La Comunidad Judía de Turquía

La comunidad judía en Turquía no ha resentido gran afectación, no obstante, ante el deterioro de la economía turca probablemente busque nuevas oportunidades en el exterior.

De acuerdo a la información publicada en el sitio de Enlace Judío al final de marzo pasado, las autoridades turcas incautaron una Torá (Libro Sagrado de los Judíos) de aproximadamente 2,500 años de antigüedad en la ciudad de Samsun, situada al norte de Turquía. El manuscrito de la Torá tiene una inscripción en letras de oro.

Desde los primeros tiempos del Imperio Otomano, siempre hubo una significativa presencia judía en su territorio. En su mayoría eran los llamados romaniotes, judíos de habla griega, que habían vivido en el Imperio Bizantino. En la toma de Constantinopla por Fatih Mehmet II, en 1453, los judíos de los Balcanes y de Anatolia Occidental fueron requeridos para repoblar la ciudad que entonces se convertiría en Estambul, la tercera y última capital Otomana. Los romaniotes crearon sinagogas y congregaciones.

A lo largo del tiempo, grupos de judíos Askenazi (europeos) que se asentaron en la Europa Central y Occidental también encontraron refugio con los otomanos que el caso de los judíos expulsados de Hungría en 1376, en Francia en 1394 y de Babiera en el siglo XVII. Esta presencia se amplió con los Pogromos (matanzas organizadas) perpetrados contra los judíos en tierras rusas en el siglo XIX. Sin embargo, la más importante presencia de los judíos en el Imperio Otomano fue la de los sefaradíes, los de la Península Ibérica, cabe mencionar que Sefarad es como se llamaba a España en 1492 y de Portugal en 1496. Un grupo importante de sefaradíes, llegó a tierras otomanas ayudados por el sultán Bayezidl (1414-15-1512). Algunos de los sefaradíes se volvieron médicos de la corte, en general, los lazos comerciales de otros grupos ayudaron al Imperio Otomano a su expansión. Los sefaradíes se establecieron en las ciudades de Constantinopla, Bursa, Edirne, Esmirna y Salónica, principalmente, imponiendo en buena medida su dialecto, el Ladino (español antiguo) a los demás judíos del Imperio, así como muchas de sus prácticas culturales.

Los judíos otomanos se organizaron como “millet” (nación religiosa), al igual que los cristianos griegos y los cristianos armenios. Considerados como Pueblos del Libro (La Biblia) vivían en una acomodación jerárquica. Los judíos reconocían la autoridad del Sultán y pagaban impuestos específicos, pudiendo disfrutar casi en completa libertad la vida comunitaria, para las demás cuestiones como educación, matrimonios, divorcios, herencias y afines.

Con el fin del Imperio Otomano y la creación de la República de Turquía en 1923 y del triunfo y las fuerzas nacionalistas de Kemal a la Atatûrk sobre las potencias europeas y la firma del Tratado de Lausana, la comunidad judía se vio precisada a adaptarse a los tiempos marcados por una actitud de recelo hacia las minorías, aunque especialmente cristianas. Atatûrk rompió con la herencia del Imperio implementando reformas que transformaron a la nueva República en un Estado regido por leyes seculares. No obstante, la religión siguió siendo base fundamental de la identidad tanto para la mayoría islámica sunní.

Un aspecto relevante del Tratado de Lausana fue el artículo 42 que establece que las minorías podrían resolver los asuntos relacionados con su vida familiar dentro de las costumbres de sus comunidades; no obstante, este artículo contradecía la Constitución Turca de 1924 que estipulaba un Estado secular sin la existencia de sistemas legales paralelos con bases religiosas. Así, en septiembre de 1925 la comunidad judía decide renunciar al polémico Artículo del Tratado debilitando el papel de sus líderes y generando divisiones al interior de la comunidad en particular con una minoría que estaba en desacuerdo con esa decisión. Así, a partir de mediados de los veintes el Consejo Religioso de la comunidad judía no tendría estatus legal, empero, sería reconocido por el gobierno. Los judíos optaron por la ciudadanía turca que les fue conferida en plenos igualdad a sus conciudadanos musulmanes.

Para justificar la consecución de la ciudadanía, las minorías tendrían que “turquificar” los nombres, hablar turco, leer una parte de las oraciones en las sinagogas en turco, turificar las escuelas, enviar a los niños a escuelas estatales, involucrarse en los asuntos públicos, unir el destino al de los turcos, “extraer la mentalidad comunitaria”, participar en papeles especiales en la esfera de la economía nacional y conocer sus derechos.

Una de las consecuencias de la turquificación fue la declinación de la lengua ladina y el francés en favor del turco, que hoy en día es la lengua materna de la mayoría de los judíos turcos. El radical proceso de turquificación de los judíos derivó en que su vida dentro de la República se asemejara a la de un ghetto. En el primer censo de la República turca en 1927 habían registrados 79,481 judíos, la mayor parte repartidos entre las ciudades de Estambul y Esmirna. Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial el gobierno turco estableció un impuesto sobre la riqueza con una tasa de 179.0% con un objetivo doble de recaudar fondos extraordinarios para el rearme del ejército turco y a la vez generar un desplazamiento de la riqueza desde las minorías, no musulmanas hacia el Estado con el consecuente empobrecimiento de un sector importante de los judíos turcos que dará lugar a una migración de gran escala luego de la creación del Estado de Israel en 1948; la población judía disminuyó a 55,000 en 1949. Se estima que en el presente sume entre 17,000 y 18,500 personas, más del 90.0% viven en Estambul y un pequeño porcentaje en Esmirna.

Con Recept Tayip Erdogan al frente de Turquía la relación con los judíos turcos y con el Estado de Israel fue muy positiva; empezó como un gran reformador del país y acercar a Turquía a la Unión Europea combatiendo la corrupción, aboliendo la pena de muerte, fortaleciendo los derechos de los ciudadanos y la autonomía de los kurdos; además de modernizar la economía turca todo ello “con el único objetivo de negociación que aceptamos es ser un miembro de pleno derecho de la Unión Europea”.

Lo cierto es que Erdogan desde que era primer ministro (durante 11 años antes de convertirse en el primer presidente elegido directamente en 2015, ha disfrutado de un fuerte apoyo entre la base musulmana de votantes.

En este sentido, resulta paradójico que en las décadas anteriores a la llegada del AKP al poder, los militares turcos habían intervenido en la política en cuatro ocasiones para frenar la influencia islamita. No obstante, Erdogan, nacido en 1954, asistió a una escuela islámica antes de obtener un título en administración de la Universidad de Mármara del Estambul. Mientras estuvo en la Universidad, conoció a Erbakan –que se convirtió en primer ministro islamita del país- y entró al movimiento islamita de Turquía.

Es de destacar que Erdogan en 1999 pasó cuatro meses en la cárcel después de una condena por incitación religiosa. Había leído públicamente un poema nacionalista que decía “las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los fieles nuestros soldados”. Erdogan no sólo ha islamizado a Turquía, sino además quiere llamar la atención sobre otras naciones de mayoría musulmana mostrándose como un gran representante religioso y portavoz del Medio Oriente, pone de relieve sus intenciones expansionistas como “una nueva potencia otomana”.

En este entorno Erdogan sigue tomando decisiones que lo alejan de Europa, a cuya puerta llamaba no hace mucho tiempo, como por ejemplo retirar a Turquía de la Convención Europea Contra La Violencia Machista, despedir al gobernador del Banco Central, Wací Agbal, el tercero en 20 meses e iniciar el proceso de ilegalización del principal partido kurdo, entre otras.

La radicalización de Erdogan ha creado descontento en el país y en el exterior. La comunidad judía en Turquía no ha resentido gran afectación, no obstante, ante el deterioro de la economía turca probablemente busque nuevas oportunidades en el exterior.

Por Leon Opalin
Fuente: El Financiero – abril 18, 2021

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