Personalidades: Abraham Abulafia, Cabala y Matemáticas

Antigua imagen retrato de Abraham Abulafia

Abraham Abulafia es uno de los representantes más insignes de la Cábala hebrea. Nacido en Zaragoza a mediados del siglo XIII, concretamente el año 1240, Abulafia pertenece a aquella generación de cabalistas sefardíes que, como Moisés de León –redactor del Zohar–, Gikatilla y Najmánides, entre tantos otros, promovieron la época de mayor auge y esplendor de la Cábala, la que se ha dado en llamar su «edad de oro».

Abulafia está de actualidad entre los informáticos, por ser el predecesor de los aspectos matemáticos, concretamente combinatorios, de la ciencia de la información. Probablemente sea más conocido por su aparición en el texto de Humberto Eco “El péndulo de Foucault”, en el que además su nombre asigna al ordenador utilizado por los tres investigadores. Este hecho nos puede dar una idea de la importancia que tiene entre los historiadores de la semiología la obra de Abulafia, y Humberto Eco está considerado uno de sus principales teóricos.

Abraham Abulafia pasó su juventud en Tudela, en la provincia de Navarra. Su padre le enseño la Biblia y sus comentarios además de gramática y algo de Mishná y Talmud. Cuando cumplió veinte años, movido por su espíritu inquieto inicia un viaje a Palestina y diversos lugares del Cercano Oriente, viaje que tuvo todas las características de un peregrinaje y un retorno a los orígenes, pues lo emprendió, según él mismo cuenta, para ir a la búsqueda del mítico río Sambation, más allá del cual se decía que moraban las diez tribus perdidas de Israel.

Debido a la guerra en Palestina regreso a Europa, permaneciendo en Grecia y en Italia. Ya de vuelta a la península, reside durante un tiempo en Barcelona integrándose en la escuela del chantre Baruj Togarmi, autor de un tratado titulado Las claves para la Cábala. Es este cabalista quien inicia a Abulafia en los misterios del Sefer Yetsirah (el «Libro de la Formación» o de la «Creación»), considerado como el más importante texto cabalístico junto al Zohar y al Bahir. Ese período de instrucción en la capital catalana sería decisivo para la elaboración de su propio sistema de enseñanza, basado casi enteramente en la cosmología y la metafísica del Yetsirah, muy próximas a las concepciones del neo-platonismo alejandrino y de autores cristianos de la talla de Dionisio Areopagita, San Jerónimo y Scoto Erígena, los cuales influyeron notablemente en los neo-platónicos cristianos de la Edad Media y del Renacimiento.

Durante su estancia en Barcelona tuvo una experiencia mística y profética relativa al nombre de Dios que le empujó a exponer su doctrina por España y posteriormente por Italia y Grecia. En el año 1280 inspirado por su propia misión acude a Roma a entrevistarse con el Papa Nicolás III, aunque cuando atravesó las puertas de la ciudad el Papa ya había fallecido, siendo apresado y retenido un mes en el Colegio de los Franciscanos.

Abulafia viajó por Italia varios años, pero parece ser que permaneció la mayor parte del tiempo en Sicilia, dónde escribió casi todas sus obras.

De hecho, Abulafia considera al Libro de la Creación y al gran filósofo judío Maimónides como los dos pilares que sostienen toda su obra, una obra escrita en forma de manuales muy didácticos, pues en ellos Abulafia plasmaba sus propias experiencias en el camino del Conocimiento, y sirviendo de complemento a las enseñanzas transmitidas oralmente a sus discípulos. Al contrario de algunos cabalistas, Abulafia no ve ninguna contradicción entre la doctrina de la Cábala y la filosofía de Maimónides, quien llegó a escribir en su famosa Guía de los Perplejos (de la que Abulafia escribió un comentario de carácter esotérico) que sólo el conocimiento de orden metafísico es necesario para asegurar la supervivencia después de la muerte, idea que es conforme a lo expuesto por todas las gnosis tradicionales, incluida la Cábala.

Partiendo de las enseñanzas del Libro de la Creación, Abulafia establece un método basado en el sistema de combinación de las letras, método que él explica en su obra titulada precisamente Ciencia de la Combinación de las Letras (Hokhmath ha-Tseruf). Como todos los cabalistas, Abulafia concede una importancia capital a las letras del alfabeto hebreo, pues ellas constituyen entidades simbólicas que, como tales, expresan la realidad de los arquetipos, principios e ideas de orden universal. Cada letra, incluida su forma misma, es un esquema simbólico que encierra dentro de sí todo un mundo de significados que han de ser descifrados por el estudioso de la Cábala. Así, por su carácter revelado, la lengua sagrada, y no sólo la hebrea, es un vehículo del Conocimiento, al que manifiesta en tanto que lo simboliza. De ahí que para Abulafia el alfabeto sagrado aparezca como el objeto de estudio y meditación más preciado de que dispone el cabalista para la realización de su proceso interior.

Uno de los tres procedimientos utilizados en el Tseruf es la ciencia de la gematria (las otras dos son el notarikon y la temurah), ciencia que tiene en cuenta ante todo el valor numérico de las letras, pues en el hebreo, al igual que en otras lenguas tradicionales, las letras son también números. La gematria consiste en hallar la correspondencia entre dos palabras –o dos nombres divinos– cuyos valores numéricos respectivos, resultantes de la suma de sus letras constitutivas, sean idénticos, como es el caso (expuesto por Gikatilla, discípulo de Abulafia) de las palabras Unidad (Ehad) y Amor (Ahabah), ambas de valor numérico 13. Esta identidad numérica permite comprobar que la Unidad de Dios es idéntica a su Amor, es decir, que no están separados y son la misma cosa, pues en verdad el Amor está implícito en la afirmación de la Unidad divina.

En la Ciencia de la Combinación de las Letras Abulafia compara el método del Tseruf con la música, «…porque la oreja entiende los sonidos de diversas combinaciones, de acuerdo con el carácter de la melodía y el instrumento. Así, dos instrumentos diferentes pueden formar una combinación, y si los sonidos se armonizan, la oreja del que escucha percibe una sensación agradable, conociendo su diferencia. Las cuerdas tocadas con la mano derecha o la mano izquierda han vibrado, y su sonido es dulce a la oreja. Y de la oreja la sensación viaja hasta el corazón, y del corazón al bazo (sede de la emoción); la unión de las diferentes melodías produce siempre un nuevo placer. Es imposible que éste se produzca si no es por la combinación de los sonidos, y lo mismo ocurre con la combinación de las letras. Que se toque la primera cuerda, que es comparable a la primera letra, y que se toque enseguida la segunda, la tercera, la cuarta y la quinta, los diversos sonidos se combinan. Y los misterios que se expresan en estas combinaciones reconfortan el corazón que conoce su Dios y es llenado de una alegría siempre renovada».

La percepción de la armonía musical (expresión de la armonía cósmica) es semejante a la que experimenta el intelecto cuando comprende las ideas y principios revelados gracias a las permutaciones y combinaciones de las palabras y las letras. Para Abulafia el objetivo del Tseruf –al que considera un medio y no un fin en sí mismo, como todo código simbólico– es liberar al alma de las imágenes mentales que la mantienen sometida al mundo inferior, impidiéndole «… el retorno a su origen, que es uno, sin ninguna dualidad y que comprende la multiplicidad».

En su importante estudio sobre las corrientes de la Cábala hebrea, el profesor Gershom Scholem describe perfectamente el pensamiento de Abulafia, y se pregunta: «¿Por qué el alma está, por así decir, sellada? Porque, responde Abulafia, la vida ordinaria de los seres humanos, su percepción del mundo sensible, llena e impregna el espíritu de una multiplicidad de formas y de imágenes perceptibles. Como el espíritu percibe toda clase de objetos naturales groseros y hace entrar esas imágenes en la conciencia, él crea, en razón de su función natural, un cierto modo de existencia que lleva la marca de su finitud. En otros términos, la vida normal del alma está encerrada en los límites determinados por nuestras percepciones naturales y emocionales, y en tanto que esta vida está plena de éstas, ella encuentra extremadamente difícil percibir la existencia de las formas espirituales y de las cosas divinas. Por consiguiente, el problema está en encontrar un camino para ayudar al alma a percibir más allá de las formas de la naturaleza, sin devenir por ello ciega y vencida por la luz divina; la solución es sugerida por este viejo adagio «quien esté lleno de sí mismo no tiene ningún lugar para Dios». Todo aquello que ocupa el yo natural del hombre debe o bien desaparecer o bien transformar este yo de manera que se haga transparente a la realidad espiritual interior, donde los contornos le serán perceptibles a través de la concha habitual de la cosas naturales». Esta idea impregna totalmente los Evangelios como vemos en Marcos 8, 34 ,« Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y cargue con su cruz, y sígame». Este camino es seguido y subrayado por las dos doctoras de la Iglesia, una Teresa de Jesús cuando dice: « muero porque no muero», y también por Catalina de Siena, cuando vemos que su “Diálogo” se establece entre la que «no es» y el que «es». Esta doctrina que se encuentra implícita en la Torá se explica mediante el método de permutación de letras descrito por Abulafia, pues las tres letras que forman la palabra nada (ayin, ???)- alef, yod, nun- están también contenidas en ?ni (???), que significa «yo».

Los Nudos del Alma

El objetivo de los estudios bíblicos, desarrollados por Abulafia están destinados a transformar el corazón cautivo del hombre y darle un conocimiento que le dará la libertad. El primer y más importante punto de partida de la concepción espiritual de Abulafia es que estamos sellados, anudados, trabados, y que, por lo tanto, debemos deshacer cada nudo de nuestro ser. La palabra «nudo», kesher (???) en hebreo, mediante el método Tseruf se transforma en lo que es: una sheker (???) una mentira. El ser humano, heredero de la chispa divina, gracias a su mente o séjel, puede, efectivamente, cambiarse, modificar su destino. La idea de Abulafia es que este cambio se da dentro de un nivel subjetivo que también señala el nudo: en efecto, y por su valor numérico, kesher (rwq= 600) equivale a la voz sas ( ?? ), regocijo, alegría, gozo espiritual. Sólo que para que tal cosa ocurra los nudos han de cambiar de lugar su sujeción, por cuanto el cuerpo debe constreñirse para que sea el alma la que vuele, en lugar de supeditarse a lo que normalmente ocurre, que el cuerpo se mueve y el alma está quieta, cautiva en su interior.

El estudio, meditación y práctica en el método del Tseruf y la correspondiente comprensión del significado esotérico del alfabeto sagrado, conduce finalmente a la contemplación extática y al conocimiento de los misterios del sagrado Nombre de Dios, que son los misterios del Ser Universal, arquetipo eterno de toda palabra o lenguaje, así como de todo lo que existe. Para Abulafia ese conocimiento procura lo que él denomina la «visión profética», en la que el “temor de Dios” como principio de la Sabiduria se transforma en amor, pues el hombre, atravesando los diversos niveles de la realidad cósmica y de sí mismo, ha tomado contacto con su principio supra-individual y se ha hecho uno con él. Ese principio universal es lo que Maimónides y los filósofos escolásticos árabes y cristianos herederos de Aristóteles denominaron «intelecto agente», el cual equivale al Intelecto Superior, o Buddhi, de la tradición hindú, y al Ángel de la gnosis islámica de Sohravardî . A la reunión con este «Principio» es a lo que apunta el método del Tseruf de Abulafia y así lo afirma cuando señala que el método «nos libera de la prisión de la esfera natural y nos conduce a los límites de la esfera divina». Este método sería entonces como una escala o eje que vertebra el camino que conduce de la tierra al cielo, del mundo de la multiplicidad y del cambio a la Unidad invariable que todo lo comprende en esencia.

Por otro lado, la expresión «desanudar los nudos» que Abulafia emplea para describir ese proceso liberador recuerda evidentemente la «disolución» alquímica, etapa consistente en desembarazarse de las trabas de tipo mental y psicológico que imposibilitan el libre desarrollo de las facultades superiores del ser. En este sentido, y para propiciar la meditación y concentración, en el método del Tseruf empleado por Abulafia se emplean una serie de posturas corporales y técnicas de respiración muy semejantes a las que se practican en el hatha-yoga hindú, lo que ha hecho decir a más de un autor que el sistema de Abulafia es una especie de yoga judaizado. Pero, a decir verdad, se trata de algo que es común a todos los ritos iniciáticos de cualquier tradición, en los que el elemento psico-físico actúa de soporte simbólico para la recepción de la influencia espiritual. Además, esas técnicas y ejercicios rituales van acompañados normalmente de la visualización de diagramas simbólico-geométricos y de la incantación e invocación de los nombres divinos, como es el caso del propio sistema de Abulafia, tal y como él mismo lo explica en otras obras fundamentales como El Libro de la Vida Eterna, Las palabras de la Belleza, Libro de la Letra y, sobre todo, en La luz de la Inteligencia.

A pesar de que sus manuales apenas si sobrepasaron los círculos cabalistas, sin embargo la influencia de Abulafia se extendió más allá de esos círculos, encontrando especial resonancia en el filósofo hermético-cristiano Ramón Llull (contemporáneo suyo), el cual diseñó su Arte Combinatoria basándose, en gran medida, en los métodos del maestro sefardí, y de las enseñanzas de la Cábala en general. Y a través de Ramón Llull, dicha influencia se extendió también a los cabalistas cristianos del Renacimiento, que con frecuencia emplearon el método de la combinación de las letras hebreas siguiendo el modelo del Tseruf. En este sentido, es interesante señalar que Abulafia, después de abandonar España por segunda y definitiva vez, residió durante los últimos años de su vida en Grecia y sobre todo en Italia, en donde formó numerosos grupos cabalistas que continuaron manteniendo sus enseñanzas, y que es muy posible que influyeran (al igual que los judíos expulsados de la Península Ibérica) en la gestación de la Cábala Cristiana promovida precisamente en Italia por Pico de la Mirándola y Juan Reuchlin a finales del siglo XV. Por todo ello, no es aventurado afirmar que Abraham Abulafia esté considerado, junto a Ramón Llull, como uno de los principales precursores de este importante movimiento hermético, a través del cual el esoterismo de Occidente encontró un nuevo impulso revitalizador.

Paralelismo con la Basílica del Pilar

En la ornamentación de los cimborrios de la Basílica del Pilar están representados unos signos simbólicos, están formados por 6 líneas alternativamente continuas y discontínuas, son signos de base matemática, representando respectivamente los números uno y cero. De tal forma que está representado el número 42 en base binaria.

Este misterioso número lo podemos vincular con Abulafia, pues él siguiendo a Maimónides, comenta que el nombre de Dios con el que se realizó la creación, es el de 42 letras, y que el significado de este número no puede ser transmitido si no es de viva voz, pues su significado está sellado. Observemos que las 42 letras que aparecen en círculo en la figura anterior empiezan con la aleph y terminan con la tau, primera y última del alefato hebreo, correspondientes a la alfa y omega del alfabeto griego. Recordemos que Cristo se llama el alfa y omega, y que para encarnar la «Palabra» se precisaron 42 generaciones, según el evangelio de Mateo.

Mediante las cinco vocales has coronado a Dios como Rey sobre las seis direcciones del Universo: arriba y abajo, con o ( ? ) e i ( ? ), derecha e izquierda con a ( ? ) y e ( ?), y detrás y delante con u ( ? ).

A menudo se escriben las vocales junto con sus letras asociadas: Ao O ( ? ? = 7 ), Aa H ( ?? = 6 ), Ae Y (?? = 11 ), Ai Y (? ? = 11 ), y Aa U ( ?? = 7 ). Todas ellas Suman 42 en total.

Por consiguiente, todas las vocales señalan al hecho de que están « en la mano de Dios» ( Beyad, YHVH, ??? ???? = 42 ). A esto se alude en el versículo «Caigamos en la mano de Dios porque grandes son sus misericordias, pero no me dejes caer en las manos del hombre» ( 2 Samuel 24: 14 ).

Su misterio es:

Dios ……………………… ???? = 42

mi Único ………………… ????? = 42

en ellas ………………….. ?? = 42

mi corazón ………………. ??? = 42

será digno ………………. ???? = 42

Y este misterio es

¡Bastante! ¡Bastante! ¡Bastante! ……. ?? ?? ?? = 42

Y si, el cielo lo prohíba, al pronunciar esos dos versículos no recibes todavía el influjo divino, la palabra, la visión perceptible de un hombre o cualquier otra visión profética, empieza de nuevo y comienza el tercer versículo.

Su forma es ésta:

VaHeVa DaNaYo HeCheShi ………….. ??? ??? ???

EaMeMe NuNuAa NuYoTha …………. ??? ??? ???

Cuando completes todo el Nombre, recibe de él lo que Dios quiera concederte; alaba a Dios y dale gracias.

Diagrama hecho con las 42 letras, que según el Zohar, intervinieron el la creación, y la mano de Dios que gematricamente vale 42 en el escrito de Abulafia.

Un parelelismo que encontramos en la iconología de la Basílica del Pilar con la descripción que hace Abulafia de los siete sellos que son necesarios abrir para entender la escritura, lo encontramos en una de sus puertas, concretamente en una en que aparece la imagen del «Cordero» recostado sobre el libro de los siete sellos.

Semejantemente a los siete sellos del libro de la vida cristiano, Abulafia describe siete etapas o grados de conocimiento de la Toráh, desde la investigación acerca del sentido literal de la palabra hasta la fase de la profecía, Abulafia establece una distinción entre la Cábala profética, que es la sexta etapa, y el santo de los santos del cual aquélla no es más que el preámbulo. Lo esencial de este estadio final, en el que se comprende «el lenguaje que proviene del intelecto activo», no debe ser divulgado aun cuando fuera posible vestirlo de palabras. Pero, como podemos deducir de la interpretación simbólica de la imagen de la virgen del Pilar, en la que el velo es sostenido tanto por la Virgen María como por Jesús, y a ellos corresponde el desvelamiento.

En su obra “Las siete vías de la Torá” comenta: «En cuanto a la séptima vía, es única en su género y contiene todas las demás: ella es el lugar por excelencia de lo sagrado y engloba las otras; aquél que la penetra percibe el Logos divino (la Palabra) que, surgido del Intelecto Agente, viene a afectar la facultad racional del hombre. Este Logos, en efecto, es una sobreabundancia del Nombre (bendito sea) que, pasando por el intermediario del Intelecto Agente, llega a la facultad racional. Así lo ha explicado el maestro (Maimónides, bendita sea su memoria) en el capítulo 36 de la segunda parte de la Guía. Esta vía lleva a la esencia misma de la profecía auténtica, da los medios a una aproximación de la quididad (el qué o el quién) del Nombre único, a este ser único que es el profeta entre los hombres. No conviene aquí describir precisamente esta séptima vía, que es dos veces santa. Pues no es posible transmitir el conocimiento del Nombre de 42 letras y del Nombre de 72 letras a aquél que desea adquirirlo si no es de viva voz, ni de comunicar ninguna tradición de otro modo al respecto, cuando no se tratara más que de principios de base. Es la razón por la cual prefiero ser muy breve sobre este punto, como conviene en este tipo de materias. Tales son las siete vías en las cuales la Torá está toda entera contenida».

Según Abulafia, la Torah es, en un cierto nivel, idéntica al mundo de las formas, o a Dios mismo, de tal forma que no es posible que pueda ocurrir un cambio básico en su naturaleza. De todas formas la Cábala teosófica y la actitud midráshica en general, conciben a la Torah como una entidad dinámica, cuyos tesoros recónditos revela continuamente el intérprete. El acercamiento teosófico a la Torah y a su lenguaje, en la doctrina de Abulafia, está basada en la idea de que el máximo significado místico está por ser descubierto mediante la libre combinación asociativa de las letras cuyos eslabones están separados para permitir el surgimiento de la nueva combinación. Así la deconstrucción tiene que preceder a la reconstrucción, puesto que la Torah es más un proceso que un ideal estático. Este proceso, parecido al «solve et coagula» alquímico, intenta transcender el lenguaje de modo tal que se transforma en una serie de combinaciones de letras sin sentido que, siguiendo reglas estrictamente matemáticas, llevarían al místico más allá del estado normal de la conciencia.

Fuente: porisrael.org/

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