Torquemada, el primer inquisidor general
El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición fue una institución fundada en 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos. A diferencia de su versión medieval –la primera creada en el siglo XII en el sur de Francia–, la institución que pusieron en marcha los Reyes Católicos estaba bajo el control directo de la Monarquía y tenía como prioridad lograr la unidad religiosa en un territorio repleto de falsos conversos. A raíz de un informe realizado por el arzobispo de Sevilla, el Cardenal Mendoza, y por el propio Tomás de Torquemada denunciando las prácticas judaizantes que seguían realizando impunemente los conversos andaluces, los Monarcas solicitaron al Papa Sixto IV permiso para constituir este órgano en la Corona de Castilla.
Inicialmente, la actividad del Santo Oficio se centró solo en la diócesis de Sevilla y Córdoba, donde se había detectado un foco de conversos judaizantes. En 1481, se celebró el primer auto de fe, precisamente en Sevilla, donde fueron quemados vivos seis detenidos acusados de judeoconversos. Sin embargo, los escasos resultados no eran los deseados por los Reyes Católicos, que, buscando incrementar el acoso contra los conversos, nombraron a Tomás de Torquemada para el cargo de Inquisidor General de Castilla en 1483. La elección respondía a dos razones obvias: era el confesor de Isabel «la Católica», con la consiguiente influencia que ello conllevaba; y pertenecía a la orden de los dominicos. Pues, los miembros de la orden de predicadores –conocida también como orden dominicana– habían ejercido el papel de inquisidores durante la Edad Media y se dice, incluso, que Dominicanus es un compuesto de Dominus (Dios) y canis (perro), significando «los perros del Señor», por su celo en la búsqueda de herejes.
La incansable actividad de Torquemada, «el martillo de los herejes, la luz de España, el salvador de su país, el honor de su orden» –en palabras del cronista Sebastián de Olmedo–, llevó a miles de personas al fuego y extendió estos tribunales por toda la península. En 1492 ya existían tribunales en ocho ciudades castellanas (Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid) y comenzaban a asentarse en las poblaciones aragonesas. Establecer la nueva Inquisición en los territorios de la Corona de Aragón, en efecto, resultó mucho más complicado. No fue hasta el nombramiento de Torquemada en 1483 también Inquisidor de Aragón, Valencia y Cataluña cuando la resistencia empezó a quebrarse. Además, el asesinato en 1485 del inquisidor zaragozano Pedro Arbués, hizo que la opinión pública diese un vuelco en contra de los conversos y a favor de la institución.
Torquemada inauguró el mayor periodo de persecución de judeoconversos, entre 1480 a 1530, que posteriormente fue sustituido por el acoso a otros grupos considerados subversivos, como los calvinistas o los protestantes. Del mandato de Torquemada se ha calculado que fueron ejecutadas 10.000 personas, según el historiador eclesiástico Juan Antonio Llorente, aunque el hispanista Henry Kamen rebaja la cifra a solo 2.000 personas hasta 1530. Pero, donde no caben dudas es en que de todos esos años fue en 1492, la fecha de la expulsión de los judíos de España, cuando se alcanzó las mayores cotas de violencia contra esta minoría religiosa. Por supuesto, Torquemada, encargado de redactar parte del edicto de expulsión, jugó un papel crucial en el proceso.
Detrás de la expulsión de los judíos
La decisión de los Reyes Católicos se fundamentaba en la mala influencia que ejercían los judíos, que no eran perseguidos por la Inquisición, en los conversos. Tras redactar las condiciones – básicamente, elegir entre bautizo o expulsión–, Torquemada presentó el proyecto a los Reyes el 20 de marzo de 1492, que lo firmaron y publicaron en Granada el 31 de marzo. La influencia de la Inquisición, en concreto de Torquemada, fue notable para que los Monarcas abordaran una medida tan radical, para la que ni Isabel ni Fernando se mostraron especialmente predispuestos años atrás.
También es célebre la abrupta respuesta del Inquisidor General a los intentos de los judíos influyentes por rebajar la medida. Entre el mito y la realidad, se cuenta que el empresario judío Isaac Abravanel, que había servido en distintos cargos a los Reyes Católicos, ofreció al Rey Fernando una suma de dinero considerable para retrasar la medida . Al enterarse Tomás de Torquemada, se presentó ante el Rey y le arrojó a sus pies un crucifijo diciéndole: «Judas vendió a Nuestro Señor por treinta monedas de plata; Su Majestad está a punto de venderlo de nuevo por treinta mil».
En 1494, la salud de Torquemada empezó a declinar y dos años después se retiró al convento de Santo Tomás de Ávila que él mismo había fundado, desde donde siguió dictando las órdenes de la institución religiosa. A su muerte, el 16 de septiembre de 1498, le sucedió en el cargo de Inquisidor General fray Diego de Deza.
Su figura ha quedado asociada a la de un fanático que disfrutaba torturando y quemando a la gente. No obstante, Torquemada estaba considerado por sus contemporáneos como un eficiente administrador, un trabajador pulcro y un hombre imposible de sobornar. Era la virtud personificada para su época, aunque sus prácticas sean sumamente crueles a los ojos actuales. La leyenda negra contra los españoles, además, aprovechó para hinchar la cifra de fallecidos bajo su mandato hasta los 10.000. Hoy se ha rebajado el número a los 2.000, pero sigue siendo imposible justificar los métodos de interrogatorio y castigo a los falsos conversos que aplicó el inquisidor general, quien consideraba a cualquier niño mayor de 12 años susceptible de ser juzgado por la sangrienta institución que vertebró.