Las Casas Colgadas de Tarazona, la catedral de Tudela, los huertos de Calahorra y la Rúa de Estella-Lizarra son algunos de los hitos de este viaje a la Edad Media con atracón de verduras incluido para descubrir el legado sefardí y mucho más.
Las casas colgadas de Tarazona.
Un cierzo afilado lleva soplando toda la mañana. En lo alto del cimborrio de Santa María de la Huerta, la catedral de Tarazona, este viento frío, seco y testarudo deja muy claro quién manda a los pies del Moncayo. Subir hasta esta cima también tiene lo suyo. Ya lo había advertido Pilar, la guía local: «uno de los tramos de escalones van por el interior de un tubo de acero corten a modo de chimenea».
Es un poco extremo, pero la recompensa es doble. A medio camino aparece toda una colección de figuras desnudas. Las grisallas -pinturas en tonos grises con sensación de relieve- son una excentricidad «única en una catedral europea». La otra, impagable, son las vistas de esta ciudad monumental de larguísima historia. Al otro lado del río Queiles vemos cómo se levanta la ciudad medieval. Es allí donde empieza la aventura de descifrar el intrincado mapa de pasadizos, callejuelas y casas colgadas de la judería de Tarazona. La aljama fue una de las más prósperas e importantes de Aragón.
Santa María de la Huerta con su cimborrio.
El acceso a este sinuoso barrio estuvo defendido por murallas con varios puntos de acceso. Hoy, una placa en el suelo de la Red de Juderías de España anuncia al caminante que está a punto de viajar en el tiempo. La judería vieja se extiende junto a la Zuda, el antiguo alcázar musulmán, que tras la conquista cristiana pasa a ser el emblemático Palacio Episcopal. El patrimonio, siempre a caballo entre las tres culturas, es apabullante.
Las calles de los Aires, Rúa Baja y la Rúa Alta, donde probablemente se encontraba la sinagoga, evocan ese entramado medieval de aspecto caótico… o no tanto: «los callizos medían cuatro codos», explica Pilar poniendo los brazos en jarra. «Era el espacio necesario para que no te chocaras con nadie».
Bajando por la calle de la Judería aparecen encima las Casas Colgadas de Tarazona, con permiso de las de Cuenca, donde residían las familias de la nobleza. Son viviendas levantadas sobre la misma roca, con fachadas voladas sobre el barrio judío que a partir de 1440 se mudaría más cerca del río, en torno a la plaza de los Arcedianos, dibujando la judería nueva, último refugio de los sefardíes hasta la expulsión.
LOS JUDÍOS ILUSTRES DE TUDELA
En 1492 muchos judíos se trasladaron al cercano reino de Navarra, donde estarían bajo protección seis años más. Tudela, siguiente parada en nuestra ruta, era entonces la judería más importante de la comunidad foral. Ahora bien, cuando llega 1498, las opciones para los judíos son convertirse o decir adiós a Sefarad.
En la catedral-museo de Tudela, la guía, Amaya, recuerda lo que significa la conversión: «Es desprenderse de todo lo que tenga que ver con su pasado. Aún así son señalados y discriminados. Nadie puede ocultar su origen porque sus nombres aparecen escritos en las mantas que cuelgan de las parroquias». Mantas como la que conserva la catedral tudelana y que hoy se ve en la sala judía del claustro románico. «De ahí viene la expresión tirar de la manta», explica la guía.
La ‘manta’ de Tudela.
Es solo una de las sorpresas que depara Santa María de Tudela que deja abrumado al visitante desde la primera piedra. Solo la talla de la Virgen Blanca, una imagen policromada del siglo XII con casi dos metros de altura y una tonelada de peso, da para una serie de Netflix. Disculpen el spoiler: oculta durante milenios, fue hallada casualmente en 1930 detrás del altar mayor.
Aunque para historias las que cuenta la Puerta del Juicio y su 122 dovelas, en especial las que describen con lujo de detalle los castigos (y torturas) que en el siglo XIII acarrean los pecados capitales. La avaricia y la usura se llevan gran parte del protagonismo y se relaciona con los oficios de cambistas, prestamistas o banqueros ejercidos principalmente por la comunidad hebrea.
La catedral de Santa María de Tudela.
Ahora bien, las dos juderías de la ciudad vieron crecer figuras no solo ricas, sino cultas e influyentes. Es el caso del gran poeta Yehudah Halevi, el intelectual polifacético Abraham Ibn Ezra, «el Leonardo da Vinci tudelano» y, el más famoso, Benjamín de Tudela. El cronista viajero tiene una calle donde se supone que estuvo la judería antigua. Busquen en el mapa la plaza de la Judería, que es peatonal, y las calles Hortelanos y Fuente del Obispo, muy cerca de la plaza de los Fueros.
No hay rastros físicos. Es como si se los hubiera llevado el cierzo. Pero sí un caudal documental de transacciones, compraventas, préstamos... toda esa retahíla mundana de la vida económica de los judíos en la Tudela de la Edad Media. Entonces, como hoy, el río Ebro alimentaba cuerpo y espíritu. Por eso hay que cruzar el icónico puente de piedra, legado histórico de musulmanes, judíos y cristianos. Las vistas sobre la ciudad son grandiosas.
Alcachofas de la Ribera del Ebro.
CALAHORRA, LA CIUDAD DE LAS VERDURAS
Siguiendo el Ebro, los caminos de Sefarad nos llevan a Calahorra, ciudad de la verdura. Aquí el cierzo seca los pimientos que da gusto. Porque en esta tierra fértil, el atracón de verduras es innegociable. La villa riojana ha sido un imperio industrial conservero y muestra de ello son las casas singulares que salpican sus calles con más poderío. Fue en la de los Sastres donde los judíos se empezaron a agrupar.
La catedral de Calahorra.
La antigua judería y sus rúas en curva son perfectamente identificables por el adoquinado rojo. Sin embargo, el gran legado de la presencia judía se esconde en la catedral de Santa María que, entre muchas joyas, guarda la Torá de Calahorra. «Son dos fragmentos, el más grande de 80 por 60 cm o así, del libro del Éxodo», explica el padre Ángel, el archivero. Los pergaminos del siglo XV se ha conservado gracias a que se reutilizaron de forro en la encuadernación de dos libros. ¿Quién los escondería? Ahí hay material también para una serie.
ESTELLA-LIZARRA, HIJA DEL CAMINO
En Estella-Lizarra ocurre como en Calahorra, que los vestigios de la aljama hebrea no están a la vista. Se sabe que la antigua sinagoga de la primera judería llamada Elgacena, del siglo XI, se encontraba donde hoy se levanta la iglesia de Santa María Jus del Castillo, joya del románico. Sí quedan restos de la muralla de la judería nueva encima de la iglesia del Santo Sepulcro, construida (aunque inacabada) por los curtidores, la actividad más importante de esta ciudad hija del Camino de Santiago.
El puente de la Cárcel sobre el río Ega
Desde aquí seguimos el río Ega hasta el puente picudo, la imagen de las postales de Estella-Lizarra. Es donde arranca la Rúa, vía de comercios y hospederías que atienden al peregrino. Los lugareños la llaman cariñosamente la nevera por razones obvias también al viajero. No hay que perderse la casa de fray Diego de Estella, con su fachada plateresca, que alberga la Casa de la Cultura.
Peregrino o no, al llegar a la plaza de San Martín también hay que subir los 69 peldaños que llevan a San Pedro de la Rúa, la venerada iglesia de artesanos. Su claustro se puede leer como un cómic que narra las hazañas de santos, guerreros y domadores… De nuevo, mucho material para seriéfilos.