Entre las deudas históricas de los españoles una de las menos atendidas es la del pueblo judío
Cada año, en torno al 27 de enero, la UNESCO rinde tributo a la memoria de las víctimas del Holocausto y ratifica su compromiso de luchar contra el antisemitismo, el racismo y toda otra forma de intolerancia que pueda conducir a actos violentos contra determinados grupos humanos. El 27 de enero se conmemora la liberación en 1945 por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau; la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó oficialmente esa fecha Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Éste fue sin duda un hito que no se debe olvidar, pero el antisemitismo, la intolerancia, tiene antecedentes que deben ser estudiados y tenidos en cuenta desde la base fundamental de la educación en valores democráticos y en la creación de una ética civil democrática.
Entre las deudas históricas de los españoles, y entiéndase deuda histórica como reconocimiento de culturas y seres humanos que han dejado sus huellas y legado sobre nuestra tierra, una de las menos atendidas es la del pueblo judío. Su esplendor fue contemporáneo con el de Al-Ándalus lo que parece un anatema a tratar como patrimonio nuestro. Las tradiciones dicen que los primeros asentamientos judíos en la península se dieron alrededor del año 70 DC tras la destrucción del segundo templo de Jerusalén por los romanos, aunque el término Sefarad es más antiguo en la cultura israelita. Aparece en el profeta Abdías, común al Antiguo Testamento cristiano y al Tanaj hebreo, en el que cita a “los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad”, probablemente refiriéndose en este contexto a una zona del Asia Menor más que a la Iberia. A partir de la Edad Media se circunscribe “Sefarad” a la localización geográfica de España, y la de “sefarditas” a los judíos que vivieron en ella hasta su expulsión por los Reyes Católicos. Asegura el profesor Emilio González Ferrín que el término Sefarad era la traslación al hebreo del griego “Héspero”, “jardín de la tarde”, con toda la connotación de paraíso perdido. Las palabras guardan extrañas resonancias. Su destino fue volver a perder su edén hispano con la intransigencia religiosa que, por el contrario, no pudo evitar que muchas de sus tradiciones quedaran latentes en nuestra cultura y en la de los sefarditas, manteniéndolas vivas generación tras generación. Con este motivo se han celebrado muchos años en nuestro país las “Jornadas Europeas de la Cultura Judía”, y con especial implicación de algunas ciudades españolas como Córdoba o Toledo y sus juderías.
Cada año los museos judíos de Europa, así como todas las instituciones relacionadas con su cultura, celebran un día en el que se quiere llamar la atención sobre la misma, programando actividades que coinciden con una jornada de puertas abiertas en las sinagogas, como en la toledana sinagoga del Tránsito. Conciertos de música sefardita, visitas guiadas, conferencias, menús sefardíes o degustación de platos y bebidas inspirados en la cocina judía son algunas de las actividades que han tenido lugar con motivo de esta celebración. Estas actividades se intensifican durante los últimos días de agosto y primeros de septiembre en el barrio judío toledano, pero toman relieve distinto en estas fechas de conmemoración del Holocausto. Especialmente llamativo resultan los conciertos de música sefardita en Santa María la Blanca, con canciones que demuestran el parentesco evidente con las Cantigas de Alfonso X que reúnen en esta ciudad muchos de los saberes y costumbres judaicos. También la reivindicación de algunas figuras como Maimónides o Salomón Ibn Gabirol.
Sin embargo, el cordón umbilical, sentimentalmente hablando que une a los sefarditas, aunque no hayan nacido en la península, hace que, sin necesidad de fechas señaladas se incida en una miríada de actividades que evidencian ese poso y ese peso de la tradición hebrea en nuestra cultura, y la vigencia del sefardita en el mundo. Una de las grandes activistas, y mantenedoras de esta tradición en nuestros días es la escritora y estudiosa Margalit Matitiahu. Margalit es una de las estudiosas en instigadoras de la investigación, no sólo literaria y musical, sino históricas, en el mundo, de esa cultura que también es nuestra, sefardita, con la elaboración de unos maravillosos documentales, hasta el momento León y Toledo, aunque su intención es continuar con Zaragoza, Córdoba y Granada, a pesar de los lastres y dificultades de financiación del momento actual para proyectos tan necesarios e importantes como estos.
Se conserva una carta, bellísima, en la Biblioteca Nacional, enviada por el Sultán de Constantinopla, donde se refugiaron la mayoría de los sefarditas expulsados de España, a Fernando de Aragón, en la que le agradecía “lo mucho que le enriquecía con el regalo de sabiduría que le entregaba con aquellos hombres, y lo mucho que se empobrecía el reino español prescindiendo de aquellos médicos, filósofos, astrónomos, músicos y poetas”. Algunos seguimos sin entenderlo, pero hacemos lo posible por incorporarlos a las páginas doradas y, arrancadas en algunos casos, de nuestros libros de historia. La Fundación Príncipe de Asturias, -ahora ya con Toisón, Fundación Princesa de Asturias-, aportó en ediciones pasadas un granito de arena, concediéndole el Premio a La Concordia al Museo del Holocausto de Jerusalén. El jurado valoró «su tenaz labor para promover, entre las actuales y futuras generaciones, y desde esa memoria, la superación del odio, del racismo y de la intolerancia». No es poca cosa a la vistas de las oleadas antisemitas en intolerantes que volvemos a apreciar al albur de la crisis, nuevo auge de la extrema derecha en Europa, brotes xenófobos y homófobos, vivencia que deberíamos haber aprendido de tiempos pasados hace no tanto.
Manuel Francisco Reina, escritor y crítico literario – Vie 2/2/18
Fuente: El Plural