
No desciendo de una familia judía polaca o libanesa, sino de marranos, o como se les llamaba despectivamente a todos aquellos judeoconversos que practicaban el judaísmo en secreto por temor a ser ejecutados durante la Inquisición española.
Es algo que me ha perseguido durante años, algo que suena más a un susurro heredado a través de los siglos que a una declaración. Hablar de marranos es abrir las páginas de una genealogía prohibida, confrontar el silencio que la historia impuso a quienes rezaban a puerta cerrada, quienes enterraron la menorá bajo el crucifijo para sobrevivir.
Los primeros judíos sefardíes llegaron a Guatemala tras su expulsión de la Península Ibérica en 1492. Algunos llegaron indirectamente —desde las Islas Canarias, desde Portugal, desde los puertos de Veracruz y Cartagena— buscando refugio lejos del alcance del celo inquisitorial. La Corona española prohibía la entrada de «nuevos cristianos» a las Indias, pero muchos lograron entrar clandestinamente, protegidos por certificados de pureza falsos o por el anonimato de los vastos océanos. Llegaron como comerciantes, médicos, artesanos, traductores; algunos se convirtieron en católicos devotos, otros, observadores secretos del sábado. Sus nombres a menudo eran borrados de los documentos oficiales, pero su presencia dejó huellas sutiles y persistentes, como un eco genético.
Lamentablemente, Guatemala conserva escasa documentación de ese capítulo oculto. Los archivos del Santo Oficio de México mencionan a «marranos en las provincias de Guatemala», pero los detalles son escasos, dispersos entre siglos de polvo y olvido. Paradójicamente, esa ausencia ha impulsado mi propia búsqueda. A lo largo de los años me he dedicado a rastrear lo que queda: testamentos, actas de matrimonio, fragmentos de historias que escaparon a la censura. En mi árbol genealógico, los apellidos de Coronado, Colindres Puerta, Paiz o de Paz, de Molina y Alemán emergen como tenues huellas dactilares de una identidad perdida. Quizás no signifiquen nada; quizás sean las últimas sílabas de una plegaria silenciosa.
Siguiendo ese hilo genealógico, llegué a la figura de Ana María Rubio de Cáceres y Sanabria —su apellido paterno era Rubio de Cáceres y el materno Sanabria— , quien se casó con un cirujano irlandés, Theodore Dominick O’Kelly Plunkett, un católico que se estableció en Guatemala hasta su muerte en 1701. La unión de un católico irlandés y una mujer posiblemente descendiente de conversos encapsula la complejidad de las identidades coloniales. Las guerras y los exilios de Europa condensados en un solo certificado de matrimonio escrito con tinta, ahora casi invisible. Tras ese documento descolorido, sin embargo, yace toda una civilización desplazada, adaptándose, fusionándose y, a veces, desapareciendo.
Otra rama de este incierto linaje me lleva de vuelta a la figura de Samuel Abravanel, nacido alrededor de 1370 en Lisboa. Obligado a convertirse, adoptó el nombre de Juan Sánchez de Sevilla y se casó con Juana Rodríguez de Monroy. Sus descendientes se dispersaron tras las persecuciones portuguesas de finales del siglo XV, y el nombre Abravanel —en su día ilustre en la filosofía y las finanzas judías— fue absorbido por la ola de asimilación. Fernán Rodríguez de Sevilla, Señor de Río Lobos y Villar de Leche , hijo de Abravanel, se casó con Isabel Ordóñez de Villaquirán. Fueron los abuelos de Gonzalo de Ovalle y Ordóñez de Villaquirán, conquistador y encomendero en tierras guatemaltecas, quien posteriormente fue alcalde mayor de Ciudad Real de Chiapas, y cuyos antepasados aún viven entre nosotros.
Escribir sobre estas cosas es adentrarse en un laberinto de ausencias. La presencia sefardí en Centroamérica apenas se menciona en los libros de texto escolares, y sin embargo, existe, invisible y persistente, en innumerables tradiciones familiares. Existe en la vela del viernes que una abuela enciende sin saber por qué, en la reticencia a comer cerdo, en el susurro sobre «nuestros antepasados de España». Existe en los ecos arquitectónicos de ciertos retablos, donde menorás y estrellas de David aparecen sutilmente talladas entre ángeles y uvas, como si la piedra misma recordara lo que el pueblo olvidó.
En ese sentido, mi exploración genealógica no es solo un acto de curiosidad, sino también de reconocimiento. Buscar a los judíos ocultos de Guatemala es confrontar las múltiples identidades del país, aquellas que la violencia colonial intentó homogeneizar. Todos somos, en cierta medida, descendientes de un exiliado: ya sea por fe, por la patria o por la memoria. Los marranos encarnaban la tensión entre supervivencia y verdad, entre asimilación y fidelidad. Rezaban en secreto no porque hubieran dejado de creer, sino porque la fe se había vuelto peligrosa.
Cuando contemplo los nombres que conforman mi linaje —Rubio de Cáceres, Sanabria, de Coronado, de Paz, Alemán— no veo meras curiosidades genealógicas, sino el testimonio silencioso de siglos de temor y resistencia. Veo, quizá, la misma tenacidad que impulsó a mis ancestros a mantener una luz oculta tras la puerta. Aun sin documentos, sin certezas, presiento su presencia en esa pequeña persistencia: la negativa a olvidar.
La historia, al fin y al cabo, no se construye solo con lo que se puede probar, sino también con lo que se puede recordar. Reconstruir la historia de los marranos en Guatemala es devolverles una voz que les fue negada durante cinco siglos. Y quizá, solo quizá, al seguir sus pasos, sigo también los míos: el hilo invisible que une Lisboa con Sevilla, Sevilla con Antigua y el pasado con este acto de escribir. Porque contar esta historia no es un simple ejercicio de nostalgia; es un silencioso gesto de justicia hacia quienes vivieron y murieron bajo nombres falsos, llevando en silencio la fe de sus antepasados.
Acerca del autor
Descendiente de judíos sefardíes. Estudiante de Ciencias Políticas radicado en Guatemala, colaborador de prensa nacional e internacional, como ePinvestiga / elPeriódico de Guatemala, con una columna semanal publicada los sábados, y The Times of Israel, con una columna mensual de opinión político-cultural.
Fuente: blogs.timesofisrael.com
eSefarad Noticias del Mundo Sefaradi