Escritor monumental y ecléctico, guardián y epígono de la gran cultura centroeuropea y profundo y trágico observador del siglo XX, cuando se cumplen 25 años de su muerte, el Centro Sefarad-Israel recuerda a Canetti con una conversación entre el crítico Ignacio Echevarría, el editor Joan Tarrida y el escritor José Ovejero
ANDRÉS SEOANE
Canetti en una librería de Darmstadt en 1972
Con la muerte de Elias Canetti (Ruse, Bulgaria, 1905-Zúrich, 1994) desapareció para siempre toda una forma de entender el mundo, una feliz asunción entre la secular cultura sefardí que sobrevivió en el Este bajo el ala del Imperio otomano y la sublimada cultura europea que floreció en las irrepetibles Viena y Alemania de entreguerras. Pero también la mirada radicalmente independiente y apátrida de un escritor monumental, ecléctico e inconcluso que supo leer como pocos todos los desgarros producidos en la cultura y en el hombre por el intenso siglo XX. Para recordar su figura cuando se cumplen 25 años de su muerte, el Centro Sefarad-Israel de Madrid le rinde homenaje con una conversación entre tres de sus más profundos conocedores, el crítico Ignacio Echevarría, el editor Joan Tarrida y el escritor José Ovejero.
“Por origen y formación es un escritor que juega en la liga de los grandes”, sostiene Echevarría, responsable de la selección de los textos que conforman los cinco volúmenes de sus Obras completas, editados en España por Galaxia Gutenberg. “Es un epígono de la gran cultura austríaca y germana de entreguerras, que es hablar de uno de los momentos más altos de la inteligencia humana, de Wittgenstein, Karl Kraus, Musil, Hermann Broch, Walter Benjamin, Thomas Mann, Bertolt Brecht, personajes a los que él quería más o menos pero que conoció y trató. Este es el nivel en el que empieza a escribir y al que aspira”.
Tras la temprana y trágica muerte de su padre, que marcaría en el un temor por la muerte que sería eje de su obra, Canetti se traslada periódicamente al mundo en lengua alemana de Viena, Zúrich y Frankfurt, y pronto asume su destino de escritor. “Una de las cosas que más impacta de Canetti es la radicalidad con la que él se plantea, ya no su obra, sino su existencia”, explica Tarrida, director general de Galaxia Gutenberg. “Desde muy joven él dice que va a ser escritor, y que va a escribir tantas obras de teatro, su futuro ensayo Masa y poder y lo que él llama la comedia humana de la locura, que eran ocho novelas”. Muchas de esas ideas quedarían en papel mojado, pero para el editor “esa actitud de base uno de los puntos que más marca la obra de Canetti”.
En efecto, los convulsos años 30 encuentran al escritor en plena actividad. En 1936 publica su primera y a la postre única novela, Auto de fe, aunque ya había debutado con dos obras de teatro, que para él siempre fue su gran orgullo. “El teatro lo subyuga desde muy joven, y le enorgullecen estas piezas, a las que años después se añadiría otra, porque es lo primero que escribe, lo que lee cuando se reúne con gente como Musil y Broch. El teatro para él siempre fue muy importante. Pero como muchas otras cosas, Canetti lo abandonó”, relata Tarrida. “Son obras asimilables a la estética expresionista que dominaba en los años 30 en Alemania, pero no resisten bien el paso del tiempo, y, en cualquier caso, son obras de dificilísima traducción”, apunta Echevarría. “Lo que podemos en castellano percibir es sólo un eco remoto de un trabajo que se hace en la lengua de aquella Viena cosmopolita donde se formó Canetti, por lo que hoy en día es la parte de su trabajo que más y peor ha envejecido”.
El trabajo de una vida
La anexión de Austria por parte de Alemania ofreció al escritor la posibilidad de estudiar de cerca el fenómeno del nazismo, puesto que Canetti no abandonaría Viena hasta después de la Noche de los Cristales Rotos en 1938, con rumbo a París y, finalmente, a Reino Unido. A partir de entonces se dedicaría casi exclusivamente a terminar la que sería la gran obra de su vida, el ensayo Masa y poder (1938-1960), una reflexión sobre el efecto que tiene sobre el individuo el hecho de formar parte de una masa, algo que todos hacemos consciente o inconscientemente. “Esta es una obra que trasciende absolutamente lo temporal. Lleva consigo toda una serie de reflexiones sobre las relaciones del ser humano, también como grupo, con el poder, que podemos leer hoy y que se podrán leer en el futuro también, de la misma manera que podemos leer la Ética de Spinoza. Es una obra filosófica que va mucho más allá de la coyuntura del nazismo y de todas las dictaduras de esa época”, afirma Ovejero, quien en su ensayo La ética de la crueldad dedicaba un capítulo al búlgaro.
Para Echevarría, a pesar del tiempo el libro también mantiene su vigencia, pues “los impulsos que llevaron a Canetti a escribirlo siguen ahí. Es un libro perfectamente legible y tiene una hechura tan atemporal, tan anacrónica, que el tiempo trabaja a su favor, pues ya era un libro muy extraño, muy insólito, cuando apareció en los años 60, pero hoy todavía lo es más, porque está escritor con una metodología muy personal”, opina. “Pero por eso mismo, por su rareza, es un libro que en cierto modo es incorruptible, que mantiene intacta su vigencia. El tema que trata, que es la masificación de la sociedad y las conductas de la masa, sigue siendo, tan o más vigente que en su época”.
Además de este gran tema, en la obra de Canetti sobrevuela, como apuntábamos antes otro leitmotiv incesante, la muerte, para el que encontró como único antídoto la literatura, que veía como rebeldía contra la finitud de la condición humana. “Hay un volumen de cartas muy tempranas, Canetti aún no tenía 30 años entre él, su mujer Veza y su hermano Georges, donde habla de su obsesión por la inmortalidad, que era lo que él quería conseguir a través de su obra”, recuerda Ovejero. Tarrida, editor del póstumo Libro contra la muerte, añade que “Canetti decía que la palabra, y por tanto la literatura, podían vencer a la muerte. Y por eso escribe ese volumen en el que el título es suyo, no lo pusimos nosotros. Existe una carpeta en la que él con este título iba incluyendo una serie de aforismos, pensamientos… Ésa fue su última gran obsesión”.
En busca de la posteridad
Pero la obra de Canetti no se agota con unos pocos libros, sino que tiene, quizá, su mayor sustancia en sus libros de memorias, La lengua salvada (1977), La antorcha al oído (1980) y El juego de ojos (1985), habida cuenta de que fueron los que le granjearon el Nobel de Literatura en 1981. Y también en sus múltiples aforismos, que nacen de esa obsesión radical por escribir que apuntaba Tarrida. “Esto le lleva a estar constantemente pensando, de ahí los aforismos. Él no puede imaginar estar tiempo sin pensar, sin cuestionarse cosas. Es uno de los cinco aforistas más grandes de toda la historia”.
Es en sus libros autobiográficos donde la literatura de Canetti ha perdurado como una poderosa síntesis del poder evocador de la memoria, la inmediatez del presente y la ansiedad ante el porvenir, las virtudes que aparecen sucesivamente en Proust, Joyce y Kafka. “Creo que sí resiste la comparación. Quizá no como fabulador, pero los libros de memorias, del que Fiesta bajo las bombas podría ser el cuarto, son obras de una altísima literatura. Además, no hay muchos escritores tan completos, que hayan escrito tantas cosas distintas”, valora Tarrida.
En opinión de Ovejero, esta comparación es precisamente lo que Canetti querría, pues el búlgaro “quería trascender quedar para el futuro como un autor de la talla de ellos, a los que estudió. Por mucho que él dijese, modestamente, que un solo renglón de Kafka valía más que toda su obra, se concebía a sí mismo, como se ve también en sus cartas, como un escritor que iba a perdurar«, afirma. «De hecho, cuando escribe a su familia para pedirle dinero, lo que hace constantemente, les dice que les va a resarcir, que el honor que les va a conceder haberle ayudado en la creación de su obra va mucho más allá del dinero”.
Canetti más allá de Canetti
«Es muy llamativo que sus tres grandes obras pertenezcan a géneros distintos, una novela como auto de fe, sus volúmenes autobiográficos y el ensayo Masa y poder. Todo esto, sin necesidad del resto de la obra, lo situaría ya como uno de los grandes escritores del siglo XX», mantiene Ovejero. Y, sin embargo, todavía habrá más. Al morir, Canetti fijó la publicación de sus diarios, que concebía como un diálogo solitario con el interlocutor más cruel, consigo mismo, para 30 años después de su muerte, es decir, para un cada vez más cercano 2024.
Canetti entre las lápidas del cementerio de Hampstead, Londres, 1977
¿Qué secretos pueden guardar, qué querría mantener oculto tantos años este escritor que no se ahorraba ninguna crueldad en sus escritos? “Eso es lo que nos preguntamos todos”, afirma Tarrida. “Habrá que esperar, pero evidentemente uno puede imaginar el tipo de textos duros contra algunas personas que habrá en ellos, y quizá por eso quiso esperar a que cualquier persona a la que podría referirse esté muerta”. De la misma opinión es Ovejero, que apunta que “en las cosas que ya ha publicado ha sido capaz de mostrar una dureza tremenda hacia otros. No creo que los diarios que nos vayan a descubrir mucho sobre su relación con Iris Murdoch, de quien ya hace un retrato brutal en Fiesta bajo las bombas…”, reconoce. “Espero que aprendamos mucho sobre lo que Canetti no se ha atrevido o no quiso publicar sobre sí mismo, esa parte, en la que quizá él no queda tan bien».
Para Echevarría esta dispersión canettiana le convierte en “un escritor muy característico del siglo XX, un escritor de proyectos que nunca terminó, ni como novelista, ni como dramaturgo, ni como ensayista, pues Masa y poder iba a tener una continuación. Es un autor de proyectos inacabados, inconcluso. Y por lo mismo nos queda muchísimo por descubrir”, sostiene. “De los diarios de Canetti se puede esperar cualquier cosa. Deben de tener un magma inmenso, del nivel de los diarios de Thomas Mann. Los editores alemanes van a tener mucho trabajo, así que una cosa es que se puedan publicar y otra que se publiquen. Está por ver cuánto de eso va a tener un interés importante”, advierte.
No obstante, afirma que “no cabe duda de que serán vitriólicos, porque Canetti era un gran odiador que, en vida, contenía mucho su mala leche, pero que en los diarios estará volcada sin ningún freno y allí los retratos y apuntes sobre personajes de la época serán una mina de sorpresas y maledicencias”, adelanta. Aunque, para concluir, advierte de una cosa, “Canetti era un escritor, como siempre digo y al igual que Ferlosio, muy celoso de lo que daba a la luz, por lo que hay que establecer una línea divisoria entre lo que él publicó en vida y autorizó y entre lo publicado después de su muerte. Discrepo bastante, aunque yo mismo las he editado, de cómo han visto la luz algunos textos. Por ejemplo, los apuntes recogidos en Fiesta bajo las bombas, Canetti jamás los hubiera aprobado, aunque es verdad que lo que un autor no destruye queda expuesto al futuro”, finaliza.
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Cómo leer a Canetti
La puerta para entrar a Canetti es su autobiografía, que no por casualidad fue el libro que le procuró el Nobel. De ahí pasaría al magma de los apuntes, que es una maravilla y que es un libro inagotable de por sí, infinito. Y luego ya pasaría a su novela Auto de fe, muy áspera, muy exigente para alguien que no conoce al autor. Y, por último, el ensayo Masa y poder, que consideró la obra de su vida, una obra demasiado abstrusa, demasiado personal como para entenderla de buenas a primeras. Ignacio Echevarría
Fuente: elcultural.com