Los judíos sefardíes fueron una rama del judaísmo que vivió en la península ibérica desde el siglo I a. C. hasta finales del siglo XV. Pese al paso del tiempo siguen teniendo fuertes conexiones con España y Portugal.
POR CLAUDIA PAPARELLI
España fue hogar de algunas de las comunidades judías más prolíficas de Europa que durante siglos generaron grandes poetas, filósofos e historiadores. Los judíos sefardíes o sefarditas son los descendientes de estas comunidades y forman una de las dos divisiones étnicas judías de Europa. El término bíblico sefardí proviene etimológicamente de Sefarad, con el que las fuentes hebreas se refieren a la Península.
Los historiadores consideran que en 1492 en lo que hoy es España vivían cerca de 200 000 judíos, ese año, los Reyes Católicos les obligaron a convertirse al catolicismo o salir de los reinos de Castilla y Aragón. Los descendientes sefarditas, a pesar de no vivir en territorio ibérico, han permanecido ligados a la cultura hispánica y, cinco siglos después de su expulsión, España y Portugal buscan también reparar puentes con los descendientes de esas comunidades de judíos.
En el año 2015, ambos países iniciaron procesos legales de reconocimiento de los judíos sefardíes. En España, se aprobó una Ley 12/2015 de 24 de junio, que permite conceder la nacionalidad española a aquellos descendientes de judíos sefardíes originarios de la península ibérica, que fueron expulsados en 1492. Esta medida, que busca reparar una injusticia histórica con los sefardíes, cerró su período para enviar solicitudes el 1 de octubre de 2019, mientras que, Portugal, que inició un proceso similar, tendrá abierto el plazo hasta el 31 de diciembre del 2024.
Muchos de los expulsados en el siglo XV fueron progresivamente volviendo a lo largo de los siglos a Palestina, lugar del que fueron expulsados en época del Imperio romano. Por eso, la comunidad sefardí tiene un importante peso demográfico en el Estado de Israel, donde el partido religioso sefardí Shas es una de las principales fuerzas políticas del país.
Historia de las migraciones forzosas de los judíos sefardíes
En el año 70, (siglo I d.C.), el general Tito, hijo del emperador Vespasiano y futuro emperador, conquista Jerusalén poniendo fin a la primera guerra judeo-romana y expulsando a los judíos, obligándolos así a desplazarse y asentarse en nuevos territorios. Muchos de ellos se asentaron en la península ibérica, convirtiéndola en su nuevo hogar durante más de 1500 años. Hasta que a finales del siglo XV fueron expulsados de todos los reinos peninsulares.
La expulsión más conocida fue la que se decretó en el Edicto de Granada emitido el 31 de marzo de 1942 por los Reyes Católicos, por los «crímenes y transgresiones contra la santa fe Católica» que, según los monarcas, cometía la comunidad judía de sus dominios. Los objetivos de la expulsión han sido motivo de numerosos estudios desde el ideológico, esgrimiendo que se buscaba la cohesión religiosa del Reino de Castilla y de Aragón, hasta el económico. En 1496, Manuel I de Portugal promulgaría un decreto similar culminando la cristianización de toda la Península.
Estas expulsiones suponen un punto de inflexión que ahonda en los lazos entre las historias y los conceptos de Sefarad y de al-Ándalus, definición geográfica, política e histórica para referirse al territorio de la península ibérica que se encontró bajo poder musulmán entre los años 711 y 1492.
De acuerdo con Felipe Vidales, doctor en Historia Moderna por la Universidad Complutense, “Sefarad va unido al-Ándalus porque ambos concluyen en 1492, cuando los Reyes Católicos conquistan Granada prohibiendo el judaísmo y posteriormente el islam”. Estas medidas suponen las primeras que prohíben otras religiones en Europa, y asientan el poder que tendría en los siglos siguientes la Inquisición (instaurada en 1480) en Castilla y Aragón e inician un proceso de persecución y aniquilación del judaísmo en territorio hispano, exceptuando Melilla. “No hay registro de la existencia de judíos en la península ibérica tras su expulsión y persecución», señala Vidales, que dirige Tulaytula, un proyecto de divulgación histórica del Toledo Islámico, Medieval y Moderno. En los dominios de los reyes de Castilla solo se quedaron en Melilla, «donde siempre ha habido una importante comunidad judía”, señala Vidales.
«En 1492 los Reyes Católicos conquistan Granada y hacen lo que ningún otro rey había hecho en Europa, que es prohibir una religión. Hubo momentos de persecución y de violencia contra los judíos, sin duda, pero nunca nadie llegó tan lejos como prohibir la práctica de una religión y los Reyes Católicos la prohibieron en 1492 y 9 años después, en Castilla la práctica del islam. En esos 10 años, pasa a estar prohibido ser judío o musulmán», explica el experto.
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Más ibéricos o más judíos
Pero el historiador destaca la diferencia entre la cultura y la religión, que no son lo mismo. “Es importante resaltar que, la cultura y la religión no siempre van de la mano, y que los judíos sefardíes son esos judíos que evolucionan culturalmente en el territorio que hoy llamamos España y Portugal, y posiblemente tengan menos en común con los judíos de Polonia y Alemania, con los que no comparten cultura, ni lengua, ni gastronomía, ni estética, aunque tengan el mismo calendario litúrgico y religioso, que con las culturas desarrolladas en la Península”.
El proceso evolutivo de los judíos que se asentaron en el siglo I en lo que hoy es España y Portugal, fue bastante marcado. Primero fueron judíos romanos, luego visigodos, y posteriormente judíos andalusíes, castellanos, aragoneses, navarros y portugueses. Estos vaivenes políticos conllevaron a su vez cambios en su lengua, gastronomía, estética y literatura similares a los que vivió la población cristiana que se quedó tras la expulsión de 1492.
La estigmatización de las culturas no cristianas en los reinos hispanos durante la Edad Moderna se prolongó más allá de la expulsión de 1492. Un buen ejemplo fueron los estatutos de limpieza de sangre, promulgados en el siglo XVI, que prohibían la concesión de cargos públicos a quienes no pudieran demostrar la inexistencia de una ascendencia judía o musulmana.
Sin embargo, el Centro Sefarad Israel indica que, para los judíos españoles de la diáspora, Sefarad ha estado siempre presente en su gastronomía, en su literatura, en su música o en su lengua, pero no fue hasta finales del siglo XIX, que España fue dando un giro progresivo para abrir las puertas nuevamente a estas comunidades judías.
La Constitución de 1978 fue clave para reconocer la pluralidad de las confesiones religiosas y asistir al reencuentro definitivo entre España y el mundo judío, que se concretó primero con el establecimiento de relaciones diplomáticas entre España e Israel en 1986, y después con el Acuerdo de cooperación con las comunidades israelitas de España en 1992.
Restos de la historia Sefarad en la cultura española
Aún en la actualidad, se siguen descubriendo restos arqueológicos de la época de oro de judíos de Al-Ándalus, de sinagogas destruidas o reutilizadas como iglesias o casas como es el caso de Toledo, donde se encuentra además el Museo Sefardí, ubicado en la Sinagoga de Samuel ha-Leví o Sinagoga del Tránsito, el edificio hispanojudío más importante de España, situado en la antigua judería de Toledo, y considerada la sinagoga medieval más bella y mejor conservada en el mundo.
Al entrar a algunas sinagogas y ver textos árabes y de yeserías como la sinagoga de la Alhambra, suele pensarse que se trata de una mezquita, porque los judíos eran también culturalmente árabes, andalusíes con cultura islámica.
Las herencias sefardíes llegan a nuestro día a día. Sirva de ejemplo la expresión “meterse en un jardín”. Esta frase, empleada en la actualidad en España, está vinculada al famoso relato de los cuatro Rabinos, proveniente de un famosísimo pasaje del Talmud (Jaguiga 14b). En él se describe cómo cuatro Rabinos se aventuraron en un pardes o jardín, pero uno de ellos muere. De aquí podría derivar la expresión de “lo peligroso que es meterse en un jardín (pardes)” queriendo decir: sin saber bien dónde ni a qué se mete uno.
Además, pese a que la cocina judía no incluye el cerdo, una carne muy típica en España, y probablemente las carnes que comieran serían sacrificadas ritualmente al estilo kosher, la gastronomía sefardí no se diferenciaría mucho de la cristiana. Tendemos a pensar muchas veces que los judíos vestían distinto, hablaban distinto y comían distinto, lo cual es un error porque la mayoría se vestían, compraban y hasta su dieta era similar a la de los cristianos.
«Entre 1492 y 1750 – 60 prácticamente se acaba con la presencia del Islam y del judaísmo. Si hoy hay sefardíes en España es porque han vuelto en el siglo XX o XXI, pero no porque permanezcan legalmente. El judaísmo [en la península ibérica] se extingue con la prohibición del judaísmo y con el establecimiento de la Inquisición tras de 1500 años de presencia judía ininterrumpida en la Península desde el siglo 1 hasta el siglo XVI», explica Vidales.