Judío errante, catalán exiliado e israelí, Moshe completa el rompecabezas de nuestra memoria trágica.
Como decía la entrevista que le hizo Pilar Vera en el Diario de Cádiz, «Moshe nació, al menos, dos veces». La primera fue en Barcelona en 1930, y le pusieron el nombre de Mauricio Palomo. La segunda cuando tenía 14 años y, recién llegado a Haifa, en lo que entonces era un protectorado británico, pasó a llamarse con la expresión hebrea de su nombre: Moshe por Mauricio, y Yanai por Palombo, el apellido originario de su familia sefardí. Su historia no sólo es, como tantas historias judías, un apasionante relato biográfico. Es, sobre todo, la crónica de una gente invisible, desaparecida de la historia porque, en los tiempos convulsos que vivieron, nadie les hizo el relato. Sólo sufrieron y sobrevivieron, como tantos, pero ellos sin luz, ni taquígrafos. Hasta que Moshe ha puesto palabras a los recuerdos? Y así, de la mano de este periodista y traductor, hemos sabido que 571 judíos que vivían en España fueron arrestados en 1940, acusados de «hebreos apátridas» y, después de deambular por campos de concentración como el de Miranda de Ebro, fueron expulsados hacia Palestina.
Su padre, denunciado por algún vecino, nunca entendió por qué lo habían «exiliado» y murió sin integrarse del todo en el estado que vería nacer, Israel, porque siempre se sintió un catalán de Barcelona. «Franco nos expulsó, pero, como mínimo, no nos envió a la muerte», dice Moshe mientras se emociona con las vivencias catalanas que está reviviendo en el viaje que le ha organizado Tarbut Sefarad.
Casado con una judía griega sefardí, sobreviviente del holocausto, e hijo de un comerciante sefardí de Turquía, llegado a Barcelona a principios del XX, Moshe ha guardado durante más de sesenta años el patrimonio que se llevó de Barcelona. «Había muchos sefardíes en lo que entonces era la Palestina británica, y hablaban ladino entre ellos. Pero yo decidí hablar castellano moderno, porque no quería perder el legado de mi infancia». Cuando ahora lo oyen hablar en España, le preguntan si es sudamericano.
Y así, de la mano de una agradable comida, Moshe va relatando sus recuerdos y sus emociones. Más de 66 años después ha podido volver a Barcelona, y en la retina lleva la última foto que se hizo en la Rambla, recién celebrada su bar mitzva: su última foto catalana. Gracias, pues, a su tesón, hoy conocemos un fragmento más de la represión y, con él, recuperamos la dignidad de las otras víctimas, las que no tenían ningún renglón en la historia. Judío errante, catalán exiliado e israelí, el relato de Moshe completa el rompecabezas de nuestra memoria trágica. Un vacío menos, una historia más, unos nombres recuperados en el árbol de la vida. «El que sufre, tiene memoria», dijo Cicerón. Pero también la tiene el que ama a su pasado y lo preserva. Ese es Moshe y esa es su historia: la de un hombre fiel a las dos identidades que lo han formado como ser humano.
Pilar Rahola
La Vanguardia. Barcelona.
Fuente: José Manuel Laureiro
Impresionante y conmovedora historia, que me lleva a preguntarme; ¿Cuantos «Moshe Yanai» ocultos bajo otra identidad pulularan aún en nuestro pais, desconocedores tal vez de la misma?…
Es triste leer esta historia (y las muchas más que no conocemos y con certerza posiblemente son mas dolorosas) y darse cuenta que injusticia y trato inhumano se ha echo a este pueblo, y cada individuo del que se compone, durante los siglos. Españoles, que simplemente por su religión, han sido cortados de sus raices negandoles los derechos legitimos que les corresponden como a otro español cualquiera. En estos momentos no me siento en nada orgulloso de ser Español viendo el daño que os hemos echo.
Un cordial saludo
Juan