(Extracto de “Iamim Noraím”, serie “Lamoadim”, de Irgún “Bnei Akiva”, 1974)
En tiempos de Fernando e Isabel, pertenecía a la corte de España el judío Manuel de Texeiro.
Grande era el afecto que la real pareja había cobrado al cortesano judío, y cuando en 1492 dieron el edicto de la expulsión de los judíos de España, los reyes obligaron a Manuel de Texeiro a permanecer a su lado.
Don Manuel continuó, sin embargo, fiel a la fe de sus mayores.
No eran muchas las prácticas religiosas que él y los demás marranos podían celebrar en secreto, pero Iom Kipur era devotamente observado por todos, aún poniendo en juego sus vidas.
En una escondida gruta, lejos de toda mirada humana, se reunían los marranos para elevar sus plegarias a D-s.
Pero he aquí que un aciago día de Iom Kipur los agentes de la Inquisición dieron con el rastro de los perjurios, y todos fueron condenados a morir en la hoguera.
Sólo a Manuel de Texeiro, por pedido especial del monarca, le fue perdonada la vida, pero con una condición: que abominara públicamente de su “terrible pecado”.
Don Manuel se negó rotundamente a aceptar la gracia. Quería seguir la suerte de sus hermanos y morir con ellos, santificando el Nombre Divino (“Al kidush Hashem”).
Mas el rey, que lo estimaba de veras, lo visitó personalmente en la prisión y tanto le rogó, tanto le imploró, que Don Manuel, con el alma desgarrada, accedió por fin.
Y llegó el día del gran Auto de fe. Uno tras otro expiaron los condenados santificando el nombre de D-s. Y ya le tocaba el turno a Don Manuel. Acercóse el Gran Inquisidor e invitóle a expresar público arrepentimiento por el pecado cometido, tal como lo prometiera el rey.
La plaza estaba repleta de populacho, de nobles, de altos miembros de la Corte. Don Manuel ascendió las gradas que conducían hasta la ardiente pira.
Todas las miradas se dirigieron hacia la erguida figura del judío, a cuyas espaldas danzaban las lenguas de fuego como un clamor sin palabras.Todos los rumores, toda la algarabía, callaron de golpe.
Y en medio del silencio se alzó la poderosa voz de Don Manuel de Texeiro: “Desde hace 3000 años, el pueblo de Israel le ha guardado fidelidad a la Torá, a la ley de Moisés, que le fue dada en el Monte Sinaí en medio de una columna de fuego, debemos también volver con ella al regazo del pueblo”.
Y así diciendo, se arrojó a la ardiente pira y entregó su alma pronunciando el “Shemá Israel”.
Un inspirado compositor, que se encontraba entre los miles de espectadores, regresó a su casa con el alma profundamente sacudida por el macabro espectáculo que acababa de presenciar y, en un rapto de inspiración, narró en compases inmortales el martirologio de los marranos.
Así, cuenta la leyenda, nació esta profunda, tocante, melancólica, estremecedora y elocuente melodía, la más hermosa y la de mayor valor musical de todo el ritual judío…
En el video de arriba escuchamos a Pablo Casals interpretando la más famosa composición de Max Bruch, el Kol Nidre, para el sello Columbia en el año 1923. Hay otra versión de Casals grabada para HMV en 1936.
Las grabaciones de Acoustic Columbia eran muy ruidosas; más que las de la Victors. Algunos problemas se pueden escuchar en la grabación pero la interpretación supera esos inconvenientes propios de la época.