
En su reciente visita a Bulgaria, como presidente de la Red de Juderías de España, el alcalde de Toledo ha participado en un homenaje al escritor Ángel Wagenstein, quien en los últimos años ha alumbrado una interesante trilogía sobre el destino de los judíos en la Europa del siglo XX. El segundo de los libros de esta colección lleva por título Lejos de Toledo, y sus páginas constituyen una bella y nostálgica reivindicación de las raíces sefardíes del autor. En ellas, el eco de la ciudad de Toledo y de los judíos que debieron abandonarla en 1492 rezuma en cada uno de sus capítulos.
Ángel Wagenstein nació en la localidad búlgara de Plovdiv en 1922. Tras haber pasado unos años en Francia regresó a su país, militando desde joven en diferentes organizaciones antifascistas. Su compromiso político le llevó hasta un campo de trabajo durante la Segunda Guerra mundial, del que se evadió para unirse a los partisanos, siendo capturado posteriormente y condenado a muerte por sus acciones de sabotaje. De la pena capital le salvó la invasión de su país por las tropas del ejército ruso.
Concluido el conflicto, estudió cinematografía en Moscú, siendo autor de medio centenar de guiones. Sus documentales sobre las guerrillas comunistas búlgaras le promocionaron fama y reconocimientos. En 1959, la película Étoiles, de la que era guionista, recibió el Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes.
Cuando su nombre ya era muy valorado en el ámbito cinematográfico, en 1988 Wagenstein dio un giro a su inquietud creadora publicando la novela El Pentateuco de Isaac. Con ella iniciaba una ambiciosa trilogía sobre el destino de los judíos en la Europa del siglo XX, completando la saga Lejos de Toledo (2002) y Adiós, Shangai (2004). Ésta última fue galardonada con el Premio Jean Monnet de Literatura Europea.
Lejos de Toledo, la novela que acerca a Wagenstein hasta las páginas de nuestro suplemento cultural, fue traducida al castellano en 2010 por Venceslav Nicolov y publicada por «Libros del Asteroride». A través de los ojos de Albert Cohen, búlgaro exiliado en Israel, el lector se sumerge la vida cotidiana de una comunidad sefardí de los Balcanes en los años previos a la Segunda Guerra mundial. En ese acercamiento hay constantes referencias a las raíces toledanas de sus protagonistas, que gracias a la belleza del estilo literario de Wagenstein se convierten en emotivos pasajes para los vecinos de la capital de Castilla-La Mancha.
Hay huertos con plantas de calabazas, melones y sandías, que crecen a la sombra de higueras, membrillos y granados. Hay niños que comen las siempre atrayentes flores de las acacias y celebran sus fiestas con almendras garrapiñadas y turrones. Hay ecos de la gran Judería toledana y de sus sinagogas. En uno de los pasajes del libro, al recrear la celebración del bar mitzvah (la mayoría de edad a los trece años), Wagenstein relata que los niños eran agasajados con figuritas de mazapán, «ese dulce hecho de almendras y orgullo de los confiteros toledanos –añade-, que aún hoy se creen los únicos maestros de mazapán del mundo y consideran Toledo la única capital mundial de esta delicia, por la sencilla razón de que nunca han asistido a una fiesta judía en Plovdiv». Y los protagonistas se deleitan ante apetitosas fuentes de pimientos asados, berenjenas y guisos de garbanzos.
Se cuenta que durante generaciones las familias judías expulsadas de Toledo transmitieron de padres a hijos las llaves de sus antiguas casas, esperando la hora del regreso. Wagenstein ilustra la portada de este libro con un sobrio llavín, reivindicación de la nostalgia sefardí que se sintetiza en un solo nombre: TOLEDOT (palabra hebrea que significa descendencia, familia, vivienda, morada o tierra donde has vivido).

Por Enrique Sánchez Lubián, escritor y periodista para ABC
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