Mario Levi: “Mi país es el turco, no Turquía”

El autor sefardí novela en ladino el periplo desde el Toledo de la expulsión hasta la llegada a tierras otomanas

Mario Levi es de los sefardíes que tras acreditar sus raíces ha obtenido la nacionalidad española Jordi Joan Baños
Mario Levi es de los sefardíes que tras acreditar sus raíces ha obtenido la nacionalidad española Jordi Joan Baños

A Mario Levi no le basta con ser uno de los novelistas turcos más traducidos. Quiere ser también el notario sentimental de una comunidad abocada a la extinción. “Pertenezco a la última generación que ha oído el judeoespañol en casa”. La melancolía, intrínseca a Estambul, se redobla en su caso.

“Pero tampoco es nostalgia de Toledo, sino de mi infancia, de mi ‘chiquez’, de días mejores”.

¿Querría volver a ellos? “Diría que no, estoy más feliz y tranquilo ahora. Lo que quiero es dar a conocer aquella existencia multicultural, que aún viví. Que sepan los que no saben. Otros han contado aquella Estambul, pero pertenecen a otra cultura.”

El Imperio Otomano acogió a muchos judíos expulsados de los reinos de España, en Constantinopla, Salónica o Esmirna. Con el paso de los siglos, algunas palabras turcas, italianas o griegas fueron adhiriéndose al castellano, conformando el ladino. “Pero el primer golpe llegó hace unos 150 años, con la Alianza Israelita Universal”, explica Levi, “que prohibió hablar español en sus escuelas”. Los sefardíes acomodados fueron pasándose al francés, mientras su lengua propia se corrompía. Levi se encoge de hombros: “Los franceses trabajaron mucho y los españoles, nada.”

En el siglo XX, los que de verdad mantuvieron el ladino fueron los más humildes, hasta que oyeron las trompetas de Israel, en 1948, y acudieron en tropel, puesto que no tenían nada que perder.

Excepto la lengua.

En su caso, aunque sus padres ya le hablaron en turco, su “nona”, su abuela Clara Jerez, decidió seguir hablándole en ladino, lengua que también escuchaba en las conversaciones entre padres y abuelos. Cabe decir que Mario Levi se licenció en Filología Francesa y domina el francés “incluso mejor que el español”.

Con una diferencia, afirma: “En Francia estoy en un país extranjero. En España, me siento en casa. La lengua se pierde, pero queda la gastronomía, su otra pasión. Como las “albóndigas de puerros” de la nona Clara o “las habicas con espinacas”.

Levi acumula 66 años, tres matrimonios y tres hijas. Una precisión que no puede molestar a alguien cuya literatura se asemeja a una minuciosa rendición de cuentas de las interioridades de las familias y de las relaciones que entretejen. Él mismo precisa que su primera esposa, madre de sus gemelas, era judía. “Mi esposa actual, que antes fue mi alumna, es musulmana”, añade sobre la madre de Masal Clara.

Mario Levi se explica como si contara un cuento. “Masal”, cuento en turco, forma parte del título de su novela más conocida, la voluminosa Estambul era un cuento, un retablo con medio centenar de personajes. En castellano también se ha publicado He hecho un pastel para ti. Aunque Levi lamenta que el título de esta última pierda el guiño del original al Pandispanya, tal como se dice bizcocho en turco, a la italiana.

Pero no es por eso por lo que ha decidido traducir él mismo su último libro. “Quise escribir una novela protagonizada por un tal Joseph Levi, que fuera desde el Toledo de la expulsión, en 1492, hasta la instalación en tierras otomanas, en 1555. En turco ya está acabada y tendrá 530 páginas. Pero aún no la mandé, porque quiero escribir la misma novela en ladino. Una versión de la que ya llevo más de cien páginas. Karen Sharhon (responsable de El amaneser, suplemento mensual del semanario Shalom), me dice que por primera vez se escribe un texto literario en ladino”. ¿Será también su epitafio?

 “Dejémoslo en testamento”, matiza. “Haremos 1492 copias en una edición especial bilingüe para 2024, que nunca será publicada otra vez. Necesito terminarla antes de fin de año. ¡Ojalá!”. Mario Levi lee un par de páginas en el café donde ha citado a La Vanguardia -en su barrio de Moda- y pregunta retóricamente si se entiende y si podría interesar tal cual, en España.

Su primer viaje lo hizo “en 1978”. “En un mercado de Madrid pregunté. ¿Eso qué es? Pues qué va a ser, me contestaron, altramuces. El caso es que en Turquía solo los judíos comíamos altramuces”.

Hasta cuándo, no lo sabe. “No tengo esperanza. No ya por el ladino y su cultura. Es la propia comunidad judía de Estambul la que desaparecerá, en 50 o 60 años”. A continuación lo cuantifica: “Cada año, 250 emigran, sobre todo a Israel. 250 se mueren. Y solo nacen 180. Encima, hay muchísimos matrimonios mixtos”. Todo un cambio cultural: “En tiempos de mis padres, casarse con alguien no judío era un escándalo. En mi generación estaba mal visto. Y para la generación de mis hijas, es normal. Por eso, si hace un siglo éramos 80.000, ahora somos 9.000. Por todos eso escribo”.

Levi reconoce que los judíos de Estambul no son muy religiosos y que va “poco” a la sinagoga y aún menos a los cementerios. El de Kuzguncuk, barrio que es uno de los platós más habituales de las telenovelas turcas, dice haberlo pisado “una vez”.

Por otro lado, el escritor se cierra en banda a la hora de diagnosticar la situación cultural o política en Turquía, lo que constituye un diagnóstico en sí mismo. Si el turco medio es prudente, el judío -como las demás minorías- ha aprendido a ser dos veces prudente.

“¿Antisemitismo? Que te digan que hablas el turco mucho mejor que los turcos, también es antisemita”. “Ya ves que mi relación con el país es ambigua”, admite, “pero mi relación con la lengua turca es muy profunda. Mi país es el turco, no Turquía”.

No es una cuestión de pasaporte. Mario Levi es uno de los miles de sefardíes que en los últimos años, tras acreditar sus raíces, ha obtenido la nacionalidad española. Muchos otros, que recelaban la prueba de lengua ladina, se han conformado con el pasaporte de Portugal, sin esa exigencia. Hoy en día, opina Levi, es menos una cuestión sentimental que “pragmática, que facilita viajar”. “Para la mayoría, pero no para mí”, declara. “A mí lo que me gustaría es comprarme un piso en Barcelona. A lo mejor en dos o tres años. Porque Estambul es un cuento que acaba bien”

Por JORDI JOAN BAÑOS
Fuente: La Vanguardia | 21/05/2023

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