Tesoros ocultos de la judería de Barcelona: un viaje a la Aljama medieval

Foto: Rafa Pérez
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Un recorrido por las sinagogas, plazas y callejones que narran siglos de historia hebrea que marcaron la identidad de la ciudad.

En el punto donde se estrecha la calle Arc de Sant Ramon del Call se forma un doble recodo que apenas deja pasar la luz. Si además el día aparece nublado, la calle se oscurece bastante y la piedra adquiere una tonalidad fría, dando la impresión de que ese pudo ser el aspecto de la judería en el siglo XI, fecha en que se data la documentación más antigua conservada que se refiere a un barrio judío, la que menciona una calle que solebat ire ad callem judaicum. Aunque se sabe de la presencia de judíos en Barcelona desde por lo menos dos siglos antes.

MUHBA: en casa de Jucef Bonhiac

La primera de las visitas que hago me sirve para poner en contexto y conocer el día a día de los judíos que vivieron en ese retorcido entramado de pequeñas callejuelas —la palabra call proviene de pequeña calle. El Museo de Historia de Barcelona tiene su edificio central en la plaza del Rei, pero desde hace un par de años ha concentrado la mayor parte de las referencias a la aljama en el MUHBA El Call.

Está ubicado en un edificio de origen medieval con restos conservados de los siglos XIII y XIV que, parece ser, fue propiedad de Jucef Bonhiac, un judío dedicado al tejido de velos.

El trazado original del Call Major no ha sufrido apenas modificaciones, pocas más que la construcción de la placita de Manuel Ribé, donde se encuentra el museo. La visita empieza con un audiovisual que explica la evolución del call y la necesidad, cuando llegaron los judíos expulsados de Francia, de crear un nuevo barrio judío, el Call Menor, autorizado en el año 1257 por Jaume I.

Foto: Rafa Pérez
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Los cristianos y los judíos vivieron con fingida tranquilidad, con los dimes y diretes propios de todas las comunidades de vecinos. Participaron juntos en actividades, aunque los judíos celebraban las principales fiestas del calendario judaico siempre con la mirada de reojo de la iglesia. La comunidad que vivía en la aljama hablaba catalán, ya que el hebreo estaba reservado para los libros, los círculos más cultos, el contacto con judíos de otras aljamas y para la liturgia. Fueron responsables de un gran legado cultural y científico para Barcelona, y «el derbi» de esa época se jugó entre los partidarios y los detractores del racionalismo de Maimónides.
Foto: Rafa Pérez
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En las vitrinas del museo se exponen diferentes piezas de cerámica, vidrio, orfebrería y una curiosa redoma de cerámica vidriada con veintisiete monedas de Jaime I. La tarde transcurre mirando las jambas derechas de las puertas del barrio, tratando de descubrir la huella de alguna mezuzá y buscando lápidas con inscripciones hebreas, como la de la plaza de Sant Iu y la de la calle Marlet.
Foto: Rafa Pérez
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Las sinagogas perdidas de Barcelona

En Barcelona hubo hasta cuatro sinagogas —hay quien habla de cinco— abiertas al culto. En la calle Marlet está la entrada de la Sinagoga Major, abierta para las visitas al público todos los días excepto el Sabbat. Aunque hay serias dudas sobre que ese fuera el emplazamiento real de la sinagoga —estudios recientes señalan que estuvo en la casa de al lado, con acceso por el número 9 de la calle Sant Domènec del Call—, es una visita interesante para ver cómo pudieron ser esos espacios tan importantes para la comunidad. En el interior podemos ver una enorme menorá donada por el artista chueta —los conversos de Mallorca— Ferrán Aguiló, unos grandes pergaminos de la Torá y una colección de objetos de plata finamente grabados.

Foto: Rafa Pérez
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Cerca de la sinagoga, en la calle de la Fruita, encuentro abierto otro de los espacios importantes del MUHBA vinculados a la aljama, la Domus de Sant Honorat, conde se conservan los restos de una domus romana y seis silos medievales que sirvieron para almacenar todo tipo de productos. Las dimensiones de las construcciones, de hasta cuatro metros de altura, nos hablan de la importancia que tuvo esa casa en el Call Major. A última hora de la tarde subo a la montaña de Montjuïc, el Mons Judaicus o monte de los judíos, donde la comunidad hebrea enterró a sus muertos durante siglos, para echar un vistazo a las dimensiones de la capital catalana, que empequeñece los dos calls, aunque no la historia que salió de aquellas pequeñas y sombrías callejuelas.
Por Rafa Pérez
Periodista y fotógrafo de viajes

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