RESISTENTES: DOÑA GRACIA MENDES por Lala Altschuler

Las postrimerías del medioevo tuvo un personaje femenino, maternal, único: Doña Gracia Mendes. Una efigie de señora mundana, una reina sin corona. Nacida en Lisboa, en 1510, poseía una de las fortunas más importantes de la época. Su familia era originaria de Granada, donde fueron prestamista de reyes.

¿Banqueros quizás?, con el cuidado que debemos tener al nombrar dicha actividad en la época. La banca estaba en pleno proceso de invención. Cecil Roth nos introduce en su biografía a través de un árbol genealógico difícil de seguir, con sus cambios de nombres y apellidos que acompañaron sus desplazamientos, cambios que se ofrecen al desciframiento.

¿Cuál es el imán de doña Gracia Mendes? Haber sido la primera y más importante mujer mecenas, y haber salvado, ¡sí, salvado! a miles de judíos de las garras de la Santa Inquisición.

Nacida como Hanna Nasí, los cambios de nombre fueron saltos de caballo en el tablero de ajedrez de las huidas, hasta llegar a ser ‘la Señora’ que es como fue eternizada en el cuadro, ahí ya era Gracia Mendes.

Cambios de nombre que obedecen a la necesidad de ocultar, o la posibilidad de hacer público que era judía. En la intimidad familiar será Hanna Nasí, pero en Portugal, ya conversa, Beatriz de Luna Mendes, nombre que mantendrá en Amberes y en Venecia. En Ferrara, volverá a ser Gracia Nasí.

Y será Gracia Mendes en Turquía, cuando pueda declarar que es judía. Lo que se cifra en el nombre.

Quién fue Gracia Mendes? ¿Cómo pudo una mujer de comienzos del siglo XVI pensar siquiera la idea de organizar una red de salvataje de judíos anusim (obligados), perseguidos por la Inquisición? Contemporánea de las Medici, las Borgia, de Isabel I de Inglaterra… con la cual mantuvo una frondosa correspondencia. Mujeres de una fuerte participación política que luego se irá desdibujando.

Nos tendremos que preguntar por las causas de la decisión real que hundió para siempre a la península ibérica: la expulsión de judíos y moros. La expulsión de los sabios, de los máximos artistas y artesanos, la expulsión del color y de las músicas. ¿Quiénes huían? Los que rechazaban la conversión, y al negarse a ella, rechazaban ser expulsados de su herencia simbólica, de su filiación, de su genealogía. Aquellos que decidieron conservarla, tenían que practicarla en secreto pues podían ser denunciados, y si condenados por herejes, serán encarcelados, quemados en la hoguera, vendidos como esclavos aun si ya hubieran consentido en ser bautizados.

¿Bajo qué luna de Lisboa, bajo qué gracia había nacido en una tórrida tarde de verano? En esas callecitas lusitanas, estrechamente anudadas, sus pasos deberían retumbar en el empedrado aun cuando todos la han olvidado. Todos, salvo la bella imagen del cuadro, que la guarda. Allí, por esas piedras callejeras seguramente se desplazaron los miles de judíos que había salvado de la esclavitud, de la hoguera. Iban hacia su palacio, donde diariamente reunían ochenta comensales. Hasta que se les encontrara trabajo.

Cuando se dio a conocer el Edicto de Expulsión, la carta de Isaac Abrabanel sacudió a Lisboa. Él, el judío expulsado de Sevilla, él, el rabino hereje, declara a viva voz públicamente su condena. No duda en acusar a los reyes católicos de la afrenta a su pueblo que significa el edicto: la criminosa injusticia retornará sobre ellos golpeando su reino. Se anticipa cuatro siglos al “Yo acuso” de Emile Zolá, y cinco siglos a la Carta abierta de Rodolfo Walsh, el escritor y periodista argentino que denunció las persecuciones y crímenes de la junta militar. El contexto histórico difiere, son otros los mundos en los que cada uno de ellos habita, pero es la misma condena la que estalla en su letra.

Abrabanel eleva su voz en nombre del pueblo de Israel. No nombra la expulsión territorial, habiendo vivido cinco siglos en España, ni nombra la usurpación de los bienes. No. Su proclama es aun mas trágica: lo ajenan de sus raíces, a él que descendía del rey David. Y en su nombre proclama que esta expulsión los expulsa de su herencia simbólica “…y yo la proclamo en nombre del pueblo de Israel…”. Será condenado, acusado, tendrá que abandonar Sevilla, dirigirse hacia Portugal, donde permanece varios años, desempeñándose en la corte como tesorero y consejero del rey.

La familia Nasí también había logrado huir de Granada hacia Portugal, conservando su fortuna. Cuando ya tiene 12 años, el padre le confiesa a Beatriz de Luna que son anusim, que la fe cristiana que practican es un velo para ocultarse por el peligro que corren de ser descubiertos. A los dieciocho años se casa con Francisco Mendes en una iglesia católica, claro está. Cumplen con todos los sacramentos. Pero don Francisco muere ocho años más tarde. En ese momento, es una bella, joven y rica viuda, madre de Brianda o Reina, como nombre judío.

Il Bronzino: «Beatriz de Luna»

Beatriz de Luna tiene una hermana, Brianda, quien se casa con Diego Mendes, hermano de Francisco Mendes. A la hija le ponen de nombre Gracia, a la que llaman “la chica”, para diferenciarla de su tía. Dos hermanos casados con dos hermanas. Obligados a la constante dispersión, se cohesionan los lazos, se casan entre ellos, se repiten los nombres.

La familia Mendes, provenía de los Benveniste. Yosef Benveniste había sido en el siglo XIV consejero de Alfonso XI, de Castilla. Abraham Benveniste fue tesorero real y Rabí de la corona. Seguramente fue el padre de Francisco quien tuvo que huir hacia Portugal. Formaban parte de las familias que no fueron expropiadas.

El esposo de doña Gracia Mendes amasó una inmensa fortuna como banquero (¿banquero?): eran prestamistas, vendedores de seguros, exportadores, importadores, de lanas y especies, sobre todo de pimienta, que producía fabulosas ganancias en la época. La carne olía muy desagradable y la pimienta era imprescindible. Era la edad de oro de Portugal: Vasco de Gama había descubierto la ruta marítima hacia la India bordeando África, y a través del cabo de la Buena Esperanza, ahora todas las especies, gemas y objetos de lujo del Lejano Oriente, encontraban su principal salida europea en las riveras del Tajo. En pocos años la renta de Portugal se había multiplicado por cuatro. Los historiadores hablan ya de la Casa Mendes.

Gracia vivió en una época en la cual se producen cambios radicales. Cambios profundos que suceden en el pasaje de la alta Edad Media, a la modernidad. La sociedad pasa de una economía rural a una economía de mercado que Le Goff denomina revolución comercial. Se producirá la conformación de estados signados por la unidad lingüística y religiosa.

Los cambios económicos vienen precedidos por una nueva práctica de la Edad Media: la contabilidad. Asentamiento escrito, en que se diferencia el conto nostro del conto vostro. Este asentamiento escrito fue definido como la revolución de la contabilidad. Escrito necesario para el pasaje del mercader errante a una nueva economía, que va a incorporar a los bancos. Los asentamientos escritos (destacamos el valor de lo escrito), darán lugar a la función del banco, pues harán posibles los préstamos, la aceptación de depósitos, las inversiones, las reinversiones por préstamos, los préstamos al descubierto, los giros por simple asiento de escritura. Surgen los banqueros y se convierten en auxiliares indispensables de los mercaderes y la gente acomodada. Cuesta imaginar que en ese momento nacen las primeras sucursales bancarias en diferentes ciudades.

Esta actividad bancaria, y su lugar en ella, es lo que le posibilita a Gracia Mendes su gesta humanitaria. De ningún modo hubiera sido posible de no contar con una red bancaria que sostuviera la operación económicamente; de ningún modo hubiera sido posible de no contar con una red comercial de exportación e importación que aseguraba el ocultamiento de los anusim entre la mercancía. Su santo y seña siempre iba a ser “vamos a la Casa Mendes”. Su traslado, desde Portugal, a los Países Bajos, por vía marítima; cruzar los Alpes, luego embarcarse nuevamente en Venecia, escudados siempre por la Casa Mendes.

El Edicto de Expulsión se había sancionado en el contexto de la revolución comercial y sus consecuencias: la acumulación de riqueza de los mercaderes y prosperidad de las ciudades. La promulgación del Edicto por los Reyes Católicos, será ejecutado por la Inquisición siguiendo los dictados de Roma. Su artífice: Torquemada.

La telaraña infecta de la Inquisición católica se extiende a Portugal, reino que había admitido la inmigración de judíos, tanto sea permitiéndoles ingresar con sus fortunas, como cobrando por su residencia. La hija de los Reyes Católicos, Isabel y Manuel de Portugal van a contraer matrimonio, un enlace negociado por la corona española, que permitirá la reunificación de la península ibérica. Y la corona lusitana acepta los términos: un Edicto de Expulsión y el establecimiento del Santo Oficio de la Inquisición en 1536, según modelo español.

Justamente ese año, muere Francisco Mendes. La joven viuda tendrá que partir acompañada de su hija, su hermana Brianda, su sobrino Joao Miguez.

Aún es posible viajar hacia el norte de Europa, muchos anusim se dirigen hacia Amberes. Una sucursal de la Casa Mendes opera allí desde hace varios años dirigida por Diego, el hermano de Francisco.

¿De qué acusan a los judíos en Portugal? ¿Cuáles son las causas de la expulsión?

De ejercer las actividades que la revolución mercantil había instaurado. La paradoja es que aun pudiendo residir en el imperio lusitano, tenían prohibición explícita de poseer tierras y caballos. Sólo podían ejercer oficios, o ser mercaderes y banqueros. A estas últimas actividades la iglesia las condenaba, considerándolas pecaminosas.

Pero la verdad, ésta vez, se lee en sus efectos. La expansión económica tendrá consecuencias y la iglesia jugará sus cartas.

continua…

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