar de su experiencia en Auschwitz.

David Galante tiene 87 años. Nació en Rodas, en 1925, una isla del cálido Egeo meridional. Pertenecía a la comunidad judía y en julio de 1944 los nazis, que habían ocupado ya la isla –que era un protectorado italiano- capturaron a alrededor de 1.800 personas y las deportaron a Europa continental en barcazas. Entre ellos estaba Galante junto con sus padres, sus tres hermanas y su hermano Moshe. Los llevaron a Auschwitz. Galante y su hermano fueron los únicos que sobrevivieron.

El miércoles pasado estuvo en Paraná, en el Auditorio de la Universidad Católica, contando su historia de cautiverio en el campo de exterminio. El miércoles se cumplió un nuevo aniversario de la Noche de los Cristales Rotos, la Kristallnacht, la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, cuando se destruyeron miles de sinagogas y comercios y fueron asesinadas decenas de personas. Galante, quien vive en Buenos Aires desde que terminó la guerra, vino a Paraná en el marco de la Semana de Recordación de la Shoá/Holocausto, que incluyó varios eventos culturales, cine, teatro y muestras fotográficas, en memoria de este acontecimiento, que también se trabajó en las escuelas de la provincia.

Buscando sobrevivir. En primer término, Galante leyó un breve texto que funcionó como disparador para las preguntas del público. Una de ellas estaba relacionada con el modo en que logró sobrevivir en Auschwitz. “Yo tenía 18 años y en aquel entonces a los 18 uno es capaz de hacer cualquier cosa para sobrevivir. Luchábamos día a día para vivir, pensábamos en el día. Nos daban un pedazo de pan por día y un tazón de caldo y con eso no alcanzaba, los que duramos más conseguíamos cosas extra. Íbamos a trabajar con un carro atado con sogas al campo de las mujeres, a vaciar las letrinas, pasábamos por la cocina y nos daban un pedazo de pan o una papa: un pedazo de pan o una papa era un día más de vida”, aseveró. “El frío era muy intenso y no teníamos ropa, directamente había gente que vos veías que se moría de frío. Fui a trabajar un día a una barraca donde estaban los enfermos de tifus: a medida que morían le sacábamos el pedazo de pan que tenían, le sacábamos la ropa que tenían mejor que la nuestra; así pude conseguir un pulóver, un gorro de lana, unas botitas. Yo tenía zuecos y no podía caminar en la nieve con zuecos. El peligro era que uno podía contagiarse de tifus, por suerte pude zafar”, contó.

Frío y fiebre. En las últimas semanas de guerra, la gente que resistía en el campo de exterminio haciendo trabajos forzados estaba en su último aliento. “Un día fui a trabajar con un grupo de soldados rusos, prisioneros de guerra. Los rusos estaban en mejores condiciones y nosotros buscábamos siempre el lugar donde menos esfuerzo podíamos hacer. Fui con los rusos a cargar motores de aviones que caían en vagones: los rusos hacían fuerza y nosotros mirábamos. En un momento me dieron ganas de ir a la casilla, al baño, cuando salí no podía abrocharme los pantalones, por el frío que hacía tenía los dedos medio congelados. Había un fuego ahí al lado, donde estaban los nazis alrededor calentándose. Me acerqué para calentarme la mano pero un nazi me tiró adentro. Salí enseguida pero tenía los dos pies quemados, seguí trabajando unos días más, pero las quemaduras se infectaron”. Empezó a tener fiebre y decidió ir a la enfermería. Estando allí, llegó una orden de Berlín para destruir las cámaras de gas y los crematorios porque las tropas rusas estaban cerca y no querían dejar evidencia. Llegó luego la orden de evacuar el campo. “Se pusieron todos en fila para salir, yo me puse junto con ellos, a pesar de que no podía caminar, pero un médico francés que estaba prisionero y me cuidó esos días me dijo ‘Galante, no te conviene ir, no podés caminar ni 100 metros y a nosotros en el camino nos van a matar’”. Y en efecto, esa fue una de las tantas marchas de la muerte, la mayoría quedaron en el camino y murieron de frío, de hambre o los mataron.

Liberación. Galante aceptó el razonamiento del médico y se quedó en la enfermería, arriesgándose a salir de vez en cuando a buscar comida a las barracas vecinas. Hasta que un día “vimos a lo lejos un movimiento de soldados rusos que estaban acercándose mimetizados con unas sábanas blancas en la nieve. Los vimos de lejos, les hicimos señas y se acercaron. Cuando vieron las montañas de muertos los mismos soldados se descomponían”, dijo. “Yo pesaba 38 kilos, no podía siquiera subir una escalera, estuve dos meses en el hospital, aumenté 20 kilos, y cuando me puse bien, el ejército ruso nos enroló para la guerra: no estábamos en primera línea pero estábamos colaborando”.

Cuando todo terminó, Galante estaba en Breslau (Polonia). “Empecé a deambular buscando la manera de volver a mi país. En un momento me encontraba en Bratislava (Checoslovaquia), y en la estación había un tren dentro del cual iba un grupo de muchachos hablando en griego. Eran ortodoxos, fueron a trabajar voluntariamente a Alemania y como la guerra había terminado volvían a Grecia. Volví con ellos, después de 30 días de viaje, pues las vías estaban deshechas y los trenes viajaban de día solamente”, señaló. Pero en Rodas “no encontré a nadie, estaba solo. Hasta que escuché por una radio del Vaticano que un hermano mío se había salvado y se encontraba en Roma. En Roma me encontré con él y decidimos venir a la Argentina”, señaló finalmente Galante, sobreviviente del campo de exterminio de Auschwitz.

Galante ingresó al auditorio de la UCA, acompañado por el titular de la DAIA Paraná.
Galante ingresó al auditorio de la UCA, acompañado por el titular de la DAIA Paraná.


Polizones

Una de las primeras preguntas a David Galante tuvo que ver con el modo en que llegó a la Argentina, tras la guerra. “Estaba prohibido para los judíos entrar al país en aquel entonces. Pero mi hermano –Hiskyá, que vivía en la Argentina desde 1933- tenía un amigo que era un comisario de un barco de carga argentino, este barco iba a llegar al puerto de Bari, Italia, nos íbamos a encontrar con él, nos iba a meter de contrabando en el barco. Cuando llegamos al puerto de Bari, a la noche nos escondió en la comisaría del barco. Tenía un ropero, estábamos mi hermano y yo en el ropero, medio abiertito para respirar, porque a la comisaría entraba y salía gente”, comenzó contando Galante. “Cuando el barco llegó al puerto de Buenos Aires, los familiares de la tripulación subieron a recibirlos: nos mezclamos con la gente pero hubo un mozo que trajo champagne para brindar, nos vio con el pelo medio largo por los 50 días de viaje, andábamos en sandalias, mangas de camisa, porque allá en Italia era verano y en Argentina era invierno. Pero no pasó nada, bajamos del barco y estuvimos durante dos años trabajando sin problemas”. El tema era que no tenían papeles. A los dos años salió una norma que llamaba a los indocumentados a presentarse a la Policía a regularizar la situación. Cuando David y Moshe dijeron que habían llegado de Italia en barco, la Policía sospechó que de por medio estaba la mafia que traficaba gente desde Europa. Se abrió una investigación. “Estuvimos así a las idas y vueltas, hasta que un día este mismo barco volvió a la Argentina, la Policía subió a bordo y empezó a interrogar a la tripulación”. Dieron con el mozo del champagne y éste delató al anterior comisario. “Nosotros no lo habíamos denunciado porque él no lo hizo como negocio, sino como benefactor, pero quedó en manos de la Justicia, y a nosotros nos condenaron a 15 días de cárcel en Devoto”, contó. Después “quise dar vuelta la hoja y olvidar, hasta que después de 50 años cuando empezaron a salir las películas como La lista de Schindler y otras más por el estilo, la gente empezó a preguntar qué sucedió con la Shoá, porque no estaba muy claro. Nos juntamos un grupo de sobrevivientes y empezamos a contar lo que había sucedido, se formó un Museo de la Shoá en Buenos Aires y ahí se reciben diariamente alumnos de escuelas, vamos a contando las cosas que nos sucedieron, y desde ese momento estamos dedicados a esto: hace 15 o 16 años me dedico a contar y transmitir todo lo sucedido en la Shoá”, contó por último.

La nota salió en la portada de la edición dominical de El Diario de Paraná
La nota salió en la portada de la edición dominical de El Diario de Paraná


Una docente de Paraná, “aprendiz” del sobreviviente

Paola Falico es profesora de Filosofía y está dentro del Proyecto Aprendiz. Implica que gente joven entable un vínculo con el sobreviviente, durante una serie de encuentros. Así, el aprendiz se va a apropiando de todas las experiencias del sobreviviente para que cuándo este muera su historia se siga narrando. “Quedás con el compromiso ético de seguir dando su testimonio. Básicamente es eso. Lo central es que tiene que ser gente joven como para asegurar, en la medida de lo posible, que durante muchos años ese testimonio quede, se siga, por más que el sobreviviente ya no esté. Por eso la relación es aprendiz-maestro”, explicó Paola.

Acerca de cómo fue su vinculación con Galante, Paola contó que “con la profesora Tania hace cuatro años empezamos un proyecto con los alumnos. Después de que leyeron un libro de sobrevivientes, viajamos a conocerlos y ahí entablamos una relación con Generaciones de la Shoá en Buenos Aires, que son hijos y nietos de sobrevivientes. Desde el año pasado crearon el Proyecto Aprendiz. Entonces Generaciones me convoca, y como teníamos una relación y lo habíamos traído a Paraná en 2010, a pesar de que vivo en otra provincia, podía generar un proyecto con él”, comentó Paola, que fue quien presentó a Galante antes de la charla en la UCA.

Fuente: El Diario de Paraná. 13/11/2011

 

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One comment

  1. Ante el estremecedor testimonio del señor Galante, permitidme adjuntar el no menos escalofriante texto redactado por el superviviente y escritor; Primo Levy, extraido de su obra; «Si esto es un hombre»
    «Los que vivis en vuestras casas caldeadas,
    los que encontrais al volver por la tarde, la comida caliente y los róstros amigos,
    considerad si es un hombre,
    quien trabaja en el fango,
    quien no conoce la paz,
    quien lucha por la mitad de un panecillo,
    quien muere por un si o por un no,
    considerad si es una mujer,
    quien no tiene cabellos,
    ni nombre, ni fuerzas para recordarlo,
    vacia la mirada y frio el regazo, como una rana invernal …
    pensad que esto ha sucedido,
    os encomiendo estas palabras,
    grabadlas en vuestros corazones,
    al estar en casa
    al ir por la calle,
    al levantaros …
    repetidselas a vuestros hijos … o´
    que vuestra casa se derrumbe,
    la enfermedad os imposibilite,
    vuestros descendientes os vuelvan el róstro …»

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