Homenaje a mi abuelo Elías, en el Día del Abuelo por Lic. Ruth Roizner Selanikio

Nacido y criado en hogar de inmigrantes sefardíes provenientes de Turquía. Su papá Alejandro Selanikio Vilnú, se embarcó y vino solo desde allí con 12 o 13 años de edad como polizón y arribó al Río de la Plata, específicamente en tierras uruguayas. Cuenta que su padre hablaba el griego, el turco así como el español. Además, a esa edad ya se conocía con su futura mujer (su futura mamá Sarina Hanna), ya que acostumbraban a conocerse a muy temprana edad, rondando la época de la bar/bat mitzvah, que por aquellos tiempos no se festejaban. Sobre todo si se trataba de judíos pobres, como lo eran en ese entonces los judíos turcos en general, no era posible realizar una fiesta como celebración de la bar/bat mitzvah.

Alejandro Selanikio Vilnu
Alejandro Selanikio Vilnú

Hizo primaria en la Escuela Portugal de 2º grado, sobre la calle Sarandí y Maciel. El profesor Nelson Pilosof fue uno de sus compañeros de clase durante esos años. Cursó hasta 5to. de escuela, ya que en su casa hacía falta que los chicos trabajen. Los más tiernos recuerdos de Elías se remontan a cuando tenía 6 años, donde acompañó a una persona inválida que trasladaba una cesta de bizcochos desde la panadería hacia una escuela que se situaba a dos cuadras de donde se encontraban. Luego, a los 7 años hace memoria de uno de sus años escolares “por dos centésimos que equivalía a un vintén mis padres me mandaron a una escuela desde las 8 a las 17 horas, ubicada en el Prado en el cual recibía un almuerzo, que solía ser el mismo plato día a día”. Piensa en los jóvenes del S. XXI y dice “yo me río de la juventud de ahora, que dicen que están prohibidos de muchas cosas, ¡si supieran lo que era antes!”. Mi abuelo proviene de una familia numerosa, eran seis hermanos varones y una mujer. Otra anécdota de su niñez, rememora cuando sintió a las murgas cantar y se dirigió al tablado, allí le vendieron un número de rifa para los sorteos que tenían lugar al final del espectáculo. Se quedó hasta muy tarde y ganó una lata de aceite de 2 litros. Cuando regresó a su casa su padre casi lo mata, pero Elías le mostró la lata que había ganado, y así lo perdonó.

En otra ocasión comparte“me encontraba en Colón y Sarandí, en la puerta de mi casa jugando con una pelotita de ping pong (esa blanquita). Recuerdo tenía 10 años, entonces la tiraba hacia la pared desde la calle, picaba y la agarraba. De repente vino un policía y me la pidió. Se la di y me llevó a la seccional primera. ¿Por qué? Porque no se podía jugar en la calle. Uno de los policías de la seccional primera le dijo “(…) si gritás Viva Peñarol te dejo ir”, como yo era de Nacional le dije que no, y entonces me tuvo sentado en la oficina toda la tarde. Y fue así que me demoré en llegar a casa. Cuando llegué, mi papá me preguntó por qué me había demorado, y luego me corrió con un palo por haberlo hecho”.

A sus 20 años cuenta “busqué una novia y me casé”. Compartieron 60 años de casados. “La conocí en un club turco, en una noche de baile” en la Ciudad Vieja, acompañada de su hermano Alberto Levy y su madre Alejandra Bonavida. Con los años, se convirtieron en campeones bailando la raspa, junto a su mujer Mary Levy Bonavida. Antes cuando salían de novios, se encontraban en la casa de ella junto a su suegra. Nunca permanecían solos. Cuando su suegra estaba muy enferma, mi abuelo tenía la costumbre de seleccionar las manzanas más rojas y deliciosas, que al rozarlas en la tela del pantalón quedaban bien brillosas y la hacían muy feliz.

Nos comparte una de sus recetas para compartir tantos años juntos de esta historia de amor. “Una noche discutimos, y yo había escuchado en la radio el día antes que cuando uno discute con su pareja, alguien tiene que salir, porque si una de las personas se va, ¿la otra persona con quién va a discutir? ¿Con la pared? No puede. Entonces le dije ahora vengo, abrí la puerta y me fui”.

“Desde chico trabajé. Hay que trabajar decía mi viejo: yo no quiero ni médicos ni abogados». A lo que mi abuelo contestaba “usted manda jefe”. Este lugar en el que siempre se desempeñó era uno de los puntos referentes en Ciudad Vieja, el “Almacén del Bojorito”, propiedad de don Alejandro Selanikio y su esposa Sara Hanna. Alejandro les decía a sus hijos: allá tienen el camión, vayan al mercado, compren y vendan en cualquier lado. Y así hizo Elías primero junto a sus hermanos y luego como dueño del almacén. Estaba ubicado en la calle Sarandí N° 300 esquina Colón. Su padre era conocido como Bojorito, y eso ¿por qué? Como el mismo explica, “mi viejo era Bojorito. Bojor se le llama al hijo mayor de la familia y como él era bajo de estatura le quedó Bojorito”. Luego este nombre lo heredó Elías como sucesor del almacén.

Los productos que disponía el almacén iban desde almendras, avellanas, castañas, nueces, pepitas, ciruelos, damascos, dátiles, porotos blancos, “bamias” o «chaucha turca» (de tamaño muy pequeña, que en su época ya se vendía en pequeñas cantidades ya que era muy cara), halvá, aceitunas verdes y negras (venían en barriles de madera de 70 a 80 kilos), arenques y anchoas, fruta seca, higos, piñones hasta tanques de querosene, alcohol y aceite que ensuciaban muchísimo las manos.

Durante sus jornadas de trabajo aprendió términos útiles del idioma inglés, en sus propias palabras “como teníamos el almacén en la aduana, venían algunos americanos e ingleses que querían comprar algo y decían: how much? Y yo les respondía tantos dólar”. El hermano mayor era quien iba muchas de las veces al mercado, pero luego también iba él a la una de la madrugada para aprovisionar el puesto de frutas y verduras. Antes no había las bolsas de nylon de 1/4, 1/2 y 1 kilo de ahora, sino que se recurría a pesar la cantidad solicitada en papel de astrás con balanza de dos platillos y sus correspondientes pesitas de bronce antiguas, ya fuera azúcar, harina, fideos, arroz, etc. todos productos que se vendían “sueltos”.

Recuerda entre sus clientes al Sr. Albano, el doctor Víctor Soriano quien muchas veces concurría en búsqueda de los diferentes productos importados, el Dr. Alberto Abdala (ex vicepresidente de la República, alias el turco), el Sr. Galindos (era el más joven de los tres hermanos), “quién me enseñó a jugar al billar” y tantos otros vecinos de la Ciudad Vieja. A su vez ellos también lo mantienen en el recuerdo, como mencionan en el grupo de Facebook “Ciudad Vieja te quiero”: María Del Carmen Estevez-Marzol “Lo que hemos comprado ahí…ni se sabe, día a día por años”.

María Adela Bonavita“¡Bojorito si habré ido millones de veces con la notita de mi madre!… y luego sin la notita. Impresionante, ¡qué emocionante!”.

Sylvia Goldstein “Bojorito, un ejemplo de que el trabajo honesto y sin tregua, es reconocido por todo un barrio. ¡Un Señor!”.

Elenita Salva “¡Grande Bojorito!”, Graciela Bension “esto es muy fuerte, encontrar a Bojorito, ¡salud Bojorito!”.

Richard Porley “Almacén de ramos generales”, todo el año con olor a bacalao. Lo percibo”.

Diva Seluja Pena “Elías Selanikio, alias Bojorito, como no recordarlo si yo iba todos los mediodías a esperar a su hija Mónica para irnos juntas al liceo. Y muchas tardes me iba a estudiar a su casa”.

Luis Sciutto “Bojorito!!! Me parece que estoy entrando al boliche entre los cajones. ¡El olor a bacalao! Con Sara hicimos la escuela juntos en la 65 Portugal de mañana. Bailamos algún pericón que otro”.

Margarita Carmen Manfredini “Bojoritooo, no, ¡no lo puedo creer! Siempre había olor a bacalao adentro, jajaja, es cierto”.

Jose Aguirre “Fui mandadero en lo de Bojorito, pero cuando estaba por Sarandí esquina Alzáibar, yo tenía como 14 años gran recuerdo” .

Robert Rosas “Yo laburé un tiempo en Bojorito tengo 41, tendría 14 años”.

Fernando López D’Alesandro “Nací arriba, en el edificio de la esquina de Colón y Sarandí. Ahora vivo por Colón, a 50 metros. Desde que tengo memoria está en mí, ese almacén. Sus hijas son profesionales. Hace poco vi a una de ellas”.

Sara Levy “¡Tío Elías! ¡Mi vecino y padre de mi gran amiga de infancia Mónica Selanikio! Pasábamos por el almacén al ir a la escuela todos los días. Junto con la tía Mary son el recuerdo más importante de mi niñez. Me acuerdo como si fuera ayer: un día fui a su casa a jugar con Mónica Selanikio, y le conté que de tarde había encontrado en la calle un billete de cien pesos. Me preguntó si el billete era rojo, le conteste que sí, entonces me dijo muy serio «es mío, lo perdí esta mañana»”.

Entre sus jornadas hubo una que lo sorprendió, como nos cuenta “un día cayó un inspector de subsistencia y le dije: Sí, ¿qué pasa? Y me respondió: no, usted que es el dueño… -Sí, soy el dueño, trabajo desde chico acá. -Bueno, no, no… está todo bien.“No me molestó ni me multó” recuerda con una sonrisa.

Seguidor de los tricolores desde siempre, del deporte sano, y de recordar con quien converse que en cualquier caso no se trata de otra cosa que de un juego, a veces se pierde y a veces se gana. El básquetbol es otro de los deportes que siempre le gustó al que concurría con amigos, su mujer, sus hijas y luego con sus nietos. Ellos recuerdan “las mágicas tardes de básquetbol con los “especiales” de salame y queso y el amor de los abuelos, fuera en el Club Neptuno la mayor de las veces y algunas en el Palacio Peñarol”.

“Tuve dos hijas, Sara la mayor y Mónica la menor, ambas son médicos de profesión. Salieron bien, porque no salieron a mí” dice orgulloso de ellas. Recuerda Sara “íbamos en pleno julio a las tres de la mañana a la Facultad de Medicina a buscar los libros que prestaban en la biblioteca, para ser los primeros en la fila y poder llevarlos, ya que aún las fotocopias no existían. La primera vez me acompañó hasta que abrieran. La segunda le pidió al portero si era posible que me dejara pasar al hall de la Facultad hasta que llegase la hora de las 8 a.m., y así poder sacar los libros mientras él concurría al Mercado Modelo”.

A sus 60 años mi abuelo tuvo un golpe de presión y fue el motivo que lo llevó a decidir cambiar de vida y dejar el almacén. Fue así que por primera vez aprendió a encender la cocina. Siempre le gustó mucho escuchar la radio, sintonizarla en AM, mantenerse informado y sin dudas deleitarse con la voz de Carlos Gardel. Estando en el negocio compraba Selecciones Reader Digest, y ya de jubilado comenzó a leer la biografía de diferentes personalidades contemporáneas o anteriores en el tiempo. También redactó con mucho entusiasmo una propuesta para mejorar las condiciones del barrio en donde residió casi toda su vida: «Propuestas para la opinión pública del barrio. Ayudar a los chicos jóvenes de 12 a 15 años, porque el ocio es el peor enemigo. Tratar de ubicarlos en el trabajo para que ellos no tomen mal camino como la delincuencia juvenil o la droga. Por ejemplo, bolsas de trabajo para la zona, club de abuelos para pasar la tarde, charlar, tomar un té, pasear en un ómnibus por el Cerro, disfrutar la tarde de cualquier forma; porque somos muchos y nos conocemos todos. Realizar diferentes actividades desde la calle Juan Lindolfo Cuestas hasta Juan Carlos Gómez: ciclismo, maratón, vóleibol, pintar, coro, teatro, fútbol, básquetbol, natación, ping pong, etc. Con estos actos también enaltecer a figuras de otrora”.

Hoy, con 84 años reside en el Hogar Israelita en la calle Burgues 3194. Allí goza de cariño, atención y reencuentro con otros tantos abuelos. Realizan actividades como baile, canto, clases de inglés, bingos, que les permiten disfrutar de esta etapa de la vida. Continúa con el optimismo y la humildad que lo caracterizaron toda su vida. Y aunque su mujer, la queridísima abuela Mary ya no está con nosotros, este también es un homenaje para ella, pues el almacén fue luz y vida en la Ciudad Vieja por la labor de ambos.

Fuente: cciu.org.uy

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One comment

  1. ¡Que Lindo Amiga lo que contas!, me hizo acordar a mi Papá, Antonio él siempre me hablaba del vintén y los almacenes de ramos generales, Gracias por compartir cosa tan linda y entrañable…

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