«Esta noche he venido aquí a saldar una deuda con este suelo y este pueblo que me ha dado tanto. Por fin he podido poner mi firma en esta última página», dijo un emocionado Leonard Cohen, premio de las Letras
Es la historia de un flechazo. Un flechazo allá por los sesenta, como casi todos los flechazos. Es la historia de un amor, como casi no hay otro igual. Un amor de cafetín, de cigarrillos encendidos como en los buenos tiempos, y un foco sobre el cantor. Es la historia de un viejo amor, algunos dirán que de una mancebía, pero que el viernes, en el Teatro Campoamor de Oviedo, por fin pasó por el juzgado y después por la vicaría de estos siempre sagrados Premios Príncipe de Asturias.
La historia de un corazón, el de Leonard Cohen, que se prendó de una guitarra española y que en su mástil de tierra y fusego aprendió la sabiduría ancestral de hacer canciones, ese hilo milenario en el que los hombres apoyamos tantas penas. Después de que Cohen pusiera su alma y su vida al natural sobre el escenario del Campoamor casi nos quedamos sin palabras y esta humilde crónica habría terminado aquí, en este punto y aparte.
«La madera nunca muere»
Pero si la hija de Cohen se llama Lorca será por algo. Será porque como el juglar nos dijo: «Toda mi obra proviene de este lugar, todas mis canciones nacieron aquí». Aquí y en aquel Montreal gélido, donde un español anónimo, como tantos, probablemente un español del éxodo y el llanto, le enseñó, antes de quitarse desoladoramente la vida, los seis acordes con los que Cohen ha ido sembrando rosas por el mundo.
Antes de viajar a España, el poeta Cohen volvió a tañer «aquella guitarra, aquel olor a madera viva, porque la madera nunca muere del todo», y sintió que cuando la miraba «una voz parecía decirme: ya eres un hombre viejo y no has dado las gracias al suelo, a la tierra. Por eso, esta noche he venido aquí a saldar esa deuda con este suelo y este pueblo que me han dado tanto. Por fin he podido poner mi firma en esta última página».
España, la ochocientas cincuenta veces martirizada, la vieja España, en el corazón. Porque anoche en el Campoamor, este corazón se nos venía a la boca con todo su sabor agridulce. Y la emoción estaba en los húmedos ojos de la Reina, y en el patio de butacas cuando Don Felipe recordó a los que nos robaron, a los que nos arrebataron por la espalda, y en el marcialísimo ¡Viva España! del capitán de bomberos japonés Toyohiko Tomioka, y en las palabras del maestro Muti, cuyo Mare también es el Nostrum, y ese hombre, Gebreselassie, surgido de las entrañas doloridas de África, contento de que por fin nuestros hijos puedan vivir en paz, como dijo el jueves a los cuatro y melancólicos vientos de Asturias.
«Escucha Sefarad, el hombre no puede ser si no es libre», cantó aquel catalán universal que fue Salvador Espriú. Porque anoche, además de los trasgos y los cuélebres del sentimiento y la memoria haciéndonoslas pasar canutas, estuvimos, como siempre, hablando de libertad, y a la vieja Sefarad de los judíos errantes como Cohen se le erizaba la piel cuando el juglar ponía el nombre de nuestra patria en sus labios. A Cohen, un poeta granadino que malmataron le dio «permiso para encontrar mi voz, y con ella tuve para siempre el manual de instrucciones para saber expresar la derrota que nos ataca a todos sin olvidar nunca la dignidad y la belleza». Y anoche bailamos con Cohen y Federico aquel pequeño vals vienés, y en Viena, y en Oviedo, «hubo diez mujeres bonitas, un hombro donde la muerte solloza, un pasillo donde el amor nunca estuvo, un desván donde juegan los niños, donde quiero acostarme contigo».
Fantasmas y fuegos
Que este presente que nos parte el alma y con el que malvivimos no se convierta en el terrible porvenir al que Cohen cantó en una de las canciones más duras del siglo XX, «The future»: «El antiguo código occidental saltará en pedazos. De pronto estallará tu vida privada. Habrá fantasmas y habrá fuegos en la carretera. Y el hombre blanco bailando verá a su mujer colgando boca abajo, y su vestido caído cubriéndole el rostro. He visto el futuro, amor mío, y es un crimen». Que Dios, y sobre todo Yahvé, no lo quieran. Que Cohen no tenga el don de la profecía con aquel otro poeta llamado Isaías. Y que nuestro futuro solo rime con esperanza. Y que nunca más «vengan a matar niños, y por las calles la sangre de los niños corra simplemente como sangre de niños». España en el corazón.
Fuente: Reuters-ABC 22/10/2011
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Hablar de Leonard Cohen, es hacerlo no solo de un excelente compositor y letrista, sino tambien de un pensador y un poeta de primer orden, algo que ha sabido reconocer la Fundacion Principe de Asturias, que tan merecidamente le ha galardoneado semanas atras …
Su particular y dilatada aportacion al mundo de la musica, le hace acreedor a ocupar en ella un lugar destacado y tal vez único, asi como la especial sensibilidad que ha sabido desarrollar y transmitir por medio de sus canciones, la cual ha cautivado a varias generaciones de seguidores, y aún hoy sigue haciendolo …
Solo el tiempo nos hará reparar, en su autentica dimension artistica y filosofica, y en los tesoros intimos y humanos que ha sabido a traves de los años comunicar …
Shabath Shalom a todos
Soy una admiradora de Leonard Cohen,y el artículo que escribieron sobre él está muy bueno,me alegra que haya recibido el Premio Príncipe de Asturias, del que es merecedor.
Susana