Aunque la iglesia primitiva de San Pedro de los Francos de Calatayud (Zaragoza-España) comenzó a construirse en el siglo XII, el actual templo y portada de estilo gótico es del XIV, época en la que un gran número de judíos habitaban en Calatayud (uno de cada cinco bilbilitanos era judío) y tenían gran protagonismo económico y mercantil en la ciudad.
En el tímpano se reproduce un calvario: en el centro encontramos a Jesús resucitado bendiciendo con la mano derecha y sosteniendo el Nuevo Testamento en su izquierda, el libro que habla de su vida y mensaje. A su izquierda está San Juan y a su derecha la Virgen María, ambos con las manos juntas en actitud orante.
Debajo de las peanas que sostienen cada una de estas tres esculturas, se pueden divisar -a simple vista- tres pequeñas alegorías que representan el pecado: Debajo de Jesús el judío o rabino objeto de nuestro estudio; debajo de San Juan la figura de una mujer que simboliza la lujuria; debajo de la Virgen María asoma un ser diabólico con grandes orejas puntiagudas que muestra el demonio que incita al mal y lleva a la condenación infernal.
En efecto, en el tímpano de la portada exterior de la iglesia de san Pedro de los Francos de Calatayud se puede divisar, desde la Rúa, la pequeña representación de un judío vestido con sus sayal, arrodillado, con el manto de oración o Talit hebreo sobre la cabeza, y con sus manos se sujeta en la peana en la que apoya a Jesús de Nazareth descalzo, como se puede apreciar en las fotografías “ut supra”.
La iglesia del gótico pretende enseñar y catequizar con dos ideas esenciales:
A.- Que la verdadera religión es la cristiana porque se fundamenta de Jesús de Nazareth y, por consiguiente, exalta la primacía del cristianismo frente a los errores del judaísmo encarnado en la efigie de un rabino o judío en actitud orante.
B.- Que la religión judía no es la verdadera y, quien la práctica, está en pecado mortal, especialmente los conversos secretos que, pese a estar bautizados, siguen viviendo como judíos.
Un judío nunca se pone de rodillas para orar o dirigirse a Dios. El hecho de que este personaje se represente arrodillado ante Jesús significa una ridiculización del mundo judío, además de una sumisión y humillación del judaísmo frente al cristianismo.
Estamos ante una catequesis dirigida, en primer lugar, a los judíos, para que admitan que Jesús es el Mesías prometido en las Sagradas Escrituras y se conviertan con el bautismo. En segundo lugar, a los cristianos y, muy especialmente, a los propios conversos, con el fin de que claudiquen de su vida y conducta judaizante, a la vez que se les invita a ser buenos cristianos.
Existen muchas representaciones de judíos en las pinturas góticas, pero nulas en la escultura de la época; de ahí que la efigie de este judío o rabino tenga un valor artístico e histórico excepcional.
El Talit es el manto que se ponen los judíos sobre la cabeza para hacer oración utilizado en los servicios religiosos sinagogales, especialmente en la oración de la mañana y en el rezo del credo judío o Shemá. El paño es de color blanco con unas tiras o franjas en sus extremos de color negro (judíos rusos), celestes (judíos de tradición Ashkenasí) y blancos (judíos de tradición Sefardí). En los bordes de sus cuatro ángulos lleva también unos flecos (llamados Tsitsit) y en cada extremo, un cordón de púrpura azul celeste o morado para que, como dice la Toráh, «al verlos os acordéis de todos los mandamientos del Señor y los cumpláis» (Num 15, 37-41).
El Talit posado sobre la cabeza para hacer oración es una costumbre que hunde, sus raíces, en las tradiciones ancestrales de la Toráh: “te harás unas borlas en las cuatro puntas del manto con que te cubras” (Dt 22,12).
En la época de los profetas (Ez 8,3) se usaron franjas azules en los bordes de las vestiduras con cuatro cordones: tres blancos y uno morado; a veces, dos blancos y dos morados. Estos cordones se pasaban por el borde de los vestidos y se ataban de una manera especial y complicada.
En el evangelio de Mateo (Mt 23,5), el mismo Jesús critica la ostentación y el exceso que conducía alargar los Tsitsit: “todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres: se hacen bien anchas las filacterias (tefilin) y bien largas las orlas del manto” (Mt 23,5).
Ya en la diáspora (a partir del año 70 d.C.), cuando los judíos adoptaron los vestidos propios de cada lugar, el Talit se conservó como ornamento para la oración. Incluso el Talmud afirma que todo varón está obligado a llevar los flecos, ya que “el cordón celeste o morado se parece al mar, que se parece al firmamento, que se parece al trono de Dios” (TB Sot 17a).
Por Álvaro López Asencio