Verdades y mentiras de los diplomáticos de Franco que salvaron a miles de judíos en la II Guerra Mundial

Isabel San Sebastián e Inocencio Arias charlan este jueves en el Centro Sefarad-Israel sobre los ‘Diplomáticos que salvaron vidas’ y el papel de Franco en estas actuaciones particulares

El diplomático Ángel Sanz Briz.

Puede que Ángel Sanz Briz, embajador de España en Hungría durante la Segunda Guerra Mundial, no tenga tanto glamour ni tanta fama como el empresario Oskar Schindler. Y puede que haya grandes distancias entre cómo sus historias han sido llevadas al cine, en el caso del austriaco a través de una laureada superproducción de Steven Spielberg y en el del español con un telefilm de presupuesto humilde y una secundaria aparición en una cinta italiana. Puede que se diferencien en muchas cosas, pero no en lo fundamental: el español salvó a más de 5.200 personas y el austriaco a un millar de las garras nazis. Ambos actuaron de parte de la humanidad, cuando al resto le dio por

 mirar a otra parte.

«Al diplomático español le pidieron abstenerse de intervenir, pero él aprovechó una ley de la época de Primo de Rivera y el respeto que le tenían las autoridades húngaras para salvar a miles de judíos», explica Isabel San Sebastián, que este jueves imparte la conferencia ‘Diplomáticos que salvaron vidas’ junto a Inocencio Arias en el Centro Sefarad-Israel.

La ley en cuestión daba derecho a los descendientes afectados por la conversión forzosa de 1492 a reclamar la nacionalidad española. El problema es que, en el caso de Hungría, la cifra de sefarditas era mínima. «Hungría le dio permiso para expedir 300 pasaportes, a pesar de que sabían que el número de sefarditas era menor. No conforme con ello, Sanz Briz se inventó un sistema de numeración para multiplicar los pasaportes y las personas salvadas», relata San Sebastián, que en 2016 publicó la novela ‘Lo último que verán tus ojos’ (Plaza & Janes) inspirada en estos hechos. El milagro de los panes y los peces, pero con vidas.

El llamado ‘Ángel de Budapest’ (también nombrado el ‘Oskar Schindler español’, a pesar de que salvó a más gente que el austriaco) no solo expidió pasaportes, llevando al límite las laxas instrucciones de Madrid, sino que habilitó y suministró nueve pisos para que centenares de personas se refugiaran de los húngaros afines al régimen nazi. Solo en el edificio de la delegación logró meter a sesenta personas, entre buhardillas y sótanos, mientras que otros treinta fueron llevados a su residencia particular. « Pagó los alimentos y los pisos de su propio bolsillo, así como los sobornos a la policía húngara para que protegiera estos edificios de las ‘cruces flechadas’», señala la escritora. Los milicianos de este partido de carácter fascista, proalemán y antisemita, se dedicaban a arrojar al río Danubio a grupos de judíos atados con alambres.

Los otros diplomáticos

Sebastián Romero Radigales.

Sanz Briz no estuvo solo en esta empresa humanitaria. Su historia formó parte de una lista de media docena de diplomáticos españoles que intentaron ayudar en lo que pudieron a las comunidades de judíos por toda Europa. Así lo hizo el cónsul en París, el de Burdeos y varios embajadores en Europa del Este. El propio antecesor de Sanz Briz en Budapest, Miguel Ángel de Muguiro, fue expulsado de Hungría por sus numerosas quejas contra las leyes antijudías. Antes de irse, salvó a 500 niños judíos entre 5 y 15 años repartiendo pasaportes con argumentos legales algo etéreos.

Especialmente meritorio fue el caso de Sebastián Romero Radigales, cónsul general en Atenas, que sacó a 667 judíos del campo de concentración de Bergen-Belsen. El diplomático acudió en persona a traer de vuelta a estos sefarditas con pasaporte español que, si bien encontraron la puerta cerrada en España, gozaban sobre el papel de plenos derechos.

El régimen de Franco cambió su posición respecto a los judíos a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Al principio del conflicto, miró hacia otro lado en casos como el de estos diplomáticos, pero al final incluso hubo intentos del régimen de ponerse la medalla de protector de los judíos para congraciarse con los Aliados. «Estos diplomáticos actuaron por libre en torno a instrucciones un tanto laxas, pero el pensar que lo hicieron a espaldas o en contra de Franco es un disparate. Ninguna embajada actuaría así en aquella época, y menos tras la purga de diplomáticos que siguió a la Guerra Civil», recuerda el emblemático diplomático Inocencio Arias.

El diplomático Ángel Sanz Briz. Foto: Ángel de Antonio

Lo que no tuvieron es facilidades para salvar a estos judíos ni tampoco recompensa por lo que fue, en última instancia, una iniciativa personal de cada embajador. En una carta dirigía a un ayudante suyo llamado Perlasca, Sanz Briz asumió toda la culpa de lo ocurrido en su embajada: «No olvide usted que la decisión de meter gente en los locales de la Legación fue de mi propia iniciativa, sin previo permiso de Madrid, y motivada por el terror que entonces reinaba en la capital húngara».

Por humanidad

El zaragozano se vio obligado a dejar la embajada en diciembre de 1944 ante el avance de las tropas soviéticas, que una vez en Budapest no hubieran dudado en matarle. «No sufrió represalia en Madrid, pero tampoco recompensa. Solo perdió dinero y pasó miedo por ello; y terminó muriendo sin que fueran reconocidas en España sus acciones», afirma San Sebastián. El diplomático continuó con su brillante carrera por todo el mundo, de Lima a Nueva York.

En 1966, Israel le concedió la Medalla de los Justos entre las Naciones, aunque por decisión de Franco no pudo recogerlo ni celebrarse un acto oficial. A Sebastián Romero Radigales, por su parte, le dieron esta misma medalla a título póstumo.

«Esta gente nunca presumió de lo que hizo, simplemente sintieron que era lo que había que hacer por humanidad y por conciencia», asegura la autora de ‘Lo último que verán tus ojos’ (Plaza y Janes). En contraste con la cicatería de países como Inglaterra o EE.UU, con una gran población judía pero con miedo a que los árabes se aliaran con los nazis si ayudaban a los hebreos, «los diplomáticos españoles salvaron a miles y miles de almas dando pasaportes a personas dudosamente españolas», en palabras de Inocencio Arias.

Por César Cervera
Fuente: ABC –

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