Los últimos sefardíes que mantienen viva su lengua: «¡Hag Pesaj Sameaj!

Hay grupos de hablantes de ladino en Bulgaria, Grecia, Marruecos y Bosnia, pero la mayoría están en Israel y Turquía. En la actualidad, está en riesgo de extinción

Salomon Namer, segundo por la izquierda, se reunió con sus allegados en Estambul el miércoles para celebrar el Pésaj entre sefardíes. (Cedida)
Salomon Namer, segundo por la izquierda, se reunió con sus allegados en Estambul el miércoles para celebrar el Pésaj entre sefardíes. (Cedida)

«Kerida Rasel. ¡Hag Pesaj Sameaj! Tu koreo me lo embia Doga. Keremos azer unas chikas demandas sovre el judezmo i la fiesta del Pesaj (selebrasyon, manjares, meldadura de la Haggadah) i Doga rekomienda avlar kon ti. Merçi muncho por la repuesta. Kaminos de leche i miel para ti i tu mishpajah». «Hag Pesaj sameaj» significa literalmente «Feliz fiesta de Pésaj», que es la Pascua judía. «Mishpajah» es la familia y la «meldadura de la Haggadah» hace referencia al recitado del conjunto de narraciones y plegarias que los judíos leen en estas fechas señaladas. El resto no precisa traducción.

El mensaje se lo envía en nuestro nombre la andaluza Tania María García Arévalo a una judía sefardí originaria de Esmirna y emigrada a Texas para que nos ayude a comprender cómo se celebra esta semana la Pascua judía de acuerdo a la tradición de los sefardíes de Turquía. García Arévalo es profesora de lengua y literatura del área de estudios hebreos y arameos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. No solo enseña hebreo (o eventualmente, árabe) sino que habla también ladino, que es la lengua en la que escribió ese breve texto fascinante con resonancias poéticas.

«Lo de los caminos de leche i miel hace referencia al Jardín del Edén y es una bonita manera de desearle lo mejor a alguien», dice. «Es que nos hemos autoimpuesto la norma de escribir en judeoespañol a todos los que lo hablan». «¿Y cuántos son los que lo hablan?», le preguntamos a la profesora. «La RAE dice que 500.000. Otras fuentes más conservadoras sugieren que en torno a 130.000. Quedan grupos de hablantes en Bulgaria, Grecia, Marruecos y Bosnia, pero la mayoría están en Israel y Turquía«, aclara. «Nos referimos a gente que tiene el ladino como lengua madre. En todo caso, lo relevante aquí es que se halla en serio riesgo de extinción«.

Tania María García Arevalo, durante una visita a Israel. (Cedida)
Tania María García Arevalo, durante una visita a Israel. (Cedida)

La comunidad de hablantes turcos de ladino es, en realidad, la única que existe fuera de Israel que aún mantiene un número de hablantes no residual. Hay menos de 20.000, aunque muchos son ancianos porque se ha roto la cadena de transmisión de madre a hijo que logró mantener la lengua viva durante más de 531 años. El asunto es percibido como una auténtica tragedia cultural. «La gente joven tiene alguna noción porque lo escuchó de sus abuelos, pero si lo conoce, no lo usa, porque no es la lengua común de intercambio. No es algo que puedan utilizar en la calle con sus amigos. Muchos prefieren hoy estudiar español, hebreo o, en el caso de Turquía, turco», explica la profesora.

Turquía resiste

Turquía es asimismo uno de los tres o cuatro grandes nodos donde los sefardíes tratan de mantener viva su lengua contra el viento y las mareas de los tiempos de la globalización. La edición digital de la publicación Salom aún incorpora contenidos en ladino y existe un semanario que es, a todos los efectos, el único periódico del planeta en judeoespañol. Lo edita Karen Gerson, directora del Centro Sefardí de Estambul.

Uno de esos últimos de Filipinas del ladino es Salomón Selim Namer, un comerciante nacido en Estambul hace 78 años. «Poca gente lo habla como lengua materna y los que lo hablan mezclan muchas palabras turcas«, apunta. «Mis raíces pueden ser de Portugal o españolas. La familia de mi abuelo se llamaba Yosef Fresco. Todos somos portugueses ahora. Hace cinco años que tomé la identidad».

Las palabras del ladino reverberan en los oídos de un hispanohablante con ecos entre líricos y arcaicos. ¿Es el ladino, en realidad, el castellano, el portugués, el aragonés o el catalán que hablaban nuestros ancestros en el Siglo XV? «En realidad, existen discrepancias acerca de si lo que hablaban los judíos es lo mismo que se hablaba en la Península«, dice García Arévalo. «Cuando son expulsados de los reinos peninsulares y recalan en los distintos destinos, no existía una norma que unificara todas las variedades. Es decir, imaginemos que hablaran la variedad aragonesa, catalana, castellana o portuguesa al dejar la Península. Lo que sucede es que con el tiempo se crea una lengua común a todas ellas cuyo objetivo era la comunicación del día a día entre todos los judíos que se concentran en un cierto asentamiento».

Es a partir de ese momento cuando se puede hablar del judeoespañol. «Esa lengua que se crea tomó a su vez préstamos lingüísticos del territorio donde recalaron«, prosigue la profesora. «Así, por ejemplo, los que vivían en el imperio otomano incorporaron turquismos y los del Magreb, arabismos. Pero sin olvidar que todas esas variantes del ladino tenían un sustrato hebreo muy importante, sobre todo, para cuestiones relacionadas con cosas como los rituales religiosos. También hay un montón de préstamos franceses. Algunos perciben el judeoespañol como una lengua arcaica, antigua y fosilizada, pero tuvo su propio desarrollo y evolución«.

En otras palabras, se llevaron las lenguas de la vieja Iberia y crearon a su vez distintas variedades de otra lengua nueva conocida como ladino. Con ellos viajó igualmente la cultura y la gastronomía. Como escribió la periodista y escritora turca Deniz Alphan —autora de un libro sobre cocina sefardí en su país—, la comida no solo mantiene viva las mesas, sino sus viejas tradiciones. Está sujeta, por supuesto, a las normas kosher, pero la influencia de Sefarad es muy notoria. De entrada es tan deudora casi como la española del aceite de oliva. El Pésaj, además, tiene muchos platos distintivos como la carne con ajo, la mermelada de Pascua, el postre de matzá, la miguina de carne, la carrillera, las albóndigas, el jaroset o el pollo al horno. Exactamente, igual que la lengua, también la comida sefardí de Turquía incorpora notas locales.

La fiesta de Pésaj o Pascua judía recuerda la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto que se relata en el Pentateuco. En la diáspora dura ocho días (uno más que en Israel), de los cuales el más señalado es el primero, conocido como séder. Este año cayó en miércoles. Hablamos con Salomón Namer al día siguiente de la tradicional cena familiar de celebración que, en su caso, tuvo lugar en Estambul. Antes de la Pascua, es preceptivo celebrar un ritual de purificación de los alimentos que contienen levadura. En su lugar consumen pan ácimo o matzá. «Cada año recibo a mis hermanas con sus familias y los nietos. Mi hermano menor vive en Israel. Conozco muy bien el hebreo y leo la Agada, la historia de Pesach», explica Salomón. «Comemos matsa que viene de los hornos de Tel Aviv. La carne siempre la compramos del carnero kosher. Las comidas se cosen (cocinan) en casa».

Salomon Namer, durante la cena pascual del miércoles, en Estambul. (Cedida)
Salomon Namer, durante la cena pascual del miércoles, en Estambul. (Cedida)

«Amor incondicional y odio hacia España»

Salvo en algunas épocas concretas, después de su expulsión por los Reyes Católicos, en 1492, los judíos fueron mejor tratados por los sultanes de la Divina Puerta que por los cristianos, lo que explica que los sefardíes se extendieran de forma preferente por países antaño sometidos al dominio de Estambul. «Es que los sefardíes teníamos una mezcla de amor incondicional y odio absoluto hacia España«, afirma Yuri Sasson, un judío nacido en México y residente en Málaga desde hace veinte años, cuya familia procedía de Turquía. «España era como la tierra prohibida, algo que quedó atrás. Hay una canción en ladino —escrita por los judíos expulsados— que dice: Adio, adio kerida. No kero la vida, me l’amagrates tu (me la amargaste tú). Va, busakate otro amor, aharva otras puertas, aspera otro ardor, ke para mi sos muerta. Para que te hagas una idea, hubo judíos sefardíes de origen portugués refugiados en Holanda que se hicieron piratas en los mares del Caribe del siglo XVII y atacaban a los barcos de la Armada española en venganza por el edicto de expulsión».

 

Sasson es el responsable de una fundación —La Kaza Muestra— dedicada a la preservación del ladino y la cultura sefardí. Tres de sus cuatro abuelos procedían de la ciudad turca de Esmirna. La cuarta era de Bulgaria. Todos eran sefardíes y terminaron recalando en México. «Vino un poco a raíz de la Primera Guerra Mundial. Mi familia vivía en Esmirna, como la mayoría de los judíos que habitaban en el lado turco durante el Imperio Otomano. En aquella época se produjo un gran incendio y comenzaron los disturbios con los armenios, así que decidieron irse. Tenían para elegir entre Estambul y México, y optaron por México». España no estaba entre sus opciones. Ni se lo planteaban.

Apostaron por una nación hispanohablante por la cercanía del idioma. Buena parte de la familia de Sasson todavía vive en Turquía. «Es un país bastante laico pero su herencia sefardí es visible», señala. «Cuanto más investigo más encuentro las huellas de nuestra cultura, tanto en el teatro como en el lenguaje. Las mujeres eran las que transmitían el ladino. De hecho, es que no hablaban otra lengua. Dependiendo de la zona donde estaban, los hombres aprendían el turco, el árabe o el griego para poder trabajar. Pero ellas solo hablaban judeoespañol. Es bastante machista, pero esa era la forma que utilizaban para que no conocieran a hombres turcos».

También en su viaje a México se llevaron consigo nuevamente su cultura. «Por ejemplo, en Pésaj, se cantaban las canciones de la fiesta en ladino. Hacíamos borrekas —que son básicamente empanadillas de queso— y salado, que es un plato a base de mojama. Que el ladino esté desapareciendo de Turquía es la consecuencia, sobre todo, de dos problemas serios. El primero es que, con la llegada de Ataturk al poder, en 1923, se prohibió hablar cualquier lengua diferente al turco. El segundo problema fue la emigración a Israel y otros lugares. No obstante, hay que decir que ahora hay un interesante movimiento de renacimiento del judeoespañol en todo el mundo. Nosotros mismos, nuestra fundación, ha publicado libros y está patrocinando el semanario Amaneser«.

La reivindicación del ladino

En toda España se están organizando actividades para la revitalización del ladino. La propia Tania María García Arevalo dirigirá en Melilla entre los días 24 y 26 de este mes un taller sobre la lengua y la literatura sefardí, todavía bien presente en el norte de África, aunque mucho menos que en Estambul y la Anatolia. «En Turquía yo diría que todavía sigue siendo la lengua de la comunidad sefardí, pero hay que tener en cuenta qué edad tiene esa comunidad», indica la profesora. «En cierta ocasión le preguntaron al director de Salom cuántos hablantes quedaban en Turquía y él respondió que había en torno a 100.000 pero que la cifra se había rebajado a 50.000. Posteriormente, por la fortísima emigración a Israel, este número se redujo a unos 16.000. Las atrocidades de los nazis fueron también determinantes en lugares como en la ciudad griega de Salónica».

Como consecuencia de los distintos embates antisemitas de la historia, no ha habido una sino varias diásporas, y una de las más recientes, aunque no la última, es la que empujó a muchos de estos sefardíes a Israel. «En mi kibutz queda solo uno y debe pasar ya de los noventa«, explica el argentino Moshe Rozen. El bonaerense vive en una granja colectiva situada en el sur de Israel cuyo nombre es Nir Itzjak.

El modo en que celebró el pasado miércoles el séder de Pésaj (primera noche de la Pascua) es, cuando menos, peculiar. «Hemos festejado la cena pascual al compás de cohetes regalados por la Yihad desde Gaza. Afortunadamente, no hubo daños ni víctimas, sólo llamadas locales de alerta. Pero todo bien. Como estamos en la frontera misma, muchas veces nos salvamos del impacto de los proyectiles de Gaza porque pasan sobre nuestro techo, rumbo a poblaciones vecinas. Y esto de pasar me recuerda el episodio del castigo divino a la opresión faraónica, que pasó sobre las casas y no impactó en la grey hebrea…».

Pascuas judía y cristiana

Pésaj significa literalmente «salto» y podría asociarse al «tránsito o el pasaje a la libertad del pueblo israel». Son las lenguas romances como el español las que lo traducen como «Pascua», algo que, no solo se presta al equívoco y a la confusión con la celebración cristiana, sino que molesta a algunos puristas judíos. Ellos prefieren Pésaj para marcar las diferencias. ¿Se hallan conectadas la Pascua judía y la cristiana que este año se solapan? Tal y como indica el presidente de la sección catalana de la Liga contra el Racismo y el Antisemitismo (Licra), Isaac Leví, «hay una conexión muy clara que tiene que ver con la última cena de Jesús, que es justamente la cena de la Pascua judía». Según la historiografía oficial que se estudia en las facultades de Teología cristiana, Jesús nació, vivió y murió como un judío. Incluso sus seguidores, los apóstoles, continuaron llevando vidas de judío hasta el suceso de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, cincuenta días después de la resurrección del Señor.

«Hay también un debate en torno a cuándo se celebra realmente la última cena«, aclara el experto en judaísmo Rodrigo Laham Cohen. Es también sefardí, solo que de Argentina, donde trabaja como profesor de Historia Antigua en las universidades de Buenos Aires y de San Martín. «Según Juan, la última cena se celebró antes del Pésaj. Sin embargo, para los sinópticos —Marcos, Mateo y Lucas—, es una cena pascual. De todas maneras, si las dos fiestas se celebran en fechas cercanas es porque los dos eventos acaecieron en fechas próximas, lo que no significa que exista vinculación entre ambas, la judía y la cristiana«.

«El Pésaj, tal y como lo conocemos hoy, proviene de la Antigüedad tardía», continúa el historiador. «Es decir, de la época del judaísmo rabínico que surge tras la caída del segundo templo. Este es el que pone reglas acerca de cómo debe actuar un judío y es el fundacional de lo que hoy entendemos por judaísmo. Entre esas reglas se hayan las normas para celebrar el Pésaj. Cuando surgió el cristianismo, había grupos que celebraban también la Pascua cristiana coincidiendo con el Pésaj, lo que generó tensiones. En la época antigua había comunidades que no tenían muy claro qué significaba ser cristiano o ser judío. Había cristianos que adoptaban costumbres judías y a la inversa. Había también mucha gente que no tenía clara la teología cristiana porque esta estaba más asentada entre las élites religiosas. Para evitar estos problemas, las jerarquías intentaron separar ambas religiones y prevaleció el grupo que apostó por celebrar la Pascua en fechas diferentes«, afirma el profesor Laham Cohen.

Según el sefardí argentino, «a menudo se solapan algunos días, pero se intentó que no coincidiera al menos con el 14 de Nisán de la Pascua judía, que comienza en la noche de luna llena después del equinoccio de primavera. Al margen de esa proximidad en el tiempo, las dos festividades no están relacionadas. El Pésaj conmemora la salida de Egipto y la Pascua cristiana se relaciona con la muerte y la resurrección de Jesús». De hecho, fueron justamente esos episodios los que sustentaron la acusación de deicidas del pueblo judío dando alas a lo largo de la historia a un sinfín de pogromos, masacres y genocidios.

Por Ferran Barber

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